Proyecto Patrimonio - 2007 | index | Claudio Bertoni | Alejandra Costamagna | Autores |


 

Bertoni, sin embargo

por Alejandra Costamagna
La Nación Domingo, 15 de julio de 2007

El poeta, fotógrafo y artista visual Claudio Bertoni lleva más de tres décadas tomando nota de todo lo que dice, lo que piensa, lo que lee, lo que no dice. Cientos de cuadernos empolvados en su casa de Concón, que hace un par de años decidió revisar y pasar en limpio. En agosto Ediciones UDP publicará el primer tomo de sus diarios completos, Rápido, antes de llorar, que reúne los escritos de 1976 a 1978.


Es una tarde de febrero de 2005 y Claudio Bertoni entra en la notaría de Plaza Egaña, la que antes era un salón de pool, para legalizar su postulación al Consejo Nacional del Libro y la Lectura. Si la beca resulta, lo que venga será la revisión, la selección y el comienzo de la trascripción de cientos de cuadernos (Torre tamaño colegial de 40 hojas, en su mayoría) escritos desde los años 70 hasta hoy. "Adelante, tome asiento", dice el notario con terno gris y bigote tupido. Bertoni pasa y se sienta. "Es poeta usted", certifica el hombre mirando los papeles que acaba de recibir. Y acto seguido se larga a recitar coplas de Jorge Manrique. Bertoni lo escucha con cara de póquer. Antes de estampar la firma legal, el notario deja a Manrique y se fija en los títulos de los libros del poeta que tiene enfrente. Y otra vez saca tono de copla para enumerarlos en una sola frase: "De vez en cuando el cansador intrabajable sentado en la cuneta se hace el harakiri por una carta de jóvenes buenas mozas, ni yo". Y se ríe.

El resumen de la poesía de Bertoni (hasta esa tarde; porque en los meses siguientes vendrán No faltaba más, En qué quedamos y la antología Dicho sea de paso) aterriza en el chiste de un notario romancero que dispone, sin saber, las primeras acciones para la clasificación y edición de miles de notas tomadas durante más de treinta años por el poeta de Concón. Bertoni finalmente obtiene la beca y empieza el trabajo con los cuadernos. Dos años de revisión de lo escrito. Veintitantos meses de sumergir la cabeza en el tiempo de dicha no reconocida de París, en las orillas de Concón, en la muerte de Berta Lemus, su madre, en el silencio atorado de su padre, en las mujeres con las que ha vivido (la brumosa VR y su dedo erecto al pintar, la descorazonada B de ojos verdes cinematográficos y, sobre todo, la perturbadora M con "su vientre, nalgas, muslos y boca" que lo tiene desmantelado), en las hermanas Marietta y Carmen, en la chispa del sobrino Camilo, en los titubeantes ires y venires, en el vuelo que nunca más toma, en las cervezas y los cigarrillos (que ya no bebe, que ya no fuma) con Pablo, Marcelo, Rodrigo y los demás, en las empecinadas pulgas, en el miedo a los perros, en las películas de la tele, en el Chapulín Colorado, en las tumbadoras a la hora de la siesta, en las botas con taco y sin plantillas, en la chaqueta de carbonero francés, en los libros robados y sumamente dialogados, en los mejores momentos de la vida yendo a comprar al almacén, en la poesía japonesa, en la pieza de acá o de allá; en todas las piezas que arman a estas alturas, a sus 61 años, el universo de Claudio Bertoni.

