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José Donoso

"El escritor, el amigo"

Por Diamela Eltit
En Revista HOY. Semana del 16 al 22 de diciembre de 1996.





Cuando leía El Obsceno pájaro de la noche en el año 70, coincidía con los momentos en los que yo mantenía una relación casi sagrada con los textos literarios. Después de terminar la lectura del libro, sentí que me había enfrentado a una obra chilena de un espesor insospechado. Cuerpos y mitos, pasiones, omisiones, simulaciones, circulaban sin principio ni fin a lo largo de las páginas, exigiendo al lector traspasar los umbrales de la razón para sumergirse en el horizonte de los espacios de la sinrazón plural que porta el ser humano.

La impresionante novela, que indagaba en la identidad chilena, resultaba ser un campo especular en el cual varias identidades coexistían, se anulaban, se modificaban, haciendo pedazos la posibilidad de una única certeza, de una sola verdad, abriendo, en cambio, el espacio para los entrecruzamientos de energías diversas que se desplegaban incesantemente.

La novela estaba lejos de plantear una identidad unívoca. Sus personajes mutaban, se sabían recorridos por pasiones y remecidos por la vocación al poder. No hablo de poder en un sentido tradicional, sino más bien de pulsiones, de ansias por posesiones absolutas: tener al otro, alimentarse de la vitalidad del otro hasta el paroxismo. El libro planteaba junto a los órdenes, desórdenes; detrás de los afectos, rencores; en medio de la belleza, monstruosidades.

Novela especialmente "síquica" y por ello alucinantemente social, El obsceno pájaro de la noche se me presentó como una obra abierta que ponía en jaque las convenciones, al mostrar que los espacios culturales se sostenían desde sus movimientos permanentes. Antagonismos de clase, deseos, dependencias, servidumbres, intercambios, permitían ver los poderes que portaban los cuerpos y cómo hablaban en esos cuerpos sus culturas, sus saberes y sus deseos. A diferencia de un grupo de novelas de su tiempo, este libro no se planteaba la tarea de gestación de macroespacio fundacional latinoamericano, sino, más bien, su tarea era inversa: desconstruir las estructuras sociales, develar secretos, unir mito y reflexión, estetizar las pasiones.

Con la lectura de El lugar sin límites, observé el modo en el que se volvía a recorrer, desde una óptica diversa, la preocupación por la desidentidad del sujeto. Otra vez volvía a aparecer la problemática de las convenciones, de la clase, de las pasiones. El texto abordaba espacios políticos cruzados por complejas políticas del cuerpo. Los centros y los márgenes se acercaban hasta producir el agobio.

Cuestionando la identidad sexual como unívoca, esencial e inmutable, la obra daba cuenta de la transgresión oculta en la matriz de la propia convención. Homosexualismo y machismo parecían dos polos que de manera inevitable convergían hacia un mismo centro. Nuevamente la inestabilidad de los nombres, de los roles y de las certezas se hacían material estético y se convertía en obra literaria. Una obra literaria estructurada en la diversidad, es decir, abocada a señalar la indiscutible existencia de espacios subjetivos y la imposibilidad de establecer una única omnipotente verdad. Matices, vuelcos y máscaras habitaban la realidad de la novela, poblándola de complejidad. El espacio provinciano rompía su aparente pasividad y mostraba un universo convulsionado por la crisis que ocasionaban los deseos.

A partir de la lectura de esos libros es que pude entender el "universo donosiano", porque se trataba de una obra que abría, desde lo literario, problemas teóricos, sociales y filosóficos de gran envergadura y que, con el paso de los años, iban a adquirir una renovada vigencia, especialmente luego de la caída del pensamiento binario que dividía al mundo en sólo dos vertientes.

Con la caída del pensamiento utópico y la instalación de los microrrelatos, la obra de José Donoso ha cobrado, en los últimos años, un interés especial por la vocación de sus libros a trabajar en espacios intersticiales y señalar que el poder circula por los cuerpos y que, más allá de las asimetrías sociales, ningún sujeto está fuera de la esfera del poder, metodología teórica que ha sido abordada brillantemente por el filósofo francés Michel Foucalt.

Tuve el privilegio de conocer personalmente a José Donoso el año 1984. En ese tiempo sentía -debo reconocerlo- un cierto temor de acercarme a escritores considerados "famosos". Pese al respeto por sus obras, más de una vez me había enfrentado a escritores de un egocentrismo desenfrenado ante los cuales toda reverencia parecía insuficiente. Además, mi sacralización literaria se conectaba más bien con los libros, no con los autores. Sin embargo, rápidamente el miedo se desvaneció, pues José Donoso se me presentó, desde el primer momento, como una persona a la que sí le interesaba el otro y, más allá de su preponderante lugar literario, su obsesión mayor eran los libros y la literatura. Recuerdo que en el primer encuentro hablamos de libros y más libros. A partir del año 85 ya se estableció entre nosotros una amistad que se afianzaba en la medida en que íbamos hablando de más y más libros. La última vez que lo vi, aunque su salud era ya muy precaria, el tema entrecortado por sus dificultades físicas fueron los libros.

Otro aspecto que siempre me impresionó de José Donoso fue su capacidad de diálogo con otros literatos , especialmente con autores más jóvenes que él. Mediante esa virtud que poseía, logró establecer relaciones de amistad con un grupo importante y diverso de scritores chilenos. Muchos de ellos fueron participantes de sus talleres literarios, esos ya legendarios talleres que dirigía por su "amor al arte". Sin embargo, cómo podía ser de otra manera, si ya he dicho que José Donoso estructuraba su ser en y desde lo literario.

Pero, claro, me parece increíble estar ahora mismo escribiendo del escritor, del amigo ausente. Su muerte reciente aún me parece una ficción, la noticia abrumadora de una escena trágica. Es cierto que ha muerto. Pero los tiempos de la memoria y de los afectos no son lineales. No se muere alguien de la mañana a la noche; se acaba su vida en la Tierra cuando se interrumpen los ritos, cuando la persona no está en los lugares acostumbrados. José Donoso, el escritor, el amigo, se habrá empezado a morir cuando vea a su esposa, María Pilar, sin su marido cerca; cuando, impulsada por la urgencia de comentar una lectura apasionante, me falte su necesaria interlocución; cuando no esté presente su capacidad de esgrimir una fina ironía mediante la cual demostraba sus desacuerdos.

Será ésta una despedida a medias, porque la maquinaria alucinante de la memoria mantiene la vigencia de las imágenes, de las sensaciones, de los distintos, incontables fragmentos personales. Será el mío un inacabado ritual de despedida que se va a diluir entre el vasto campo de lo que permanece. Ya sabemos que les corresponde a sus libros mantener vivo el diálogo social y cultural que, con su muerte, sólo en una de sus partes se ha fracturado. Esos numerosos volúmenes que contienen parte importante de lo que somos y desde los cuales seguiremos siendo leídos.

Por ahora prefiero pensar en que José Donoso, el escritor, el amigo, solamente está descansando luego de concluir un arduo, prodigioso trabajo literario.

 

 


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Fuente: Revista HOY.
Semana del 16 al 22 de diciembre de 1996.