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El mar, la ley, la noche
Presentación de Tránsfuga de Jocelyn Pantoja, El final del Estado de Manuel de J. Jiménez y
El cinturón de Kuiper de Yaxkin Melchy

Por Héctor Hernández Montecinos


 



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I

Lo primero que quiero señalar es que cuando hablamos de poesía mexicana los sedimentos culturales que no hasta hace mucho reconocíamos como monumentos, como pirámides, como rascacielos imaginarios ya no son más que ruinas. Ruinas ciertamente presentes pero que desde su obliterado silencio nos hablan en una lengua muerta, una lengua que en su suspensión nos revela algo más importante: la posibilidad incierta de desaparecer. No estoy hablando de derribar el canon ni las ya manidas tradiciones de la ruptura sino que ser parte del proceso de su composición fuera del tiempo, es decir, ser los lectores, los observadores en términos cuánticos  que dan cuenta de la autopoiética bifurcación de las obras en documentos, en cuando ser parte del devenir de una obra tiene que ver más bien con ser un punto más en una meticulosa y gris genealogía como diría Foucault. No es la muerte de una obra en sí, tampoco la muerte del autor, sino la posibilidad de una resurrección reiterativa y sin gracia.

Tanto la poesía mexicana como la chilena se enfrentan a estas territorializaciones debido a las galaxias que se han formado en torno a figuras como Neruda y Octavio Paz, cosa que no sucede con Vallejo por ejemplo en Perú que sigue siendo un cuerpo celeste luminoso quizá porque en su vida su propia luz agonizaba al contrario de los dos recientemente nombrados. Sea como sea, y como dije en otra oportunidad, no es el canon el odioso en sí sino sus fans, es decir, aquellos que creen que los consorcios editoriales o los conglomerados periodísticos saben más de poesía que los muchachos que escarban con sus uñas el internet para leerse su propio presente sin la prepotencia ni la soberbia de una contingencia jerárquica. O quienes como estos tres poetas que presento hoy, y me consta, han dado una parte de su vida a la poesía, a escribir, a pensarla, a editar, a crear festivales, a subvertir el nuevo orden virtual de la imposible comunicación.

Jocelyn Pantoja, Yaxkin Melchy y Manuel de J. Jiménez son parte de esta renovación en el aparentemente monstruoso campo cultural mexicano, pero que ciertamente no es más denso ni caótico que el nuestro. Los mundillos  en sus propios ecosistemas suelen actuar de manera parecida en base a la competencia y no la cooperación, o pensando en la identidades y no en al conciencia. De hecho, el Estado y las instituciones que lo resguardan se han visto en su obligación de acotar, perimetrar y acuciar los fenómenos de desajuste en sus bordes, en sus fisuras, en sus terminales neuróticas, por lo cual la presencia de contrasujetos que celebran la autonomía, el hazlo tú mismo y sobre todo el entusiasmo catártico de que no se puede pensar en la poesía sin que no sea una forma de vida están construyendo este nuevo siglo, este nuevo milenio, el día de hoy. La poesía es una nueva vida, sin duda, pero también una forma de matar al que no quise ser y sobre todo un renacimiento sin Giocondas, ni Capillas Sixtinas sino que con la natural genialidad del entusiasmo y su misión. Una nueva épica que de tan íntima y afectuosa se parece a cualquier buen día, no obstante es la plena y más dura revuelta contra el capital, la moral y el destino.


II

Me quiero referir brevemente a los tres libros que hoy presentamos y que ustedes ya luego podrán conocer. Me refiero a Tránsfuga de Jocelyn Pantoja, El final del Estado de Manuel de J. Jiménez y El cinturón de Kuiper de Yaxkin Melchy.

TRÁNSFUGA: Se trata de una ciudad que comienza a desaparecer. Se trata de una infancia que se mira desde su propio futuro. Se trata de un extravío. Alguien busca alguien porque ese alguien es sí mismo. En el extravío de la voz que habla desde un “pórtico” que pareciera ser el umbral de la realidad alguien huye, alguien se encuentra de frente con todos los recuerdos que pueden ser el mar en su metáfora del lenguaje como de la propia existencia. En el mar todo es muerte, hermosa muerte de la luz, que en sus olas, remolinos, corrientes y naufragios nos volvemos a reflejar como cuerpos líquidos en su misma salada proporción. Acaso se puede hablar de los sentimientos sin el océano, acaso no es el firmamento acuoso nuestro propio corazón donde no hay nombres, ni edades sólo cuerpos que desaparecen en la noche y retornan al amanecer. Islas, todos somos islas y el archipiélago es el cerebro, la memoria dirán otros. La autora nos habla de jardines colgantes del vértigo de escribirle a alguien, a uno y una que no está, una familia, un amor, otro que escribe en cualquier parte del mundo porque no hay más mundo que el mar. Grecia, el Amazonas, Montevideo, el Polo Norte, Río son lunares en el rostro del mundo al cual el Capitán llega cada vez que gana una batalla contra sí mismo.

