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ALFIERI DÍAZ ARIAS, ENTRE ALACRANES

Harold Alva


Es vital para los que estamos de una u otra forma involucrados con la literatura toparnos con un muy bien escrito libro de cuentos que nos llega desde provincia, y ojo que con esto no pretendo clasificar ni dividir a los escritores, pero sí precisar (repetir) que por culpa de un centralismo avasallador existe una literatura postergada; por eso los que están en la otra orilla, digámoslo así, han asumido desde hace mucho que Lima ya no es esa ventana a la que necesariamente tenían que llegar para que se los conozca. Han constituido entonces sus propios círculos, su propio ambiente cultural, y eso, cuando realmente son buenos, los hace en cierta manera más valiosos. El problema es que pese a ello existe una cultura que pretenden vendernos como oficial, y quienes han fortalecido esta ruptura más allá de los medios, ha sido la propia crítica, los críticos de esta ciudad que se han acostumbrado a "investigar" desde sus propias torres, que todavía pretenden analizar los procesos de nuestra literatura encerrados en sus claustros cuando en la periferia se escriben a diario libros que nada tienen que envidiar a sus "hallazgos oficiales". Eso más allá de la Internet, el google, o la televisión.

De esos escritores que están fuera de Lima, y que sin embargo han asimilado el reto, porque creen en lo que hacen, y porque, como todo buen creador, se informan de lo que acontece más allá de sus ciudades, es Alfieri Díaz Arias, que aparece en escena con un recomendable libro de cuentos donde apreciamos el dominio de los recursos narrativos, que han hecho de sus historias, relatos memorables que sorprenden por tratarse de una ópera prima. Alfieri Díaz Arias nació en Trujillo en 1971. Es Comunicador Social, a simple vista es un sujeto normal, tímido, el típico intelectual con sus lentes de lector voraz, que da la impresión se mantiene alerta, esperando el momento para lanzar la pregunta con la que pretende medir el talento o la formación libresca de su contertulio. Pero que sin embargo esconde a un creador que no teme liberar a sus personajes sobre la página en blanco (la pantalla de Word para ser más exacto) y presentarnos a través de ellos al cinéfilo, melómano o erotómano compulsivo que guarda muy dentro.

ENTRE ALACRANES explora diversos territorios, va desde un cuento que describe la tragedia de un desdichado en la prisión, que se suicida torpemente (Cachupipe); inventa una historia descabellada sobre un sujeto al que pretende hacernos creer que se trata del propio Hitler refugiado en Trujillo (Otto Hassinger); nos narra la vida de una prostituta con finísimo oído para la música, cuyo rostro está marcado por una cicatriz propia de quien sobrevive en los bajos fondos (Oolla); nos describe los días de un niño que asesina su padre poniéndole alacranes en los zapatos (Entre alacranes); hasta los bajos instintos de un necrófilo que quiere poseer el cuerpo de Jim Morrison (La morgue central); o cómo asesina un militar a la chica de sus sueños, aventándola desde un avión, por comunista, en la dictadura de Videla (Último concierto); sólo por citar algunos de sus cuentos. Sin duda, este un libro que ofrece ese gozo que busca todo lector, es un conjunto de relatos que no cansan. Alfieri Díaz Arias nos demuestra que la suya es una asimilación puntual y arriesgada de lo mejor de nuestros clásicos; ubicándose así como uno de los escritores jóvenes con mayor proyección en nuestras letras.

 

*** ***


DOS CUENTOS DE ENTRE ALACRANES

 

Oolla

De Eva nunca se hubiese percatado si no lo enviaban esa mañana a cubrir la información sobre el cadáver de una quinceañera, asesinada en las inmediaciones supuestamente por una secta satánica. En la fachada, una gran banderola con letras amarillas fosforescentes anunciaba: LOS SEX PISTOLS TOCAN GRATIS ESTA NOCHE y a él le causó gracia. ¿Los Sex Pistols en Trujillo? Aunque meses atrás habían vuelto a juntarse, reemplazando a Sid Vicious por Glenn Matlock, el bajista original, tan siquiera pensar que podían presentarse en su ciudad era tan irracional como ese rumor que le contaron sobre los últimos días de Hitler viviendo escondido en Trujillo y en su mismo barrio, California, a dos cuadras del colegio San José y que a principios de los setenta un joven lo mató a cuchillazos por oponerse a que enamorase con su hija... Qué cojudeces que te hacen creer de chiquillo.

