Proyecto Patrimonio - 2004 | index |
Braulio Arenas | Alfonso Alcalde | Autores |

 



Braulio Arenas y Alfonso Alcalde


El surrealismo y la miseria

Por José Ignacio Silva A
Revista de Libros, sábado 27 de diciembre de 2003

 

 

El 2003 señala dos natalicios importantes: los 90 años de Braulio Arenas y los 80 de
Alfonso Alcalde. Dos poesías que crecieron a la sombra de las mayores,
injustamente ignoradas


A pesar de las recientes opiniones de un gran poeta laureado, Braulio Arenas (La Serena, 1913) estuvo lejos de ser un poeta "literatoso" y tampoco fue, a despecho de la mitología criolla, sólo un enfant terrible más de tantos que atacaban a Neruda y se atosigaban de vanguardias. Este ensayista, novelista y dramaturgo sobresale por ser uno de los fundadores de Mandragora, la sección chilena del Surrealismo (la de mayor duración en Iberoamérica), que dio poetas de igual y mejor talla que el mismo Arenas, a saber Teófilo Cid, Enrique Gómez Correa o Jorge Cáceres. Por 1938 se juntaron, bajo el alero de Huidobro, con el deseo de romper con la poesía que imperaba en Chile por esos años, solemne y formal.

Arenas opone al modelo tradicional de la poesía chilena un onirismo desatado, bullente, propio de la corriente surrealista del grupo (poner palabras a la imaginación, pedir una tregua al misterio), pero también con la impronta personal que se iría marcando con los años, donde el acento poético cambia desde los experimentos vanguardistas a una poesía que gana en observación de la realidad, en reflexión personal, más cerca al hombre mismo que a sus sueños. Este acento está en lo cotidiano: una muchacha de provincia, que pasea en bicicleta. Explora las raíces de la literatura nacional con su ensayística, al tiempo que crea un mundo de fantasía e imaginación en su prosa, fiel a sus admirados Lewis Carroll y Hans Christian Andersen. Formó parte en 1938 de la Antología del verdadero cuento en Chile, convocada por Miguel Serrano, donde compartió filas con Juan Emar, Carlos Droguett y Eduardo Anguita, entre otros. Allí publicó el cuento «Gehenna» que representa, como señala Serrano, un Chile mágico, vernáculo, casi surrealista.

Su vocación poética fue siempre sólida, llevó una apegada relación con Vicente Huidobro, nos unía, por encima de todo un particular interés por los problemas de la poesía, señala Arenas, que a los 22 años se encontró con el pequeño dios. En su juventud talquina se acerca a Nietzsche, Schopenhauer, y conoce a Teófilo Cid y Enrique Gómez Correa. Los tres ya intercambian experiencias poéticas, pero siempre al margen del bullicio del tratado o del manifiesto. En los inicios de la década del treinta, los bares maulinos sugieren a Arenas el ambiente surrealista y onírico que se plasmaría en Mandragora.

Ya en Santiago, y con una actividad escritural prolífica e incansable, abandona sus estudios de derecho para consagrarse por entero a la escritura. El 12 de julio de 1938, Arenas, Gómez Correa y Cid hacen una encendida lectura de poemas en la Casa Central de la Universidad de Chile (entre ellos «Mandragora, poesía negra», posible manifiesto del grupo). Los actos bulliciosos no cesarían, y llegarían incluso a perjudicar a Neruda, ya vaca poética sagrada en esos años. A Arenas no le importaron mucho estos pergaminos a la hora de romper en mil pedazos un discurso en un homenaje al parralino. Braulio Arenas logró escapar, no así Enrique Gómez Correa, que recibió una golpiza por parte de un guardaespaldas de Neruda.

El otorgamiento al poeta del Premio Nacional de Literatura 1984 estuvo lejos de ser unánime y tranquilo. Se le alegó una extraordinaria capacidad para alinearse con el gobierno de turno. Enrique Lihn —que lo había tildado de funcionario chileno de cuello y corbata— no tuvo más remedio que hacer el saludo militar... Un 11 de septiembre. Arenas se exilió en un colaboracionismo patético, histérico y exangüe... No desapareció, sin embargo, el escritor que debiera sobrevivir, porque es real, y hasta de una cierta surrealeza. Poli Délano tampoco tiene buenos recuerdos de aquellos días, después del 11 de septiembre se dio un tremendo "chaquetazo", se mostró como un ferviente pinochetista y hasta tuvo el mal gusto de escribir una especie de himno a la Junta Militar, que es una de las cosas más repugnantes que me ha tocado leer.


