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        UNA LÍRICA QUE DECANTA EN REALISMO
LA POESÍA DE BALAM  RODRIGO[1]
          
          Por Felipe  Moncada Mijic
        
          
        
        
          
        
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                Balam Rodrigo es el nombre de este poeta  nacido en Chiapas, México, quien ha publicado una numerosa cantidad de libros y  obtenido un número similar de premios nacionales e internacionales. Hoy,  gracias a la antología Bardo, publicada por Editorial  Carajo (Santiago, Chile), podemos conocer en Chile algo de su obra, compuesta  por  títulos como: Hábito  Lunar, Poemas de Mar Amaranto,  Silencia, Libelo de varia necrología, Larva agonía, Icarías,  Bitácora del árbol nómada, Cuatro murmullos y un relincho en los llanos del  silencio, Braille para sordos, Desmemorias del rey sonámbulo, y  Iceberg Negro. En la  antología Bardo, hay textos de algunos de estos libros, más  otro grupo de trabajos inéditos, funcionando como una mirada panorámica sobre  una obra en plena construcción y efervescencia.
         Para comenzar este comentario  pronunciaré un juicio impresionista, con el perdón de los  especialistas, pero me parece que en los primeros libros de Balam, hay una  fuerte presencia de aquello que los puristas denominan poesía lírica, entendida  informalmente por rasgos como: un gusto por la diversidad de palabras, una  elaborada complejidad de las imágenes, el gusto por elementos como ánforas,  cementerios, gárgolas, ciudades lejanas, lunas, mares, estrellas, muertos y una  estética ligada a la oscuridad; todo ello en una elaborada conjunción, una  especie de biología múltiple y sonora de vegetales y seres vivos, que luchan  por expresar una interioridad herida. 
         Ante el lector se despliega una especie de  barroco selvático por la multiplicidad de sus formas y el colorido de los  elementos, pero me parece que a partir de su libro Braille para Sordos, este lenguaje depurado decanta en otros  horizontes, para explorar la estética de la fealdad —según el canon dominante—  y observar su otra cara, a partir de las imágenes de la fotógrafa neoyorkina  Diane Arbus. 
         Antes  de continuar con la poesía de Balam Rodrigo, me gustaría hacer un paréntesis y  recordar los trabajos de écfrasis del  poeta Enrique Lihn, que lo han llevado, más allá de las pinturas de Hoopper o  Bacon, hasta el carnaval de Sitges, en una localidad cercana a Barcelona, en su  trabajo La Efímera Vulgata, a partir  de las fotografías de Luis Poirot, donde interpreta una serie de imágenes de travestis,  en la España recién liberada del peso tradicionalista de Franco. Y si bien la  columna vertebral del texto de Lihn es la descripción, la mirilla está puesta  en la belleza y su decadencia, en la vanidad traicionada por el tiempo, que  reclama al destino su golpe, es decir: la vieja tragedia de la vanidad  derrotada por la decadencia y la muerte. En La  Efímera Vulgata, las extrañas y estrambóticas imágenes de transformistas  (para el Chile de la época: 1980-1985), funcionan como una excusa para hablar de  aquello que cotidianamente ocurre: la muerte del sueño de permanecer, la  metáfora de lo efímero, pero a partir de la teatral oposición que realizan los  travestis fotografiados ante la crueldad del tiempo, como si la exageración de  la cáscara, según las leyes del glamour y el exhibicionismo, bastara para dar  manotazos de ahogado contra el océano de la desaparición.
         Balam, en su libro Braille para Sordos, realiza otro ejercicio de écfrasis, esta vez  en torno de las imágenes de Diane Arbus[2],  la fotógrafa neoyorkina que se especializó en registrar “freaks” de los circos,  carnavales, o entre los inmigrantes de la Gran Manzana y su precipitada  decadencia, en lo denominado “realismo crudo”: seres minimizados por el  positivismo, enanos, malformados, mujeres y hombres al margen del sueño  americano. Balam trabaja la idea de la monstruosidad y su enfrentamiento con la  cámara, como extensión de la mirada de Diane Arbus —que se suicidaría en el año  1971 a los 48 años de edad.
        En los textos de Balam, los seres monstruosos son  solo la cerradura para abrir la puerta a un mundo de lenguaje donde el lirismo  no es una bengala perdida, sino un mecanismo para ahondar en la fealdad, como  quien desgrana la cáscara de un mundo más profundo, donde lo metafísico se  impone sobre la superficie de las formas, y la utopía de la belleza amorfa de  los derrotados se irgue, como un castillo con sus propias coordenadas  estéticas, donde aquellos conceptos antiguos, como alma o corazón, se  materializan en las voces de quienes han quedado fuera de la fiesta de este  mundo.
         Pero en el texto de Balam, la voz describe no  solo la imagen, sino que paralelamente interpela a Diane, como una especie de  viajera frente al teatro de freaks que es el mundo. ¿Qué es una fotografía?,  ¿qué es lo que falsea o revela una imagen?, ¿qué pensamientos cruzan la soledad  de la fotógrafa?, es el tipo de preguntas que desarrolla implícitamente en su  poemario, al tiempo que realiza oscuras y lúdicas definiciones, de lo que puede  ser o no, el eco de la imagen. Por eso, a medida que avanza el libro, avanza  también la teoría, especulación, o metaimagen, mientras se entrelaza con la  biografía de la autora hasta su extinción violenta, camino que le permite  afirmar al poeta (cito):
        
