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En la encrucijada del libro

Por Hugo Quintana
Profesor y Poeta



 


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En un mundo tan contradictorio como el nuestro, donde la información, o el desarrollo de esta, es el más importante bien de cambio posible (esto es, de comercialización), donde las vías de comunicación se han abierto hacia todas las coordenadas posibles. En un mundo que vive fervorosamente esta era de digitalización, donde la virtualidad se ha consumado como una realidad más, entre las realidades que vivimos en lo cotidiano. Ante este mismo mundo, conviene comenzar a preguntarse a propósito de situaciones o  cosas que han debido re-ordenarse o re-plantearse, por ejemplo: la disolución del vínculo social, la desestructuración de la política, la aparición de metadiscursos como la publicidad, el fin de la historia, la fetichización del cuerpo, la destrucción de las metanarrativas, etc.

La manera del amor, las relaciones familiares y de amistades, la forma de "vitrinear" y de adquirir los productos, de relacionarnos a nivel de trabajo, de ver, de aprender, de respirar, en síntesis, de existir han debido re-elaborarse. Y una de aquellas importantes cosas que nos han acompañado a través de los tiempos y que ha debido re-inventarse es el libro.

Es por ello, que ante los desafíos que nos presenta su forma virtual, o ante los miles de cuestionamientos que surgen desde todos los rincones, sean de implicancias culturales, económicas o políticas, o ante la incrédula mirada de quienes han realizado por siglos el ejercicio de lectores -ávidos o menos ávidos, da lo mismo a estas alturas-, conviene ampliar un poco la mirada y desarrollar de manera diacrónica un repaso a las diferentes mutaciones que, como realidad, el libro ha debido sufrir. Quizás de esa manera, se flexibilice un poco el celo que protege al libro no solo como un vehículo de transmisión cultural, si no como un patrimonio de lo que somos, vemos y sentimos.

Veamos.

Su origen más directo, de acuerdo a lo que tradicionalmente hemos aprendido, es a propósito de la invención de la imprenta, por parte de Johannes Gutenberg, aproximadamente en el año 1450.  Aunque ya antes de esta fecha se realizaban impresiones en Europa (Italia, Alemania y los Países Bajos) con caracteres tallados en madera. El aporte de Gutenberg radica en que crea un sistema de caracteres móviles metálicos que nos otorgan como resultado la materialidad del libro casi como lo conocemos actualmente.

Gracias a los Juegos Olímpicos de Beijing, hemos aprendido que el arte de las impresiones a través de tipos o caracteres móviles o manuales, era bastante anterior en Oriente a cuanto se había hecho en Occidente. En China, los había hecho Phi Sheng, entre los años 1041 y 1049. Aún más, se sabe que el primer libro que se imprimió fue el Sutra de Diamante, estampado por Wang Chieh en mayo del año 868. Y una experiencia anterior señala impresiones sobre papel en el año 770, en Japón, con un millón de copias de un texto con citas de escritura Budista.

Pero el libro tiene una presencia incuestionable desde mucho antes. Como un dato no menor puede citarse que editores de libros comerciales lanzaron ediciones de hasta 5.000 ejemplares de ciertos manuscritos coloreados, como los epigramas del poeta latino Marcial en la antigua Roma. Las tareas de copia corrían a cargo de esclavos ilustrados. Y todavía más, los primeros tampones tallados en piedra como métodos de impresión fueron experiencias usadas en Babilonia y Egipto, y se sabe que los primeros libros fueron copiados a mano, con pluma y tinta, para reproducir códices, papiros o pergaminos.

Incluso, se pueden citar también códices mayas y aztecas, que de igual manera señalan el ejercicio de dejar impreso un saber, aunque su escritura no tuviera la naturaleza fonética que sí tiene la experiencia de occidente. Aún así, son libros, y hay títulos famosos que datan de esta tradición: el "Popol Vúh" y los libros del "Chilam Balam", o los poemas de Nezahualcóyotl.

Pero más allá de las diferencias culturales, la existencia del libro ha denotado la necesidad incuestionable de fijar para la posteridad los conocimientos acumulados por un pueblo en una época determinada. La variedad de materiales usados para construirlos es un mudo testigo de esta diversidad: papiros, pergaminos, tablillas de barro o de madera (como en el caso de las Tablillas Rongo Rongo en Rapa Nui), piedra, trozos de cuero, papel de arroz, paredes o muros, etc.

