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Al ladino y su lámpara atrabiliosa (*)
En ocasión del paceño advenimiento de El Entrevero, de A. Ajens.

Por Marcelo Villena Alvarado


De Santiago apersonado, con más de una escala y correspondencia varia, Andrés Ajens nos trae hoy a cuenta El Entrevero / una nonada en el Ande. –O sea, ¿qué? Digamos, en breve, afabulaciones y adyacencias movidas por ladinante propósito: A traducir, dizque le dijo a Puba, ojeando la estatua de Colón en El Prado de La Paz, a traducir “Variations sur un sujet” al aymara (10). Acotada ya “L’action restreinte” en santiaguino, al ladino le tocaba menos aglutinar y sufijar con Mallarmé que agarrar al toro por las astas y desde nuestro asiento extremoccidental indagar y constelar sobre actualidad de no-etnopoesía. De Charazani a Sorata a La Paz al complejo Aconcagua, pisando peregrinamente los caminos de Saint-Jacques (the Ripper), poniendo cartas y fragmentos de diario sobre la mesa (del propio Saenz, de Puba, de Germán yéndose de ida y vuelta), recorriendo sendos thakis, en suma, donde como en la mera ch’alla se evoca a bardos trans y cisandinos, mundiales, galácticos, así nos llega hoy El Entrevero; así, complicando de entrada la impresión y la acepción primera del término (que burdamente habla de “mezcla”, de “confusión” y “desorden”) para optar más bien por la segunda, que dice de “introducir algo entre otras cosas” (como quien dice, precisamente, interpolar). Sin gentilezas de alterófilo, por lo tanto, al ladino le había tocado oficiar d’entremetteur para en última instancia no~velar lo dado y la falta: al decir de epígrafe transandante surandino, para abrir campo nomás al descampo.

Puesto que de no~velar se trata, la opción se muestra ante todo novelera, hay que decirlo. Primero porque junto a motivos y gestos del ladinar, a-personalmente se trae a cuento automáticas innumeras deshilavanadas voces, giros, marcas propias como ajenas, mínimas gestas (21); segundo, porque a pesar de todo el lectoescritor termina haciendo las veces de rapsoda, precisamente, hilando dichos y hechos en medio de doble auspicio. Cuestión de encuadre, se dirá, pues El Entrevero básicamente procede entre la inicial evocación de “proto(tele)novela” latinoamericana (el dieciochesco Lazarillo de ciegos caminantes: texto disforme y/o anómalo para los canónigos cánones endosado a Carrió de la Bandera, protagonista, autor y lector y aun crítico del libro) y el conjetural remate en torno a libro otro que estuviera a punto de advenir (Aguayo diario: hojas de a diario y mate de hojas, se lee, pubigrafía que habrá acometido Puba sin vuelta de correo editorial). Como si de entremés se tratara, entonces, la nonada encaja chuscamente en zaga de “peje entre dos aguas”, ni propiamente pícaro, ni propiamente indiano (28). No tanto por afán “experimental y experimentero”, sin embargo, como por genio de vieja estirpe dantesca que en la Vita Nuova trenzaba ya poemas, comentario de éstos y memorias de un “desliz con Beatriz”. El de la “tercia forma”, por supuesto, que muy quedamente anuda la variación del sujet y esa fuerza dislocante emblemáticamente evocada a propósito del Lazarillo…: Pulso e impulso, inscripción y rasgadura de la trama, trama y trauma (21).

Noveleramente hablando, entonces, tal fuerza dislocante pulsa e impulsa la propia trama en entorno a personaje de rayuélico nombre (Puba) y percances de poético ladinaje. A traducir, dizque le dijo: y de la franca al jaqi aru, programáticamente, mediando castellano surandino, don de lenguas y germanías, translucines y otras traslaciones, El Entrevero procede aquí en un espacio de entre lenguas; fuera del programa, por lo tanto, y no sólo porque la versión aymara de Variations quede definitivamente suspendida (If it can be done, why do it? –diría Gertrude Stein; “juderías”, sentenciara por su lado Jaime Saenz), sino también porque aquí trabaja el afán, postmallarmeano, que de varios vocablos y lenguas rehace no una, total: ¿No habrá sido acaso cada vez lo propio de la lengua poética, de la poesía como lengua, un cierto irse o salirse de sí, de desquiciarse ella misma como madre o matriz venerable? –acota el lectoescritor: ¿No habrá sido por demás lo (im)propio de cierta poesía moderna – entre The Waste Land, de T.S. Eliot, e In eins, de P. Celan, por nombrar sólo a dos – abrir el poema a más de una lengua? (Esto es: remarcar el más de una lengua que se da en una misma ya repartida lengua, 74). No será en vista de la idea entonces, de todo buqué ausente, ni en pos de andina localía o moderna “Babel feliz” que la nonada se mueve entre las lenguas, sino más bien tramando inscripción de lengua y poesía (alter) nativas. Esto es lo que mejor se aprecia trayendo a cuenta el libello del joven Dante, específicamente hablando del sujet que, para el caso, variaba premura por rimar en vulgar.

