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Borrador

Por Alejandro Zambra
Publicado en Etiqueta Negra, número 62, en la sección “Diccionario de la lengua”

No puedo olvidar esas revisiones puntillosas y angustiantes, a los ocho, a los nueve años: cada lunes la profesora examinaba los cuadernos, era su pasión, la única actividad que en verdad disfrutaba. Su fijación caligráfica estropeó la vida de algunos de nosotros o al menos nuestras tardes de domingo. El cuaderno de borrador era el cuaderno verdadero: la letra inestable, grande, una mancha de grafito desleído. Pero había que fingir otra escritura, cambiar la letra. El cuaderno en limpio era casi un dibujo, una laboriosa artesanía que rompía los dedos.

Para mí la letra siempre fue un problema. Aún vacilo —tiemblo— al momento de trazar algunas consonantes: obedezco, inconscientemente, a viejas lecciones mal aprendidas. Desde hace un tiempo llevo un diario que aquella estricta profesora reprobaría: mi letra es ambigua, más o menos adulta pero también infantil, de redondeos imperfectos. Pero no tengo una letra, en realidad. Me pasa lo que le pasaba a Mario Levrero en El discurso vacío: “Letra grande, yo grande. Letra chica, yo chico. Letra linda, yo lindo”.

Escribir no era fácil para Levrero. Anota, por ejemplo, sobre la B mayúscula: “El problema es que olvido por dónde comenzar a trazarla, y si no me sale espontáneamente, pensándolo no puedo conseguirlo. Hay algún truco en alguna parte, y no termino de descubrirlo”. También me gusta esta advertencia de Sylvia Plath en una carta a su madre: “Si la letra me sale medio torcida sólo se debe a que esta noche he bebido demasiada sidra”.

No sé si borrador es una palabra bella, pero hay belleza en los borradores, esa belleza rápida que buscaba Baudelaire. Yo escribo boceteando, sin planes, a la espera de una frase que no siempre llega. Pero a veces la frase llega y llama a otra y así. Un buen poema, sin embargo, nunca queda en limpio: de alguna manera siempre conserva la suciedad del borrador, el lado ilegible. Y eso busco al leer, también: huellas, marcas, borrones.

Hace años un amigo me dijo que el asunto de la página en blanco le parecía absurdo. Para mí la página está siempre enteramente escrita, lo que yo hago es borrar en la página negra, dijo, medio borracho. Desde entonces pienso que escribir es sacar y no agregar. Escritor es el que borra. Es un poco lo que observa Julio Ramón Ribeyro en este bello fragmento de La tentación del fracaso: “Una novela no es como una flor que crece sino como un ciprés que se talla. Ella no debe adquirir su forma a partir de un núcleo, de una semilla, por adición o floración, sino a partir de un volumen herbóreo, por corte y sustracción”. Cortar, podar: encontrar una forma que ya estaba ahí. Por eso me gusta tanto este verso de Gonzalo Millán: “El dolor se talla y se detalla”.

No olvido los borradores de pizarra (los ataques traicioneros por la espalda, los rectángulos de tiza en la chaqueta) y la goma de borrar. Hace poco compré una para limpiar la novela Toda la luz del mediodía, de Mauricio Wacquez. El antiguo dueño del ejemplar había anotado sus impresiones al margen y no eran favorables. A mí me gustan los libros rayados por otros, por lo que leí la novela en compañía de ese anónimo impaciente, que a veces deslizaba adjetivos sueltos (“rebuscado”, “siútico”, “pedante”, “cursi”) y con frecuencia dejaba caer frases largas y lapidarias: “voluntad de oscurecerlo todo”, “escenas truncas, que sólo insinúan una comunicación”, “no hay nada peor que la novela de un estudiante de filosofía”. De más está decir que esas anotaciones coincidían con los momentos para mí más bellos de la novela. Transcribo, ya que estamos, el primer párrafo: “De nuevo te veo beber en un vaso que aprieta tu mano celosamente; veo tu actitud siempre reclinada y estoy tranquilo porque sé que durará toda la tarde. Luego tendré que acompañarte para que tomes el autobús que te llevará a tu casa. Y esto no lo quiero; quiero guardarte conmigo”.

Después de leer la novela pensé, medio paranoico, que la letra del anónimo era bastante parecida a la mía. Tal vez por eso se me hizo urgente eliminar esos comentarios. Fue agradable borrar al intruso con la staedtler. Fue un verdadero placer.

 

 

 

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