¿Cuántos trujillanos sabrán de la existencia y trascendencia de los Sex Pistols? Uno entre cien cuánto mucho. Y de esos, ¿cuántos pueden dejarse seducir por el ardid publicitario? Pues él, Ezequiel Vidal, periodista del semanario La Voz, llegó a Eva esa noche de miércoles y no sólo encontró música de los Pistols, también de Violent Femmes, Siouxsie & The Banshees, Iggy Pop y aún más, retrocedían en el tiempo y sonaba Walk to the wild side de Lou Reed y Space Odity del mejor Bowie. Las muchachas que salían a escena, adaptaban sus movimientos al ritmo de canciones que no habían escuchado en su puta vida, y lentamente se iban despojando de sus prendas. ¿Qué mágico puterío era Eva? ¿Por qué ponía música que pocos apreciarían a unos metros de Chan Chan, la esplendorosa ciudadela del reino Chimú? Los concurrentes no se molestaban si es que a la hora de bailar con las chicas les ponían temas de Héctor Lavoe, Willie Colón y por supuesto, Lágrimas de Roberto Blades. Por lo demás, estaban contentos si la carne que se miraba, se lamía y se manoseaba, era complaciente y si el precio de los tragos no era exagerado como en antros similares.

Envalentonado por su cuarto cubalibre, Ezequiel se atrevió a preguntarle su tarifa a Margie, la charapa que sorprendió a todos mostrando su velluda vagina al ritmo de London Calling de The Clash, aunque ella no tuviese idea del nombre de la tonada ni quién diablos la tocaba. "150 soles para mí y 50 que dejas en caja para que me dejen salir; el hotel corre por tu cuenta". Mucho para su sueldo de periodista que sacaba 900 soles sin descuentos, clavado para quien no tiene mayores obligaciones que correr con su propia manutención.

Desde esa noche, Ezequiel se volvió asiduo de Eva, ubicada en una incipiente urbanización con una que otra casa en construcción, a la que se llegaba por un desvío del camino a Huanchaco. Todos los martes, miércoles y viernes, pasadas las doce, tomaba asiento cerca a la barra y observaba el espectáculo, que podía ser catártico y frenético si era con los chirridos de la música punk, o sosegado si se bailaba con una canción más pausada, pero que no dejaba de tener un matiz maligno u oscuro. Su consumo intentaba que no fuera superior a los treinta soles, el equivalente a cinco vasos de cerveza y se entretenía intimando con las muchachas, no sólo con la vana esperanza de llevárselas gratis a la cama, con el cuento del videasta que busca actrices dispuestas a realizar escenas fuertes sin llegar a lo pornográfico, sino averiguar el porqué del gusto de aquella música no muy convencional para Trujillo ni para ningún puterío en el mundo entero.

-Odio bailar esa mierda-, le confesó Fresia, la tarmeña que juraba ser limeña y que destacaba de las demás por sus extravagantes zapatos de plataforma. Ella prefería desnudarse al ritmo de algo más chonguero como: Fuego-fuego llamen a los bomberos, qué es lo que tú quieres, mamacita, de mí...
-¿Por qué no bailas lo que a ti te dé la gana?
-Porque la perra de la "Caracortada" no nos deja-, le reveló con cierta amargura, aludiendo a la flaca de cuello modigliánico y nariz respingada que todas las noches vigilaba cada detalle, paseándose con una licra ceñida en su cuerpo y un vaso de whisky en la mano.

Ezequiel había reparado que ella guardaba su distancia y no permitía que nadie se le acercara, ahuyentándolos con la repulsiva cicatriz que surcaba su mejilla, desde la comisura de los labios hasta la oreja. La hendidura delataba que se la habían hecho con vidrio de botella y hacía cruel contraste con la espectacular silueta que conservaba. Su anatomía quebrada y su abdomen libre de adiposidad se lucía aún más con su garbosa forma de caminar. A la hora de subir al escenario, ponía, invariablemente, una canción corta: Girlfriend in a Coma de The Smiths y se colocaba una máscara de terciopelo azul para tapar el lado malogrado de su rostro. A pesar que bien se acercaba a los treinta, demostraba una fuerza y una elasticidad muy superior a las otras nudistas, a quienes fácil llevaba ocho o nueve años, dejando caer el corpiño y las bragas con una sutileza inimitable, casi como si se tratase de un ritual fúnebre que la hacía más inaccesible y enigmática.

"Qué miserable el tipo que destruyó su belleza", se lamentaba Ezequiel cuando la veía pasar, imaginando el origen lumpenesco de su desfiguración. Al principio no se lo admitía pero la deseaba con toda el alma, y no era el único. Qué no daría por sentarla a su lado y que le diera tan solo la oportunidad de conversar.

Algunas noches, Ezequiel gastaba más de la cuenta. Convidaba vodka tonics o cigarrillos de mentol -de esos que generan impotencia- a Brenda, Pina, Miranda y Melina, en pos de averiguar algo más de aquella mujer que tanto le interesaba. Supo que Oolla era su nombre y Robles su apellido. Nació en Piura donde sus correrías y fornicaciones eran legendarias. Mal de muchos hombres que perdieron la cabeza al probar de sus sabores, el predicador de una Iglesia Apocalíptica -dicen que despechado de amor- le dedicó el capítulo 23 de su poco inspirada obra puritana, que distribuía en copias fotostáticas. En ella recreaba y exageraba las andanzas de la pecadora que al final recibía un castigo atroz y ejemplar al ser desgarrada y devorada por los colmillos de sus propios amantes. Severa advertencia para que las mujeres de su cofradía dejaran de putear. En Chiclayo, Oolla llegó a ser la primera figura del Fontainebleu, alguna vez el night club más exclusivo del norte del país, hasta el día que ocurrió el incidente que estigmatizó su cara y que al mismo tiempo originó el declive del local. Hace unos dos años había llegado a Trujillo y, junto con su hermana menor y otras compañeras de labores, inauguraron este local, autonombrándose gerente y administradora por ser la socia que había aportado más capital.


