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Desentrañando el mundo sinfónico de Mahler

Por Gastón Soublette
Publicado en Artes y Letras de El Mercurio, 30 de Diciembre de 2018


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La Séptima Sinfonía de Gustav Mahler data de 1906. Su primera audición tuvo lugar en Praga, en 1908, bajo la dirección del autor (todas las primeras audiciones de las sinfonías de Mahler eran siempre dirigidas por él mismo). Por lo que se sabe en el público asistente estaban presentes personalidades muy destacadas de esos tiempos, tales como el compositor Alban Berg, discípulo de Schönberg, y los célebres directores de orquesta Bruno Walter y Otto Klemperer. La recepción del público y de la crítica fue discreta, según la información que nos da Bruno Walter en su libro sobre Mahler, lo que obligó al compositor a revisar la instrumentación varias veces e introducir cambios.

Siendo este director el más destacado discípulo del maestro en el arte de la dirección de orquesta, conoció como nadie las vicisitudes por las que pasó la difusión de su obra incomprendida por un público y una crítica proclives a juzgarla por comparación con la estética archiestablecida de los grandes maestros de la Escuela Alemana, desde Beethoven. Por eso, la aceptación de esta música en una dimensión masiva a nivel mundial ha venido a ser un fenómeno tardío que ha podido ocurrir solo en la segunda mitad del siglo XX.

Todos los musicólogos que han analizado la obra de Mahler hacen notar lo insólito del hecho de que una música en la que se conjuga el heroísmo épico, y la efusión sentimental en gran escala como expresiones de una concepción esencialmente romántica de la música pueda ser aceptada sin reparos, entendida y disfrutada solo después de transcurrido casi un siglo desde el fallecimiento de su autor en 1911 y no antes.

¿Cómo podría explicarse el hecho de que las sinfonías de este compositor nacido en 1860 hayan pasado tantas décadas esperando a su verdadero público para venir a hallarlo en plena posmodernidad y después de que, a causa de dos grandes guerras mundiales, haya entrado en una profunda crisis la cultura occidental en su totalidad?

No hay escritos musicológicos del pasado sobre la obra de Mahler que no pongan el dedo en la llaga acerca de lo que todos sus comentaristas anteriores llamaron sus banalidades, su recurrencia irresistible a una temática de música ligera y de mediana calidad, como también a sus arranques sentimentales de un apasionamiento ajeno a nuestro tiempo; a lo que se suma el gigantismo a veces abrumador de largas y pesadas estructuras sinfónicas instrumentadas para masas orquestales de dimensiones monumentales.

El compositor francés Pierre Boulez, gran promotor de la música contemporánea y conocedor de todos los hallazgos y arbitrariedades de un arte musical que no va más allá de ser una proposición de sonoridad, escribió un ensayo muy lúcido sobre el fenómeno Mahler asociando las críticas del pasado con el intento de explicar el por qué del triunfo tardío y clamoroso de un arte que en el pasado inmediato no fue valorado, como lo ha sido mucho después. De la lectura de este ensayo se desprende que la comparación de la música de Mahler con la de sus grandes antecesores, durante mucho tiempo lo desfavoreció pero que después de la crisis cultural del siglo XX, lo que antes fue calificado de banal resultó no serlo para la nueva concepción del arte en la posguerra, como tampoco se hizo cuestión del gigantismo estructural y la inmensa orquestación, ni los arranques sentimentales, ni la teatralidad de un heroísmo épico, ni su manejo de una retórica de lo sublime, y ni su recurrencia a la oscuridad sonora de lo misterioso.

Así, lo interesante del fenómeno Mahler, hoy, es que toda la desmesura estructural y expresionista resulta ser la fisionomía musical de una vitalidad creadora que ahora nos resulta absolutamente excepcional, que en el ritual de la ejecución de sus sinfonías el hombre posmoderno y poshumano necesita para alentar lo mejor de sí que subyace en su interior. Incluso lo que antes fue mirado como vulgar hoy resulta, como proposición estética, muy interesante, como es el caso de su recurrencia a las danzas folclóricas y citas muy aproximadas a los más conocidos valses de Johann Strauss en los scherzos de sus sinfonías, en el entendido que esos materiales sonoros son sometidos luego a variantes de desarrollo de un modernismo y una osadía de evidente originalidad para los auditores de esta época y en lo que se refiere a una vena épica, sublime y misteriosa de su música sinfónica eso es, justamente, lo que al público contemporáneo más le atrae e impresiona.

Más íntima

En lo que se refiere a su Séptima Sinfonía próxima a ser presentada en Chile, cabe decir que está concebida en la misma factura monumental de sus otras sinfonías, sin desmerecer en valor, aunque en su caso cabe hacer notar que hay una tendencia inconsciente tal vez a situarla en un segundo rango entre sus pares más próximas: la Quinta, la Sexta y la Octava. La Quinta es la más brillante de todas y pasa por ser la composición sinfónica con que más se puede lucir una gran orquesta y un buen director. La Sexta, por su célebre marcha arrolladora inicial y su poético adagio y su final contrapuntístico se destaca más, en tanto que la Octava llamada 'Sinfonía de los mil' por sus dilatadas dimensiones, por sus coros y solistas, resulta ser como un edificio muy grande que le hace sombra por el costado norte.

En contraste, la Séptima Sinfonía resulta ser más intimista, aun cuando su primer y cuarto movimientos recurren al ritmo binario de las marchas militares en varios pasajes. Por lo leído en los trabajos musicológicos sobre Mahler, lo que más se destaca en esta obra, lo cual es también de mi preferencia, son el scherzo danzante en ritmo de vals del segundo movimiento y la "Nachmusik" (música nocturna) del tercer movimiento. Obras sinfónicas que asocian luces y sombras alucinantes en un permanente juego sobre un fondo de misterio mediante una dinámica de muchos matices y una rica instrumentación.

El primer movimiento, del mismo corte que el primer movimiento de la Segunda, de la Tercera y de la Novena, es como un gran poema sinfónico con un desarrollo episódico de mucha riqueza y variedad pero siempre en una cuerda patética y algo sombría. Su factura es de muy largo aliento. Según el director puede alcanzar hasta 25 minutos. Solo el primer movimiento.

Como en todas las sinfonías de Mahler, se percibe que es una música sinfónica hecha por un compositor que se desempeña normalmente en el oficio de la dirección de orquesta, especialmente director de óperas, lo cual le aportó el sentido del teatro que él transfirió a sus sinfonías mediante una narración orquestal de mucho sentido dramático.

En suma hoy, a más de cien años de distancia de su fallecimiento, podemos decir sin temor a equivocarnos que muchos rasgos del estilo musical de Gustav Mahler que antes le merecieron críticas negativas y reproches, son precisamente los aspectos de su obra por los que hoy se le admira y se celebra, una vez superados todos los condicionamientos y prejuicios de un público y una crítica muy anclados en los modos tradicionales de componer música, que no podían entender a un compositor que declaraba públicamente que la forma sinfonía había alcanzado tal grado de desarrollo que podía incluir todas las formas musicales, desde la canción a la sonata, pasando por las danzas tradicionales, el drama musical, el poema sinfónico, la cantata, el oratorio, la música de banda militar, los misterios del más allá, y la religión cósmica. Por eso, él solía decir que componer una sinfonía era como crear todo un mundo.

 

Gastón Soublette es autor del libro "Mahler. Música para las personas", editado por la Universidad Católica en 2005.



 

 

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Por Gastón Soublette
Publicado en Artes y Letras de El Mercurio, 30 de Diciembre de 2018