          Toda belleza es monstruosa, aunque no hay más  monstruo que el corazón. Toda fotografía de Diane es un juguete poético, un  fragmento de la eternidad, rescoldo de una pira sagrada cuya brasa termina por  devorarnos el alma.
        
        Y  más delante, refiriéndose a Diane, como quien convoca a esa siniestra galería:
        
          Ella lo sabía mejor que nadie. Sus fotos nos  revelan que no existe la fealdad. Es otra la belleza: lengua de espejo con su negro  envés. Si Diane tomaba una fotografía de dos ángeles, del otro lado del papel  podíamos admirar la muchedumbre de su espalda, la nuca como un hacha partiendo  en sombras la luz.
        
        Estamos  frente a un lirismo que justifica su vuelo, en su búsqueda de una otra belleza, la heroica según el modelo  de Baudelaire, la que convierte a seres anónimos en héroes que se paran frente  al vendaval del materialismo y de la belleza externa según el canon clásico.
         Otro  quiebre importante en la trayectoria de Balam, de la que da cuenta la antología Bardo, ocurre en el libro Sobras Reunida (Antología de poesías &  pensamientos inútiles), donde incursiona en el espíritu de la matapoética,  haciendo crudos retratos de colegas, como una Corte de los Milagros en que la  sátira ataca los vicios del mediador cultural bajo las políticas del  neoliberalismo; allí aparecen el  narcopoeta, el poeta comprometido, el experimental, el marginal, el  subterráneo, el bohemio, el mundial, el académico, entre otros, como una  suma de estereotipos que conviene imitar para triunfar en el circo de la industria  cultural, es aquí entonces que su lírica se ensucia, se vuelve terrestre y  mundana, y por lo mismo, le permite expresar en clave de humor negro el  desprecio por la ambigüedad de los discursos. Se trata de un largo poema[3],  en el que se pueden leer fragmentos como los siguientes: 
        
          
            2.
              (…) El narcopoeta es un provinciano ilustrado 
              y recién apeado del caballo de su rancho, 
              un borderizo anorteñado que niega escuchar 
              música de banda y narcocorrido mientras bebe cerveza; 
              en cambio asegura cultivar el fado y la saudade lusitanos 
              y ser dúctil maestro en la inútil y atávica 
              melodía de la canción retórica, heterotónica. (…)
            3.
              El poeta comprometido aprovecha las palabras de la plebe 
              o las protestas de moda para escribir docenas de panfletos, 
              pero no puede empuñar un ramo de amor 
              para sus hijos o los hijos de los otros. 
              Poco sabe del hambre o de la sangre derramada 
              por los poetas combatientes que primero fueron hombres
              antes que llamarse poetas a sí mismos. (…)
            5.
              El poeta experimental excusa su falta de conocimiento 
              para escribir un solo verso claro, humano, 
              y esconde el dolor de su mediocridad 
              en el puro sinsentido de la pirotecnia 
              o en el gutural acto del fenómeno de circo. (…)
            8.
              El poeta bohemio ama los vicios, los prostíbulos, 
              la usura, el espeso aire de fiestas y tertulias 
              oculto bajo el disfraz de “artista”. 
            Besamanos de mecenas y políticos, 
              es una especie alérgica al trabajo 
              y aún tiene fe en la muerta inspiración. 
              Echado en la hamaca del cinismo, 
              esnifa cualquier mierda 
              pagada con el fruto de una beca. 
            Se queja de lo infame de estos días violentos, 
              inhumanos, pero el dinero de sus vicios 
              alimenta parvadas de sicarios y proxenetas. (…)
            10.
              El poeta académico tiene fanática fe 
              en que los versos deben medirse 
              como se miden los miembros de los toros: 
            centímetro a centímetro, 
              letra por letra, con el culo. (…) 
          