Los primeros cuadernos transcritos (una veintena de ellos) saldrán a la luz en agosto con Ediciones UDP y un título tomado del muy presente Samuel Beckett ("el anciano de mi aldea" lo nombra Bertoni): Rápido, antes de llorar. Se trata de los apuntes que van de 1976 a 1978, cuando el autor andaba por los treinta años y sólo tenía un libro publicado e infinitas notas sueltas. Poemas, mini cuentos, haikus propios y traducidos a su pinta, ideas para una novela moscovita que imagina como una superposición de paños, detalles para futuras pinturas informales, cartas tristes o muy graciosas, registros de lo bailado, sueños de una vida alucinante, aforismos, listas de esto y lo otro. Todavía quedan 180 cuadernos por revisar, copiar y editar. Y miles de casetes y rollos de fotos y objetos y palitos y cajas de leche y botellas blancas apiladas por ahí. Pero es imposible abarcar todo. Habrá que ir de a poco. "Este es el libro mío que más me gusta", admite hoy el autor, con los dedos listos y en sus marcas para seguir revisando las notas de 1979 en adelante. Mirando hacia atrás para rato, sin ningún miedo al ridículo.

El material de estos cuadernos sintetiza la escritura íntegra de Bertoni. Y documenta, de paso, el escenario de una época. "El anarquismo para mí, el comunismo para los demás", apunta con deseo instintivo. Bertoni como el que mira y documenta. La muerte de Mao, el atentado a Orlando Letelier, Luis Corvalán en su lugar de detención, Townley el día que abrió la boca, un cuartel de la DINA a dos cuadras del hospital donde agoniza su madre, los 500 detenidos del primero de mayo de 1978, la voz de Matilde Urrutia en radio Cooperativa. Y también las chauchas, el biógrafo, el boulevard Ahumada, la botica, el edificio de la UNCTAD, los long play, los teléfonos con fichas, la radioelectrola. Así escribe sobre la primavera de 1976 en Concón: "(…) y con el calor han empezado a llegar las moscas y esas otras moscas más grandes y más bulliciosas y más dañinas y más odiosas y más detestables y más sucias que son los propietarios de las mediaguas de este desdichado balneario de la burguesía criolla que es bastante bonito sin sus automóviles Fiat 1500 de todos colores y sus pater familia todavía peinados a la gomina y sus hijos e hijas de jeans Lee ceñidos y nuevecitos y sus motos Honda también de todos colores y con sus hijos rubiecitos asquerosamente bien vestidos y llorones y caprichosos y sentados en esos asientitos especiales que cuelgan del respaldo del asiento en la citroneta o el Peugeot".

Es posible que estos diarios desempolvados sean la foto más precisa de Claudio Bertoni. La que despeja las apariencias y las distorsiones. Porque el autor de Sentado en la cuneta aparenta ser una serie de cosas que en buena medida es. Pero que no es también. O no de manera absoluta. "Este mundo de rocío podrá ser de rocío sin embargo sin embargo", dice un haiku de Kobayashi Issa que Bertoni cita de vez en cuando, y que se ajusta perfectamente al carácter pendular de su propia existencia. Si en un poema de su primer libro anunciaba: "Es el temor enorme que tengo. Que/ todos los temores sean el eco de/ otro temor lejano/ -catastrófico-/ que se aproxima", en uno de los últimos se preguntará: "¿es posible/ que un buen rato/ sea sólo un buen rato/ y no la memoria de un antiguo, infinito,/ inolvidable buen rato?". La poesía de Bertoni y con ella su vida (la registrada, de hecho, en estos diarios) aparece como un vaivén entre el deseo acalorado y el desapego místico. El de las colegialas buenas mozas, pero también el de la frugalidad y las mañanas gris perla. "Sería un convergüenza si no fuera por el budismo zen", apuesta en los cuadernos, treinta años atrás. Y trata de mirar adelante: "Así me gustaría vivir", dice, "como un monje contemplando el ajetreo sin sentido de los demás en el monasterio".

