
        ENTREVISTA A CARLA MATTEINI: UNA AGITADORA DE  TEATRO
        Por Andrea Jeftanovic   
         
        En  España es conocida como la traductora de Darío Fo. Pero es más que una  traductora, y traduce a muchos más autores que Fo. Se autodefine como una  agitadora de teatro, que ataca y remueve el  fenómeno de la dramaturgia hacia y desde todos sus flancos.  Se ha dedicado a divulgar  otras formas de teatro en un país con una  dramaturgia muy dormida, de aguas estancadas por una larga dictadura que  impedía que salieran determinados autores. Está segura que la posibilidad de  acceder a autores extranjeros ha sido clave para ampliar horizontes,  diversificar lenguajes. Su dominio es el teatro de los últimos cincuenta años,  de línea alternativa, vanguardista. También ha desarrollado una fuerte línea  teórica, escribe ensayos, artículos, interviene en ponencias de teatro  contemporáneo. Correr esas voces, trayendo a dramaturgos que escriben distinto,  que experimentan otras formas, abrir caminos y remover ha sido su eje de vida.
        
        UNA VIDA EN EL TEATRO DE VANGUARDIA
         - ¿Cómo llegaste al mundo de la traducción  de Teatro?
          - Estudié  idiomas en Roma, francés e inglés. También domino el italiano porque nací allá  aunque he vivido casi toda mi vida en España. Al regresar a Madrid comienzo a  participar esporádicamente en producciones de teatro  con un núcleo teatral en pleno franquismo,  años 1970-74, El Pequeño Teatro Madrid. Este grupo ha encontrado el truco de  burlar a la censura y traer representaciones nunca vistas en el país, como la generación  inglesa de Osborne,  Ionesco y un montón  de gente que aquí no se podía ver en un escenario. Me encargan  traducciones, las primeras son malas porque  las hago muy literales y literarias; es que me toma veinte años dominar la  palabra arriba del escenario. 
         Comienzo  a trabajar con William Leiton, un gran maestro Wdel método Stalisnavski,  acto-estudio, y comienzo a trabajar los texto de otra manera. Me encargan un  Pinter, es casi la primera traducción que considero  válida. El me enseña a desentrañar el texto,  a no a traducirlo ciegamente sino que a recrear ese lenguaje escénico en  lengua castellana.  Ahí abandono la traducción por un tiempo para  integrar otro grupo de teatro independiente, Tábano, que está continuamente en  gira, con una actividad política muy fuerte. Allí formo parte del equipo  colectivo de dramaturgia con gente como Fermín Cabal, Gerardo Vera que derivó  hacia la  escenografía donde hoy ocupa un  importante lugar. Al principio son dramaturgias colectivas, con gente que entra  y sale, y comienzo a hacer adapataciones sola como Macbeth, El Suicida de un  autor ruso, una obra de Darío Fo. Mientras tanto yo ya había ido traduciendo  varias obras de Darío Fo,  y  sumando hoy más de diez libros.
        - ¿Una traducción debe durar para siempre o  es para una época determinada?
   - Yo  siempre me lo cuestiono ese tema, creo que al igual que la obras las  traducciones también tienen su época. Más aun en el caso del teatro de este  siglo, por su cercanía es más fácil que pierda vigencia. El lenguaje  contemporáneo se pasa de tiempo   rápidamente y también depende del tipo de obra. Tengo una traducción de  hace quince años de Muerte Accidental de un Anarquista (Fo,199....) que ya no  vale, la he tenido que rehacer para una nueva edición porque la farsa se remite  a un lenguaje tan cotidiano y coloquial que está permeado, y cambia en dos o  tres años totalmente; entonces tienes que revisar especialmente ese tipo de  textos. 
        También  hay autores como Ionesco que ahora son muy difíciles, o una obra que traduje de  Boris Vian, El Forjador de Imperios, que seguramente no me valdría, como ahora  no me valen los Fo. En el caso de Passolini es distinto, es un teatro más  intemporal porque es un poeta que tiene un lenguaje más universal, es un teatro  muy literario, un lenguaje abstracto que hay que traducir más pensando en lo  literario, porque es un teatro muy fijo, muy verborreico,  muy rico en imágenes. También pasa con  Koltés, que  es mi autor fetiche y que  más ha marcado a la actual generación de nuevo dramaturgos. Este hace una  síntesis de un teatro muy construido a el estilo de los clásicos, tipo  franceses del XVIII, pero sin embargo con unas situaciones muy contemporáneas,  muy duras y tremendamente poéticas. Es uno de los autores más complejos de  traducir por la mezcla entre un rigor académico y lenguajes muy cotidianos.