Llegó un martes 29 de abril. Cuarenta y siete días habían transcurrido desde que Ezequiel Vidal cayó seducido por el influjo de Eva. Eufórico y con la billetera cargada, fruto de su silencio por no develar los negocios turbios de un regidor de la comuna, no se imaginó que en la noche del debut de una riojana, que tomó el nombre de Mujer Araña y se desnudó con Spider Man de los Ramones, estaba escrito que Oolla le contaría su historia.

Nunca hubiese sucedido sino fuera porque Ooliba, su hermana menor, infinitamente distinta, más morena, con el rostro lleno de pecas y unas tetas enormes que daban ganas de morderlas, se sobrepasó con el trago y las anfetas y no pudo mantener el equilibrio de sus tacos elevados, precipitándose por la escalera de caracol y estampándose de bruces contra las baldosas de la pista de baile. Ante la conmoción general, fue Ezequiel el primero en socorrerla, la cargó en sus brazos y se ofreció a llevarla en su viejo Datsun, modelo 1974, al hospital Regional.

Sentados en la sala de emergencia, mientras suturaban la herida de Ooliba en la frente, con más de cuarenta puntos entre internos y externos, lo cual forzosamente le obligaría a modificar su peinado, Ezequiel, el periodista que había entrevistado a Alex Lora y Facundo Cabral, a Christina Rosenvige y Alejandra Guzmán, se demoró mucho en cavilar una pregunta que no sonara estúpida cuando la fuera a soltar.

-Me gusta la música punk, ¿pero sólo eso escuchas?
-Escucho desde Morrison hasta Morrisey.
-Son nombres mayúsculos que sorprende encontrar en...
-¿Una prostituta?
-En cualquier mujer diría yo.
-¿Eres maricón?
-Machista antediluviano sería mi exacta definición.
-¿Y te gusta mi música?
-Me llama más la atención que a ti te guste.
-La escucho porque en ella estoy atrapada. Es la música que me enseñó a amar y fue testigo de mi tragedia.
-¿Acaso es protagonista de la cicatriz que llevas en la cara?
-Esa es una larga historia que no creo sea oportuno revelarte.
-No calles ahora, te lo ruego. Desde la primera vez que te vi, apoyada en la barra, quise saber todo de ti. De verdad, no lo tomes a mal, pero me fascina tu estilo.
-Eres un perdedor. Lo delata la ansiedad de tu voz.
-Qué mejores oídos que los míos entonces. Te escucharé sin tener nada que reprocharte.
-¿Hace cuánto que la persona que amas te dejó de lado? Tus ojos transmiten el vacío de quien lo ha perdido todo.
-Hace dos años, cuando partió a Bolivia y me dejó destrozado.
-Nosotras las putas también nos enamoramos...
-¿Y por qué te hiciste puta?
-¿Y por qué no?
"Y claro, por qué no", pensó encogiéndose de hombros, prestándose a escuchar la historia que la mujer tenía muy guardada en su interior.

Oolla nació en Castilla, distrito de Piura, pero su infancia la pasó en el desierto, rodeada de burros, algarrobos y gente de apellido Seminario. Su padre fue un teniente del Ejército, que no llegó a conocer, y su madre una bella mujer blanca, demasiado quizá para la vida miserable que llevaba. El día que vino al mundo nadie se ocupó de cortarle el cordón umbilical, ni fajarla con pañales, ni sumergirla en agua para purificarla. Su velludo cuerpecito quedó expuesto en el campo porque su madre la repudió desde el momento de nacer. Sólo la madre de su madre, al verla agitarse en un charco de sangre, la recogió y la hizo crecer como la hierba de los campos, hasta que fue abundante su cabellera y se desarrollaron sus pechos.

