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La literatura en el espacio público: Un diálogo con Carlos Labbé

Marcy Schwartz
Rutgers University

Revista Confluencia. Spring 2015, Volume 30.2
http://www.unco.edu/



 


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Esta entrevista se llevó a cabo en Nueva York en noviembre de 2012. Carlos Labbé reside en USA desde 2010. Autor de novelas y cuentos, nombrado uno de los mejores narradores jóvenes en español por la revista Granta en 2010, es también músico además de formar parte de la editorial independiente Sangría. Esta conversación se inicia en torno a la participación de Labbé en el concurso de cuento corto Santiago en 100 Palabras. El concurso empezó en 2001 y es auspiciado por la revista Plagio, la compañía Minera Escondida y el Metro de Santiago, y es abierto a cualquier ciudadano chileno o residente en Chile. En su primera etapa, los autores entregaban su cuento en papel en buzones en las estaciones de metro, hasta convertir el proyecto en forma digital. El concurso ha crecido de manera exuberante desde el primer año, cuando recibieron casi 3,000 cuentos, hasta recibir en años recientes casi 60,000. Los ganadores reciben un premio de dinero además de la publicación de su cuento en afiches de publicidad en los andenes del metro y en las paradas de buses. Periódicamente, se publican antologías de los mejores cuentos (los ganadores y los de preferencia del jurado) en libros que se regalan gratis en el metro. Labbé publicó dos cuentos en dichas antologías. A continuación el novelista y cuentista comenta el concurso en relación a la literatura en espacios públicos, sugiere algunas tendencias actuales en la literatura chilena, y reflexiona sobre los medios masivos y los hábitos de lectura en nuestro momento de comunicación digital.

Marcy Schwartz: ¿cómo y por qué decidiste participar en el concurso Santiago en 100 Palabras? ¿Cuáles han sido los resultados? ¿Has visto cambios en el concurso desde su inicio?
Carlos Labbé: Yo conocí la revista Plagio en el año 2001. Estudiaba literatura en la Universidad Católica, la licenciatura. Teníamos un amigo en común con Ignacio Arnold. Creo que eso ha mejorado en los últimos años, pero en el ámbito literario chileno funciona mucho el “yo te voy a pasar el dato de no sé qué”, el conocer a alguien. Es lo que se llama “pituto.” Este amigo en común me dijo: “oye, tú eres escritor, por qué no mandas un cuento a estos amigos que tienen el grupo Plagio y una revista pequeña." Ellos estaban recién empezando. Se los envié y me publicaron en la revista. Ese fue el primer contacto que tuvimos, un contacto de un colaborador con una editorial. Luego no los vi más hasta que empieza el concurso Santiago en 100 Palabras. Yo los había conocido en la etapa previa. En la etapa previa la revista Plagio estaba orientada a presentar a nuevos narradores y nuevos poetas en un formato que después desapareció, un formato de revista de diseño; las revistas eran muy cuidadas en términos de diseño corporativo y en formato de bolsillo, como un germen de lo que vendría en Santiago en 100 Palabras. Las tapas eran en un couché grueso con un diseño a la moda de la época, muy simple, muy minimal. Siempre combinaban el texto con la obra de algún artista. La idea de ellos era darles visibilidad a los nuevos creadores. Ellos la regalaban, o la vendían muy barato a quinientos o mil pesos. Los editores eran sociólogos, los tres; como buenos sociólogos, ellos pensaban distinto a los escritores: ellos pensaban en la circulación. Vieron que la circulación de esa primera revista se iba a quedar siempre en los círculos de los escritores y entre los amigos. Por eso iban a las discotecas, a los lugares donde tocaban las bandas; todo en un circuito de clase media alta de Santiago, todo reducido en términos de clase, reducido en términos de localidad, reducido en términos de distribución. Un par de años después salió el Santiago en 100 Palabras.

Yo como todos los santiaguinos me quedé impresionado, porque el Metro de Santiago es algo muy limpio, higiénico, extremadamente controlado. Es una especie de panóptico el Metro de Santiago: en el metro no cabe ningún tipo de marginalidad social, no te encuentras nunca un vagabundo en el metro, aunque sí hay en toda la ciudad. Todo es muy limpio, incluso la administración ha logrado convertirlo en algo chovinista: el chileno medio dice que una de nuestras grandes cosas es el metro de Santiago. Está limpio, en cambio el de Buenos Aires está antiguo y sucio. El metro es un símbolo del neoliberalismo. En el 2010 había una propaganda que decía: “el metro es tuyo, cuida que no te lo rayen”, porque estaban empezando a aparecer grafitis y escraches. Ellos lo detectaron, y es muy vistoso como plantean traspasarle al usuario el rol de fiscalizador. Y me acuerdo de haber visto a gente, muchachos, riéndose nerviosos, y todos empiezan a mirar de lado, a sentirse vigilados. No es un lugar público.