        - ¿La traducción en teatro es distinta si  es para ser publicada o para ser representada?
  - La  traducción no se puede hacer en abstracto, depende si se va a publicar o montar  en teatro, para mí son adaptaciones distintas. Depende de la visión del director,  depende de los actores, la palabra no debe quedar fijada. Mi respeto a los  clásicos pasa por la contaminación, por ejemplo un Shakespeare se le respeta de  acuerdo a nuestras necesidades de lenguaje y a un imaginario de fin de siglo.  No se trata de  hacer teatro a lo  Tarantino, que es algo que discuto mucho con los autores jóvenes, esto de  seguir determinadas corrientes de velocidad, de lenguaje muy seco. Ahora bien  es indudable que el lenguaje evoluciona,   y a una velocidad vertiginiosa en esta época de masificación mediática,  de lo audiovisual; pero hay que sujetar el lenguaje de alguna manera sin quedar  petrificado. Hay autores por ejemplo Juan Mayorga, que reescriben una obra  cuatro o cinco veces, la prueban con el público sin que haya pasado mucho  tiempo entre una versión y otra, y no por un problema de desuso. Yo creo que el  lenguaje es una arcilla muy moldeable, a veces das con una imagen perfecta,  otras menos; hay que trabajar constanmente yo nunca quedo satisfecha con las  traducciones. Siempre ves, interpretas, recibes, tienes que comunicar un autor  es una tarea muy delicada pero la traducción debe estar arraigada a su entorno.  Yo sé que mis traducciones de Fo que se usan mucho acá, en Latinoamérica no  pueden servir porque el lenguaje, el universo es otro. 
        - ¿Es el traductor otra forma de autor?
  - Yo  creo que no, para qué nos vamos a engañar, Koltés siempre decía que le había  servido mucho traducir a Shakespeare, o a Salinger. Pero el talento de un  autor es otra cosa, a mí me preguntan muchas veces por qué no escribo  teatro, ¡a mí no me da ni tiempo trasladar al castellano a todos los autores  que adoro y que la gente necesita leer!. Yo me he dedicado y especializado en  esto. 
        Es  necesario conocer mucho el idioma al que   traduces, si bien es importante conocer la lengua fuente, te puedes  ayudar con diccionario, pero estar permeado del primero es vital. También es  necesario dominar la escritura, yo no creo   que sólo basta con saber traducir,   también debes saber escribir. Es necesario tener un lenguaje propio pero  sin poner una marca de identidad, porque luego   ser suficientemente libre para traducir otro autor respetando su estilo  y registro. No puedes traducir a Koltés de la misma forma que a Pasollini, o  que a Mamet, te tienes que transformar, cambiar de piel cada vez que tomas otro  autor. Eso pasa por meses estudiando a cada escritor y su mundo.
        - ¿Existe traducción inocente, donde no  haya una marca del traductor?
          - Eso  es inevitable, yo siempre digo que nunca hay traducción inocente, ni espacial  ni subjetiva. He tenido grandes discusiones con traductores mucho más famosos  que yo, por ejemplo con un de los importante traductores de Mamet.  Un intérprete debe imprimir una subjetividad,  pero no la propia, sino la subjetividad de la lectura, de su llegada a ese  autor. Cada dramaturgo necesita una traslación diferente. Ese eco, esa  vibración que producen en ti debes saber transferirla de manera diferente en  cada caso. Pero tal vez en mi caso después de treinta años traduciendo y veinte  libros publicados puedes encontrar algo, cierto sello. Pero a mí más que los  textos publicados, me importa qué pasa con ellos en el escenario. Y cuando la  critica destaca la versión, soy feliz,   porque eso ha sido una conquista, antes no se hablaba de la traducción.  En estos países de tradición decinomónica se da mucha importancia a los cargos,  a los títulos, y en ese marco la traducción es una tarea menor. Reivindicar  este oficio es un trabajo que hemos hecho muy   pocos en España. La gente debería decir voy a ver o leer esta obra  porque está traducida por una persona que me merece confianza. 
        Es  fundamental para conocer el teatro contemporáneo que hayan muchas traducciones.  Lo que pasa es que en este país se edita poco, cada vez que voy a Francia me  dan ganas de llorar, hay cien títulos nuevos   todos los años, tanto de autores franceses y extranjeros;  la riqueza de información que puede tener un  dramaturgo joven o un estudiante es impresionante, a su alcance está todo el  teatro que se ha escrito y está escribiendo.    El Estado ya no apoya las publicaciones, hay colecciones que simplemente  han desaparecido.
