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A-1000 o La Vida Muerta, Lima, Lustra Editores, 2008, 104 páginas

El paraíso en llamas de Héctor Hernández

Por Martín Camps
University of the Pacific
mcamps@pacific.edu

El internet es/fue la nueva revolución gutenbergiana de información que permitió la democratización de la lectura y la escritura abriendo espacios que antes estaban cerrados a cotos de poder administrados por los escritores de Estado. Los blogs, el facebook, el correo electrónico renovaron las relaciones entre los interesados en la literatura y expandieron las redes de grupos que se alejaron de los métodos convencionales de adquisición de capital cultural. La poesía ganó en este proceso al derribar la barrera de la publicación tangible, el libro como objeto y el blog permitió que nuevas voces fueran escuchadas, algunas veces a la par de publicaciones también en papel. Héctor Hernández Montecinos pertenece a una nueva generación de escritores latinoamericanos que utilizan eficientemente la tecnología como una trinchera para ejercer la poesía con libertad y sin miedo, para denunciar, para hacer uso de la palabra sin temer dañar susceptibilidades y también para diseminar la poesía de otros y así ejercer de promotores culturales y de vínculos internacionales de su país.

El libro que tengo en manos es A-1000 o La Vida Muerta (Lustra Editores, 2008) del chileno Héctor Hernández (H.H), un libro de 28 poemas (número en celebración por sus años cumplidos) de varia extensión amparados por un epígrafe del primer libro de Dante dedicado a Beatriz, La vida nueva, donde se habla de la muerte, una de las líneas temáticas del libro.

El primer poema se titula “Esa persona llamada niño” y el yo poético describe su llegada a Lima y su amistad con “R”. El texto es un poema/relato sobre un viaje y una amistad; las dificultades que impone el traslado y la necesidad irremediable de comparar el lugar visitado con el lugar de origen:

Acá todos los autos parecen discotecas
tristes y vacías
[…]
Ahora está todo raro
El cielo está muy claro y las estrellas se vinieron para acá
abajo
se pegaron a los autos y R no me quiere mirar
se ha ido y no me ha dicho ni buenas noches ni nada
no sé qué hacer ahora
no sé si dormir o escribir algo
la sensación de extranjero me acaba de comenzar en el
estómago
acá no tengo nada ni siquiera un buenas noches
a mi lado un par de libros me miran
y se dicen cosas entre ellos
ya es medianoche y debo saludar al nuevo día (p. 16)

En este poema podemos escuchar la voz del poeta, una voz conversacional que no depende mucho de la metáfora o la imagen por sí misma, es como si leyéramos un diario/moleskine de viaje poético, “la sensación de extranjero me acaba de comenzar en el estómago” y un deseo de partida: “creo que deberé irme luego / de esta cama / de esta casa / de esta ciudad / de este país” (p.23). El poema termina con un desamor, dice el yo poético: “Rompió mi corazón / Es todo / El final / Adiós / No estoy llorando / No estoy / No. (p.27)

Hay un tono general de cierta nostalgia en el poemario, de abandono y desencanto con el mundo, pero sobre todo de una desilusión con su país, por ejemplo en el poema “Quiero que ese poema nazca muerto” dice: “ya poco me importa ser poeta / en ese país lleno de seudo dioses ásperos y egoístas” (p31). Dos poemas que exploran más profundamente en el desengaño con el país y también con la política cultural son los poemas “Los estúpidos de siempre ahora con amigos” y especialmente “Una deuda pendiente”. En el primero se habla de las reyertas que necesariamente se crean cuando se opta por decir algo, por escribir, dice el poeta: “Los perros de la poesía, / como dicen por ahí, / sólo quieren huesos y oler su propia ponzoña” (p.42). Y en el segundo poema se habla sobre la escritura sin miedo en una arena que puede estar plagada de rivalidades y disputas, dice:

Calentando el infierno de los poetas
que es vivir y escribir con miedo
como un río que no termina su caudal
hemos hecho bulla al arrancar los poemas de los libros
y lanzarlos en picada contra esos que creen
que la poesía es tener número en las páginas,
un índice y una linda portada. (p.44)

En efecto, la poesía no es el culto desenfrenado al libro como objeto, sino la posibilidad expresiva de escribir con libertad. La voz personal surge a partir de un gusto cincelado con lecturas que se expanda más allá de las academias: “Ninguna academia es más hermosa / que una flor” (p.44). Y dice en este mismo poema:

Este libro significa para mí
lo que nunca quise escribir,
ver como los corazones de mis amigos
se fueron llenando de envidia y ambición,
ver como mi país ha hecho todo lo posible
por destruir la mayor cantidad de sueños (p.45)

Roberto Bolaño decía que el poeta es un escritor con valor porque escribe a sabiendas de que no va a ser leído y sin embargo prosigue su tarea “pone sobre la mesa su vida, sabiendo de antemano, además, que va a salir derrotado” (Bolaño por sí mismo, p.25). En la escritura de H.H hay ese valor del que hablaba Bolaño. Es una poesía que se escribe desde la trinchera de la vida, reconstruyendo Santiago y Lima, las ciudades latinoamericanas, poema a poema: “esta ciudad se me ha llenado de tristeza, / de un malestar que nadie entiende. / de una bilis negra que no había sentido nunca.” (p.62) Este es otro aspecto de la poesía de Héctor Hernández, la ciudad como el espacio del poeta flaneur que la escribe recorriéndola. La ciudad latinoamericana caótica que se transforma velozmente y donde se ejercen las batallas culturales, por ejemplo en el poema “La parte de los intelectualoides” dice:

Hablar de ellos no es tan imposible
porque son una auténtica peste,
recorren las calles con paquetes de libros,
voluminosos, de sofisticadas portadas,
y se pasean por el barrio
como esperando a que la gente adivine
cuanto les costó suplir sus horribles vidas
por lindas ediciones. (p.64)

Este poema continúa con el tema del descontento, de la precaución contra los excesos de los intelectuales de Estado, de sus notas de pie de página, de sus memorizaciones e intelectualizaciones que se alejan de la experiencia poética. En resumen, A-1000 o La Vida Muerta es un libro escrito con un lenguaje que no se regodea en un vocabulario indescifrable sino que es claro y denuncia lo que al poeta le aqueja. Es un poemario marcado por el vitalismo, por la conciencia de la muerte que nos recuerda que el momento para vivir es ahora, para vivir intensamente, nacer para morir es la paradoja de cuya conciencia, del intervalo entre estos dos polos, el Eros y el Tanatos, se encuentra lo que llamamos nuestra existencia. Tal vez de allí es el tono de nostalgia e insatisfacción con su país y con las no pequeñas revueltas de la República de las letras por los territorios culturales, porque como dice H.H “porque si de algo se trata la literatura / es hacer de la vida, un paraíso / un paraíso en llamas” (p.81).

 

 

 

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El paraíso en llamas de Héctor Hernández.
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