El metro es un lugar mixto, como una sala de espera de un médico; un lugar de paso donde sin embargo se sabe que hay un dueño. El metro es una empresa privada. Entonces cuando apareció Santiago en 100 Palabras inmediatamente llamó la atención porque alguien había logrado romper el cerco de las empresas chilenas, que no tienen ningún tipo de responsabilidad cultural. Hasta ahora a los empresarios chilenos, a las empresas y también a las autoridades les cuesta entender la noción de capital simbólico, algo que vale tanto y que es mensurable también. El capital simbólico del metro de Santiago es mucho. Los administradores se dieron cuenta. Desde hace un tiempo tienen el “Metro informa”, paneles grandes en algunas de las estaciones más transitadas repletos de carteles. Ahí la gente sabe de conciertos, películas, obras de teatro. Ceden algunas paletas de publicidad para anuncios comunitarios gratis. Hay algo de responsabilidad social-cultural por parte del metro, pero no han abierto las puertas a la creación: nunca vas a escuchar a un cantante en el metro como sí pasa en cualquier metro del mundo.

Creo que Santiago en 100 Palabras es la única apertura de este espacio semi-público a la creación directa, y por eso fue importante. Pero por otro lado uno como usuario cotidiano del metro notaba demasiadas concesiones de parte de los organizadores de Santiago en 100 Palabras a la administración del metro: la estética de las ilustraciones y la gráfica tienen mucha relación con la corporatividad del metro, en colores y dimensiones. Además está lo estrictamente literario. Yo alguna vez hice una crítica literaria al libro; está en internet. [1] Cuando salió el primer librito, que lo repartieron gratis –eso es bueno también– en este sitio web de crítica interpretativa, no prescriptiva sobre libros relativamente nuevos dije que era interesante lo que estaba pasando con Santiago en 100 Palabras, en general lo que había y lo que hay son análisis sociológicos, del impacto en la lectura, y de cómo reacciona la gente, pero que nadie se había sentado a analizar la propuesta literaria de estos microcuentos y de libros como éste. Mi lectura a ellos no les gustó mucho porque era negativa, en el sentido de que esta estética corporativa del metro se vinculaba directamente a los cuentos en sus formas convencionales de “principio-medio-fin”, en el monologuismo que se cierra en un solo narrador, en una apuesta donde el autor está siempre presente, en el acercamiento más confesional que ficcional a la creación. Eso me llevó también a pensar que lo que les importaba no era tanto la propuesta textual en el proyecto, sino que más les importaba que la gente volcara su escritura.

MS: Creo que sí. Creo que era parte de la intención, de transformar a cualquiera en autor.
CL: Exacto. Pero al mismo tiempo quien ganaba recibía un millón de pesos y era publicado en las paredes del metro. Su cuento estaba ahí colgado durante varios meses, sin embargo no había otra circulación que esa. La gente podía verse convertida en autor en el espacio semi-público, pero al mismo tiempo esa autoría no pasaría nunca más allá del espacio semi-público.

Quien gana se vuelve autor por seis meses. Casi a la manera de un reality show, en el sentido de que someten a la persona a la experiencia de convertirse en un autor público –o semi-público. La gente la reconoce. Sale este librito y el librito tiene una circulación gratuita. Sería relevante que le agregaran una nueva etapa donde el autor va a participar en una gira de escritores o cualquier otra instancia reservada a quienes han publicado libros.