        
            EL PAPEL VIVO Y ACTIVO DEL TRADUCTOR
         - ¿Sigues el proceso posterior a la  traducción de texto teatral, o lo abandonas como etapa autónoma?
          - Yo  lucho por el papel del dramaturgo alemán, en el sentido que es un atraso que el  autor, claro si está vivo, no participe día a día en el proceso de montaje. Por  ejemplo acabo de tener una experiencia riquísima, y no es la primera en ese  sentido, de trabajar dos meses con Jorge Lavelli en la obra Eslavos de Tony  Kashner... Le envié a París la primera, la segunda, la tercera traducción  recibiendo sus comentarios y notas. Después nos reunimos para ver cómo el texto  fluía y determinar qué cosas no sonaban para ir puliéndolas. Pero donde el  texto más se transformó fue en los ensayos, a veces hay cosas que en el papel  pasaban inadvertidas, pero escuchándolas de la boca de los actores  definitivamente no me gustaban. Si a el actor le cuesta una palabra  evidentemente hay que cambiarla. 
        Esta  es una práctica que muy pocos siguen, el autor y el traductor deben estar en  los ensayos, seguir el desarrollo, el teatro es una práctica que engobla todos  sus campos, todas sus vertientes, entonces no se puede aislar. Esos directores  que no quieren al autor abajo, porque es una persona a la vieja usanza que no  deja que cambien ni una coma al texto, es un concepto superado. Es clave  modificar en caliente todo el proceso vivo de la puesta en escena, todo lo que  sea necesario a nivel de lenguaje. En eso los alemanes son maestros. Ese es mi  sueño, de hecho la última vez que trabajé en gestión en el Centro Dramático  logré crear un departamento de dramaturgia con una persona encargada de buscar  textos, conversar con el dramaturgo como lo hacen en el National Theather de  Londres.
        Si  eso es adaptación, versión o traducción son matices semánticos, a mí me da lo  mismo, salvo si intervengo en una escena, ahí pongo dramaturgia de Carla  Matteini. Es una figura fundamental, por ejemplo cuando montaron la obra  Calderón de Passolini, un texto muy difícil, yo estaba todos los días hablando  con lo actores, viendo cómo soltaban texto y cambiaba todos los días lo que no  me sonaba, hasta que me decían por favor fija el texto.  Creo que es muy importante la función viva y  activa del traductor en el proceso de puesta en escena.  Esto trae como resultado espectáculos más  coherentes en imagen y palabra, todo eso unido a la visión del director sobre  su puesta en escena. 
        - ¿Quién tiene la última palabra: el autor o  el traductor?
  - El  traductor sin duda, aunque a veces los escritores tienen una agentes que  parecen sus peores enemigos, el caso de Berkoff, te hacen firmar contratos  diciendo que no vas a cambiar ni una coma. El traductor hace y vuelve  a hacer el texto hasta que le suena bien, le  encaja y lo puede imaginar en un escenario. Hay textos en los que he tardado  casi seis meses en darla por buena, lo que es un poco excesivo. Hay bastante  libertad en la traducción pero existen leyes internas de cada texto, y algunos autores  tienen un código tan potente que no te puedes salir mucho, es el caso de  Passolini y de Koltés. También hay traducciones que parten de tal respeto y  miedo hacia la sacralidad del autor que son poco libres, son versiones tan  literarias donde finalmente el francés o el idioma que sea suena por encima del  castellano. La inseguridad de recrear el lenguaje de un genio coharta, pero con  años de ejercicio se quita.   Definitivamente hay autores que te encarcelan, otros, te dan más  libertad. Curiosamente Mamet es un autor con mucho corsé aunque parece que el  lenguaje minimalista no lo fuera, pero tiene un ritmo no musical pero muy  sincopado de guión, donde la traducción no luce, no te permite ninguna  floritura.....El lenguaje debe ser muy seco, además como el inglés es un idioma  más abreviado, sintético debes editar mucho las frases. Es mucho de pregunta y  respuesta, de diálogos cerrados.
        
            EL PELIGRO DEL LOCALISMO: CAMBIAR JOHN POR  JUAN
         - ¿Cuál es el criterio que se usa en la  traducción para cambiar nombres de personajes, o lugares originales de la  obra  a referentes locales?
