Fumigando el paisaje poético
Notas sobre un artículo de Héctor Hernández Montecinos
Por Felipe Ruiz
En un reciente artículo aparecido en el diario La nación y firmado por el periodista Juan Podestá, del 28 de julio, el poeta Héctor Hernández se refiere de manera directa y sin dilaciones a la situación de la poesía en Chile. En dicho artículo, se refiere a una noción exploratoria de hiperdictadura para referirse a la situación político – cultural del país, en la cual se jugaría una nueva consciencia social a partir de la explosión de los 
movimientos juveniles como el de los estudiantes secundarios. La novísima generación – a la que Hernández pertenece -, sería la representación poética de esas sensibilidades, ya que, en definitiva, la “generación del 90” (Francisca Lange) escribió con miedo. Además de aquello, ciertas editoriales en las cuales estos autores noventeros se refugian mostrarían nada más que “el fascismo tiene caras muy bonitas”.
Sobre dicha intervención pública habría que acotar nada más que Hernández sigue siendo el poeta más representativo de su generación. Y no sólo eso: es el que da más luces respecto al “destino” de la novísima. Pero independiente del juego político que se deja entrever en sus opiniones, siempre punzantes, lo que debería inquietarnos de sus opiniones es la advertencia puesta en relación a la crisis de una generación – la del 90 -, que no hace ni hizo eco de ninguna demanda social, ni juvenil ni de la que fuere, y la necesidad de repolitización a la que los novísimos apelan como generador de ideas fuerzas para desarrollar un nuevo tipo de épica social.
No creo que sea necesario cuestionar el refugio universitario ni la posición de académico que muchos ostentan (y ostentamos). Más bien, se trata de constatar lo siguiente: por vez primera, HAY proceso social, o podemos hablar de un proceso social propiamente tal. Por fin, el discurso de Allende parece tener cierto eco fuera de un romanticismo añoso. La poesía no necesita hacerse cargo de dichos procesos, pero sí necesita no ser ciega para dimensionar sus propias ingerencias históricas en relación a aquellos. Cualquier poética que no mire en dicha dirección está perdida y debe ser fumigada del paisaje.
Es posible que la poesía de Hernández exceda el texto y que su poema se haya instalado en su propia figura de poeta. Sus dichos así parecen confirmarlo. Más allá de ello, es posible que aquella lucha que algunos planteamos hace algunos años en pos de oxigenar la poesía esté mostrando recién hoy, en un terreno social, sus consecuencias. Aquellas consecuencias son variadas y posiblemente den para largo. Por ahora bastar con aclimatarse al hecho de que es posible experimentar una nueva vanguardia y llamarla como tal sin asco de nadie.