MS: En un taller, o leer en la escuela, hacer algo para seguir con el vínculo.
CL: Claro. También todos los años salen nuevos ganadores y lo único que los une cuando se publican estos libros compilatorios es haber sido ganadores o seleccionados. No hay por ejemplo una reunión de estos autores. Sería productivo por ejemplo, juntar otros autores con los ganadores o los participantes de Santiago en 100 Palabras en otros espacios, para discutir sobre la instancia de escribir en el espacio público. Esto tiene mucho que ver también con el neoliberalismo y con el espacio semi-público del metro que lo limita: nosotros, los que mandamos, te permitimos acceder a la autoría y a los usuarios les permitimos acceder a la experiencia estética y cotidiana de leer. Pero no puedes pasar más allá de eso. No te vamos a permitir mayor asociatividad, porque mayor asociatividad puede volverse un fenómeno peligroso, subversivo o incontrolable. Yo estuve en una de esas premiaciones, en la Feria del Libro de Santiago. En ese momento la hicieron en la plaza central y al ganador le pasaron un cheque gigante, muy espectacular todo. Es la estética televisiva que ha permeado todas las formas de trato social público en Chile. Porque en Chile es lamentable esa aceptación barata, a mí no me gusta nada esa estética de espectacularidad de casino. Todo es sobre exponerse, como en un reality show. Se instituyó que las prácticas públicas deseables son las del reality show: sólo importa la opinión que los otros tienen de uno, el qué dirán, el panóptico. Yo creo que Chile es uno de los países donde la paranoia es más extendida, por estas prácticas neoliberales y también por la evidente herencia colonial española de represión. El lado positivo tal vez sea que todo el mundo puede exponerse y recibir algún tipo de reacción. Entonces lo esperable es que la literatura salga al espacio público –o semi-público– también espectacularizada. Es un costo.

MS: Se trata del costo de ser masivo. En fin, sí quieren ser literarios pero también masivos. ¿Has formado parte del jurado alguna vez?
CL: No, nunca me han invitado. Es que saben que soy un poco crítico del asunto. Ellos me leen, nos conocemos desde hace más de diez años. Yo creo que también hay un problema con el jurado. Porque te acuerdas que te hablaba al principio de que la revista empezó siendo una revista de los nuevos escritores y creadores, pero se reducía siempre a un círculo. Creo que fue interesante que Plagio se masificara en términos de producción y de exposición. Pero en términos de curatoría siguen siendo elitistas, a pesar de intentar abrirlo a otras sensibilidades sociales invitando a un escritor de una editorial corporativa de origen popular. O a Alejandro Zambra, [2] que narra en busca de un discurso de clase media, y ahora es famoso. También autores cuyo origen está en la clase alta, como yo: sé que provengo de un estrato social alto, cultural y económicamente; es un tabú en Chile hablar de clases sociales, y otro tabú es ponerse explícitamente en contra de la propia clase. ¿Por qué no hacerlo? Otro asunto: la participación de las mujeres está muy subrepresentada en ese concurso. No hay escritoras en general en el jurado, tal vez también entre quienes ganan.

MS: También de barrios, muchos de los autores provienen de Providencia, Las Condes, etc.
CL: También algo que yo he aprendido aquí en Estados Unidos es que hay grupos simbólicos y biológicos diferentes que no aparecen siquiera nombrados ahí. Cualquier comunidad que en su propia existencia y afirmación entra en conflicto con la idea chilena –nacional, corporativa, metropolitana– de que somos homogéneos. La comunidad mapuche, por ejemplo. Hay muchos y muchas poetas relevantes en esa tradición, y sus narradores todavía no son publicados en prosa. Tiene que ver también con la idiosincrasia. Ellos tienen una relación sagrada con la palabra, entonces todos los escritores son poetas porque tienen una relación de debate conversacional.

Sería necesario que hubiera voces narrativas de las comunidades aymaras o las quechuas del norte, o de los inmigrantes del sur de Perú en Santiago, una colonia que está en aumento. O voces descendientes de croatas desde Magallanes, o de los nietos de bávaros desde los lagos del sur. ¿Y qué pasa con los relatos de las comunidades homosexuales, diversas ya entre sí? Creo que esa heterogeneidad no se plasma en este concurso porque a quienes lo organizan se les nota su formación cultural, donde no hay diversidad más allá de su propio horizonte social capitalino de clase acomodada. Aunque ellos, yo creo, por su formación de sociólogos estudian constantemente su proyecto y se deben dar cuenta de este problema de representatividad.

Creo que hace falta pensar además en la sobrevida de los textos. Porque la literatura algo propio que tiene es que ofrece una trascendencia a los textos. Pero, por ejemplo, me llegó justamente ayer un email de Santiago en 100 Palabras. Abrieron una nueva etapa, “Ilustre Santiago en 100 Palabras”. La gente puede mandar ilustraciones, dibujos, todo tipo de intervenciones gráficas. Entonces yo me quedé pensando que me iba a juntar contigo y conversar de esto: en realidad lo de Plagio no es la literatura, lo que hacen es difusión de la creación de cualquier tipo. Ellos también tienen un premio de cine, en formato micrometraje. Ellos están apostando a que la gente sea productora de arte. Eso es muy interesante, aunque al mismo tiempo está muy vinculado a lo que pasó en los años 90 con Fondart [3] y la cultura de subvención estatal a los artistas y al asistencialismo cultural. Las instituciones dijeron “tenemos que hacer que Chile produzca una nueva imagen de sí mismo”, que estaba muy derruida por la dictadura.

