Proyecto Patrimonio - 2012 | index | Guillermo Martínez Wilson | Autores |




 

 

 

 

 

 


ENTRE PATA DE CABRA Y CANTINA
Relato de un viaje a Argentina y cuentos de Atacama

Guillermo Martínez Wilson

 

 

.. .. .. .. ..

 

CON LA CASA A CUESTAS

 

 

Los mineros, riendo y bromeando, acomodaban sus bolsos en la parte trasera de la camioneta. Los asientos de la cabina ya estaban ocupados. Otros tendían papeles de periódico para no ensuciarse las ropas y se iban ubicando lo mejor posible. El viaje al pueblo tomaba una hora y todos volvían contentos después de veinticinco días aislados del mundo en medio del desierto.

¡Ya, pues, apure, paisano Berenguela!, le gritaron a coro los mineros ya sentados sobre sus bolsos.

Esperando que se allegara el viejo minero que caminaba lentamente hacia nosotros, puse en marcha el mctor. Los mineros reían y bromeaban. Volvían contentos, ya que se cumplían los días pactados en la mina, y ahora tenían cinco de asueto. José Berenguela venía del rancho elegantemente vestido y un poco encorvado al andar por los años. Los mineros murmuraron asombrados ¡La pintita del paisano...! Cuando se allegó a nosotros, debí hacer salir a un minero de los dos que ya estaban instalados en la cabina. Lugar privilegiado que protegía del polvo del camino al pueblo.

Vas a tener que irte atrás con los demás. El maestro Berenguela tiene que llegar al pueblo de punta en blanco, dije, y el joven minero salió refunfuñando.

¡Berenguela! ¡Suba a la cabina!

En silencio se ubicó y cerró la puerta. Berenguela nunca fue de muchas palabras. El minero que quedó en el asiento del medio lo miraba de reojo. Nunca lo había visto de traje y corbata. Emprendimos la marcha dejando atrás el campamento.

La pequeña minería estaba en su ocaso. Ya no había muchos mineros que se desplazaran por el desierto de mina en mina. Hombres que nunca armaron hogar en ninguna parte. Sus antiguos hogares -si es que alguna vez los tuvieron- estaban muy al sur. Los olvidaron y abandonaron en los largos peregrinajes que duraban toda una vida.

Berenguela, ahora que se iba a encontrar con su hija, para viajar juntos al Sur. ¿Se nos quedará por allá?, pregunté.

Hace más de treinta años que me vine. Si no fuera porque ahora hay tantos teléfonos y carabineros... nunca me hubieran encontrado.

¿Siempre por estos lados?

Primero estuve en el mineral de Michilla, en el Norte Grande. Después solamente por aquí, en Atacama —y así fue nombrando varios pueblos.

Cuando encuentre a su hija, abajo en el pueblo, seguro que va a hacer un encuentro especial. ¡Más de treinta años sin verse!

Puede ser, fué lo único que contestó. Y encendió un cigarrillo.

¿Nunca se vieron antes?, volví a la carga.

Me parecía inverosímil que un hombre abandonara a su mujer y a sus hijos. Se largue al Norte y se olvide de todo un pasado. Quizás hastiado de las responsabilidades o por algún problema con la justicia. Había conocido cantidad de hombres en torno a las minas que dejan todo un pasado e inician una vida de trashumante de pueblo en pueblo. Unos meses se instalan cerca de un villorrio minero. Basta que existan burdeles y alcohol y después se largan a sus andanzas, sin rumbo y con sus pertenencias al hombro, que no pasan de ser más que una colchoneta enrollada y un bolso, con suerte una radio a pilas. Todos sus bienes, como los caracoles, con su casa a cuestas. Monjes que se retiran de la vida cotidiana, de los pueblos y las ciudades. Ahora que la minería artesanal desaparece, pensé, no tendrán lugar en el mundo nuevo que se nos viene.

Seguí conduciendo. El sol de la tarde amarilleaba los cerros silenciosos. En el camino, un hombre hacía señas de que nos detuviéramos para llevarlo. Lo recogimos. Era un minero con sus vituallas. También era viejo y de aquéllos que peregrinan alejados del mundo, de mina en mina. Ya arriba, reconoció a Berenguela y golpeó con su anillo de bronce desde el otro lado del vidrio trasero para saludar a Berenguela, a quien seguramente no había reconocido en primera instancia, tan bien vestido.

A este paisano lo conozco desde la mina Franklin, en Taltal, comentó Berenguela. Hace cuarenta años que trabaja por las minas desde que se vino de Chillan. Nunca más volvió. Y aquí está.

Lo dijo como si él fuera camino del cadalso, y seguramente envidiaba la libertad del viejo que iba riendo atrás. Y yo percibí el sentimiento de profunda pérdida de sus palabras. La pérdida del estilo de vida del pirquinero, que fue siempre un hombre libre en un mundo que inexorablemente se iba para siempre. No podía volverme a mirar al minero que habíamos recogido con sus bultos por el camino, tenía que conducir con precaución, pero acomodé el espejo retrovisor para mirar a ese viejo nómada que reía con los otros, como el último de una especie. Gesticulaba ante los otros mineros, como si dijera:

- ¡A mí no me agarra nadie!

* * *

Guillermo Martínez Wilson, pintor, dibujante, grabador y escritor nació allá por 1946, en Santiago en el barrio de La Estampa. Su juventud lo sorprendió en medio de un torbellino de cambios sociales que dejaron una fuerte impronta en su obra plástica y literaria. Su paso, en Chile, por la Escuela de Artes Aplicadas (en los '60), su posterior salida de la patria (el año 75) por casi dos décadas y su retorno (en los 90), aún inconcluso, a los lugares y a los seres que se quedaron son sólo fragmentos de una vida rica en experiencias y humanidad que aún tiene mucho por ofrecer tanto con la pluma, como con el pincel.



 

 

 

Proyecto Patrimonio— Año 2012 
A Página Principal
| A Archivo Guillermo Martínez Wilson | A Archivo de Autores |

www.letras.s5.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez S.
e-mail: osol301@yahoo.es
ENTRE PATA DE CABRA Y CANTINA.
Relato de un viaje a Argentina y cuentos de Atacama.
Por Guillermo Martínez Wilson