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El artista olvidado

Por Javier Campos

Uno conoce a muchos poetas en los encuentros internacionales de poesía. Se crea una amistad a medida que pasan los días pues casi todos estamos juntos en el mismo hotel, tomamos desayuno juntos, a dos o tres poetas nos envían por dos días a distintos lugares o regiones. Escuchamos a poetas de Egipto, Nicaragua, Irak, España, Irlanda, China, África, Guatemala, Cuba, y un largo número de países más. Se crea una familia de poetas en cada encuentro que ocurre en países de Centro America por ejemplo donde he asistido a muchos encuentros de poesía. Y luego cuando termina el festival, como en cualquier encuentro al azar donde se hace amigos, vienen los abrazos correspondientes y los emails para comunicarnos. El adiós final porque a lo mejor no nos volveremos a ver otra vez.

Quedan recuerdos de tantos poetas que conocimos y conversamos. Imágenes de algunos versos que estremecieron a cientos o miles de personas. Y esas personas del publico, tan distintos, que escucharon a gente que venia a leer algo de otras partes del mundo quizás recuerden solamente algún verso o imagen o que pronto la olviden para siempre. Posiblemente ni recuerden quien leyó esos versos si un poeta famoso o un poeta joven o un poeta de Africa o de Vietnam o de Irlanda., China, Bolivia, Cuba. Al fin de cuentas, todos seremos poetas de paso.

Uno se pregunta ¿y sirven esos Encuentros Internacionales de Poesía, especialmente en America Latina, y más específicamente en América Central donde allí los problemas de pobreza, desamparo de las mayorías es patético? ¿Para qué leer poesía en escuelas lejanas de Nicaragua, Guatemala, Costa Rica, El Salvador? Y si algún niño indígena de una escuelita perdida en Quetzaltepeque que escuchó a un poeta de Irlanda contarle una historia de regiones tan distantes de su país ¿le servirá de algo?

Los más prácticos y tecnócratas dirán que eso no tiene valor real que mejor es prepararlos para un mundo competitivo y global. La poesía, pero ¿qué es eso? Parece del siglos pasados o de señoritas ricas aburridas en sus haciendas o latifundios. O cosas de homosexuales como escuché decir a unas personas en un lugar donde me tocó leer a mí. Pero esa persona me lo decía porque eso creía hace cuatro meses y ahora ya no pensaba así y quién sabe qué fue lo que lo cambió de idea. Pero lo curioso es que esa persona ahora tiene una de las mejores librerías de aquel pueblo. Debe ser que otras lecturas, y talleres literarios que han germinado gracias a esos encuentros Internacionales, sean los culpables que han dejado una semillita en la gente joven de esos pueblitos que quieren expresarse literariamente y les ayuda un poquito a ver de otra manera la realidad. Porque esto último es lo único que puede hacer el arte. No se sabe que ningún movimientos artístico, o poeta, haya hecho una revolución para cambiar lo mal que están las cosas en una sociedad.

Contaré una historia verdadera. Ocurrió en Granada, Nicaragua, hace un año. Esa bella ciudad donde cada febrero se realiza uno de los espectaculares encuentros internacionales de poesía. Cerca de 100 poetas de todo el mundo son invitados cada año. Ciudad con las casas coloniales y muchas iglesias de los siglos XVI aún se conservan. Hay que ver la cantidad de iglesias que erigían los misioneros en el nuevo mundo en cada lugar que tomaban posesión, instaladas sobre ruinas indígenas. Pues resulta que un poeta de los invitados, que venia de casi otro planeta, leyó una tarde un poema que podría haber pasado desapercibido dentro de tantas otras lecturas. Y caminando luego el poeta aquel, por la bella plaza de Granada, como a las cinco de la tarde, con un sol aún en llamas, se le acercó un hombrecito con un cuadro pintado. Le dijo aquel hombre -bastante joven pero acabado quizás por las carencias, la pobreza, desdentado, quizás fuera un excombatiente de la revolución sandinista- “me gusto mucho el poema que leyó en la mañana en el convento San Francisco”. El poeta de otro planeta le dio las gracias y le preguntó por qué. El hombre pobre, también artista pero olvidado, le contestó que “su poema habla de mi propia vida y Ud. sin conocerme habló de ella, muchas gracias y quiero regalarle esta pintura mía.”

Quién sabe dónde habrá colgado aquel poeta que jamás antes había estado en Nicaragua ni en America Latina, esa humilde pintura de aquel artista olvidado que le ofreció ese anónimo lector de poesía en Granada. Y sin duda ese desdichado artista de alguna ciudad perdida de Nicaragua regresará cada febrero, con dificultad, a escuchar poesía. El misterio está en que la poesía no ayuda a comer a nadie ni hará otra nueva revolución mejor en Nicaragua, pero es capaz de tocar a los seres humanos de las más extrañas maneras. Quizás por eso nos gusta escuchar poesía a mucha gente todavía, y aún más en países tan pobres como los hay en Centro America. Qué contradicción más hermosa ¿ no?


Javier Campos. Poeta, narrador, columnista. Su reciente publicación,

http://libreriaucr.com/catalogo/index.php?

 

 

 

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