MS: Claro. No sólo debido a la dictadura, tengo la impresión, por lo que he leído y conversado con santiaguinos. También hay una conciencia en relación a Santiago de que no tiene el brillo por ejemplo de Buenos Aires, de ser la ciudad Cono Sur secundaria. Hace falta una auto imagen positiva.
CL: La autoestima colectiva era baja. Esa idea de que los chilenos somos introspectivos, rudimentarios, que nadie nos entiende cómo hablamos. Cuando hablo con gente de Colombia, con peruanos o mexicanos, todos encuentran que su lengua la pronuncian muy bien. Cuando estoy con algún compatriota a veces sale esta idea tontísima de que los chilenos tenemos el peor castellano de Latinoamérica; yo reacciono mal porque se trata de una variante como cualquier otra, o bien de un idioma en sí mismo. Los colombianos históricamente han tomado la decisión de que el castellano más lindo y correcto de Latinoamérica es el colombiano; ahí hay una política constante de su Estado. Ahí tienes a Rufino José Cuervo, uno de los más importantes lexicógrafos del castellano, y a Fernando Vallejo, en su faceta de gramático. El estado colombiano creo que a fines del 19 tomó esa idea de la belleza lingüística para conformar una identidad nacional.

Al mismo tiempo está la idea contraria, también institucionalizada en Chile, de que las culturas locales y sus maneras de expresarse siempre han sido rudimentarias, rústicas y campesinas de cierta manera. Esa habla es lo que vinieron a dignificar Violeta Parra, Nicanor Parra o Jorge Teillier, entre muchos otros.

MS: A mí me parece musical pero no rústica.
CL: Claro, pero la autopercepción es que somos rústicos y eso se vincula al campo. Chile al final empezó colonial y republicanamente como un gran campo. Luego tiene que ver también con la expansión urbana; es sintomático que esto aparezca en el metro, que es la columna central de la movilización dentro de la ciudad: es el mayor transporte que funciona. El proyecto Santiago en 100 Palabras yo creo que sí es exitoso, creo que ha cumplido una labor de importancia. Yo he escuchado a gente que se entretiene con el proyecto, les gusta leer un microcuento en el metro y hace que sea más placentero su viaje. Pero, claro, yo a la literatura le asigno una función crítica, y esa función crítica no está. En ese sentido es puro placer por espectáculo. Por otro lado está lo que te decía de los 90: cuando llegó la democracia los oligarcas gobernantes detectaron que Chile necesitaba una nueva imagen, una autoimagen distinta y también en el exterior. En los años 90 y 2000 la política cultural pública fue convertir a Chile en un productor: que la gente se volviera productora, creativa, artistas subvencionados. Santiago en 100 Palabras está en línea con eso, con hacer que el ciudadano sea productor de creación. Pero creo que a partir del 2010, en el Bicentenario, llegamos a un punto muerto en términos de administración política, y las revueltas sociales hicieron explotar con efervescencia este malestar por la histórica mala distribución de los ingresos en Chile, por la injusticia social en que se funda este país. En Santiago en 100 Palabras son todos escritores, cuando desde 2010 con el gobierno de Piñera –en consonancia con el carácter empresarial de esta derecha que entra al Estado– la política pública cambia hacia una formación de audiencias, donde ya no importa que el público sea el creador, sino hacer que la gente consuma, que la gente se convierta en consumidora de cultura. Eso es algo que en Chile tradicionalmente no ha pasado, a pesar de que es el más dócil experimento neoliberal de occidente. A lo mejor las artes y la cultura son nuestra trinchera inexpugnable para el libremercado; en Chile nadie compra arte, nadie compra un cuadro, las ventas de libros literarios o de conciertos de música relevante son pocas. Yo tengo amigos artistas a quienes he comprado obras que me dicen “¿Cómo? No, yo te lo puedo regalar”. Hay problemas con la posibilidad de una industria cultural. No hay industria, siempre se está creando. Yo creo que en ese sentido las microeditoriales y las cartoneras [4] son importantes. Estamos recién dándonos cuenta que la literatura no es solamente una cosa gratuita de publicar, un asunto de poner nuestra plata y sacar libros, sino de que también hay que formar circulación.

