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Diamela Eltit
Para descomprimir la hegemonía burguesa


por Alejandro Montesino
En El Mostrador, 15 de Julio del 2000


Pluralizar el discurso, ya sea literario o social, siempre es positivo, dice la autora de Por la Patria. Su último libro, una recopilación de ensayos y artículos que hasta ahora permanecían dispersos, apunta en esa dirección.


-¿Cuál dirías tú que es la línea que hilvana estos textos?
-No estoy segura, pero tiene que ver con lo oblicuo, con lo no frontal, lo no centrista, lo no oficializable. Ciertos gestos pictóricos que no son los más comerciales, ciertas literaturas, por ejemplo Couve, Donoso. Y repensar ciertos casos de política y género: me parecen importantes los casos de Luz Arce y de Marcia Alejandra Merino. Me parece importante haber repensado esos libros que no tuvieron un efecto, no sé por qué; todavía no sé por qué. Son textos importantes: no estoy hablando de ellas exactamente, sino de ellas en tanto autoras de libros. Y libros muy conflictivos, los dos: extraordinariamente conflictivos. Tratar de leer esos libros me parece a mí políticamente válido. Creo que hay mucha gente que los está leyendo también: me parece bien repensar esos textos como textos públicos. “Eso, revisar la cuestión de género, revisar el 11, el día 11. Por supuesto, como es la memoria, uno puede cortar, ficcionalizar, omitir, pero es bueno recoger esos signos, porque como empiezas, sigues. Y ese día fue crucial”.

-Tú afirmas en el libro que el día del Golpe es el momento crucial de Chile en el siglo XX. ¿Por el hecho mismo, por su carga simbólica, por qué?
-Creo que el siglo XX chileno está recorrido por una serie de signos, entre los cuales este es el signo más envolvente, que permite mirar para atrás y no solamente para delante. Ese día es la puesta en marcha, que va a sintetizar los 17 años, y de alguna manera atraviesa hasta el hoy: es un problema no resuelto, ese día no se ha resuelto. Es el día más radical del siglo en ese sentido, que cita otros momentos, contiene otras violencias. Es un momento de crisis general, primero porque están las fuerzas nacionales e internacionales incluidas ahí, no solamente la polarización interna sino también la externa; es el momento en que ya lo mediático va creciendo, entonces efectivamente el 11 rebotó en todo el mundo; es el quiebre del proyecto más utópico de Latinoamérica; es el momento en que se renormaliza la historia de Chile en el sentido de que las hegemonías vuelven a cobrar su lugar, se habían trastocado. La UP, en los tres años, por supuesto no logró cambiar las fuerzas, puesto que hubo un golpe, pero también están en juego ciertos imaginarios culturales: yo creo que esa cuestión fue muy radical, inaceptable, muy compleja, en que el sujeto popular es en parte protagonista de su propia historia.

-Se reordenan las subordinaciones...
-Para mí, el centro del Golpe no es ideológico sino que es económico, volvía el capital a su lugar de origen, dentro de la burguesía. Y volver el sujeto popular a su esfera de subordinación, retejer los lugares, normalizar. Por eso fue tan radical. Lo subversivo de la UP, lo que yo más rescato, fue plantear un lugar otro para el sujeto popular, haber ofrecido un espacio público, consistente, para que el sujeto popular elaborara su historia. Ese proyecto es el irrecuperable.

-Dices que la UP ofrecía un espacio para que el sujeto popular elaborara su historia. Quiero pasar de ahí a los testimonios de Luz Arce y la Flaca Alejandra, que son relevantes en tu libro. Ellas son personas que participan de ese discurso, y luego se suman al discurso de la represión, y después elaboran otro discurso para dar cuenta de ese cambio... ¿qué pasa ahí?
-Es bien impresionante lo que pasa con ellas. Primero es una excepción, no es algo que le pase a todos los presos políticos; pero es una excepción que uno no puede dejar de observar. Creo que tiene que ver con ejercicios de la relación poder y negociación, por ahí va. Digamos, hasta dónde, cuáles son los límites éticos en los cuales el sujeto puede moverse. Y creo que en el caso de la Flaca Alejandra y de Luz Arce la respuesta es ‘hasta el infinito’. Si yo les pregunto hasta dónde se pueden mover, ellas dirían ‘hasta el infinito’; sus relaciones con el poder son infinitas, no son nada más que eso, nada más que una negociación, un significante, por decirlo así: van cambiando los significados, llámense militares, llámese MIR, llámese transición a la democracia, y ellas se mueven, se mueven, se mueven, ad infinitum. Es una metáfora para reponer algo que el neoliberalismo pone en cuestión, que es el problema de las éticas, para restablecer una pregunta sobre el relativismo. El neoliberalismo relativiza todo. Pero, mirando estos casos tú volverías a preguntar hasta dónde todo es relativo, cuál es el límite de ese relativismo. Si acaso es válido pasar de preso político a oficial del mismo servicio que te captura y ejercer esa violencia sobre tus compañeros; si acaso es ético sacar un libro sobre tu experiencia donde, al reconocer que delataste, te perdonas, pero a la vez no dices nada que esté fuera de la Ley de Amnistía: todo lo que dicen llega hasta el año 1978, pero ellas están en servicio hasta 1990.

