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FUMIGANDO

A J. P. PEREIRA

Por Felipe Ruiz

No entiendo el motivo por el que Pereira –un poeta que conozco personalmente y con el que he compartido en más de una ocasión– se arrogue la misión de proteger y defender poéticas que no necesitan ser defendidas. Desconozco si espera algún tipo de retribución a cambio o es simple inmadurez. Cuando expresé el concepto “fumigar” lo hice pensando, y esto para responder su provocación, en poéticas más que autores específicos. Aquellas son desde luego las que inundan nuestro medio de experimentalismo Light y de sofisticación soft para la que este crítico no tiene tiempo ni recurso para dedicar. No es necesario caer en el mal gusto de dar nombres cuando de lo que se trata aquí es de plasmar la falencia de las propuestas.

Por lo demás, esas poéticas deberían ser leídas a partir del surgimiento de ciertas funcionalidades prestadas en relación al proyecto neo liberal de la Concertación y no simplemente –como se creyó -, en relación a un asunto de época: la “generación del 90”. La generación del 90 como tal es irrepetible en cuanto a proyecto literario y si Pereira intenta una defensa que sea a su vez una nueva ligazón entre su poética o de sus amigos con los autores antologados por Lange está del todo errado.

Existe hasta cierto punto un infantilismo desmedido en la aventura de Pereira. Busca oponer a la lectura política del poema una carta de los consensos establecidos desde hace dos décadas, y que han terminado, en el terreno social, con la protesta de los estudiantes secundarios de la que la novísima es un necesario acompañamiento. El movimiento de estudiantes precisamente debería encauzarse en el entendido de un nuevo Volk. Pero el Volk no repite la relación entre suelo y sangre a la manera de un fiat. Volk sí, pero evidenciando el entramado complejo -que a Pereira le parece totalitario -, entre destino y pueblo como territorio y épica, como épica de un territorio.

No es mi intención plantearme como la luz que guíe en pos de ese destino. Por lo demás, destino es topología de un territorio y no el proyecto de no sé qué luz divina. Pero tampoco voy a desconocer que esta naciente épica, como toda épica, amerita un compromiso en el más alto sentido, un compromiso en el que cada uno ocupa un lugar en relación a la pregunta esencial por la historicidad de la poesía. No me haré el desconocido frente a nadie pues si fui “promesa” o “revelación” generacional aquello no se compara con el rebaso histórico de un proceso social que no creí se daría en mis tiempo de promesa. Honestamente, siento que eso sí es una revelación.

Sin embargo, Pereira me da la oportunidad que en parte necesitaba para fumigarlo a él de aquellas poéticas que sí siento comprometidas con este proceso social. No porque Pereira sea una infección, sino porque Zurita, en la presentación del último libro de Héctor Hernández, tiene mucha razón cuando plantea que las poéticas visionarias aplastan y exterminan a las poéticas menores. No se trata de maldad, desde luego. Así ha sido siempre y si Pereira cae en esa fumigación de poética menor, como tantos otros, hay que reconocerlo de plano antes que abominar de las propias flaquezas de nuestro talento.

Pereira además intitula su colección de lugares comunes haciendo alusión a la brevedad de mi artículo. ¿Desde cuándo la extensión ha sido sinónimo de profundidad en la reflexión? ¿Es la reflexión fruto del trabajo en el papel o es más bien el resultado de la meditación consciente, de la observación, de la conversación? A mí me parece que si de extensión se trata textos breves como los escritos por Artaud o Heidegger no necesitan ser calificados de ensayos “al pasar” por quienes determinan el debate en base a lo que señala una huincha de medir.

Lo más sabroso de su crítica, sin embargo, es que resulta tan condescendiente que busca también tocar la aventura ensayística hace poco emprendida por Alexis Donoso. Lo alude en tono aleccionador y prepotente, siendo que este personaje no tiene la más mínima idea de la intimidad que trasunta mi cercanía por años con él en el terreno poético.

Me da pena. Pena que Pereira quiera encontrar un pequeño escaño saltando en defensa de quienes no le darán ni un gajo, pena por lo pequeño de su ataque a Donoso. Mientras Pereira gasta tinta y ocurrencias aburridas en despotricar contra mí, otros silenciosamente se llevan la torta completa. Y Juan Pablo, escucha: no te van a dar.

 

 

 

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