MS: Circulación y un proyecto. Lo que te oigo criticar en ellos, y el deseo de ustedes, [5] es también armar un proyecto más allá del libro. Eso veo mucho en varias iniciativas de editoriales independientes, la idea de que no se trata sólo del libro. El libro es como un vehículo, y quizás esto nos llevará a otro.
CL: Es un vehículo que hay que cuidar. Yo creo por ejemplo que Santiago en 100 Palabras es una institución semi-pública y tiene que ser cuidada. Eso es lo que pasa mucho en Chile, que no se cuida nada a menos que sea corporativo o estatal, sobre todo las instituciones de promoción cultural. Yo creo que Santiago en 100 Palabras tiene que existir.

MS: Así que a pesar de tu crítica crees en eso.
CL: Sí creo, y también creo en la capacidad que ellos tienen de leer los cambios. Ahora, ese es el problema: están muy vinculados a la Minera Escondida, que tiene cosas infames en destrucción de comunidades y sus formas de vida, en ocupación de terrenos que no eran de ningún uso extractivo, en la contaminación, en trastornos en la agricultura y la minería tradicional. Siempre está el debate de que las mineras corporativas pagan un impuesto bajísimo, cuando todos coinciden que una de las grandes cosas que hizo el gobierno de la Unidad Popular fue nacionalizar la minería del cobre en ese momento, a principios de los 70, y todavía las arcas públicas chilenas se mantienen equilibradas por la riqueza que le traen los grandes yacimientos de cobre. Yo creo que en el vínculo entre Santiago en 100 Palabras y la Minera Escondida hay algo que se va al inconsciente inmediatamente, pero que es necesario trabajar. Yo creo que sería muy lindo que Plagio hiciera algo que sea independiente de las corporaciones. Mantener Santiago en 100 Palabras, quizás, pero armar por ejemplo algún circuito independiente del empresariado. Por ejemplo, creo que sería muy necesario ese mismo formato para que la gente hiciera sus protestas en 100 palabras, siempre cuidando el respeto al otro y no insultando. Ahora, claro, cómo se podría filtrar eso, cómo podría financiarse. Pero creo que sería una buena labor para sacar la presión social y dignificar de nuevo los textos políticos populares. La literatura es estética y también es política; hay placer, hay ingenio, y también hay ideología en un microcuento.

MS: Sí surgió un Transantiago en 100 Palabras. Era más o menos una broma; utilizaban unas de las gráficas de Santiago en 100 Palabras pero era para que la gente pudiera protestar y quejarse.
CL: Y otra cosa: yo creo que sería bonito para los ganadores de Santiago en 100 Palabras que la gente comentara los cuentos ganadores, como una especie de crítica literaria adecuada al formato. Que la gente mandara sus reacciones en 100 palabras tal vez, y que eso tuviera un espacio, en un espacio público o semi-público. Yo creo que lo que falta…

MS: Es el diálogo, la continuación de la conversación.
CL: Un poco como eso que hablan del paso de la internet desde el 2.0 al 3.0. Yo creo que Santiago en 100 Palabras –guardando la distancia, porque todas estas redes vienen de Estados Unidos, del mundo anglosajón, germánico o nórdico– debería pasar a una etapa en que se abre a la ciudadanía en términos de recepción de la producción, en forma de debates. Eso tiene que ver al final con el espacio del metro de Santiago. Yo sé que eso no va a pasar porque el metro, como es higiénico, no va a llegar hasta el punto de poder exponer contenidos que ellos no controlan corporativamente, pero al menos podrían discutirlo.

MS: Quizá no en el metro, pero en el sitio web del programa sí podrían, por ejemplo.
CL: Algo que ellos deberían de sacarle partido es que en el metro de Santiago, a diferencia del metro de Nueva York, por ejemplo, hay red de teléfono. Si tú vas al metro en Santiago todos van hablando, texteando, jugando, en Facebook. Lo mejor sería llegar a las personas a través de sus aparatos, y que las personas interactúen, porque esto es un espacio público-privado.

MS: Individual, y colectivo.
CL: Imagínate si hubiera una aplicación telefónica específica, nosotros vamos en el metro y vemos este cuento que nos motiva, y que cualquiera que tuviese la aplicación abierta pudiera escribir una reacción a ese cuento, para enviarla inmediatamente; y que al lado del cuento expuesto hubiera una paleta digital que recibiera ese comentario. Una especie de red social pero de contenidos literarios, de reacciones literarias.