-Son textos autoexculpatorios...
-Autoexculpatorios y amnistiables. Se exculpan en doble sentido: el sicológico –yo reconozco lo que hice y al reconocerlo me disculpo-, y al mismo tiempo me cuido porque me resguardo en las franquicias del sistema, es decir la Ley de Amnistía. Todo eso es interesante no per se, sino para ver los movimientos de las instituciones: tú puedes ver la dictadura, pero también puedes ver ciertas operaciones de la democracia...

-De la transición...
-De la transición, concretamente. Tú puedes ver cuáles son los límites, cuáles son las fronteras, hasta dónde llegas tú por el ejercicio del poder; cuáles serían los límites de ese ejercicio, si los hubiera; hasta donde te puedes mover en nombre de un beneficio social, la gobernabilidad, por ejemplo. Qué es la gobernabilidad, en último término: me parece que es una pregunta pertinente, hasta dónde negociamos para tener una gobernabilidad, o acaso la gobernabilidad es una pura negociación, permanente, sin límites.

-¿Te parece que esos discursos que corren los límites entre la ética y el poder son en alguna medida sintomáticos de otros discursos sociales de la transición?
-No quiero decir que el recorrido sea análogo linealmente. Lo que quiero decir es que es tan radical el movimiento que hacen estos sujetos, que uno podría pensar, establecer ciertas analogías en otros espacios. Y creo sí que la transición, por las condiciones de su emergencia –pactos, negociaciones, incluso se habla de negociaciones secretas que no están del todo claras- es resultado de negociaciones que uno no puede cuestionar: es obvio que hay que negociar, el punto es hasta dónde. Y creo que hay cuestiones que en la transición resultaron muy difíciles de entender para la ciudadanía, o bien no consideraron a la ciudadanía como parte de esa negociación. Esta época del reinado de los poderes fácticos, donde todos los diálogos sociales no eran diálogos públicos, más bien estaban hechos para los poderes fácticos. Ahora recién se está empezando a pensar en la problemática de la ciudadanía, después de la débacle electoral, que fue otro punto de quiebre.

-¿Te parece que esa “débacle electoral” de la Concertación ha producido una cierta apertura del diálogo social?
-No sé si se ha producido una apertura. No sé cuál va a ser el resultado de esa crisis, pero que la hubo, la hubo. A lo mejor se olvidó, pero es innegable. No tengo claro cómo se va a a resolver, en un sentido no solamente retórico sino también político. Porque tiene que ver con el proyecto neoliberal, que tiende a objetualizar la realidad. Y al objetualizarla genera individualismo, y el individualismo es conservador: conservar, conservar los bienes, un culto al objeto. Por lo tanto el sujeto, despolitizado, se vende al mejor postor; lo que se ha dicho tanto: que no se trata de electores sino de consumidores. La opción política se ve como una oferta.

-La misma Concertación ha sido agente de esa privatización de los ciudadanos.
-Es un discurso que a lo mejor el gobierno no puede afirmar de otra manera. Pero sí puede administrar otros factores que son culturales: pensar más en los ciudadanos, pluralizar la sociedad, descomprimir la hegemonía burguesa. Descomprimirla, no deshacerla.

-¿Te parece que es posible descomprimir esa hegemonía desde el Estado?
-No parece tan fácil, porque el problema es con una derecha radical-radical. Y que concentra capitales no solamente materiales, sino también simbólicos. La información, por ejemplo. Tiene la información, que no es poca cosa. Eso es bastante complicado, porque tú puedes tener un afán de pluralizar, pero dónde, a través de qué, con qué medios cuentas para establecer otras subjetividades. Estás sin espacio para precisamente intentar cursar otras subjetividades; con una televisión pública de un sospechoso pluralismo... También uno piensa dónde estaría la voluntad política de apoyar, aunque sea de manera indirecta, iniciativas que tiendan a formar nuevos medios de comunicación. Hay un enredo ahí bastante grande, un poco ininteligible. Por qué no crear, por ejemplo, una nueva frecuencia de televisión; a lo mejor TVN tiene que quedarse como está pero podría haber otra frecuencia... Lagos está haciendo algunos gestos, pero hay que ver cuáles serían los resultados concretos de esos gestos, cómo un sector de la ciudadanía se compromete realmente con una mayor democratización, como le entra este proceso.

-¿Te parece que hay gestos desde el mundo de la creación en ese sentido? ¿Gestos autónomos, desde la ciudadanía, de creación de discursos?
-Sí, pienso que sí. Hay ciertas instancias en que la gente dice sus derechos, con una capacidad mayor de organización, de reclamo. Ciertos microgrupos de mujeres, o incluso los grupos más conflictivos, que pueden ser los grupos gay organizándose en asociaciones. Son microespacios, pero el problema no es ese: el problema es dónde lo cursas; no sacas nada con organizarte si no tienes dónde cursar esa organización. Hay organizaciones, pero ¿cómo se conectan con lo masivo? ¿Cómo masifican su propuesta o su reclamo? Están entregados a los segundos televisivos, que significan escándalo...

