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NO FALTABA MÁS

Poesía de Claudio Bertoni
Santiago: Editorial Cuarto Propio, 2005. 136 pp.

Por Francisca García
Revista Taller de Letras, N°37 , Año 2005

Considerando la predilección del poeta Claudio Bertoni por publicar sus aparentes diarios de vida, esta vez con "No faltaba más", considero estamos ante una poesía lúdica y optimista, en la que el hablante ya no se encierra en angustias dolorosas, sino más bien se presenta como un jugador de barrio, un prosaico rejuvenecido, un hombre satisfecho. Hoy Bertoni se aprovecha de su habilidad lingüística y crea los juegos de palabras más vitales en una variedad de escenarios temáticos.

Nacido en 1946 en Santiago, en sus comienzos artísticos Bertoni se inserta en el grupo ‘marginal’ de poetas de la generación del sesenta. En esa década formó parte del colectivo “Tribu No”, junto a Cecilia Vicuña, Marcelo Charlín y Francisco Rivera. La poética de esta agrupación estaba influenciada fuertemente por la Generación Beat, específicamente en el modo que ellos tuvieron de elaborar punzantes críticas, y de enfrentarse y relacionarse con la complejidad de la ciudad. Desde entonces se ha destacado también como músico y fotógrafo. Ha publicado nueve libros (el primero en 1973, "El cansador intrabajable") y una traducción de poemas de Charles Bukowsky. "No faltaba más" es su octavo libro de poemas.

Pareciera que Claudio Bertoni en estos últimos años está empeñado en dar a conocer sus multirreferenciales diarios de vida (De vez en cuando 1998, Jóvenes buenas mozas 2002, Harakiri 2004, No faltaba más 2005), cuyos tonos incansables expresan alternativamente las polaridades básicas del sentir humano. De allí que el Bertoni filósofo-religioso (muy pocas veces comprendido, y más aún, reconocido) pase rápidamente a convertirse en el Bertoni desvergonzado, el Bertoni poeta en fotógrafo y luego en músico, el Bertoni provinciano en capitalino, etc. Lo fundamental en el poeta es que a pesar de que se visualizan todos esos roles de manera independiente, coexisten con la misma fuerza. Sólo de esa manera se logra que en toda su desvergüenza haya espacio para Dios y el misticismo.

Esta vez el poeta abandona los aires más oscuros de libros como De vez en cuando o Harakiri, que abordaron el desamor, la muerte, la enfermedad y la carencia, y construye una obra en donde coexisten diversas temáticas que tienen un común denominador: la satisfacción existencial. El libro está dividido en cinco partes, en las que involucra, además de sus aventuras poéticas, sus fotografías, las cuales son las encargadas de introducir y dividir cada una de las partes, rescatando siempre a la mujer en lo más efímero de su cotidianidad.

En cada una de las secciones, el hablante se desenvuelve en roles diferenciados: como psicópata de quinta categoría con su vecina (I parte); como don juan callejero (II parte); como un adiestrado musical, principalmente de jazz (III parte); como un actorcillo porno (IV parte); y como un hombre satisfecho vitalmente (V parte). De esta manera el libro se convierte en un pequeño viaje de lectura, en donde vamos recorriendo las distintas facetas de un hablante.

Hay dos cosas que me gustaría exponer que me parecen interesantes de abordar con respecto a estos poemas (viables también para la obra bertoniana en su conjunto). La primera, referente a cierto tipo de imágenes poéticas; la segunda, referente al papel del lector.

Existen ciertas imágenes poéticas que desde mi punto de vista constituyen el valor literario de la obra de Bertoni, pues construyen el atractivo estético de la obra. Estas imágenes generalmente afloran en casi todos los trabajos del poeta, aunque, hay que decirlo, son escasas, y se construyen con una creatividad que bordea la inocencia y con una agilidad sorprendente para relacionar referencias. Inverosímiles imágenes, al límite del infantilismo, pero siempre aludiendo a la madurez, incluso a la pornografía. De Ni yo recuerdo el poema “Mi cuerpo es un campo de batalla”, el cual relata la experiencia de dos hombrecitos atravesando el cuerpo del hablante (con toda la descripción pertinente), cada uno desde un extremo, hasta juntarse en el ombligo para combatir. Luego, de De vez en cuando, dos poemas, “La ensalada” (Sucedió algo maravilloso/ Entre las hojas de lechuga / Había un pedazo de palta.) y “Podríamos irnos”, que presenta el interior de un cuesco de palta como el hogar supremo para la pareja feliz. En No faltaba más, algunos ejemplos:

Siesta
después de almuerzo
cierro los ojos y
cuando los abro
es tanto el gusto
que me da
que salgo al jardín
y me doy un banquete
de pinos pasto y mi vecina!


(con todo respeto)
las mujeres son todas putas
nos dejan que les veamos la cara
nos dejan que les veamos la boca
nos dejan que les veamos el pelo.
las bocas debieran llevar sostén
y cada pelo un pantalón.


(Sin título)
el día está hermosísimo
dan ganas de ser 2 Claudios
para disfrutarlo más todavía.

En segundo lugar, me parece no menor el papel que ocupa el lector en la recepción de estos poemas (principalmente los eróticos y/o “pornográficos”). Si bien en el espacio de No faltaba más como diario de vida lo más cierto es que el único actor —activo— es el poeta, al ser publicado el texto el lector inevitablemente pasa a formar parte del juego, esta vez trascendiendo la función primaria del diario de vida como plataforma exorcista, pues se transforma en un voyeur sin querer serlo, con todo el goce que identifica a ese rol, involucrándose hasta lo más íntimo de la información otorgada. Este papel activo en los diarios de Bertoni (porque resulta difícil no querer conocer más sobre las aventuras de esta suerte de flâneur —imposible no afrancesarse— del tercer mundo, que aprehende hasta las más mínimas instancias cotidianas en su desvergonzado mundo y con una cuota de humor imperdible) sitúa al lector como un actor más de la ficción presentada, con lo que se pierde toda la verosimilitud que a priori existía sobre el género del diario de vida.

De Bertoni, ni presencia pública ni presencia académica. A pesar de ello publica mucho, inclusive es columnista. En la V Región es un rumor constante, se le ve merodeando por algunas calles y playas, o sentado en un café “entre jubilados”.

 

 

 

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