Sería importante que si los que van en el metro vieran un cuento o una imagen de Santiago en 100 Palabras, pudieran intervenirla en el teléfono. Le ponen “Send” y luego aparece ahí una intervención de graffiti que dura cinco segundos, pero antes de que desaparezca le sacan una foto con el mismo aparato. Claro, sería posible que alguien pueda poner un texto o imagen discriminatoria. Entonces el asunto debiera funcionar con un atraso de dos segundos.

Lo bonito de lo digital es que imagínate que le dan todas las paredes del metro a cualquiera que se inscriba, o que pague un dólar por ejemplo. Tú puedes por un segundo dibujar la pared del metro entera y aparece proyectado allí. El hecho de que sea efímero, que dure tres segundos antes de desvanecerse haría que aunque sea fascista sea algo como un grito y desaparece.

Dicen que ahora se masificará la holografía, una vez más. Que ahora la gente va a poder realizar hologramas desde su aparato. El problema de siempre es la calidad. Una cosa es que la gente acceda al espacio público o semi-público, pero eso no garantiza que eso que hagan sea interesante.

MS: Creo que Santiago en 100 Palabras ha querido más o menos matizar eso precisamente, la calidad y la estética literaria en conjunto con normas de espacio público.
CL: Es un buen ejemplo de convivencia real, porque convive la Minera, la corporación que administra este espacio semi-público, el grupo de gestión artística y la persona a pie. Claro, a mí me gustaría que esto fuera otra instancia, una instancia más loca, un caos controlado.

MS: A lo mejor este concurso provoca ese diálogo, los cuentos están allí y la gente sí los mira y quizás conversa, en el metro y también en las paradas de buses del Transantiago.
CL: Claro, eso. Yo he visto a gente muy pensativa al respecto. Porque también el estado de ánimo actual en el metro es introvertido. Es muy diferente de la mayoría de los metros de otras ciudades. Yo me acuerdo que me deprimía mucho ahí. Yo escribí muchos cuentos para Santiago en 100 Palabras; solamente dos me han publicado. Otra cosa que quería comentarte es que Santiago en 100 Palabras ha creado una estética, una especie de movimiento literario chileno que tiene que ver con la viñeta, con el minimalismo. No sé si has leído las novelas de Alejandro Zambra. Su novela más emblemática se llama Bonsái; la novela era un árbol gigante, la novela clásica del siglo 19 o una de las fundadoras como El Quijote, entonces él hace un bonsái de eso, cortando las raíces y todo lo que conlleva. La suya es una novelística hecha de fragmentos, de viñetas que por separado podrían ser perfectamente participantes de Santiago en 100 Palabras. Él es jurado regularmente en ese concurso. Tal vez forma parte del mismo zeitgeist. De su reconocimiento han progresivamente aprendido autores jóvenes que cultivan la viñeta, el minimalismo. Es como si todos esos autores estuvieran escribiendo cuentos para Santiago en 100 Palabras, porque nos damos cuenta de que es fácil escribir eso. También influye que los chilenos somos lacónicos, aunque también tenemos un barroco (Lemebel, Donoso, Eltit) y como contraparte está la estética del neoliberalismo, de nuevo, la de la llamada Nueva Narrativa de los 90, porque el neoliberalismo es...

MS: la privatización, la reducción de inversión en lo público…
CL: …y también la eficacia. O sea que uno no puede malgastar palabras. Es como si hubieran privatizado el uso de la palabra también. Entonces uno no puede permitirse una verborrea, porque está malgastando los recursos. Entonces también podría leerse Santiago en 100 Palabras así: se privatizó incluso la capacidad de escribir barrocamente. Ya con esto queda claro que estamos en la segunda generación del neoliberalismo que empezó en los 80 de Pinochet. El sujeto neoliberalizado ahora está agotado y cansado. Yo hablo con amigos que son escritores o intelectuales, profesores, artistas. Es toda gente que trabaja dando cursos en ocho universidades, que aceptan la precariedad laboral porque quien no es artista trabaja en una oficina. Trabajan diez, doce horas y encima le quitan tiempo al tiempo para planificar su propia obra; es una vida difícil. Llegan a la casa cansados y quieren ver televisión. Entonces el único espacio mental para la creación nada más ocuparía cien palabras. Cuando publiqué Navidad y Matanza, mi segunda novela que es más corta –la anterior, Libro de plumas, era una novela larga y barroca con secciones de diez a cincuenta páginas–, varias amistades me dijeron: “con esto le diste en el clavo, ¿sabes? Porque llego cansado, leo un capítulo que dura una o dos páginas, entendí algo y me pongo a dormir”.