El panorama ante nosotros

Ochenta años han pasado desde que en Punta Arenas naciera Alfonso Alcalde. Fue poeta, periodista y viajero, lo que lo llevó muchas veces a traspasar las fronteras chilenas en busca de nuevas experiencias. Su reputación como poeta no era menor —amén de sus poemas—, recibió el elogio de Neruda, de De Rokha (que al menos en eso se pusieron de acuerdo, al menos) y de José Donoso.

La poesía de Alfonso Alcalde ha pasado silenciosa (más que la de Arenas, al menos) por los años, pero no sin resonancias, especialmente en poetas de generaciones posteriores.

Apasionado como los de verdad. Alcalde escribió de forma infatigable. Más de una treintena de libros, entre los que se reparten la poesía, la novela, el cuento e incluso la biografía y el reportaje periodístico (trabajó en radio, en televisión con Don Francisco, de quien hizo una biografía, y en medios como «Ercilla» y «Hoy» y «La Tercera»). Escribió de todo, desde fútbol y cómo hacer collages hasta de la vida de Raquel Welch, Hans Gildemeister, la del cineasta Federico Fellini, de Violeta Parra, Pelé o Mohammed Ali. Escribió la obra La consagración de la pobreza, que montó el también desaparecido Andrés Pérez. Y como si fuera poco, fue guionista de radio, televisión y cine.

El Golpe de Estado fuem también un suceso que caló hondo en el poeta. Si Arenas vio su imagen bastante destartalada luego de haber aceptado de buen grado el premio de manos del régimen militar, Alcalde se vio devastado por el derrocamiento de Allende, pues trabajó en la campaña presidencial. «Nosotros los Chilenos», una de sus mayores labores periodísticas sobre oficios y costumbres típicamente nacionales, tenía la notable tirada de 50 mil ejemplares. Para Alcalde el periodismo tenía una sola función: despertar las conciencias, nosotros postulábamos la existencia de un Chile sumergido. Y de un periodismo cómodo, de redacción. Había que salir entonces, usando el testimonio directo, al encuentro de Chile.

Antes había sido un peregrino, un trotamundos. Pululó por América, desempeñando variopintos oficios. Cuenta él mismo en una entrevista que fue contrabandista de cadáveres. Pero además viajó por Argentina y Bolivia (donde fue minero), viajes que alimentaron su poesía, no de las literaturas o los textos de cada uno de estos países, sino del habla de sus personajes más comunes, en los bares y fondas de cada pueblo.

Alcalde retrataba la poesía chilena con precisión. Identificó un Siglo de Oro (capitaneado por Nicanor Parra), en el que una obra como El panorama ante nosotros no recibió el crédito merecido. La diferencia está en el estilo de la poesía de Alcalde, tradicional, clásico. El panorama ante nosotros fue la gran apuesta de Alcalde. La obra pretendía ser de largo aliento, pero solamente se alcanzó a publicar un primer tomo en 1969. Antes sus textos ya habían atraído miradas, como la de Neruda, que prologó Balada para la ciudad muerta (1947). Pero es en El panorama ante nosotros donde se puede ver condensada la mejor poesía de Alcalde, a la vez que es posible hacer corresponder este panorama con el de obra poética alcaldiana en su conjunto, hoy disponible casi exclusivamente en el volumen recopilatorio Siempre escrito en el agua, que editorial LOM publicó en 1998 y en Algo que decir, de Editorial Cuarto Propio, que reúne textos inéditos —poemas, cuentos y biografías— facilitados por Ceidy Uschinsky, una de las cinco esposas que Alcalde tuvo en vida, y finalmente la viuda del poeta.

Hacia el final de su vida, plagada de miseria. Alcalde cargaba con una depresión a cuestas. Según él mismo, en su carta de despedida, sufría de una enfermedad llamada Tomé para la cual no había cura. El 5 de mayo de 1992, a los 71 años, se quitó la vida ahorcándose en aquella ciudad sureña por donde deambuló y recogió el lenguaje triste de su obra, ese lenguaje incorporado a los usos y costumbres, el lenguaje como elemento vivencial.

Alcalde resume su vida en una frase: sigo teniendo mucha dificultad para sobrevivir, pero trabajo con mucha alegría. Y si hubiera tenido tiempo, habría escrito más. Y con esto te estoy contando un chiste.


 

 

 

Proyecto Patrimonio— Año 2004 
A Página Principal
| A Archivo Braulio Arenas | A Archivo Alfonso Alcalde | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Alfonso Alcalde y Braulio Arenas: El surrealismo y la miseria,
Por José Ignacio Silva A.
Fuente: Revista de Libros de El Mercurio,
sábado 27 de diciembre de 2003.