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El reinado de Carmen Berenguer

María Teresa Cárdenas
Revista de Libros de El Mercurio/ Domingo 27 de julio de 2008

Este miércoles, a las 11 horas, la poeta recibirá de manos de la Presidenta Michelle Bachelet el Premio Iberoamericano Pablo Neruda con el que por primera vez en sus cinco versiones se reconoce el trabajo de un chileno. Y eso no es todo: original e inclasificable, la autora también postula al Premio Nacional de Literatura.


"Estoy recuperando un poco de historia, ¿no?", se interrumpe a sí misma, mientras surgen de manera fragmentada y dispersa las vivencias, las imágenes, las personas, los lugares. "Porque la memoria no es algo fijo, va y viene, es un raconto y cada cual hace su recuerdo", afirma. Los restos de cigarrillos se acumulan en el cenicero, pide otro café y por la ventana abierta de su departamento en Plaza Italia se cuela un rumor lejano y constante, un mar de cantos, bocinas y gritos. El mismo que ella acoge en sus textos y poemas y que, cuando la realidad urbana la supera, cambia por el mar que ve desde su casa de Las Cruces. De ventanas y mente abiertas, Carmen Berenguer (Santiago, 1946), también llamada Emperatriz -su primer nombre, no un seudónimo-, es uno de los productos más atípicos de nuestra literatura.

Bobby Sands desfallece en el muro, Huellas de siglo, A media asta, escritos en los años ochenta -y reunidos en el volumen La gran hablada (Cuarto Propio), así como sus posteriores Sayal de pieles (Francisco Zegers Editor), Naciste pintada (Cuarto Propio) y mama Marx (Lom), dan fe de "su audacia en el tratamiento del lenguaje" y de "una mirada diferente sobre las violencias y contradicciones contemporáneas", algunas de las razones por las que en marzo obtuvo el premio que este miércoles recibirá en el Palacio de la Moneda. Un premio que lleva el nombre de Neruda, es de alcance iberoamericano y por primera vez se entrega a una poeta chilena.

-¿Cuál de estos tres aspectos es para ti más relevante?
-El conjunto ha sido enjundioso, es Pablo Neruda el gran poeta clásico de la lengua castiza y esplendente, aun cuando he problematizado la figura provinciana que se hace del vate en Chile. Por otro lado, como no me gusta el chovinismo y tampoco quiero ser majadera, es importante que lo haya obtenido una poeta, porque sirve para corregir el silencio socarrón del machismo nacional y las ausencias de mujeres en la literatura, ya insoportables en este siglo XXI. Y además, nada me ha sido regalado.

-Cuando te comunicaron el premio dijiste que te lo merecías, ¿en qué pensaste entonces?
-Mis quince minutos de fama (se ríe). Yo soy una persona bastante descreída, me cargan los embelecos, me cargan los arrumacos, todas esas cosas las encuentro falsas; por supuesto que no soy moralista frente a eso y no exijo un purismo. En ese sentido, fue una humorada. Y por otro lado, también por esa pacatería nacional, con esa falsa modestia, esa humildad. Imagínate, la frase era de una publicidad para el pelo. Es bueno tener humor, tú no puedes ser una persona todo el tiempo tan seria y revestirte de esa gravedad con la cual aquí acostumbran a ver al poeta. Si hoy día el poeta es un pobre diablo, que apenas subsiste. Hay preocupación por el objeto en el arte, el objeto como mercancía. Entonces, ¿qué puede la poesía? ¿Escribir poesía es qué? Los premios son buenos, maravillosos; tampoco voy a ser una desagradecida. Los premios hacen que otra gente te lea, tal vez amplían lecturas sobre tu trabajo.

-¿Cómo te descubriste poeta?
-Creo que fue la conciencia que tuve de un recuerdo de infancia, y que luego se manifestó en la juventud cuando escribí aquello que no podía comunicar por otros medios. Pienso además que veía el mundo al revés, no pretendo decir con esto que mi asma y mi dislexia sean una exégesis literaria.

-¿Qué representa tu nombre Emperatriz?
-Ese nombre se mantuvo suspendido porque nadie podía pronunciarlo bien, lo que me indicaba que no querían decirlo, y un día Francisco Casas lo ficcionó en su libro Yo Yegua. Fue el nombre de la cantante Emperatriz Carvajal; tal vez esos nombres se usaron en el siglo pasado. Yo recuerdo a la Imperio Argentina, o La Martirio o La Pasionaria, eran nombres rimbombantes. Pero es tan simple como que me lo puso mi madre porque su gran amiga se llamaba Emperatriz. Y para terminar el cuento, ese nombre me hizo inventar mil nombres para mí.

Casada "toda una vida" con el científico Carlos Jerez, en 1969 lo acompañó a hacer un doctorado en Iowa City. Fue su primer viaje a Estados Unidos. El segundo, también por estudios de su marido, y para "arrancar del horror de Chile", fue en 1979, a Nueva Jersey. "Cruzaba el Hudson a través del Lincoln Tunnel y llegaba a Nueva York. Ahí estuve muy ligada al exilio chileno", recuerda. A fines de los 90 el motivo fue literario y viajó apoyada por la beca Guggenheim. El resultado fue Naciste pintada, un libro de prosa, dividido en tres partes.