MS: La instantánea, la cultura visual, la manera de vivir en fragmentos.
CL: Por un lado el cansancio, por otro lado la visualidad. Hace un rato te decía que la televisión en Chile es omnipresente: durante la dictadura, en los 80, uno de los grandes planes ideológicos fue implantar la televisión; se le inyectó muchísimos recursos a la televisión, por fondos estatales y a través de empresarios e instituciones afines al totalitarismo. Hay tres o cuatro canales que cualquiera puede ver sin tener que pagar nada, pero esos que no pagan no pueden olvidarse de la cantidad de publicidad que les inoculan. La gente se pasa tres o cuatro horas desde que llegan del trabajo viendo televisión.

MS: Aquí en EEUU la gente mira menos televisión. Los jóvenes que estudian cine no ven nada de televisión. Todo es mirar websites, mirar YouTube, miran la pantalla pero no miran televisión.
CL: El YouTube vendría a ser el Santiago en 100 Palabras de Estados Unidos en términos audiovisuales. Los niños ven YouTube continuamente, les encanta. Bueno, al poco tiempo que salió el Santiago en 100 Palabras algunos gobiernos municipales y también el Sename (Servicio Nacional de Menores de Chile), que se preocupa de la juventud en situación de riesgo social, sacaron su propio concurso. Había uno que me pareció bien intencionado, que proponía algo como “Cuenta en 100 palabras tu historia de superación”. El problema ahí era que no encontraban la salida, la publicación, lo que Plagio encontró en el metro de Santiago.

MS: Ahora Santiago en 100 Palabras tiene un premio joven. Decidieron ponerlo en los últimos años porque pensaron que no se puede competir un adolescente con personas mayores…entonces sí quieren animar a los adolescentes.
CL: Creo que a medida que la sociedad vaya cambiando –yo creo que en Chile eso está muy rápido ahora– van a tener que poner menciones especiales para las diferencias: la homosexualidad, las etnias, el problema del género. Uno puede leer tanto machismo introyectado en el cuerpo de los textos de Santiago en 100 Palabras. No es un machismo tan violento, pero la muestra de conjunto es abrumadora.

En la mayoría de los cuentos hay una melancolía fulminante. Ahí uno puede ver el estado de ánimo de la cultura en el país. Yo pienso que si uno lo hace en Costa Rica, por poner un ejemplo afín a Chile, las anécdotas serían diferentes, más corporales, más ladinas. Yo no leo los cuentos de Santiago en 100 Palabras porque me deprimen.

MS: Quería preguntarte sobre tus propios cuentos. Algo que noté aquí es que uno de ellos tiene que ver directamente con el metro,

“Escena”
A los reporteros gringos les habían contado que el transporte público de Santiago era pintoresco. Se subieron con cámaras, luces y micrófonos a un vagón del Metro. Se acercaron a una señora y le preguntaron qué era lo más portentoso que había visto en sus recorridos. Ella dijo: “Ustedes”.

Se presentan la temática, la circulación y la exposición, todo en conjunto. Eso me fascinó. Este otro no tanto tiene que ver con transporte, pero sí tiene que ver con la arquitectura de la ciudad y una manera de imaginar.

“El Rascacielos”
“Imagínate un edificio tan enorme que es imposible abarcarlo con la mirada,” le respondió el ejecutivo mientras dejaba una moneda en el vaso plástico.
“¿No ve que soy ciego?”, gruñó el harapiento desde el suelo. “Para qué finges conmigo, hombre. Siempre te voy a dar plata, es mi responsabilidad”.
“Ya, ya, cortémosla”, dijo el harapiento parpadeando y escupiendo al suelo. “¿Y qué hay en ese edificio? ¿Oficinas?” “No. Espejos”.

