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. ... . .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. . .. .. .. .. .. .. .. .. . Fotografía de Natalia Espinoza



Un brindis para Julio

Hugo Quintana Q.
Profesor y poeta.






 

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Hace casi 13 años atrás, en una mesa de bar en Ñuñoa, me presentaron a un muchacho alto, delgado, de curioso bigotito. Habíamos participado de un encuentro en la Universidad de Chile, en la Facultad de Filosofía y Humanidades. Corría enero del 99, y el calor arreciaba, así que beber un par de cervezas en “Las Lanzas”, era casi algo natural.

Se trataba de un joven poeta, alguien que había estudiado Pedagogía en Castellano en la Universidad de Ciencias de la Educación (el glorioso “piedragógico”) –antes había descubierto su apego a la poesía luego de un semestre de Ingeniería Civil Industrial en la Universidad de Santiago de Chile-, y que a esas alturas, ya ostentaba la publicación de una plaquette, “Cuando la rosa aún no existía” (Santiago, 1996). Había ganado una beca de creación en la Fundación Neruda (en 1998), y había viajado a Alemania un par de años antes. Lo interesante, era que parecía tener las ideas bastante claras respecto del quehacer poético, y para lo joven en aquella época, se veía como un poeta más o menos definido sobre cuanto intentaba buscar y concretar.

Hoy, luego de varias publicaciones y premios nacionales e internacionales(1), es un poeta bastante conocido, dentro y fuera de nuestro país, merced a que reside en España desde el 2001, y a que ha viajado y paseado su poesía y su literatura –tiene a su haber una novela, dirige la Revista de poesía Heterogénea, y cuenta con abundantes ensayos y artículos literarios- por variados rincones del planeta en lecturas y encuentros de carácter poético, donde su palabra siempre ha sido muy valorada y resaltada.

Es, sin duda alguna, uno de los premiados con mayores méritos y merecimientos de los últimos años del Premio Pablo Neruda de Poesía Joven, otorgado por la Fundación Neruda, pero que involucra también, a connotadas personalidades del mundo literario nacional. Este año, no fue la excepción, ya que en la ceremonia de entrega, se pudo ver a Manuel Jofré –uno de los académicos más prestigiados actualmente- describiendo su obra de manera precisa y rigurosa –como es su estilo, habitualmente-, y se sabe que además el jurado estuvo compuesto por señeros nombres de nuestra poesía y literatura: Oscar Hahn, Juan Antonio Massone, Gregorio Angelcos y el propio Manuel Jofré, quien las ofició de presidente del jurado.

Pero más allá de los “flashes”, de los abrazos, o de las palabras de buena crianza, queda la obra, el material escritural que es el fundamento real y verdadero de todo este festejo: Julio ha creado –hasta ahora- una obra bastante sólida y coherente, muy cuidada en cada uno de sus trazos, muy reflexionada, que ha sabido también progresar, y profundizar miradas y posturas, de manera de arriesgar lo suficiente como para no sonar a caldo repetido, a refrito de algo anterior. He ahí algunos de sus méritos. A no distraerse con los abundantes premios que ha obtenido, porque antes es el ejercicio escriturario, y si hay alguien a quien de verdad le importe este “oficio de ciegos”, ese es nuestro buen amigo Julio.

Desde “Soledad del encuentro” es que comenzó esta apuesta, y la explicación es simple: Julio es un poeta que trabaja de cara hacia las síntesis poéticas. Nada que sobre puede quedar en el poema. Es un orfebre trabajando letra por letra sobre la página en blanco.

Desconfía del lenguaje, sabe y ha transpirado las crisis internas de las palabras, ha indagado lo suficiente entre sus cavernas, y tiene demasiado claro que el decir tiene sus límites. Por eso trabaja desde la minucia. Y en cada una de sus entrevistas lo declara abiertamente. Tiene talento, eso es cierto, sin embargo su mayor clave es el esfuerzo incansable que le brinda a esto que no es una pasión, ni tampoco es un sentimiento, es –sencillamente- su forma de vida. Y para eso abandonó la pedagogía, en momentos que era considerado como un profesor destacable.

Una frase célebre de Picasso lo expresa con totalidad: “la inspiración existe, pero te tiene que encontrar trabajando”.

¿Es –acaso- la enorme capacidad de trabajo el único fundamento que podemos ofrecer? La respuesta es un rotundo NO, por cierto. Se necesitan otras cosas también. Una de ellas tiene que ver con el carácter pensante del sujeto que escribe. La mayor parte cree ingenuamente que llenarse de teoría es una de las soluciones posibles. No obstante, una teoría sin entendimiento, no es lo más adecuado. Cuando señalo que la poesía de Julio Espinosa Guerra es una poesía muy reflexionada (y reflexiva, además), digo que el crecimiento intelectual que ha venido demostrando en este último tiempo, bien le hacen merecedor de una frase que ocupara un poeta sureño para referirse a Rojas o a Parra: “son unas bestias, unos animales literarios”.

Lo interesante es que no solo se trata de información, de un estar informado. Se puede dialogar con Julio y exprimir las ideas lo suficiente como para bajar hasta las entrañas mismas de la profundidad, o bien ir hacia lo infinito de la belleza, donde apenas la epifanía suele divisarse. Un ejercicio: busque cualquier entrevista, y compruebe.

Posee, ha desarrollado, tiene una poética propia. Ahora esto que parece de perogrullo es algo que no todos alcanzan. La mayor parte dibuja su obra poética citando o haciéndole guiños a la obra de algunos “grandes” -esos indomables que han inscrito sus destellos en la eternidad-. La idea es utilizar un argumento que se clasifica como uso del criterio de autoridad, y es un recurso habitual del tipo afectivo-emotivo. Es un recurso de persuasión.