EL FINAL DEL ESTADO: El autor es propietario de una gran obra, unitaria, centrípeta, pero no por eso homogénea. Iuspoética pareciera ser la gran constitución de su propio lenguaje, de su propio estado de cosas y palabras. Una obra que no se reprime a sí misma sino que por el contrario le devuelve a la ley su espíritu de vida, de acontecimiento, de extravagancia. En un momento en que el Estado, y más aun, el Estado policial se ha convertido en la verdadera “dictadura perfecta”, es que esta fuga entre la palabra y el poder, o mejor dicho, del poder de las palabras resuena de un modo particular, pues qué es el Estado sino la constitución de su propia ley, en sus aberraciones y privilegios. Qué es el Estado sino la administración de las identidades y sus presupuestos. Qué es el Estado sino el contrato que el pusilánime ciudadano permite brindándole su escueto poder y voluntad. De esto habla este libro, del estatuto  que tiene la palabra en lo real: desajusta y crea, destruye y recompone, tanto un poema (como los que acá se presentan) o una nación. La diferencia entre ambas es que la poesía no puede ser derrocada por la moral binaria, pues justamente es su antídoto, su pharmakon. Del mismo modo, Dios, en su metáfora y su oxímoron, eligió el verbo para dar origen a un mundo tal como Huidobro miniaturizó, no obstante acá es ese estatuto el que se rompe, ese contrato, ese pacto abrahámico: justamente el de la verdad. La poesía suspende dicho régimen, lo vulnera, pasa su lengua milenaria sobre ese hoyo negro del proyecto moderno y quizá sea la anarquía perfecta, no la política sino la de los sentidos.

EL CINTURÓN DE KUIPER: El Nuevo Mundo es el nombre de la obra total de Yaxkin. Una obra que con este libro se cierra en sí misma, autoimplosiona, es su propio Big Crunch. En el caso especial de este autor estamos ante quien fue el gestor de una de las más importantes e interesantes renovaciones en la poesía mexicana reciente, a tal punto que creo sin dudas que por fin el peso paquidérmico de Paz se suspende haciendo ingresar nuevos aires, nuevos autores, nuevos temas, nuevos formatos, nuevos soportes, nuevas sensibilidades. El giro yaxkiniano es ciertamente el de un nuevo paradigma que le hace a la poesía en México dejar de mirarse los pies, por no decir el ombligo, y voltear hacia el firmamento, el cielo, los planetas, las constelaciones, las galaxias, el Big Bang. Esta obra en su conjunto como ninguna otra retoma una fuga cósmica donde lo extraterrestre ya no es extraordinario sino un modo de entender la rareza e incomodidad del poeta en el seno del capitalismo neoliberal. Aquí todo el nuevo pensamiento del siglo XXI está resumido, visionado, adelantado en versos que hablan del código genético, las neurociencias, las posibilidades cuánticas de un sol, un sol verde como él mismo o todo sol como corazón de la galaxia. Todos los libros de este autor nacen de una experimentación no forzosa entre la palabra como jeroglífico y la imagen como visión, tanto de un micro o de un telescopio, pues lo infinitesimal y lo sideral son lo mismo en la escala de un observador en constante movimiento como lo es quien escribe.

III

Para cerrar, quiero decir que estamos antes tres voces sumamente pertinentes en nuestros diálogos con la poesía latinoamericana, con las nuevas búsquedas pero sobre todo con los nuevos hallazgos. Jocelyn, Manuel y Yaxkin no nos ofrecen una síntesis, ni menos representativa de lo que se hace en México. Ellos están escribiendo desde un porvenir que imaginamos como un amanecer, el del día en que nos confirmen que hay un nuevo nuevo mundo, una Nueva Tierra, en algún rinconcito del Universo. Si la poesía es un modo de conciencia incómoda acá nos hemos enfrentado a nosotros mismos, al Estado y a este planeta como hegemonía vital para poder decir que si escribir es volver a nacer, hemos renacido tres veces, en tres lugares distintos y de fondo tanto ellos como nosotros somos una nueva constelación, ese es el secreto de todo esto. Somos lo mismo ustedes y nosotros, pero en diferente tiempo y diferente espacio, pero a la vez en diferente rabia y diferente amor. Distintas son nuestras violencias pero de algún modo son la misma, al igual que los poemas y las noches sin dormir. Una vida mía se cierra aquí, y una nueva a la vez se abre.


Santiago, 30 de octubre, 2014.



 



 

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