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A propósito de Gonzalo Rojas y la revista ‘Piel de Leopardo’

Por Francisco Véjar



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A principios de los años noventa, me encontraba veraneando en Valdivia, como lo solía hacer en las vacaciones. Allí me reunía con el poeta Jorge Torres Ulloa o Germán Arestizábal. Días inolvidables, paseando libremente por la costanera del río Calle-Calle. Asimismo, partía donde amigos que tenían casas cerca de Niebla. Ya desde ahí podía ver el mar.

Hay tantos recuerdos. Los caprichos de la memoria, hacen que retroceda en el tiempo y estoy de nuevo en ‘La Protectora’, restaurante que se incendió hace ya muchos años, y ahí estaba Andrés Anwandter y su tío, en una mesa de roble, compartiendo conmigo unas copas de vino e innumerables historias. Así pasaban mis horas, tranquilas y diáfanas, como un vuelo blanco de alcatraces.

Por esos días, ya había pasado la semana valdiviana y sus festejos. Tenía presupuestado llegar al fin del verano en la ciudad fluvial, pero una mañana fortuitamente me encontré al poeta Jesús Sepúlveda que partía junto a otros escritores, a un encuentro literario que se realizaba en Puerto Varas. Y me invitó a que fuera a participar. De inmediato acepté y partimos esa misma tarde. En fin, en el grupo se encontraban varios colaboradores de la revista ‘Piel de Leopardo’, dirigida por Sepúlveda. 

El ENCUENTRO

Llegando a Puerto Varas, asignaron el Hostal donde alojaría. Por lo mismo, pude dejar el equipaje y partí a reunirme con los amigos de ‘Piel de Leopardo’. Al día siguiente, tuve la sorpresa de encontrar a Gonzalo Rojas, en los pasillos del Hostal. Después del saludo correspondiente, le dije: “¿Usted me concedería una entrevista?”. “Por supuesto, pero después del desayuno”, contestó. El tiempo corría demasiado rápido para mí. Anoté en una libreta las preguntas correspondientes y esperé un rato. Luego vi que venía Rojas con Ricardo Mendoza; su gran amigo. Nos sentamos, provistos de café y pasteles, hasta que hice andar la grabadora, y comenzaron las preguntas y las respuestas. Tenía interés por el tema de la identidad, también quería que hablara de su generación y de algunos personajes inolvidables, como Jorge Cáceres o Teófilo Cid. La conversación fluyó con la misma naturalidad, con que caen las hojas de los árboles.

Al poeta Gonzalo Rojas se le veía; jovial, chispeante y lúcido. Nos reíamos con Ricardo. Cuando le pregunté por el surrealismo en Chile, específicamente por ‘La Mandrágora’, contestó: “Surreachilismo, querrás decir”. Lo cierto es que lo conocía desde hacía tiempo. Comencé a leerlo a mediados de los ochenta y mucho después, me lo presentó Jorge Teillier.

Siempre lo encontré generoso. Una noche nos invitó a cenar junto a Jaime Luis Huenún y propuso que fuéramos miembros de un taller de poesía que pensaba llevar a cabo. Se trataba de leer las residencias de Pablo Neruda por dentro. Esa noche sentí como si hubiese ido viajando, con dos muy buenos comensales, en un tren sin fronteras.

Pero volviendo a Puerto Varas y a aquel verano de principios de los noventa, vuelvo a estar sentado en un auditorio de la Municipalidad de dicha ciudad, y en el proscenio: Gonzalo Rojas dando un recital de poesía. El recinto estaba a tope. En un momento, Rojas preguntó si deseábamos que leyera algún poema en particular. Levanté la mano y le pedí que recitara su poema, titulado Carbón. Y empecé a sentir esa voz inconfundible, diciendo:

“ Veo un río veloz brillar como un cuchillo, partir
mi Lebu en dos mitades de fragancia, lo escucho,
lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces,
cuando el viento y la lluvia me mecían, lo siento
como una arteria más entre mis sienes y mi almohada”.

Esa musicalidad y contenido llega a lo hondo. El poeta de pie al igual que un alerce. Se oxigenaba con el entusiasmo de los jóvenes. Y ahora me entero que cuentan la historia de dicha entrevista, realizada aquel verano, pero de manera distorsionada. Nunca estuvo nadie de ‘Piel de Leopardo”, en el escenario de mi encuentro con Rojas. Yo le ofrecí a Jesús Sepúlveda la entrevista que se publicó en su revista y que tuvo eco en El Mercurio y en Las Últimas Noticias.

Por lo mismo, fue leída y comentada por los poetas y escritores de la época.


 

 

 

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