Antes de cumplir los doce, conoció de amores al cubrir su desnudez con el cuerpo de un primer hombre. Luego vino otro, un comerciante de casi setenta años que, pletórico de ilusión, la llevó a vivir a su casa en Catacaos y le hizo conocer de perfumes, buena ropa y buen calzado, el gusto por la orfebrería al colocarle ajorcas en los brazos, pendientes en las orejas y un collar con su nombre grabado en el cuello, como símbolo de su pertenencia. Mas era tan repugnante el aspecto del viejo y sus esfuerzos por parecer un amante mancebo, que Oolla escapó una madrugada y volvió al desierto, donde su cuerpo de piltrafa amenazaba con quebrarse cada vez que un mecánico o un camionero que triplicaba su peso se colocaba encima de ella, a cambio de unas monedas o un pollo con papas fritas. Al cumplir los catorce, un ex marino mercante se fijó en Oolla y la llevó a trabajar en la red de locales nocturnos que tenía en Piura, Tambogrande y Los Órganos. En esa época aprendió sus primeras letras y a confiar en su hermosura, pues de tanto pronunciar la elevada tarifa que cobraba por lo que tenía entre las piernas, se dio cuenta de lo que valía en verdad. Cinco años después, al redondearse sus atractivos y convertirse en la prostituta más codiciada de Piura, Oolla se dejó seducir por la propuesta económica del Fontainebleu y partió a Chiclayo, no sin antes dejar en su reemplazo a Ooliba, su hermana menor, quien de tanto prostituirse en el desierto, supo cómo desterrar el recuerdo de su hermana y la superó en vicio y fornicación, llegando incluso a estelarizar dos vídeos pornográficos en Ecuador: Pinga de Asno fue el primero y Leche de Caballo su muy requerida continuación.

Ni bien Oolla pisó Chiclayo, la fama de su gracia y figura se extendió por toda la región. De Lambayeque, Motupe, Ferreñafe y alrededores, llegaban agricultores e industriales para verla desnuda y pagar lo que fuera por disfrutar de sus favores. Para no dejarla a merced de los lobos, doña Pilar, la propietaria del Fontainebleu, le propuso pernoctar con las demás chicas en el local, pero Oolla, aburrida de vivir bajo la tutela de sus empleadores, se negó y más bien aceptó que la recomendase como inquilina en la casa de su hermana, la tía Julita, quien la recibió sin hacerse problemas por su estilo de vida, siempre y cuando cumpliera con pagar la mensualidad.

La habitación que Oolla rentó era cercana a la habitación de Joaquín, el hijo de la tía Julita, quien hacía sus prácticas en una Cooperativa Azucarera a la par que cursaba el penúltimo año de Agronomía. Yendo siempre presuroso de un lado a otro, parecía no tener tiempo en reparar en la existencia de Oolla, hasta que una mañana que le ganaba la hora, entró en el baño que ambos compartían y la encontró desnuda y abierta de piernas, orinando en la taza del inodoro. Superada la sorpresa inicial, sobrevino una violenta discusión porque una no le puso seguro a la puerta y porque el otro debió suponer que el baño estaba ocupado. Sin más argumentos que los gritos y los insultos, un "ándate a la mierda", de parte de Joaquín, puso punto final a la discusión y se marchó, pero antes que enojado, se había quedado anodadado con el espectáculo; tanto que a la vez siguiente que se toparon, de nuevo en el baño, al repetirse el descuido de no cerrar la puerta, él la encontró llorando porque no había logrado despedirse de su abuela, la persona que más quería y que moría a la víspera de cáncer al páncreas. Entonces Joaquín la abrazó y la llevó a su habitación, le mostró su amplia colección de vinilos y ningún disco compacto -los detestaba porque sentía que la música venía enlatada y su ritmo vertiginoso no se comparaba al ritmo romántico y cadencioso de los discos de 33 revoluciones- y eligió el Horses de Patti Smith para la ocasión. Al dar vueltas el tornamesa, le tradujo la amarga poesía de cada melodía, hablándole bonito, en tono sosegado, como nunca otro hombre le había hablado y la despojó, casi sin darse cuenta, del polo que le llegaba hasta las rodillas y publicitaba una marca de mermelada, descubriendo que debajo no llevaba nada y que la magia de su desnudez quedaba a su entera disposición, no hastiándose de recorrerla por un día entero, olvidándose del trabajo y de vivir pendiente del tiempo.

Desde ese día y casi durante todos los días, en más de tres años, Oolla y Joaquín vivieron para devorarse. Ya sea en el baño, las escaleras o el pasadizo, cualquier sitio era bueno cuando había ganas y la música, siempre la música, ya sea de Damned, New York Dolls o de Elvis Costello, sonara a todo volumen para morigerar los gemidos. Nunca antes ni después, hubo para Oolla un hombre que lamiera sus senos, el punto corporal que más la excitaba, como sólo él podía hacerlo. Nunca otra lengua recorrió los rincones más recónditos de su cuerpo: su ombligo, sus muslos, los dedos de sus pies. Nunca antes le robaron orgasmos tan intensos al momento de penetrarla, ensayando un movimiento y una velocidad diferente, con la intención de brindarle un goce distinto. Cualquier elogio que Oolla dedicara a quien le robaba tantas sensaciones no era por cumplir. Joaquín guardaba la facultad física y mental de mantener erecto su miembro por espacio de treinta o cuarenta minutos, permitiéndose eyacular luego que ella se derramara cinco o seis veces. Oolla a su vez tampoco se quedaba atrás en el arte de prodigar intensos placeres. Nunca antes había conocido un conducto vaginal que se afirmase tan bien con su miembro. Nunca antes había sido capaz de erectar cuatro veces en una mañana y acabar con la misma potencia encima de su vientre. Y esta proeza era frecuente. Nunca nadie lamió su pene como ella, se tragó sus fluidos como ella, se comió su escroto y su trasero, lo obligaba a colocarse de espaldas y fingía ser un hombre que lo penetraba. Nunca nadie se había corrido encima de él con sólo sobar su sexo en su pecho velludo. Ambos eran dos máquinas sexuales, dos fieras insaciables hechas el uno para el otro, el complemento perfecto, la alquimia exacta que sabían que en otros cuerpos no hallarían jamás.

