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Transgresión y elementos oníricos en El Diablo sabe mi nombre
de Jacinta Escudos

Por Lilian Fernández Hall

 

Los cuentos de El Diablo sabe mi nombre permanecieron, al parecer, en las gavetas del escritorio de Jacinta Escudos desde 1995 (con retoques en los períodos 1999-2001 y 2003) hasta este año, en que la autora decidió entregarlos para su primera edición a la editorial Uruk de Costa Rica. Enhorabuena, podríamos agregar, dado que los relatos extraños y fascinantes de este volumen son lo primero que sale a la luz de Escudos luego de un período de cinco años sin publicar.

Jacinta Escudos, nacida en El Salvador en 1961, ha residido en varios países centroamericanos y europeos: en Nicaragua muchos años, períodos en Alemania y en Francia y en la actualidad en Costa Rica. Es narradora, poeta, periodista, cronista, traductora y escritora de blog (http://www.filmica.com/jacintaescudos/). Ha publicado en periódicos como La Nación (Costa Rica), La Prensa Gráfica (El Salvador) y El Nuevo Diario (Nicaragua). Entre sus obras más destacadas se encuentran Contracorriente (1993), Cuentos sucios (1997), El Desencanto (2001), Felicidad doméstica y otras cosas aterradoras (2002) y la novela A-B Sudario (Alfaguara, 2003), con la cual se hizo acreedora al Premio Centroamericano de Novela Mario Monteforte Toledo. Esta escritora polifacética ha incursionado en diversos géneros literarios, y a pesar de contar con una sólida producción, principalmente en el campo de la narrativa, asegura tener la mayoría de su obra inédita, a causa de las dificultades de publicación en la región. Su obra ha sido antologada en más de una decena de recopilaciones, publicadas en América Latina, Estados Unidos y Europa.
 
Los cuentos que conforman El Diablo sabe mi nombre son muy distintos entre sí, pero guardan algo en común: la transgresión, el deseo de traspasar una frontera, normalmente imposible. Son las fronteras entre el sexo masculino y el femenino, entre seres humanos y animales, entre la locura y la cordura, o entre la vida y la muerte. Varios cuentos tienen como tema la metamorfosis: de mujer a hombre (“Memoria de Siam”) o de niña/mujer a animal (“Yo cocodrilo”, y de alguna manera también “El placer” y “Cabeza de serpientes”). En “Muerto al lado de mí mismo” el personaje principal se topa con su propio cadáver. ¿Un caso de realidades paralelas o un producto más del mundo de los sueños? ¿Ha atravesado el protagonista un punto invisible o es solamente locura? Él mismo se pregunta: “¿Cuál es el hilo entre la lucidez y la locura? No lo sé. Pero pensé que por primera vez en mi vida, había tocado ese hilo y comprendí que era frágil, por demás” (p. 39).

Escudos crea en estos cuentos un universo onírico donde todo está permitido: transformaciones, realidades paralelas, desdoblamientos, antropofagia, mutaciones. La mayoría de las veces, las imágenes son perturbadoras, transgresoras, cargadas de un sentimiento de angustia y hasta a veces repulsión. Jacinta Escudos no evita en ningún momento confrontarse y confrontar al lector con una realidad extraña, inexplicable, cruel, anormal (de acuerdo a los parámetros socialmente aceptados) pero el relato de los estos sucesos está siempre realizado con un lenguaje sobrio, elegante, y hasta las imágenes más crudas respiran un aire de poesía y extraña belleza. Hay, diríamos, una actitud de valentía literaria en los textos de Escudos. Cuando la autora se ha decidido por una imagen o una situación, siempre llega hasta las últimas consecuencias. No huye de las escenas escabrosas, sino que las asume, como una suerte de desafío literario. Pareciera existir en estos textos una especie de atracción por lo prohibido, lo perturbador, lo chocante.

La presencia del amor físico, la sensualidad y el erotismo es constante en los cuentos de este volumen. El placer de los sentidos está muy presente en varios relatos, representado no sólo en la consumación del acto sexual (que de por sí asume un papel protagónico, como en “Memoria de Siam” o en cierta medida en “El Diablo sabe mi nombre”) sino también en el goce del propio cuerpo, ya sea en el estado original o a través de una metamorfosis (“Cabeza de serpientes”, “Yo cocodrilo”) o simplemente en acciones como el comer (“Película japonesa de los años 60”, “El placer”), llegando a aunar el simbolismo de la posesión sexual con el de literalmente devorar al otro (“Fetiche de un naufragio”). Otros cuentos son lisa y llanamente visiones oníricas, con esa lógica inexplicable de los sueños ( “El árbol de serpientes”, “Les Loups”) y en muchos de ellos aparecen además figuras cargadas de simbolismo, procedentes sobre todo del reino animal: serpientes, cocodrilos, gatos, insectos, monos, caballos, los cuales configuran un bestiario altamente significativo. Tenemos el ejemplo del sugestivo cuento “El placer” (inspirado, según la autora en el cuadro homónimo de Magritte) donde esa tensión entre el gato y su ama –aunque el lector sospecha de entrada que los roles están trastocados- termina en una especie de transformación humano-felina. Otro de los cuentos (“Cabeza de serpientes”) recrea un personaje mítico: una variante erótica de la lucha entre Perseo y la Medusa, esa mujer que, desde el principio, se lamenta: “Yo nací para ser serpiente” (p.31).

A pesar de su carácter transgresor, una cierta sensación de pesimismo tiñe este volumen de cuentos. Una suerte de profundo disgusto por el ser humano que destruye su medio ambiente (“Días del fin”, “La flor del Espíritu Santo”) y, sobre todo, una notoria rebeldía con el destino de ser mujer. Hombre o animal (cocodrilo, serpiente, gato): cualquier futuro es mejor que el de ser mujer, fundamentalmente a causa del riesgo de castración, ya sea física o espiritual, en forma de una concreta ablación sexual o de la prohibición de exteriorizar una sexualidad que, en el caso de las mujeres, se interpreta como provocativa y maldita. Aunque probablemente no sea pesimismo o misantropía, sino simplemente una procupación constante de la autora por el futuro del ser humano y del planeta.

¿Cuentos fantásticos o sencillamente apuntes de sueños? Probablemente, el resultado sea el mismo. Los textos de Jacinta Escudos son una mirada que subvierte lo real, la visión unívoca del realismo literario. No para evadirse de esa realidad, sino para lograr una visión más honda, que trasciende la superficie aparente de los hechos y pone la mira en lo esencial. Junto con la también salvadoreña Claudia Hernández, Escudos es una de las más notables representantes de esta tendencia en literatura centroamericana actual. El Diablo sabe mi nombre representa un desafío al lector, que no encontrará textos complacientes o de comprensión sencilla en este volumen, pero que podrá disfrutar de la destreza narrativa de la autora, y adentrarse en un universo de imágenes inusuales y fascinantes. Una visión del mundo original y retadora de una autora indispensable en el panorama actual de las letras en español.

 

 

 

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Transgresión y elementos oníricos en "El Diablo sabe mi nombre"
de Jacinta Escudos.
Por Lilian Fernández Hall.