Y si construyéramos un repaso más exhaustivo, seguramente encontraríamos que las distintas tecnologías o técnicas han determinado sus diversas mutaciones a través de la historia. En la actualidad, cada página es un espacio potencial para contener información, lo que provoca que el registro sea de carácter acumulativo.

Por contigüidad, la absoluta trascendencia de la escritura, de la palabra impresa, y porque esa palabra tiene la facultad de resistir al paso del tiempo, es aquella, la detentora del poder. Por eso es que los libros han sido tan importantes para nuestra evolución. Impertérritos compañeros que nos han ayudado a construirnos, a desarrollarnos social y culturalmente.

Solo de esta manera puede entenderse la polvareda, el revuelo que levanta esta nueva mutación. La posibilidad de perder la materialidad tactil, de extraviar la presencia siempre vigilante de aquellos saberes contenidos a través de páginas y páginas que también pueden ser vencidas por el agua, el fuego o la falta de cuidado. Es la posibilidad de la ausencia concreta la que vuelve dramático el ruego de muchos. ¿Qué pasa si se borran los archivos? o ¿Si llegasen a dañarse?, ¿Qué pasa si la información largamente atesorada, en un golpe de ceniza, en un pestañeo perverso, por fin se perdiera?.

Hace no mucho, participé de una discusión en torno al tema, y pude escuchar a un viejo profesor señalar que "el goce, la fruición, el placer que toda lectura provoca, es algo único e irrepetible que solo un libro puede permitir, es una seducción que jamás se llegaría a vislumbrar desde una realidad virtual". A partir de esto, inferimos que al interior de su rectangular forma y a través de cada página, se encuentra contenido un significado profundo que se activa toda vez que un lector se adscribe al vértigo, al desdoblamiento que se manifiesta párrafo tras párrafo. Esto es el diálogo, el circuito comunicativo que consuma el lector, la sensación de estar interactuando con una voz interna construida y proyectada por un autor, una persona real, pero que mantiene su concretud merced a la propiedad tactil, la relación antigua entre el hombre y la naturaleza que se gesta mediante las manos, el ejercicio de tocar.

Para los amantes de los libros, el mayor pavor, el mayor pánico quizás radica en la disolución, en la destrucción del espacio referencial que significa una biblioteca –“¿qué sucederá con las bibliotecas?” se preguntaba ese mismo admirable profesor, con un poco de perplejidad- porque asociado a esta encrucijada del libro, además, existe la posibilidad -no lejana por cierto- de que una biblioteca completa pudiera estar contenida, encapsulada a modo de archivos en un disco de DVD que posee un espacio potencial de 4,5 GigaBytes. El terror puede crecer si hablamos de dispositivos más pequeños: diminutas tarjetas compuestas por microchips o nanochips. ¿Y si no está en ninguna parte concreta y real?. En efecto, si está en la red, pues no estará en ninguna parte concreta y sí habitará en todos lados al mismo tiempo. Una paradoja devastadora para muchos.

Conviene, ante los desafíos del mundo actual, tener en cuenta algo de la tradición acerca del libro. Saber que nuestra historia está indudablemente ligada a estos elementos curiosos donde se encuentran encapsulados mensajes que podemos decodificar y comprender fácilmente, que no es solamente un objeto rectangular, compuesto de páginas impresas. El libro está más allá de las fronteras de su forma más reconocible, es una noción, una idea que se ha movido de acuerdo a las exigencias y posibilidades de los tiempos, que las tecnologías y culturas le han otorgado.

En la actualidad, nos encontramos frente a esta nueva mutación: el libro digital, y no son pocos los que alzan voces de alarma para advertir acerca de pérdidas y desventajas; otros en cambio, ya se preparan para lanzarse a la comercialización de esta nueva realidad de consumo, que internet ha masificado y democratizado para todos quienes, con la misma vieja curiosidad de siempre, se acercan a sus páginas en pdf’s o en formatos de texto para Office, buscando la magia, la fantasía o el rigor del conocimiento científico.

¿Qué pasará con la industria cultural? ¿Estaremos asistiendo a las postrimerías de la modernidad como proyecto? ¿Acabará por fin esta idea de desarrollismo como una acumulación absurda y sin sentido alguno?.



 

 

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