Oolla siempre creyó haber nacido sin corazón hasta que empezó a compartir su cama y su alma con Joaquín.

-Una palabra tuya y te juro que dejo de ser puta-, le ofreció al cumplirse dos años de entrega mutua.
-¿Y a qué te dedicarías?
-A amarte-, respondió con convicción, y a Joaquín de repente le asaltó el temor de estar comprometiéndose más de lo necesario.

A Oolla la quería, pero quizá no lo suficiente como para olvidarse de que era una puta. Un día se peleó e intentó dejarla, pero en menos de una semana volvía a ella arrepentido y con las mágicas promesas de futuros de fantasía en los que Oolla era su reina y princesa para toda la vida.

Entonces fue que apareció Diani, una chiquilla rubiecita y menor de edad, que cursaba el último año en el Santa Ángela y provenía de una familia respetable, propietaria de extensos arrozales. Joaquín la presentó ante la sociedad como su enamorada oficial y el corazón de Oolla se partió al enterarse de la novedad, pero no tuvo el valor de increparle algo a Joaquín porque de manera tácita sabía que las putas no tienen derecho a reclamar nada. Si se enamoran deben ser sumisas y aceptar lo que el destino les depara. Como no quería perderlo, Oolla siguió entregándose a Joaquín, recibiendo como toda contribución que le dijera que con Diani no gozaba ni la quinta parte de lo que gozaba con ella, y no mentía. Su relación sexual con la chiquilla era diferente, y no porque no se entregara a plenitud y accediera a satisfacer sus caprichos más extravagantes, sino porque el sabor de su cuerpo no lo dejaba tan satisfecho como el cuerpo de Oolla. Mas de tanto intentarlo, Diani salió preñada y Joaquín no tuvo más remedio que apresurarse a pedir su mano y asumir un compromiso formal antes que se desatara el escándalo.

De esto, Oolla se enteró por boca de la tía Julita, mientras veían la telenovela de la tarde, y sin ninguna explicación, corrió dolida a su habitación donde lloró, golpeó y mordió su almohada hasta estar segura que su amor por él se había hecho pedazos. Con los ánimos deshechos cumplió esa noche con su trabajo. Bailó un par de canciones, se tomó media botella de White Horse y se fue a la cama con un gerente de Nestlé antes de retirarse a casa. Eran casi las tres, hora en que Chiclayo duerme, menos Joaquín que aguardando su llegada, salió a buscarla, pero Oolla con una pose altiva, no propia de una prostituta, le cerró la puerta y no le abrió en ésa, ni en las noches siguientes, incluso cuando lo sintió llorar y rasguñar la superficie de madera.

Viendo que la situación se volvía insostenible y que pronto Diani llegaría a vivir bajo el mismo techo, Oolla decidió tomar sus cosas y corrió a refugiarse en los dormitorios del Fontainebleu. Loco de dolor y sin ninguna intención de renunciar a su cuerpo, Joaquín pisó por primera vez el local y encontró a Oolla rodeada de clientes. Bajo la amenaza de armar un escándalo, ella accedió a hablar en un lugar privado.

-Y dime, ¿siempre te vas a casar?
-Es inevitable. Su barriga está hinchada.
-Entonces todo lo que hubo entre nosotros se acabó.
-¿Cómo que se acabó? ¡Yo te amo!
-Yo también, por eso te pido que me dejes en paz.
-No, por favor, ¡yo no puedo vivir sin ti!
-Yo quizás. Ya le estoy haciendo la lucha.
-Pero por qué tenemos que separarnos...
-Porque tú, Joaquín Prieto, siempre serás especial para mí y no puedo verte con otros ojos que no sean de amor, pero de amor mío y no compartido. Yo no puedo hacerte el amor como antes. No puedo verte como los demás hombres, sujetos de carne y sin ningún sentimiento. Significas mucho para mí y no quiero verte rebajado a cualquier cosa.
-Pero te juro que no he dejado de quererte, amarte y adorarte. Siempre que te haga el amor estarán todos mis sentimientos involucrados...
-Y luego de terminar, te vestirás y te irás a dormir con tu mujer y a mí me quedará la congoja de tenerte un momento y perderte después. No gracias, nací para puta, no para amante.
Sin embargo, Joaquín siguió llorando y suplicando. Sus oídos se volvieron sordos a las palabras hirientes de Oolla.
-Al menos regálame una última vez-, le pidió, pero Oolla se mantuvo inflexible en su negativa, como si su corazón y sus entrañas se hubiesen vuelto de acero.

