Proyecto Patrimonio - 2023 | index |
José Donoso | Autores |

 


 





Taratuta

[Extracto]

JOSÉ DONOSO


.. .. .. .. ..

Dos circunstancias me impulsan a escribir esta historia. La primera se produjo al regreso de mi viaje por la Unión Soviética, obsesionado con la sonrisa de gato oriental de Lenin: de dimensiones caseras o monumentales, desde estandartes, santuarios, frescos, carteles, banderines, placas recordatorias y volantes, me persiguío de Yerevan a Leningrado al son del ronroneo informativo de mi intérprete, que no agregaba grandes luces a mi conocimiento de la hagiografía leniniana.

Pero como sus jaculatorias tuvieron por lo menos la virtud de convencerme de mi ignorancia respecto a Lenin y Krupskaia, lo primero que hice de vuelta fue escribirle a un buen amigo moscovita, allegado al régimen pero no ciego, pidiéndole que me recomendara un estudio que hiciera digerible a esta pareja.

—Lee la biografía de Gerard Walter -me contestó-. La edición en español es de Grijalbo. Es lo más completo y al mismo tiempo lo más equilibrado.

La leí con mucho placer aunque con inesperados frutos. Inesperados porque, si bien contiene mucha información necesaria para un lego interesado en ir más allá de las notorias simplificaciones de partido, encandiló mi perversa pasión de novelista, más atento a lo bizarro, a lo particular, a minucias fragmentadas e inservibles que a aquello que es central. Confieso que no fueron las grandes marejadas de la historia ni el desfile de personajes señeros los que atraparon mi fantasía, sino hechos triviales, personajes secundarios, a veces no más que una alusión al pasar, una sombra, una nota a pie de página relacionada sólo tenuemente con los acontecimientos fundamentales.

Es el caso del párrafo con que se inicia el capítulo uno de la tercera parte. El autor, después de explicar los hechos sangrientos de 1905 y la rebelión del acorazado Potemkin, despacha en unas cuantas líneas -como lo hacen casi todos los historiadores, por lo demás- el asunto del legado Schmidt. Walter lo presenta así:

...el sobrino del multimillonario Morozov, Nikolái Schmidt, uno de los fabricantes de muebles más importantes de Moscú, profesaba por la revolución sentimientos tan ardientes como los de su tío. Durante las jornadas de 1905 sus talleres sirvieron de cuartel para los insurgentes, y lo encarcelaron. Pero su frágil complexión no le permitió soportar el régimen penitenciario y murió allí, haciendo saber a quien correspondiera que legaba su fortuna a los bolcheviques. Sus dos hermanas, que entraron legalmente en posesión de la herencia, debían, por lo tanto, entregar cada una su parte al centro bolchevique. La mayor estaba casada con un abogado, miembro del partido social-demócrata, pero perteneciente a otra tendencia. Se negó a dar la autorización necesaria a su mujer. Fue citado ante un tribunal de honor y obligado a pagar a los bolcheviques la mitad de la suma que había cobrado su mujer, o sea 85.000 rublos. En cuanto a la menor, la situación se presentaba más delicada. Esta muchacha era amante de un bolchevique activo, muy considerado en los círculos dirigentes de la organización, Víktor Lodzinski, alias Taratuta. Como la muchacha era menor de edad, no podía disponer de sus bienes. Era necesario que se casara. Desgraciadamente, su amante, que llevaba una existencia clandestina, no poseía los documentos civiles necesarios. Buscaron, pues, a un militante que tenía sus papeles en regla y lo casaron formulariamente con la señorita Schmidt, quien al convertirse en la señora de Ignatiev pudo cumplir al pie de la letra la última voluntad de su hermano. Así entraron en la caja de los bolcheviques cerca de 200.000 rublos, cantidad muy suficiente para garantizar la marcha de la nueva publicación."

Como tantas cosas relacionadas con el legado Schmidt, este párrafo está lleno de datos que parecen contradecir los que aportaban otros tratadistas. ¿De dónde sacó Walter la autoridad para afirmar que era Lodzinski el apellido de este personaje, y no Taratuta, ni Moskovski, como aseguran otros, ni Kammerer, que fue el apellido que adoptó al retirarse finalmente San Remo? Krupskaia, en sus Memorias, afirma que Nikolái Schmidt murió en la prisión zarista víctima de las torturas de sus carceleros. Pero Walter favorece la hipótesis de la mala salud del joven industrial, probablemente tísico como varios miembros de su familia. Otro cronista habla de suicidio. Aseguran, también, que la herencia de Nikolái Schmidt se dividió en tres partes. ¿Cuál es la verdad?

