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La poesía de la muerte y la primavera

Revista Caras, Nº 406, 24 de octubre 2003

 

 

 

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Según los entendidos, "los poetas que se han suicidado siempre advierten en sus versos sobre la terrible decisión que tomarán".

Violeta Parra escribió que había perdido la alegría "sin saber cómo ni cuándo". Un puñado de hechos de su propia historia basta como respuesta: la pobreza, los amores frustrados, la muerte de su hija pequeña, la carga de un padre alcohólico, la persecución política. La vida misma, a la que le entonó un himno y ultimó de un balazo en su carpa cultural de La Reina.

Lo propio ocurrió con Joaquín Edwards Bello, Pablo de Rokha -cuyos dos hijos también se quitaron la vida-, Rodrigo Lira, Armando Rubio y Alfonso Alcalde.

El sicólogo y poeta Eduardo Llanos, quien ha dedicado diez años a investigar 300 casos de poetas y escritores suicidas, sostiene que "es cierto que muchos de ellos fueron personas bipolares, con ciclos de mucha energía y profunda depresión, con una gran melancolía y actitudes hurañas y hasta autodestructivas, pero se trata de un fenómeno asociado a la modernidad y que aumentó en los últimos 50 años. La sociabilidad se ha convertido en un culto muerto. Ni siquiera el lenguaje nos permite conectarnos y formar consensos. Cuesta cada vez más trabajo encontrarle sentido al sin sentido, a todo nivel... La sociedad parece tener un rumbo suicida".

Tan contrapuesta como aquellos poetas que muchas veces aman fervorosamente la vida y aún así se la quitan, la primavera -estación por excelencia de actos desesperados-, influye en sus estados de ánimo como en el del resto de las personas. "Es paradójico, porque mientras todo rejuvenece y se alegra, el sujeto tiende a hacer una comparación más triste consigo mismo: su realidad se vuelve más oscura frente a la alegría de los demás", explica Llanos. También es muy común que quienes se recuperan de una depresión atenten contra su vida en esta fecha -y no antes-, porque mientras se encuentran en la fase más crítica, no tienen la fuerza ni el coraje que requiere un acto tan violento como el suicidio, y en esta nueva etapa sí. Se dice, incluso, que cuando alguien, obsesionado con la idea de matarse, repentinamente se muestra eufórico, hay que preocuparse, porque es muy probable que se haya decidido a hacerlo.

Según Llanos, los niños incorporan cada vez más, desde pequeños, patrones suicidas y prácticas autodestructivas. Actitudes ligadas al riesgo o al consumo, por ejemplo, entre los jovenes, el sexo inseguro o el alcohol, este último, muchas veces avalado a través de la publicidad... "Existe, por parte de la sociedad, un autoengaño y una hipocresía muy profundas", subraya.

Y agrega: "Los poetas son antenas sensibles, por donde aparece el síntoma. Es como el resfrío, que se manifiesta en la nariz y no en otras partes del cuerpo. Pero sería un error pensar que con un pañuelo se cura el resfriado".



 

 

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La poesía de la muerte y la primavera.
Revista Caras, Nº 406, 24 de octubre 2003