        
        En  palabras suyas, es su formación de biólogo la que lo hace clasificar las  conductas de los pares, elaborando taxonomías como buen entomólogo literario,  pero sobre todo, toma de las propias actitudes que observa: conviven en la  personalidad, arrojando primero la piedra sobre sí mismo, para amortiguar la  crítica ácida a la vanagloria, que oculta la inmunidad que otorga a los poetas  retratados, el ser representantes de “lo cultural” en este mundo de máscaras.  Seguramente en nuestro campo de cultivo nacional, esta enumeración podría  crecer, como crecen las floras bacterianas en los intestinos de los cuerpos bien  nutridos.
         En  los poemas inéditos que se incluyen en la antología Bardo, aborda el tema de la violencia social sobre los migrantes  que pasan por México provenientes de otros países centroamericanos, y es  interesante notar el hecho de que la condición pueblerina del autor es  bellamente descrita en textos tempranos como El corazón es una pitaya madura, Nómadas del aire, o en el homenaje a Rulfo que hace en su libro Cuatro murmullos y un relincho en los llanos  del silencio, en su libro Icarías o sus poemas sobre el río Sabinal, y posiblemente es esa sensibilidad de  habitante de la pequeña Villa de Comaltitlán, en Chiapas, la que le permite  fijarse en la experiencia de vida de otros aún más excluidos, los maras, los  migrantes, los trabajadores esporádicos de las cosechas, vidas mínimas que si  llegan a trascender, es en las páginas rojas de un diario provinciano. En este  grupo de textos vuelve a aparecer su veta lírica, pero ya endurecida: sí, son  los caminos aldeanos, pero llenos de piedras y de zarzas, por donde pasan los  camiones con indocumentados hacia una vida mejor o hacia la muerte, en estos  poemas aparecen las voces del pueblo endurecidas por la violencia, las Fuerzas  Especiales, la esperanza y su opuesto, cito un texto de ellos:
        
          
            Juan López, apóstol del cemento y el alcohol, 
              camina y serpea por las calles de Colinas del Rey 
              a la hora en que gallos y perros aúllan a la noche 
              con la rabia del trópico mordiendo sus párpados. 
            Camina descalzo y sin camisa: la ha dejado 
              –no lo recuerda ya– tirada en la Avenida Central 
              como la bandera de una patria derrotada por el miedo. 
            Tiene en el frente las siglas de un equipo de futbol, 
              y en el reverso, un número soñado por la muerte: 13. 
            Al amanecer, será un lienzo ahogado en sangre, 
              la piel de un ciervo desollado con cuchillos de sal. 
          
        
        Balam  en lengua maya, quiere decir “jaguar”, y en su poesía y persona hay algo de  aquellos seres mágicos del Popol Buj, de esos hombres de maíz o de barro que  nacen de la selva y que protegen sus aldeas desde la dimensión del espíritu;  con rayos precisos que encantan como arcaicos instrumentos musicales, entre su  biología, teología, prodigiosos jugadores de pelota y pájaros de plumaje y voz  iridiscente. 
         Solo  queda agradecer a Editorial Carajo esta publicación y desear que sea difundida  y leída, pues establece un gran puente entre el sur de México, Centroamérica y  la poesía y personas de estas tierras australes.
        
          Valparaíso,  junio 2016
         
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        NOTAS
        
          
            [1]Balam Rodrigo nació en Villa de  Comaltitlán, Chiapas, el año 1974. Poeta y narrador. Licenciado en biología por  la Facultad de Ciencias de la UNAM. Estudió la maestría en ciencias biológicas  y un diplomado en teología pastoral.
           
          
            [2] Diane Arbus nació en Nueva York en 1923. Trabajó en campañas  publicitarias y de moda para revistas como Vogue y Harper’s Bazaar. Estudió  fotografía con Lisette Model, quien la alentó a concentrarse en la fotografía  personal y en el realismo crudo.
           
          
            [3] El poema se titula: Discurso  y demostración poética en torno a “nuevas discusiones” según la mecánica lírica  & el movimiento retórico: el origen de las especies poéticas o principios  matemático-metafóricos de la poesía no natural (estructura de las revoluciones  po(l)émicas).