-¿Qué ha significado para tu trabajo con el lenguaje compartir la vida con un científico?
-¡Uf! Creo que podría doctorarme en ciencias. La fascinación por el conocimiento de la vida orgánica y su lenguaje completamente desconocido del abecedario de la lectura del cuerpo, es decir, el genoma humano. El ADN recombinante implica una mutación del lenguaje, y la tercera ley de la termodinámica, en mi locura hice una analogía con el grado cero de la escritura. Todo un mundo que tenía que explicarse; al mismo tiempo imaginar esas combinaciones en unas bacterias esquizoides que viven en los límites y que se llaman extremófilos. ¡Extravagante!, ¿no?

-En "Naciste pintada" recorres Valparaíso con algunos poetas y con Brenda, una prostituta. ¿Siempre ha existido en ti esa apertura hacia los mundos desconocidos y marginales?
-Yo creo que todo surge, para ser un poquito lárica, del momento en que tú vives, dónde naces. Eso también forma parte de la cultura y es lo que yo generalmente integro en mis libros. Voy integrando fragmentos míos, de vivencias y de lecturas. Mi madre fue dueña de pensión, en uno de esos momentos trágicos de las mujeres que tienen que ganarse la vida. Eso me dio la oportunidad de conocer muchos personajes. Una vez llegó una mujer que se llamaba la Bella Estrella; ¿tú te puedes imaginar que alguien se llame de esa manera? Era detective y contaba cómo se disfrazaba para capturar monreros, cogoteros. Yo era adolescente, y escuchaba esas fascinantes historias de la vida real. Por otro lado, llegaban estudiantes, chicos de clase media, que venían a estudiar a Santiago a las universidades. Esos mundos estaban ahí, como los describe también Donoso, y lo hace espectacularmente.

-Hay bastante alusión a José Donoso en ese libro. ¿Qué relación tuviste con su literatura?
-En Estados Unidos me leí prácticamente todo el boom latinoamericano a una edad bastante juvenil, no tenía mucha otra cosa que hacer más que cuidar a mis hijos y leer.

-¿Qué otros textos o autores fueron importantes en tu formación literaria?
-Góngora en toda su diversidad, y sobre todo la relación entre lo culto y lo popular en su poesía; La escritura de Raimundo Contreras, de Pablo de Rokha, me dio el pase a la vanguardia; Cantoral, de Winett de Rokha, la relación entre la poesía y lo político; la palabra en la garganta y lo mujeril de Gabriela Mistral; la renovación del lenguaje en Huidobro; Canto General, de Pablo Neruda; el cut-up de Kerouac; Patriarchal Poetry, de Gertrude Stein, en fin, cada autor, cada verso, metáfora, forma en la que se queda afectada, como Paseo Ahumada, de Enrique Lihn; Ciudad, de Gonzalo Millán en los 80. Los Náufragos, de Dulce María Loynaz; Nunca más, de Sábato...

-¿También te formaste con la música, el cine?
-Todo el cine de posguerra europeo, el neorrealismo italiano lo vi haciendo la cimarra en el cine Toesca; le decían el Liceo Toesca. Todos los días veo cine de los 50, 60. La música es parte constitutiva en mi poesía, y forma parte de mi registro auditivo toda la música; en mi adolescencia, el rock fue locura junto al bolero y la ranchera, luego Violeta Parra y Víctor Jara fueron mis ídolos en los 70, junto a Bob Dyland y Lou Reed, folk-rock, el blues, los fados, el cante jondo. De Chile me gustaban "Las panteras negras". Haría un libro de la música que me importa.

-¿Con qué grupos literarios te relacionaste en tus inicios, en los ochenta?
-Como siempre fui una chica inquieta, y venía con una historia fuerte detrás porque me había perseguido la Dina, CNI en ese tiempo, me aconsejaron que fuera al taller literario que se había abierto en la Sociedad de Escritores de Chile. Estaba Sánchez Latorre, y era como un campo de lucha por la libertad de expresión. Se hacía una política chica, la mayoría eran seudopoetas, incluyéndome; todos estábamos ahí por alguna razón de escape, pero fue importante para mí. Era un taller de desesperados.

En ese contexto publica su primer libro, Bobby Sands desfallece en el muro, tomando la figura del preso irlandés que muere tras una huelga de hambre. Recurre al graffiti para expresar el delirio del personaje, y a través de él habla también de la realidad chilena.

-Hay alguien que está escribiendo en la pared, desesperado. A mí me sirve mucho la ciencia y leí un libro de medicina para saber qué ocurría cuando se moría de hambre, cuál era el proceso. Y ahí, justamente, decía que había momentos de pérdida de la razón, delirio. Y claro, ese fue el sentido del libro, dar esa idea de muerte por hambre. Pero también del hambre en general, del hambre de libertad, de muchas cosas.

-En los tiempos de la dictadura te definías como activista cultural, ¿cómo te defines hoy?
-Igual, sólo que ahora lo hago en forma más reflexiva, no salgo a la calle, porque estoy más vieja, pero apoyo a los estudiantes, a los pingüinos, a esta chica Elena Varela, que está detenida, a la dignidad del pueblo mapuche. A esas cosas siempre voy a estar atenta. Siempre sigo preocupada por lo que me rodea.

"Este premio sirve para corregir el silencio socarrón del machismo nacional y las ausencias de mujeres en la literatura".

 

 

 

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