Tanta fue la insistencia de Joaquín que doña Pilar prohibió su ingreso al Fontainebleu. Mayor fue su desesperación. Le pidió a su tío el prefecto que allanara el local con una orden de cateo y en compañía de la policía no hubo cómo evitar que se dirigiese a la alcoba donde Oolla se había encerrado. Sin hacer caso de los gritos porque abriera, Joaquín derribó la puerta de un puntapié y se acercó a Oolla con la intención de tomarla de los brazos; mas ella, entre insultos y chillidos desgarradores, le hizo frente con sus uñas afiladas, no quedándole más remedio que tumbarla de una bofetada.

-No quiero que te comportes como mi amante, ¡quiero que te comportes como una puta! ¡Dime tu tarifa! ¡Dime cuánto cobras!-, exclamó fuera de sí, arrojando varios billetes al suelo.

Entonces fue que Oolla, con el rostro enrojecido y el corazón lleno de ira, rompió una botella de cerveza con el filo de la cómoda y la esgrimió como arma filosa.

-¡No quiero verte nunca más! -gritó al levantarse y, al mismo tiempo, embistiendo con la botella, llegó a incrustarla en el pecho de Joaquín.

Herida letal, pero no instantánea.

Entre pasmado e indignado, el muchacho logró desprender el vidrio de su cuerpo, sin amilanarse por la sangre que corría a borbotones. Con furia, arrastró sus pies hasta Oolla y la tomó de los cabellos antes de que llegara a la puerta.

-¡Nunca más serás de nadie! -la maldijo, tirando su cabeza hacia atrás y con la misma botella le desfiguró la cara hasta que la fuerza se escapó de sus manos. Su último suspiro lo utilizó para clavar sus dientes en los labios y jurarle que moría hambriento por su lengua... Ahí nomas se derrumbó ante los ojos horrorizados de los presentes que llegaron tarde para evitar la tragedia.

Asombrado por esta historia, donde Eros y Tanatos se habían mezclado a la perfección, Ezequiel optó por quedarse callado, considerando que sonaría estúpido acotar alguna reflexión innecesaria. Tuvo más bien el tino de tomar la mano de Oolla en silencio y eso hizo que la viera sonreír por única vez en su vida.

-Para el mundo, Joaquín no existe. Diani rehizo su vida y su hija ya tiene un padre. Para el resto de su familia es una lápida a la que se le pone flores. Si Joaquín todavía sigue vivo es porque sus mejores momentos los traigo conmigo, en su música, en las cintas que me regalaba cada semana, esmerándose por explicarme qué grupo tocaba, quienes eran sus integrantes y la letra traducida de cada una de las canciones. Tengo más de 150 cintas y no me canso de oírlas y memorizarlas como a él le hubiese gustado que lo haga.
-Mira, yo no soy como Joaquín, pero comparto su resistencia a sucumbir a la tecnología del disco compacto, y conservo mi tornamesa y mis discos de vinilo. Sin que esto te suene a insinuación de ningún tipo, si quieres algún día podríamos escuchar algo más de los ochentas. Si te gusta The Smiths, me imagino que te gustará Depeche Mode, New Order, Ultravox, Soft Cell...
Al escuchar los nombres de esos grupos, Oolla sonrió con ironía y se puso de pie para darle el encuentro a su hermana que, tambaleándose, se acercaba con un grueso vendaje en la cabeza.
-Eres un perdedor que nunca sabrás cómo llevarse a una mujer a la cama-, le dijo antes de darle la espalda para siempre-. Cómo se te ocurre confundir el gusto refinado de Joaquín con esa música para rosquetes.

 

*** ***



El último concierto

A tres mil metros de altura la pudo ver de nuevo. Sólo fueron unos segundos, suficientes para sentir un intenso hormigueo en el vientre. La luz bermellón parecía difuminar su rostro poblado de pecas, pero al observarla detenidamente no le quedaron dudas. Era ella. ¡Ella! Le parecía que había pasado mucho desde la primera y única vez que compartieron juntos un momento. Apenas un par de años para que el mundo diera vueltas y volviera a colocarla en su camino.

Con una dulce tristeza notó que estaba delgada, aún más de lo que recordaba. Era todita huesos forrada en tan poquita piel. La profundidad de sus órbitas hacía imposible apreciar sus ojos azules y traviesos. Tampoco podía escuchar el tono de su voz inquietante. Era tan extraña su belleza que nadie reparaba en ella. Ni ahora ni aquella tarde de septiembre que la conoció, a las afueras del Luna Park, en aquel concierto al que oficialmente asistieron veintiséis mil personas, pero podía jurar que fueron muchos más.