Claudio Bertoni escribe desde entonces y hasta hoy todo lo que vive, lo que habla, lo que escuchó en la radio, lo que olfateó a orillas del Sena, los francos propósitos de conversar sin beber ni fumar, las pretensiones de ermitaño que chocan con la realidad de su temperatura, lo que soñó que decían o hacían Frank Sinatra (lejos el más concurrido en sus sueños), Marilyn Monroe, Woody Allen, James Brown, Jimmy Carter, Salvador Allende, Simon Weil, su madre antes y después del accidente cardiovascular ("mi mami", infinitamente), la mujer esa que lo está devastando de a gotitas, las flores naranjas de pétalos huecos. Todo lo anota, lo graba y, si es posible, lo registra con el disparo de su Nikon. Bertoni recoge lo que sale de foco, la minucia. Él mira y habla consigo mismo, con su cabeza que a veces es un nudo de tallarines ("Dame ese retrato mío que tienes en la cabeza" se llama uno de sus mejores poemas, escrito en la misma época de estos primeros cuadernos) y que lo lleva de un lado a otro: del pan con miel a la colegiala en la micro, de la pílsener a la migraña, del aliento de la cajera del supermercado al desaliento de Ciryl Connolly, del cigarrillo de media tarde al imperio de Marco Aurelio, del juego de paletas al cubano Rubalcaba, de la llamada perdida al cuadro de Tápies, del cordelito blanco del tampón a la cama bien temprano. Y eso lo escribe. Y más tarde eso es un libro. Diarios de vida, cuadernos de vida: el asunto es que a diario Bertoni va dejando los rastros empecinados de su propia vida. "Todos los días que no se han anotado equivalen a días que no han sido", dice Bertoni que dice Camus que dice Delacroix.

El primer volumen de estos diarios contiene precisamente los rastros de algunos de esos rastros. Lo que él hace al final es dar protagonismo a seres anónimos, que pueden ser mujeres (casi siempre lo son, en verdad: "la caricia que ando buscando desde que nací") pero también un perro color barquillo o un pedazo de palta en mitad de una lechuga. El asunto es escribir: febrilmente escribir. Explicarse el origen, si es posible, partiendo por casa. "Fuimos personas perdidas de distintas familias las que nos juntamos para formar nuestra familia", apunta en 1977, tras la muerte de su madre. "Por eso nos dábamos siempre las espaldas. Siempre unidos por la punta del triángulo isósceles. Como esos quesitos en forma de triángulos isósceles en una cajita redonda y que sólo se topan en su ángulo desigual y más puntudo. Por eso mi mami en el hospital se sorprendía que nos hubiéramos juntado para ir a verla. Por eso hemos tratado de querernos para llenar el vacío inagotable de no vivir con nuestra verdadera familia. Por eso mi padre se ha vestido como se viste. Por eso mi hermana mayor usa botas ceñidas de cuero como las usa. Por eso mi hermana menor tuvo un hijo. Por eso abandoné la universidad .Y por eso murió mi mami como murió".

Dos o tres mujeres clave, su madre y los propósitos de retiro: eso recogen básicamente los diarios recuperados de Bertoni. Y la música y los libros. Y miles de palitos flacos y quebradizos como él, y unos bambúes, y unas micros, y unos polvos. Y Dios. Y los dolores de cabeza y un hijo "ni contigo ni con nadie ni por nada y bajo ninguna circunstancia". Y el humor y la conciencia del ridículo siempre. Y al final la dicha del hábito y las palabras que cuelgan con sus pensamientos. "Está prohibido pensarse desde otra cabeza / pero se puede", anota. Y más tarde deja el rastro: "Escribí, regué, lijé los alféizares y el marco de mi ventana, dibujé, toqué tumbadora, miré televisión, me masturbé y leí".

Así Bertoni a los treinta y a los sesenta. Rápido, antes de llorar se puede leer, acaso, como la prefiguración del Claudio Bertoni Lemus del siglo XXI. De vez en cuando el cansador intrabajable sentado en la cuneta se hace el harakiri por una carta de jóvenes buenas mozas, dicho sea de paso, ni yo, no faltaba más, en qué quedamos: rápido, antes de llorar. El resumen que vaticinó hace dos años, sin saberlo, el notario romancero de la Plaza Egaña.

 

 

 

Proyecto Patrimonio— Año 2007 
A Página Principal
| A Archivo Claudio Bertoni | A Archivo Alejandra Costamagna | A Archivo de Autores |

www.letras.s5.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez S.
e-mail: osol301@yahoo.es
Bertoni, sin embargo.
Por Alejandra Costamagna.