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RASCACIELOS

Poesía de Enrique Winter

Por Lorena Saucedo
Ciudad de México, julio de 2008

Toda la poesía, pienso, es de la experiencia, de la carne y de las cosas: la carne y las cosas en su materialidad más rotunda y, por lo tanto, menos aparente, casi secreta.

El “yo” en la poesía de Enrique Winter es problemático en el mejor sentido. Va y viene entre voces y, necesariamente, entre cuerpos. En varios de los poemas de Rascacielos, el yo es un tú transcrito, el interlocutor (amigo, familiar, desconocido) que habla con voz propia a través de la voz del poeta. Varios de estos poemas son, así, un diálogo sublimado cuyos ecos llenan el cuarto. Otros más provienen de un yo refractado, que se vuelca e incluso llega lejos subido en el viaje de un “lirismo impersonal”: “Y si uno es su cuerpo: el cielo es más pequeño que los rascacielos”. En este entrecruzamiento de voces subyace una idea importantísima: el ser individual es algo que se resuelve en las multitudes, en las esquinas, en la carne de otros.

En cuanto a las cosas —y esto confirma que la poesía de Winter es poesía de la experiencia—, el autor propone comparaciones a veces disparadas, pero siempre certeras, entre cosas al parecer indiferentes la una a la otra: “Espera un hijo como quien espera el bus / a las cinco de la mañana.” Esta comparación sólo pudo ser dictada por la experiencia de haber visto más de una vez los ojos de una mujer que espera y la experiencia de una madrugada densa en su lentitud. Es a través de las pequeñas cosas o las inevitablemente ordinarias que el autor habla de los grandes sentimientos y los pensamientos excepcionales.

El verso de Winter me gusta por dos motivos: porque no olvida el origen visceral de la voz y transita por la carne, no sólo por la conciencia; también me gusta porque sus juegos rítmicos “atinan”. Pareciera que en cada verso el autor echa los dados sobre la mesa y obtiene los números que necesita. Sus combinaciones rítmicas tienden a la condensación emocional evitando lo sentimental, y tienden, igualmente, a la ironía de aquél que vive casi completamente desencantado, siendo ese “casi” duro como un diamante de fe repudiada y que aun así permanece; es la ironía de aquél que voltea a su alrededor y cada vez se le rompe el corazón, simplemente porque observa con cuidado.

A cada lector de Rascacielos le corresponderá, creo, dar con la verdad del libro. En lo que a mí respecta, la poética de Enrique Winter se erige en la imprecisión moral y emocional, en la sugerencia. Sin embargo, esta misma imprecisión es la que más adecuadamente expresa, define, en su porosidad, lo que somos de repente, al sentir, al decir, al observar, al estar en medio de la vida, entre la carne de otros y las cosas del mundo. Más aun, creo que la forma más verdadera de precisar, explicar, delimitar eso que llamamos experiencia es a través de la poesía como la que aquí entrega Winter, exacta en su imprecisión.

 

 

 

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Poesía de Enrique Winter.
Por Lorena Saucedo.
Ciudad de México, julio de 2008.