Mi olfato de novelista percibió, al leer el párrafo de Walter que esta historia -la fortuna fabulosa, el terrorista de nombre espectacular, Lenin y la prosaica Krupskaia buscando un marido de tout repos para la ingenua Elizaveta que, a la manera de las farsas de Labiche, ya tenía amante- era la maqueta de un folletín portentoso que yo apenas alcanzaba a entrever.

Esto se hizo clarísimo cuando di el primer paso para enriquecer mi interés. Me encontré con ambigüedades, contradicciones y oscuridades insalvables. Le escribí a mi corresponsal en Moscú rogándole que me enviara a vuelta de correo toda la información que encontrara sobre el legado Schmidt, citándole, para orientarlo, capítulo y versículo de la biografía de Lenin que él mismo me había recomendado. Quedé estupefacto con su respuesta: no sólo jamás había oído hablar del legado Schmidt, y para qué decir de Taratuta, sino que no encontró el párrafo de mi cita en su edición del Walter. El tono de su respuesta me pareció un poquito amoscado: quizás se tratara de un error mío, decía... además no era cosa de exigirles a los impresores soviéticos que jamás se equivocaran..., en todo caso, como era evidente que el asunto del legado Schmidt carecía de toda relevancia histórica, con seguridad el editor eliminó ese trozo a fin de alivianar el texto para el consumo popular. Esto alertó en mí al impenitente hilador de intrigas que hay en todo novelista: quise investigar más pero solo pude tocar la epidermis oficial de los escasos textos que obtuve. A pesar de todo, escribí para la Agencia Efe un artículo que llamé Lenin: nota a pie de página. Fue reproducido en docenas de periódicos de España y América Latina. A algunos fieles les disgustó la ligereza con que traté a sus íconos y lo comentaron desfavorablemente. Pero muchos lectores lo celebraron.

Quedé descontento con mi versión del asunto del legado Schmidt, como si me hubiera aventurado en un ámbito extrañísimo cuya totalidad desconocía y que, por quedar bajo la tutela de guardianes con derecho a arrancar páginas y eliminar párrafos, nunca llegaría a conocer. ¿Cómo obtener más información si no sabía ruso y había agotado los pocos textos asequibles en mi país? En algunos viajes a Europa y a Norteamérica, solía demorarme en librerías de segunda mano y en las bibliotecas de las universidades, rastreando alguna mención de estos acontecimientos. Poco logré aclarar, no sólo por la escasez de material, sino porque las versiones eran siempre imprecisas, manipuladas con el propósito de incriminar o defender o encubrir a alguien, o de propiciar o condenar una idea. En fin, me dije, seguro que más tarde, en alguna parte, tropezaría con datos esclarecedores de legado Schmidt, que parecía evaporarse como un fantasma en cuanto cerraba mi mano para atraparlo.

No lo dije en mi artículo para la Agencia Efe, porque entonces no lo sabía, que Taratuta, además de su profesión de terrorista y de su nombre espectacular, poseía una melena y barba coloradas que lo debían hacer blanco fácil para las balas de la policía, que siempre logró evitar. Taratuta era de altura mediana y de maneras desenvueltas. Bajo su chambergo, su mirada era fulminante, verdeamarilla como el ajenjo que bebía. El humo de su pipa la nublaba un poco en el fondo de los cafés de la Avenue d´Orlèans, donde sus admiradores se reunían para oírle contar lo del robo a un banco de Tiflis en que participó con Kamo y con Stalin, y las historias de otras "expropiaciones", como entonces se llamaba a esta modalidad de reunir fondos para sublevar al proletariado.

—¡Que el Zar pague la revolución! -concluía Taratuta entre aplausos.

Los personajes, la acción, el espacio de esta historia parecían ofrecerse para que cualquier pluma los recogiera. Pero al intentar hacerlo, a mí me resultó casi imposible, no por la pobreza de los datos, cosa fácil de remediar con un poco de fantasía, sino porque Taratuta era un personaje esencialmente cultural; pertenecía más a la literatura que a la vida, por estar tan adornado con atrbutos novelecos que ni su especioso fervor revolucionario ni su discutible fidelidad al partido lograban recuperármelo para el mundo de los seres reales: porfiadamente permanecía personaje, no persona.

¿Cómo moverse entre esta gente y manejar a estos seres, con su aire de haber nacido calzados y barbados y con sus papeles ya asignados, de la mente de otro escritor? Me parece que lo novelesco en la vida real rara vez resulta novelable: para crear un mundo estético el autor suele partir de datos más bien modestos, el rasgo familiar de una persona conocida, la ventana semientornada de un dormitorio revuelto, una palabra con resonancias infantiles, la expresión que delató la falsedad de un padre, de un sacerdote, de una mujer, y es el ojo del artista el que elige, compone y descompone para construir la otra verdad, la del engaño.


 

  . . .



 

 

Proyecto Patrimonio Año 2023
A Página Principal
| A Archivo José Donoso | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Taratuta.
[Extracto].
José Donoso