Las entradas que Lalo, su hermano mayor, había conseguido eran para la segunda función y la cola era interminable. Atropellando desde atrás, lograron superar a la muchedumbre y llegar hasta Guille, el mejor amigo de Lalo e hincha de River, quien les guardaba sitio desde temprano. A su costado estaba Cecilia, la novia de Guille, Laurita, su hermana que toda la vida ha estado enamorada de Lalo, por eso se apuró en hacerle espacio, y una pelirroja desconocida, amiga de Laurita, que era pura sonrisa.

Sin haber sido presentados, Guille lo haló de su brazo e hizo que se colocara detrás de ella, antes que llegaran los oficiales y lo cogieran a palazos. No se abochornó ante las pifias de la gente, pero sí al sentir el estrecho contacto con sus caderas. La miró como intentando disculparse y ella volteó sonriendo como si no le importase.

Supo sin que le preguntara que se llamaba Fabiana, que tenía diecisiete años y vivía en La Boca, cerca de Caminito. Que era estudiante de medicina en la UBA y formaba parte de la Juventud Guevarista. "¿Y cómo te llamás, vos?" Entre tartamudeos le dijo que se llamaba Omar y era soldado de la segunda brigada de infantería. "Formás parte de un ejército loco, tenés veinte años y el pelo muy corto", le dijo y él sólo sonrió sin poder responder, sintiéndose menos porque nunca había sabido decirle nada bonito a una mujer.

Al cumplir los dieciocho quiso conseguir una novia como la que tenía la mayoría de los pibes en el barrio. La única chiquilla que aceptó salir con él fue la hija de un gran amigo de la familia, pero al tenerla a su lado se quedó callado, reemplazando con el The dark side of the moon las palabras que jamás osaría decir. Cansado de su poca personalidad, su viejo lo empujó a que postulara al Ejército, así dejaría de ser boludo y se ganaría el respeto de todos. Le costó mucho, como a tantos, adaptarse a la vida militar. A base de insultos y duro entrenamiento le despojaron temprano de su innata candidez. No tenía agallas quizá para expresar lo que sentía por una mujer, pero sí para masacrar a un grupo de prisioneros del ERP en la provincia de Tucumán.

Apenas ingresaron al Luna Park, la luz se apagó y el griterío de la muchedumbre fue ensordecedor. De repente, un efecto sonoro producido por un melotrón y las luces de diferentes matices que se fijaban para iluminar al cantante. Yo miro por el día en que vendrá. Hermoso como el sol en la ciudad.

Sui Generis jamás le había atraído. Lo calificaba de "dúo de maricas". Detestaba la frágil figura de Nito y la facha de "Lennon tuberculoso" de Charly. Fanático del rock progresivo, de Crimson, Floyd, Yes y el Genesis de Peter Gabriel, pensaba que el rock no podía ser tan suavecito y empalagoso. Lalo estaba seguro que este concierto de despedida iba a ser un hito en la historia del rock nacional. Él más bien creía que el nivel experimental del Instituciones, su último disco, era una farsa que iba a quedar demostrada cuando tocasen sus canciones en vivo.

Siempre el mismo terror a la soledad, y quizá esperaré en vano, a que me dieras tu mano, cuando el Sol me viene a buscar, para llevar mis sueños al justo lugar. Si bien intentaba aparentar que la música no le gustaba, ver a la pelirroja a su lado, cantando con tantas ganas, le animó a dejarse llevar por un ambiente que parecía hechizado con el flautista de Hamelin y el pianista chiflado.

Al llegarle el momento de cantar: y dónde estás, a dónde has ido a parar, y qué se hizo de tu sombrerito gris, la muchacha pegó su anatomía y sin consultarle tomó su mano, alzándola como tantos. Él sintió una corriente, un hincón que surcó su línea vertebral y también se puso a cantar. No lo creía pero sabía más canciones de las que imaginaba. Te encontraré una mañana, dentro de mi habitación y prepararás la cama para dos. Más que fijarse en el escenario, no podía dejar de contemplar a la pelirroja y deleitarse con las expresiones de su cara. A ratos parecía reír, llorar, gozar, ansiar. Antes que empezara: No llores, nena, que no es la muerte, estoy en busca de algo naranja y verde, ella pescó uno de los pitillos de marihuana que circulaba y le dio de fumar. Quizá por eso se esfumaron los temores de abrazarla, de sentir el calor de su cuerpo contra su pecho, de embargarle una sensación de felicidad que no había sentido jamás. A la voz de Nito cantándole a la niña que ha sido enterrada viva en Rasguña las piedras, la pelirroja, emocionada y sin parar de fumar, le acarició su rostro que llevaba días sin afeitar y depositó la cabeza en su hombro. Él atinó a tomarla fuerte de la cintura y, en un arrebato, se atrevió a levantarle el mentón y besarle los labios. Era su primer beso. El húmedo contacto se tradujo en la extrema felicidad que produce el disfrutar lo que siempre se ha anhelado y nunca se ha tenido. Era tanta su emoción que hubiese rogado que cada canción durase para siempre.