          - Eso  es el peligroso, cuando cambias los nombres, sitúa las acciones en lugares que  sean familiares para el público local. Hay que tener mucho cuidado no puedes  hacer algo que parezca un sainete.  Hay  que contar lo cotidiano de tal manera que pueda perdurar. No hay que exagerar  los referentes locales porque puede terminar ligado a una contemporaneidad muy  inmediata, de moda, eso puede ser un oportunismo donde el público va a aplaudir  más pero es una trampa. Este es una tema en constante discusión con los  directores, cada vez que me dicen que hay que acercar la obra yo tiemblo,  porque para algunos eso es convertir Nueva York en Albacete, y llamar Juan a  John. Eso me parece pobre, pero menos mal que está en desuso eso de cambiar  bosque canadiense por asturiano. Hay que mantener los sentidos sociales,  políticos, poéticos  de los contextos.  Además, es una actitud paternalista, pensar que el público es medio idiota, que  no podrá identificar el lugar, cuando lo importante es reconocer los conflictos  universales presentes en toda buena obra, sin importar donde se sitúa la acción  ni cómo se llaman los personajes. 
         Otra  cosa es que existen autores como Shakespeare que permiten analogías muy ricas,  pero eso ya es una opción, compleja y rica, una intención de puesta en escena.  Por ejemplo, yo hice una adaptación de Macbeth, donde sus conflictos de poder  tomaban lugar en el mundo de los Gangsters de Chicago de los años veinte. Se  trata de abstracciones fundamentales, descubrir   el código, la estructura interior. Lo importante es ver lo esencial de  esa obra,  conservar la esencia y  desechar lo superfluo. 
        - ¿Cuál es tu método de trabajo, cómo  abordas el texto?
  - En  las primeras lecturas me pasa que termino leyéndolo la obra en castellano,  entonces trato de hacer una traducción literal y rápida en el computador,  subrayando las dudas. Luego actúo sobre los fragmentos, y rehago la traducción  muchas veces. No trabajo sobre obras aisladas de autores que no conozca, yo  trato de leer todo sus libros, penetrar en su universo, conocer a fondo las  claves de su lenguaje. 
        Me  cuesta traducir del italiano, me es demasiado cercano, me gusta traducir mucho  desde el inglés, es muy jugoso, con Berkoff tengo unas peleas tremendas.. .  También, desde el francés, de Koltés me enamoré, será mi pasión de por vida.  Passolini lo traduzco porque está muerto, y por   respeto a la poesía. Su teatro es en verso blanco, hay que buscar una  musicalidad que quizás no va al final de frase, sino que cruza diagonal en el  eco de una palabra, y eso hay que buscarlo con lupa. Además tratando que no  quede muy académico, literario.
        - ¿Cuáles son las prioridades en una  traducción: la fidelidad al texto original,   la calidad literaria, la eficacia escénica?
          - Lo  ideal sería resumirlo todo: fidelidad, calidad literaria, eficacia escénica; ya  que son la plataforma básica del teatro de texto. Es importante que el actor  esté cómodo  en su propio lenguaje, que  fluya el texto, que no suene a traducido porque sino queda lejano, generando  una distorsión en la interpretación por muy buen actor que sea. Uno ve  traducciones donde la interpretación va por un lado, y el lenguaje por otro, no  se ha producido esa simbiosis.
        
            EL TRADUCTOR DE TEATRO TIENE MUCHA MAS RESPONSABILIDAD  QUE EL DE NARRATIVA
         - ¿Cuál es la diferencia entre la  traducción de teatro y la narrativa?
          - A  diferencia de la traducción de novela que es más impune, donde el editor te  puede hacer una reseña o no dar más trabajos;   el teatro se mide día a día, en cada función lo que escribiste suena  arriba del escenario, y si algo te chirría es que te mueres, te das cuenta del  patente fracaso. Creo que la responsabilidad del traductor de teatro respecto  otros géneros es mayor. En este oficio debes ser muy generoso hacia lo que  trasladas tu trabajo, humilde con el autor, y muy flexible y abierto con el  texto.
         Yo  siempre le digo a mis alumnos y a toda la gente, que no se puede traducir  teatro igual como se traduce narrativa o ensayo o poesía que es un género más  difícil. Para traducir, trasladar una obra de teatro a otra lengua es  fundamental conocer el desarrollo de ese lenguaje en el contexto del escenario,  es fundamental conocer la practica teatral y cómo los actores luego pueden  decir ese texto.
        La  narrativa se traduce más porque tiene más salida, el teatro es la última  prioridad para los editoriales. Por   ejemplo de Passolini está toda la narrativa traducida, su poesía y sus  guiones de cine hace años; de teatro nada, eso pasa también con Pessoa y otros  autores. Las grandes editoriales sólo se preocupan de lo que se vende, la  narrativa hoy, antes un poco más la poesía, el teatro siempre al último. Pero  poco a poco, el teatro siempre es laborioso. 