CL: Es muy santiaguino, como esos dos mundos. En términos culturales no existe la clase media, no hay un discurso que medie y se presente como una alternativa compleja y autovalente ante lo popular y lo oligárquico. En Chile está la clase alta y la clase baja. La clase alta tiene todo el poder simbólico y económico. La clase baja tiene el poder cotidiano. En las calles, si alguien es rubio se atribuye que el rubio es de clase alta, y que el moreno es de clase baja. La realidad es que hay razas y etnias, pero esas categorías abiertas no están en la cabeza de los chilenos. Entonces si un rubio va a Estación Central un jueves a las 2 de la mañana, alguien le dirá “vuélvete a tu lugar, rucio, vuélvete al barrio alto”. Al mismo tiempo si una vez llega alguien caminando a uno de los barrios de la clase alta en la precordillera, inmediatamente lo siguen guardias privados o la policía, y se lo llevan. La mayoría de las veces esa paranoia no emerge, no hay enfrentamiento, es una olla de presión constante. En Argentina, para poner un punto de comparación geográficamente cercano, tienen ciclos de paz y agitación social: ahora hay de nuevo protestas, hasta que lleguen a puntos de violencia tremendos. En Chile no, hasta ahora que el movimiento estudiantil parece no detenerse. Entonces en mi segundo cuento en cierta manera yo trataba de imaginar qué pasaría si dialogara el desposeído con el empresario. Hay un lugar en Santiago, entre Providencia y Las Condes, que se llama Sanhattan. Es un lugar donde se concentran las oficinas de las corporaciones, hay ahí empresas grandes en edificios enormes. Está al borde del río Mapocho, a pocos metros de espacios vacíos en la ribera donde puedes ver mediaguas, casuchas, y hay familias de bajos recursos que viven allí, a dos pasos de estos lugares donde pasan tipos con la ropa más cara.

MS: En los dos cuentos desde distintos ángulos noto una mirada irónica. Manejas muy bien la ironía; es como un mirar de reojo pero también un guiño de ojo. Es una ironía algo cálida también.
CL: A mí me gustaría pasar de la ironía. Este es más irónico, pero en este otro yo hablo de la ceguera y los espejos. De ahí hago un intento de pasarme un poquito hacia algo más metafísico. Se trata del sujeto chileno neoliberal por excelencia que es el cínico. Si uno entonces dice “pero, ¿cómo salimos de esto?”, te responde que no hay salida, que hay que reírse, hay que pasarla bien y nada más. Pero yo creo que sí tiene que haber una salida, y está en el diálogo. Creo que el arte en el espacio público tiene que provocar ese diálogo.

 

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Notas

[1] http://www.sobrelibros.cl/content/view/194/
[2] Novelista chileno joven pero ya de renombre quien ha participado como jurado y editor de antologías de Santiago en 100 Palabras. Ganó recientemente el premio Prince Claus.
[3] Fondo Nacional para el Desarrollo de las Artes (FONDART) es administrado por el Ministerio de Educación y apoya proyectos en artes y cultura desde 1992.
[4] Se refiere a las editoriales cartoneras que encuadernan libros en cartón usado. En Chile hay varias editoriales cartoneras: Animita Cartonera, Olga Cartonera, Isidora Cartonera, Vieja Sapa Cartonera, Calafate Cartonera y Cartonera Helecho.
[5] El grupo que compone el colectivo chileno Sangría Editora: la narradora y académica Mónica Ríos, el ensayista Martín Centeno, el propio Carlos Labbé –los tres editores– más el artista y cineasta Joaquín Cociña, quien diseña los libros de este sello microeditorial.

 

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Bibliografía

Labbé, Carlos. Caracteres blancos. Santiago de Chile: Sangría Editora, 2010. Impreso.
———. Caracteres blancos. Cáceres, España: Editorial Periférica, 2011. Impreso.
———. “Escena.” En Santiago en 100 Palabras. Los Mejores 100 Cuentos. Eds. Santiago: Revista Plagio, 2003, 18. Impreso.
———. Libro de plumas. Santiago de Chile: Ediciones B, 2004. Impreso.
———. Locuela. Cáceres, España: Editorial Periférica, 2009. Impreso.
———. Navidad y Matanza. Cáceres, España: Editorial Periférica, 2007. Impreso.
———. Navidad und Matanza. Traducción de Peter Tremp. Solothurn, Suiza: Lateinamerika Verlag, 2010. Impreso.
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———. Pentagonal: incluidos tú y yo. Madrid: Universidad Complutense de Madrid, 2001. Electrónica.
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———. “El Rascacielos.” En Santiago en 100 Palabras. Los 100 Mejores Cuentos III. Eds. Alejandro Zambra e Ignacio Arnold. Santiago: Revista Plagio, 2007, 41. Impreso.
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Zambra, Alejandro. Bonsái. Barcelona: Anagrama, 2006. Impreso.

 


 



 

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La literatura en el espacio público: Un diálogo con Carlos Labbé
Marcy Schwartz
Rutgers University
Revista Confluencia. Spring 2015, Volume 30.2
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