Mari Huana, María Elena. María Juana que más da. Por debajo de la frazada, todas se llaman igual. Dame amor hasta mañana, yo te daré algo más. Desvestite no seas mala, si eso es lo más natural. Si lo hace hasta mi hermana y lo hizo mi mamá
. Los sucesos posteriores al cuarto pitillo que fumó eran como una nebulosa. Sabía que se quedó hasta tarde entre tanta gente, insistiendo inútilmente que Sui volviera al escenario. Alguien propuso continuarla en un boliche cercano, y a la tercera cerveza perdió el conocimiento.

Al día siguiente, todo era pasado. Lalo comunicó con orgullo a la familia reunida en la mesa que su hermanito había estado con una mina de la mano y quizá el romance pudo haber llegado a mayores si no le hubiesen dado ganas de vomitar. "Bueno, algo es algo", concluyó el viejo, enterrando la vista en el plato de ñoquis que su abuela preparaba como nadie. Rojo de vergüenza, el soldado recordó ese instante bochornoso. Ella lo acompañó afuera del establecimiento y su vómito se impregnó en una pared con pintas subversivas. Él quiso disculparse, pero ella con una sonrisa le dijo que no se afligiera, que cualquiera se pasaba de vueltas. En el bolsillo de su camisa depositó una servilleta que contenía su nombre y numeración: Fabiana McKay 55-5569 y le dijo "llámame" al despedirse con un beso en la mejilla.

Al terminar el almuerzo y notar que no había nadie cerca al teléfono de la casa, fumó dos cigarrillos y aguardó que le sobreviniera el valor de llamar... pero nada. Era necesario que la nítida voz del general Farandelli llegase a su mente para guapearlo: "¡Qué pasa, soldado! ¿No tiene huevos para ablandar a ese prisionero?" Y pateaba a todo aquel que tenía enfrente, como si se tratase de un costal de legumbres. Aguijoneado por esa sensación, discó el número, aguardó dos-tres timbradas y al contestar una anciana, su imposibilidad de hablar le hizo colgar. Vencido por el fracaso, no volvería a intentarlo hasta que salió con permiso del cuartel.

-¿A quién llamás?-, le preguntó Guille que esa tarde había ido a devolverle a Lalo su colección completa de Mafalda-. No me digas que andás detrás de la putita.
-¿Detrás de quien? -Intervino Lalo, entre divertido e intrigado.
-De la putita, pues. La pelirroja que le mordía la oreja a tu hermano la noche del concierto.
Sin tomar en cuenta que le rompía su corazón, Guille habló de la mala fama que tenía Fabiana en la facultad. Según unos porque se juraba izquierdista y se acostaba con cualquier desaliñado que tuviera ideas revolucionarias. Según otros, porque era malograda y tiraba con cualquiera que le diera de fumar.
-¿Y vos permitís que tu hermana salga con esa clase de amigas?-, le recriminó Lalo, que esa misma noche se le declararía a la Laurita y posteriormente la haría su esposa.
-No te preocupes que ya está aleccionada. La vuelvo a ver con esa perra y le rompo la cara a bofetadas.
-¡Y vos que no tenés experiencia en estas macanas, te la vas quitando de la cabeza, ¿oíste? Un soldado del glorioso ejército argentino no puede andar enamorado de una piba que se ha entregado a más de un batallón.
Con una profunda desazón, el soldado convino que su hermano tenía razón. El número telefónico lo guardó dentro de la funda del Tubular Bells que casi no escuchaba y nunca más intentó llamarla. Si bien en los meses siguientes la belleza de su recuerdo emergía en su mente, los milicos le enseñaron a desfogar sus nostalgias en los burdeles que hay en la carretera al interior.
-Cambiá de semblante -le dijo Guille en la pascua navideña-. River ha campeonado después de dieciocho años. Se acerca una nueva era para la Argentina.
En eso último tenía razón. Tras su valerosa acción en la escaramuza de Monte Chingolo lo ascendieron a cabo y meses después, un general, un almirante y un brigadier iniciaron su gobierno militar. Muchos cayeron detenidos, entre ellos esta chiquilla pelirroja a quien tras varios días de tortura, ahora la veía frente a él, drogada, deshonrada y desnudada; incapaz de pronunciar palabra alguna.
-A esta mina nadie más se la podrá tirar -comentó un compañero luego de pasar revista a los demás prisioneros.
-Sí, es una lástima-, respondió al tomarla de los hombros y mirarla por última vez.
Una lágrima solitaria recorrió su rostro al recordar aquella parte de: cierro mis ojos y te veo más, no tengo miedo a caer, si sostienes, toda mi estructura y me haces bien, antes de empujarla por la puerta del avión hacia el vacío.

 

 

 

 

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Alfieri Díaz Arias, Entre Alacranes.
Por Harold Alva