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Bicentenario y poesía en Chile

Javier Campos


Regreso otra vez a Chile este fin de agosto, y comienzos de septiembre, a un encuentro internacional de poesía chilena desde inicios del siglo XX hasta 2010. La iniciativa fue de la Universidad de Chile de su  departamento de literatura pero toda la idea y el proyecto estuvo a cargo de la profesora Alicia Salomone.  Aun así, ningún medio en Chile se refirió a este encuentro internacional  cuando era una actividad del Bicentenario apoyado hasta por el propio ministerio de cultura.

Chile un país de poetas, claro.  Una cantidad bastante grande de escritores estuvieron leyendo sus poemas desde la generación de 1960 hasta los novísimos de 2010 como se autodenominan estos últimos. Una maratón de voces y una maratón de generaciones. Es el único país que yo sepa que organiza a los poetas en tantas generaciones. No he visto en otros países de América Latina esa obsesión de encasillarlos a todos de esa manera. El extenso programa de lecturas de tres días lo decía: generación del 60, del 80, del 87, post 87, de los 90, del 2000, del 2010. Y no sólo eso, estaban los denominados  poetas jóvenes actuales, los poetas novísimos, los poetas de provincias, etc. Me recordaba de la novela de Roberto Bolaño, Los detectives Salvajes, cuando irónicamente el narrador se reía de la denominación que se daban los mismo poetas, “los poetas campesinos”,  “los poetas de la urbe”, “los poetas realvisceralista”, etc.  Esos poetas “realvisceralistas, en la novela de Bolaño,  caminaron  siempre al despeñadero y al auto-olvido.  Era claro que el narrador (Bolaño encubierto) despreciaba esas terminologías.

Eso de “generaciones” crea para mí una imagen, consciente o inconsciente, que los poetas quedaran  moribundos luego de terminar “su generación”. Lo que  importa es la generación actual. Los que quedaron atrás parecen lanzados  al olvido. O lo que es peor: vivieron sus "10 años de fama". Es que las generaciones en poesía en Chile se reducen a 10 años. Otra clasificación surreal que seguro el profesor Cedomil Goic, quien fue el padre eso de clasificar en generaciones a la literatura chilena, debe ver con asombro y espanto que los mismos poetas y críticos jóvenes se auto clasifiquen en “generaciones” cada 10 diez años. O cada tres años como la generación del 87 para diferenciarla del la generación del 80. Otro poeta me dijo en este congreso, con toda la seriedad del mundo,  que ahora había generaciones de poesía  “cada cinco años” en Chile. ¿Se continúa perdiendo  la memoria consciente o inconscientemente hasta en poesía en un país que sigue luchando con su pasado o si olvidarlo o recordarlo?

Lo que presentó el poeta y profesor Naín Nómez fue la contradicción de lo que había en varias ponencias en el programa. Su estudio de la poesía chilena desde el siglo XX hasta ahora no es encasillar en generaciones sino por la publicación de las obras que es mucho más interesante. Eso permite crear un corpus de temáticas de la obras más que por la subjetiva y falsa clasificación de generaciones y nombres. Si los mismos poetas se auto organizan  en generaciones es simplemente una clasificación tan arbitraria como poner a mis parientes porque tienen mi edad y publicaron un libro. Y no sólo eso. También porque se cree que con los  nuevos poetas, y “la nueva generación”,  comienza la originalidad en la poesía chilena. Entonces  la generación anterior  no solo hay que olvidarla por la vía rápida sino superarla. Ser de tres generaciones viejo como poeta (por ejemplo de los 90) es como escuchar música en casetes.

Camino por Santiago pensando eso. Contemplando esta ciudad y esta gente y el desarrollo de Chile que es incomparable al resto de los países de América Central por ejemplo donde he estado muchas veces. No puedo dejar de distanciarme de todo lo que veo en mi país. O lo que fue mi país porque sigo siendo uno que se fue durante la dictadura y que quedó en la extranjería (ya no en el exilio).  Entro a un restaurante de Providencia que sirve cerca de 50 tipos de pizzas. Hay cuatro pantallas de monitores plasma que transmiten el campeonato de tenis en Nueva York. También hay música espacial que viene de alguna parte. No he visto un restaurante de pizza tan sofisticado en ninguna parte de Nueva York o Berlín, Madrid ni menos en El Salvador o Medellín o Managua. Santiago es una ciudad moderna por donde se mire que no tiene comparación con ciudades de América Central (perdón por los amigos poetas que creen lo contrario y abominan del neoliberalismo chileno)

Hace un mes estaba en Medellín en uno de los festivales más grandes de poesía de América Latina y quizás del mundo. Cinco mil personas escuchando poesía por cuatro horas en un anfiteatro al aire libre. Allí pensaba que la poesía tenía una comunicación masiva y  sí que la tenía.  Aquí en este encuentro sólo los poetas  se leían unos a otros y también para los académicos. No apareció el anuncio en ningún diario de Santiago ni cuando empezó ni cuando terminó el Encuentro. Me parecía que estábamos leyendo en las catacumbas en esta ciudad casi el primer mundo. Me parecía que eso de leer poesía ante un público era leer para nadie o sólo por vanidad del propio poeta. O quizás estaba equivocado porque el chileno es más reservado y no expresa espontáneamente lo que le gusta o no le gusta como por el contrario son los del Caribe o los de América Central.

 También, con muy pocas excepciones, se sigue con una poesía de corte hermética. O misionera (que abominaban  Saramago y Gelman).   O catastrófica.  O el insufrible poema largo de cinco a diez  minutos. No escuché la poesía que celebre la vida como la mejor de un Neruda o la de un Gonzalo Rojas. Me pareció que la poesía más joven canta más al demonio  neoliberal junto con una mirada de indiferencia a poetas previos a ellos además   del deseo de algunos de inventar sus propios manifiestos poéticos que, por otro lado,  a la academia no le interesan. Los más jóvenes, desde el 2000 diría yo,  se mueven sólo en el espacio virtual de sus blogs,  leyéndose entre ellos. Si no estás en Internet no existes.

Eso pensaba en  aquel lugar de pizza de Providencia o caminando por Santiago, viéndome como un extraterrestre que vuelve a su país cada año y siempre, sin poder evitarlo,  distanciándose de todo. Es una condición que arrastramos  inevitablemente los que nos quedamos por opción a vivir fuera de nuestra “Matria” para siempre.



Javier Campos. Escritor, académico chileno. Columnista

 

 

 

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