        - ¿Es el texto dramático autosuficiente  o  se justifica en base a una futura una  puesta en escena?
  - Primero,  es vital publicar el texto dramático para que tenga ante todo lectores, hay que  terminar con ese tabú que leer teatro es aburrido, yo cada vez leo menos  narrativa. El teatro debe quedar escrito, y soy consciente que es distinta la  traducción para la edición inmediata, que si ha sido después de un montaje y se  publica después. Otros casos es el reciente monólogo de Darío Fo y Franca Rame  (esposa de Fo) sobre el sexo, que yo he llamado aquí  "Tengamos el sexo en Paz", que lo  está haciendo una actriz española, Charo López. Ese texto estaba modelado sobre  Franca Rame, eran sus experiencias sexuales, pasando por todos los tabués, es  muy gracioso. Yo lo reescribí entero para Charo López, le preguntaba  recuerdos de niñez, cómo era su relación con  su marido y  sus hermanas y  le cosí un espectáculo  a medida, y que a Franca le pareció  estupendo. Nunca podía ser igual, en la introducción al libro lo digo, esto  está hecho para Charo, cualquier otro montaje debe pasar por una reescritura  para otra actriz determinada.
        Me  parece muy higiénico contaminar los textos con cada visión siempre desde el  respeto y  el conocimiento profundo, hay  que tener cuidado, existen hilos imprescindibles por descubrir. Por ejemplo, la  versión de Hamlet Machine de los argentinos es espectacular.
        - ¿Cuál es tu opinión del estado  dramaturgia actual en España?
  - En  la actualidad tenemos una generación de dramaturgos y directores mucho mejor de  lo que el país se merece. La gente que tiene ahora treinta años es la mejor en  muchos años, por la cantidad de voces y estilos diferentes, la nómina es  altísima. Destaco gente como el teatro del Astillero, donde esta Juan Mayorga  que escribe de una manera casi prusiana, magníficamente, con unas metáforas complejísimas.  O Borja Ortíz de Góndora que escribe un teatro muy duro, muy nocturno, de la  violencia. A una mujer como Yolanda Pallín que quizás es una de las dramaturgas  más interesantes que tengamos con obras como Lista Negra o obras más íntimas,  un teatro lleno de silencios, muy contemporáneo. O la gente de la Sala Beckett  en Barcelona. 
        También  es un  buen síntoma que ahora exista la  carrera de dramaturgia y dirección, cuando antes sólo existía la especialidad  de interpretación.  En esta nueva  generación hay dos maestros claves: el catalán José Sanchís Sinisterra con su  Sala Beckett, y el chileno Marco Antonio De la Parra. Tuvieron mucha  importancia los talleres que se dieron en el Centro de Nuevas Tendencias, allí  formó mucha de esta gente cuando tenían veinte, veinticinco años.
        Marco  Antonio es un brujo, un envenenador,   igual que Sanchís que yo le digo el alquimista, si tiene su propio  laboratorio de mago medieval. Lo que hace con la palabra ese hombre, lo que ha  enseñado a escribir... Marco Antonio les ha enseñado a sus alumnos la osadía,  la libertad de escribir como quieren, de transgredir las leyes que les enseñan  en las escuelas, y de ser libres como autores, que es fundamental. Su libro  Cartas a un Joven Dramaturgo que circula por acá es clave. 
        El  problema es que el teatro es cada vez más va ser un fenómeno minoritario, quién  puede competir con la era audiovisual. Quién va a salir de su casa a ver una  obra de teatro si pide una pizza por teléfono, puede comunicarse por internet y  ver al mismo tiempo una película; es una época que induce al individualismo, a  recluirse, al cocooning. Y en el teatro tampoco   se ha creado una cultura  riesgo.
        - ¿En qué proyectos te encuentras  actualmente?
          - Bueno  hace poco tiempo terminé el trabajo en Eslavos   que me dejó muy satisfecha. Me  encuentro escribiendo ponencia para un encuentro de dramaturgas en Cadiz.  Siempre estoy escribiendo ensayos, reportajes, dicto seminarios. Quiero  comenzar a traducir un libro básico de línea teórico de Darío Fo, El Manual del  Actor. Después deseo seguir con Pílades de Passolini, que creo que es la única  obra que me va faltando de ese autor. Otro proyecto es montar Fabulación,  y traducir Decadencia de Berkoff.