Bajo auspicio trovadoresco, se recordará, la Vita Nuova pone en ello sustantiva encrucijada, tan nacional como esencial y procedimental: el primero que empezó a decir como poeta en vulgar, hizo esto porque quiso hacerse entender por mujer, a quien era difícil entender los versos latinos… Pero es en De vulgari eloquentia, se recordará también, que Dante nombra más cabalmente su desear diciendo de “vulgar ilustre”, paradójicamente más noble que el propio latín por su virtualidad de primiloquium: no en tanto réplica de tal o cual lengua, por lo tanto (maternal o adámica: cuestión de primer sonido salido de primer parlante, pensaba Dante, ante El o la nodriza), como por el mero gesto de interlocución, de acontecimiento en el que se afirma, tal ofrenda acaso incomunicante, el vínculo del uno con el otro. Que Adán hablara bajo forma de pregunta o de respuesta, en efecto,parece importarle más a Dante que sustantivar el idioma de quien no tuvo madre, ni mamó, ni creció, ni de infancias supo. ¿Cuestión de “vulgar ilustre”, entonces, lo que inscribe en su trama la nonada? De cholo docto, diríase, dado el paso por la Sorata de Villamil de Rada y la lengua adámica, dados el poema de Pedro Umiri y la lección del yatiri que inspirara a Huidobro; dada la ráfaga de Juan de Dios Yapita, finalmente, que la traslación de Mallarmé al aymara indaga en pleno centro del libro (materialmente hablando). No es sobre otra cosa, ciertamente, sobre la que vuelve El entrevero en su ladinar asunto de poesía: un acaecer sin nombre preestablecido –escribe Ajens–, apertura entre mismura de lo Mismo y alteridad de lo Otro, tal entrehueco de yanani surti, tal suspensión y cortocircuitera de toda abismante alienación y/o domesticidad sin más (122).

Crucial resulta, desde esta perspectiva, la celebración de Jaime Saenz que entretanto se despliega, ya sea en cuanto a inscripción de una escritura en la polis (¿En qué sentido o sentidos… transmuda tamaña o majamama y anticipa tal destrenzante (descolonizante) evodesmadre posilustrado?) como en tanto a experiencia extrema de diálogo y no diálogo; dicho esencialmente, de rasgadura: precisamente la improbable posibilidad de una poesía en diálogo: conversación con alter y quizás, siguiendo subterránea y empecinadamente el meridiano derrotero de Paul Celan, con una alteridad y alteración de veras primordial (132). Crucial porque es la figura de Saenz la que en El Entrevero trama, en contrapunto con Celan, la cuestión de vulgar ilustre en lo que ésta supone de acaecer y de apertura, de trauma más que de trama. Este no~velar poniendo el dedo en la llaga se liga efectivamente con la correspondencia (también epistolarmente hablando) que en el libro se intercala con afabulaciones y traslados: desde la saenziana tachadura en carta a gentilísima, tuvo que ser (No quiero que hagas comentario  alguno ni que me contestes, bajo ningún pretexto ni motivo- esto es terminante- sobre lo que te voy a decir: (no puedo evitarlo). Te amo espantosamente, 20), hasta los fragmentos de diario de Germán, el amigo, y su carteo con ese otro amigo que, desde la propia Ris-Orangis, peregrinamente pone en entredicho los caminos de Saint-Jaques. (Derrida, por supuesto: a propósito de lectura de Celan mediando cierto borrón o borramiento de la ‘trace” – juive, por supuesto).

También filosóficamente hablando incide El Entrevero, se dirá, pues en su ladinar en pos de vulgar ilustre es cuestión también del dépassement, de l’effacement du sujet y de la trace. No según el modo conceptual, sin embargo, pues ya sea con Saint Jacques o Mallarmé es finalmente cuestión de enhuelladura, como se dice desde un inicio, en el epígrafe, diciendo nomás de escritura, de inscripción y dispersión del sujeto. De trauma, se ha dicho: o sea en rigor de herida (, diríase desde ese otro extremoccidente entrañable), de huella y también de estigma que en última instancia rasga con mano propia el trasandante surandino: de ahí, entre otras, que en su ladinar irrumpa efectivamente la escritura, y no el toma y daca conversor. Todo esto como diciendo, entre otras cosas, que en El Entrevero se inscribe también el transandino surandante, en última instancia. Y esto desde el inzanjable litigio en torno a espacio y complejo Aconcagua (toponímica, cultural, arqueo y neológicamente ensayado como lugar del entrevero: como Lampa, en aymara, es decir como litera, como modesto lecho y letra, preciso entrelugar de tinku normapuche-surandino), hasta la propia rasgadura del duelo, en sus dos sentidos: ante el suicidio de Germán, el amigo, ante las desapariciones y el desmadre (Desaparecida Presencia Literaria, desaparecida la revista Hipótesis de Cachín y de Leonardo, desaparecido El Cielo de las Serpientes del chiriguano y compañía, desaparecido el Avesol y aun el mismísimo Averno, desaparecer tantísimo tanto (143).

De ahí que la enhuelladura sea nomás ese abrir campo de la escritura, entendida con genio de vieja estirpe dantesca, por supuesto. Esto es alzando la cabeza, como Francesca leyendo, como el otro desgarrando las estrellas, como saliendo de ese duelo del que salimos cojeando tal Jacob después del duelo, de la pelea de la que salimos para vulgar e ilustremente volver no a lo mismo:

¿volver en sí?, ¿no? Sino de otra manera fuera –boca arriba aun entreyaciera, y una voz metálica esquinera aviniérase in media res, ni romance ni jaqi aru fuera, otra lengua, viejo nuevo Nezahualcóyolt tal vez por ahí se entretuviera, intersección con ciencia de esquina, o nomás radiación sonora, ritos
meteoritos, rayos,
relámpagos negrolfateados cuerpos tiempoespaciales -tricarnarias Marias en el cinturón de Orión alias bastón de Jacob y/o, río arriba, Laqampjawira y aun violactáceo camino de Santiago- sino sinuoso telescópico inescrito, altiplanácido crateráceo acaso (145).

 No poca cosa, si todo esto, lo que nos trae hoy El Entrevero: una nonada apersonada.

 

(*) En ocasión del paceño advenimiento de El Entrevero / una nonada en el Ande, Editorial Cuarto Propio/Plural Editores, Santiago-La Paz, 2008. Leído en la Feria del Libro de La Paz, el 23 de agosto.

 

 

 

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