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LA DISTANCIA QUE NOS SEPARA
Renato Cisneros, Editorial Planeta, 2015

Por Jorge Edwards
Publicado en La Segunda, 6 de Enero de 2017



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Pongo en maletín separado, sin mezclarlos con otros enseres, los libros del verano. No me gusta que se contaminen con calcetines, calzoncillos, camisas viejas. Por otra parte, nunca he sido demasiado aficionado a la playa; he preferido siempre la sombra, la distancia, el silencio, tanto para leer, como para divagar, contemplar el mundo, escribir. Subo entonces a mi torre alquilada, frente al poderoso Mar Bravo, y me distraen primero los surtidores de agua de tres ballenas. Nunca había visto ballenas por estos lados. Pero parece que Herman Melville, el autor de Moby Dick, encontró ballenas cuando bajó a estos mares del sur del planeta, y es probable que otros navegantes literarios hayan tenido experiencias parecidas: Joseph Conrad, Pierre Loti, quizá nuestro Salvador Reyes. Nadie se acordará, supongo, de Salvador Reyes: en este país de libros escasos y de críticos mareados por teorías, de visiones derridianas o bolañescas.

Yo comienzo mi ciclo de lecturas veraniegas con la novela de un joven escritor peruano, La distancia que nos separa, de Renato Cisneros. El libro, editado por Seix Barral, tuvo un notable éxito de lectura en Perú y ahora se presenta en el Instituto Cervantes de Madrid. El autor ha tenido la ocurrencia amistosa de pedirme que lo presente y lo haré después de una segunda relectura, con atención, con reflexión, con numerosas notas que podrían formar un nuevo texto. Hacer cosas a medias, sin trabajar en el asunto a fondo, me parece una pérdida de tiempo completa. Por ese motivo, no puedo presentar casi nada. Pido excusas a los aspirantes. Con la obra de Cisneros, ya tengo copada la cuota del año. Renato Cisneros es hijo del Gaucho Cisneros, personaje conocido, admirado y odiado, de la historia del Perú del siglo XX. Cuando fui consejero de la embajada chilena en Lima, en el año setenta, en los tiempos en que gobernaba en forma autoritaria, para no decir plenamente dictatorial, el general Velasco Alvarado, el general de división Luis Federico Cisneros Vizquerra era conocido por una minoría, pero todavía no adquiría la notoriedad pública discutida, temible, de los años en que fue ministro del Interior y cabeza de la acción antiterrorista contra Sendero Luminoso.

La novela de Renato Cisneros es una indagación, una búsqueda apasionada, extrema, dolorosa, de la figura del padre, un relato de formación y de conocimiento del Perú, de América Latina, del propio novelista. Tiene aspectos divertidos, emotivos, sorprendentes, y debajo de la superficie hay una situación de guerra implacable, de división tajante de la sociedad, de ilegalidad. Hay páginas que resultan difíciles de soportar, que no dan respiro en ninguna parte. Mario Vargas Llosa dijo que era un libro impresionante, de talento y de gran coraje. Yo creo que el coraje del libro es el coraje de toda novela que entra en la verdad real, descarnada, de una historia en apariencia menor, una historia privada, como decía Honorato de Balzac, pero que se muestra en toda su crudeza. ¿Cómo se asume, y cómo se asume, sobre todo, en la construcción de un texto literario ambicioso, la figura de un padre represor, que escapa en una etapa de su acción, en sus años maduros, de toda forma de legalidad, que durante una guerra interna no declarada y sin cuartel, adopta una lógica de guerra, de guerra a muerte? Escribir el libro exigía coraje, como dijo Vargas Llosa, pero también exigía, como dijo otro notable novelista del Perú, Alonso Cueto, una mezcla de coraje y sabiduría. Sin contención, sin un manejo sabio de la gradualidad, el libro no habría podido escribirse. Además, habría sido bastante difícil leerlo. Agrego a los ingredientes anteriores un elemento humano esencial: la escritura no sólo exigió coraje y sabiduría. También exigió un tercer elemento: un evidente, desconcertante, desconcertado, doloroso, amor del hijo por el padre. El Gaucho no sólo era un duro de la lucha antiterrorista: también era un hombre de chispa, de aficiones literarias, de humor, de muchos amigos y amigotes, de conversaciones y copas hasta el amanecer: un seductor criollo en toda la línea. ¿Creen ustedes que la corrección moral y política impide construir un personaje de esta clase, con estos matices, con estas sombras? Nos encontramos con un nudo histórico importante, con un cadáver encerrado en un armario. Me falta poco para terminar la lectura, que es difícil de soltar, y después, para respirar mejor, pasaré a uno de los clásicos de la novela negra moderna, El largo adiós, de Raymond Chandler, que en mi ejemplar lleva un epílogo de Ricardo Piglia. Sé que la novela de Chandler me provocará un placer literario perfectamente seguro. ¿Y qué dirá Piglia de Chandler? Quizá lea después la novela sin ficción de Angelika Schrobsdorff, que ha vendido medio millón de ejemplares en Alemania, Tú no eres como otras madres. Como ven ustedes, hemos entrado en una etapa de historias de familias, de verdades íntimas y duras; en general, terribles historias de familias. Los libreros de Madrid le dieron el premio de libro del año al de la señora Schrobsdorff. A mi última novela, que también es de familia y de guerra, le dieron el rango de finalista. Hubo una interesante discusión de libreros, con más de alguno a favor mío, pero entre una obra que había vendido en su primera etapa quinientos mil ejemplares y otra que sólo había vendido ocho mil, no había dónde perderse. Y los derridianos y bolañistas chilenos, víctimas de la gris teoría, continuaron en su burbuja. No sé si distraídos o pensativos.


 

 

 

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La distancia que nos separa.
Renato Cisneros, Editorial Planeta, 2015.
Por Jorge Edwards. La Segunda, 6 de enero de 2017