Existen unos pocos, un puñado, que alcanza a madurar lo suficiente como para conseguir lo propio, una forma de ver especialmente, y además, en ese empeño, también progresar, de manera que el discurso obtenido no caiga en el desgaste, y finalmente, no pase a estado de cristalización y fosilización. En esta verdadera iconósfera de mensajes múltiples y multiformes, los discursos tienden a perder efecto expresivo debido a que quedan rápidamente en desuso.

Son pocos los capaces de re-inventarse sobre la marcha, y ofrecer variedad de tonalidades –usando los términos del veredicto del jurado-, texturas, descubrimientos, hallazgos, etc. De modo que cuando se habla de la obra de alguno de estos casos, se suelen encontrar rutas de significados, que se entremezclan, se imbrican conforme a la destreza interpretativa de quienes deseen “bucear” en las inmensidades de un texto de poesía. Es un microcosmos, en todo caso. Es como hallar en la cabeza de un alfiler, el bigbang precisamente.

De ahí que resulte –entonces- una variedad de lecturas a partir de un mismo texto. Sea un libro o un poema. Algunas más profundas que otras. Por ejemplo, leía hace poco en una revista peruana, que “Sintaxis asfalto” posee en lectura metafísica, a propósito de que bien podría ser ese viaje a través de una carretera, una alegoría de la vida, de la existencia. En cambio he leído otras reseñas que resaltan la estructura de la obra, su carácter de espacio de ensamblaje, donde una parte es a la vez el todo, pero además es una pieza que forma parte del todo. Y la arquitectura, en un libro de poesía, también es un elemento a interpretar. En fin, que el que sepa leer, que entienda.

La poesía no es un arte simple. Quien consiga una fotografía del reflejo prístino de su poeticidad, entenderá que esto perfectamente puede difuminarse en el texto siguiente, incluso ¡en el mismo libro!.

Por eso el mérito sigue siendo de pocos.

La entrega de este premio le viene bien, en su justo momento, ni antes ni después. Viene a refrendar –en último término- la trayectoria que ha trazado, porque incluso han sido pocos los que han dejado a un lado su obra por un rato, y se han dedicado a investigar, seleccionar y a proponer una mirada antológica de nuestra poesía. Y salvo el ejercicio de Erwin Díaz (responsable de la antología “De Parra a nuestros días”, a comienzos de los 90’s), no encontramos una mirada antológica que asuma la diversidad y la riqueza de nuestra tradición poética. Un dato a considerar es que la haya publicado en Visor precisamente, y debido a ello, es que en España varios nombres de los nuestros han empezado a ser identificados y valorados. Luego de la dictadura ¿qué sabían los españoles de nuestros poetas? Poco, muy poco. La difusión también es un mérito interesante.

Por sobretodo, Julio, es un gran sujeto. Jamás le he oído decir algo negativo o reprochable de otro compañero de oficio. Y esto no quiere decir que carezca de opinión. Cuando señala algo lo hace junto a un buen fundamento. Es más, en muchas ocasiones le he visto tener palabras de elogio, incluso para quienes no se han referido hacia él con tanta benevolencia. Es un amigo leal, y eso en el mundo de la poesía también debiese ser algo valorable. En mi caso particular, eso es algo que sí cuenta.

A partir de todo cuanto he expuesto, es que me sorprende que no hayan aparecido artículos, mensajes, opiniones para celebrar algo que nos parece justo. Las cosas tienen su momento y su espacio. Si a Parra le hubiesen entregado el Cervantes hace 20 años, lo habría celebrado. Hoy, creo que no le hace ningún favor. La revolución que Parra le imprime al discurso poético no necesitaba de ningún premio –a estas alturas- para glorificarse, porque todos saben en Latinoamérica quién es quién, y existe un antes y un después a partir de su magistral aporte.

En definitiva, y pese a que hubo poetas postulados de muy buena pluma para condimentar la discusión en torno a la entrega del premio de este año, y en razón de todo cuanto he propuesto, es que me sumo a la consideración del jurado, y solo me resta levantar la copa, y arengar a todos con un brindis de aquellos.

 

 

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Julio Espinosa Guerra: nació en Santiago el 21 de mayo de 1974. Desde 2001 reside en España y actualmente vive en Zaragoza, donde dirige la Escuela de Escritores de la ciudad y la revista de poesía Heterogénea. Poeta, narrador y Licenciado en Educación por la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. En 1996 publicó “Cuando la rosa aún no existía”, una plaquette de diecinueve poemas. En 1998 fue becario del taller de poesía de la Fundación Pablo Neruda. En 1999 la Editorial Mosquito publicó su libro de poemas “La soledad del encuentro”. En 2000 obtuvo la beca de creación del Consejo Nacional del Libro y la Lectura con “Las metamorfosis de un animal sin paraíso: poema en dos actos”, galardonado con el premio de poesía “Villa de Leganés” (España, 2004); este mismo libro estuvo entre los once finalistas del Premio Adonais de poesía 2003. Destacan sus poemarios “NN” (Gens, 2007), que obtuvo el premio Sor Juana Inés de la Cruz y “Sintaxis asfalto” (Olifante, 2010), ganador del premio Isabel de Portugal, la novela “El día que fue ayer” (2006), semifinalista del premio Herralde de novela de la Editorial Anagrama y las antologías “La poesía del siglo XX en Chile” (Visor, 2005) y “Palabras sobre palabras: 13 poetas jóvenes españoles” (Santiago Inédito, Chile, 2010). Fue incluido en la antología “Todo es poesía menos la poesía: 22 poetas desde Madrid”, de la Editorial Eneida (Madrid, España).



 

 

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(Premio Pablo Neruda de Poesía Joven 2011).
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