-Y así se marginalizan aún más...
-Quedan como gente rara, extravagante. Más extravagantes que lo que todos somos. En definitiva, los discursos sociales están muy sintonizados con los tramados neoliberales, con la trasmutación, la mímesis de todas las problemáticas tensas y su reconversión inmediata al mercado.

-¿Qué pasa con la creación literaria en ese plano?
-Pienso que nada se salva de lo neoliberal. El modelo no excluye a la literatura y las artes, las incluye. Y claro, el punto son las editoriales y sus mandatos, o lo que el sistema entiende por escritor; el sistema construye un escritor, y al escritor no le queda sino responder a ese estereotipo. Que cuente su vida, que hable de su éxito, que diga lo que le gusta comer, lo que le gusta mirar: se expropia de sí mismo y pasa a ser un fetiche, un fetiche público que pude ser cambiado por otro y otro y otro. Dónde ese proceso estaría más nítido y sería más crítico en este minuto sería en el mundo del teatro. Ahí hizo agua.

-¿Por qué?
-Me parece que ahí es donde está en este momento la mira. La teleserie como espacio cultural.

-¿La teleserie ha colonizado al teatro?
-La teleserie, que es un género que tiene por supuesto una historia y un interés, se transformó, por una construcción del sistema, también, en una cuestión que bordea lo intelectual. Y de allí, claro, por la masividad, por la captura del sujeto en la teleserie, el reconocimiento del otro en la teleserie, los actores pasaron a ser figuras culturales. Han sido la gran figura cultural de la transición, los actores de teleseries. Y cada vez hubo un apremio mayor sobre esos cuerpos, una cuestión muy feroz, y la teleserie trabaja sobre todo lo sentimental, el amor, el matrimonio. El actor vino a doblar en su vida este hecho, empezaron a hablar de su vida privada y de sus cosas sentimentales, las actrices. Y quedaron sometidas a esa violencia: hablar incesantemente de sus vidas privadas, capturar páginas de páginas; no creo que ellas quieran, si no que no pueden sino hablar, porque la máquina de moler carne es feroz. Y el actor, por su lado, está jugando un papel bien insólito, porque el hombre habla de sus redenciones: han sido borrachos, drogadictos, qué sé yo. Y uno tiene que someterse a esa violencia: a mí no me importa eso. Y además encuentro muy complicados esos perdones públicos sobre la droga, porque no son banales: implican a la persona para bien o para mal. Esos perdones, esos reconocimientos, los encuentro sospechosos. Entonces, los hombres se está redimiendo de una cuestión histórica, por lo demás: hay una cultura del alcoholismo, una cultura borrachina; mientras las mujeres hablan de las guaguas, de quién es la guagua. Los hombres tienen vicios y las mujeres tienen amores y pasiones: vuelven a repetirse los viejos cánones.

-¿Cómo lees tú, a partir de eso, que precisamente los actores de teleseries hayan sido las figuras de la campaña electoral de Lagos?
-Es que están muy manipulados, se están mordiendo la cola. Es una cuestión tautológica, en el sentido de que están sometidos a esa presión de ser representantes de sus propios dramas personales y además con una ligera inserción política. Sometidos a esta cosa como de chisme de barrio. Y estos mismos sujetos son nuestros representante políticos, cercanos a lo oficial, insertos no solamente en la teleserie sino en los discursos públicos, y forman una oficialidad ornamental, están en todos los cócteles, alegran: están entre los bufones de la corte y los juglares, al lado del Presidente, felices; y a su vez son los que se recuperan de la droga y tienen problemas con las guaguas.

-¿Los escritores se salvan de eso? Tú has tenido también una relación con lo oficial: fuiste agregada cultural en México y ahora vas Buenos Aires...
-Hay dos cosas: una es ser artista oficial y otra es tener un trabajo. El artista oficial es el que el poder canaliza e incluye permanentemente en sus festejos; es parte del escenario, forma un escenario. Otra cosa es que tú trabajes en el Estado: desde siempre, no hay mejor lugar para el artista que trabajar en el Estado; es su lugar más propio, más que la empresa privada, que te hace zumbar. Pero que alguien trabaje para el Estado no significa que sea artista oficial: muchas veces el Estado no quiere saber nada con sus propios trabajadores. Ahora, los escritores no han sido tomados porque no son masivos. No es porque los escritores seamos más consistentes o menos consistentes, sencillamente no los quiere el sistema. Por el momento.

-¿A pesar de que hemos visto poemas al Presidente electo?
-A pesar de eso. Hagas lo que hagas, el punto no está ahí en este minuto. Ahora, todo es móvil, el neoliberalismo se mueve muy rápido: lo que yo estoy diciendo a lo mejor ya está cayendo.

 


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Diamela Eltit: Para descomprimir la hegemonía burguesa,
por Alejandro Montesino,
Fuente: El Mostrador,
15 de julio de 2000.