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Una corona de perejil es una corona al fin de cuentas
Reflexiones en torno a “Palabra de Mujer”, de Heddy Navarro
Editorial Cuarto Propio, 2010, 312 pp.

Leonardo Videla





 

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1-. Leer a las poetas, dispuesto, esta vez sí, a luego decir algo razonable en torno a las ideas que conjugan, es siempre un buen momento para identificar trampas por doquier en el cuerpo de sus escrituras. Lo anterior vale sobre todo en el caso de Heddy Navarro quien, quiérase o no, forma parte de ese canon de las escrituras con apellido, las Escrituras Femeninas, y que como representante de ese canon hilvana en su propia poesía los ecos de lo que podría llamarse la Tradición de la Poesía Escrita por Mujeres. Leer a las poetas, entonces, representa un momento único de poner en crisis tal noción y de marcar los límites más allá de los cuales el término es pura falacia.

2-.A lo largo de toda la producción que reúne este libro (20 años de escritura, desde Palabra de Mujer, 1984, hasta Cantos de la Duramadre, 2004) la presencia del Macho y del Hijo se hacen gravitantes y rápidamente conforman las piedras miliares sobre las que se construye el discurso. Desde los primeros textos la hablante se encarga de realizar las identificaciones necesarias para que el discurso pueda proliferar en torno a esos centros. Es así que, sin innovar un punto en la tradición del romanticismo, el Macho queda asociado con la vida pública, abierta al Mundo, mientras que la Mujer, la hablante, se enlaza a lo doméstico, a la Tierra (en el sentido ctónico). Hasta aquí, como se dijo, no hay novedad en las articulaciones temáticas (entiéndase temáticas en el sentido musical del término). Lo interesante en la poesía de Heddy reside en la manera cómo desarrolla este material, modulándolo (nuevamente me auxilio de términos musicales) de maneras que resultan extrañas a gran parte de la poesía femenina de los 80.

3-. Ya sabemos, al menos desde Sor Juana, que la escritura desviste a la Niña, desata a la Loca, y pone en circulación fuerzas hasta entonces reprimidas, alza polvo, amenaza la casa y su patrimonio, abre las puertas del hogar y lo expone al mundo. Leída como una novela —quizás la mejor forma de leer una antología poética—, en los primeros capítulos de esta historia la voz poética cumple el rito anterior en todas sus etapas, incluida la comparación inevitable con el Macho que, desde siempre, ha tenido todo el Mundo como casa y, atlético, sabe adueñarse de él:

Y qué
si tú el atlético
estás incólume
No elegí esta naturaleza mía
pero no te la cambio
por tu montón de huesos
al galope.
                                                          (Contestatario, pág. 56)

También se evidencia la identificación de la Mujer con todas aquellas que, antes de ella, han realizado la misma operación de ruptura de las trancas del hogar (Óvulos, pág. 45). En la poesía de Heddy pareciera ser que esta ruptura, este rajamiento del himen, nace de la voluntad de salir a disputar a las calles, “chuteando lacrimógenas”, la cuota de libertad, no mucha, necesaria para la pareja humana y para la escritura. Baste recordar que los primeros libros de Heddy aparecen a mediados de los años 80, en lo más álgido de las reivindicaciones sociales y políticas contra la dictadura, y de alguna forma el tipo de mujer que la hablante postula para sí evoca el ideal de la “compañera” a lo Recabarren—en contraposición, claro está, al ideal de la “esposa” de la burguesía (5). Sin embargo, en la poesía de Heddy la operación de desvirgamiento queda trunca y no desarrolla los pasos ulteriores que, bien podemos suponer, habrían significado la salida de la mujer del Gineceo hacia el espacio del Ágora. No. En el caso de Heddy la casa queda abierta, pero no para salir al Mundo sino para que el Mundo entre en ella.

4-. El Mundo, claro está, vestido de Macho.

5-. El Macho, claro está, que la viene a preñar.

6-. Porque a ver: el Macho es, desde el comienzo, una aparición en la poesía de Heddy, un Señor de los Caminos que, buscando reparo de la acción pública, a veces se deja caer en casa por abrigo, sexo y viandas. Y la hablante, evocando a este fantasma, oscila entre dos apuestas antagónicas: por un lado,  se pone a sí misma en una posición de adoración (ver Oda al Macho) o sumisión relativa que no carece de ironía (la sumisión es fuerza pacificadora, creativa, procreativa: la poeta es madre a estas alturas); y por otro lado, la hembra se vincula hombro a hombro al hombre en un sentido que, si no es de igualdad de acción, al menos sí es de comunidad de esperanzas frente a las reivindicaciones señaladas más arriba. Pero estamos hablando de los 80, y el Macho, cuando transpone el umbral de la casa abierta, si es que lo transpone, entra amilicado.

7-. Esta dimensión de la escritura hecha por mujeres está archicodificada (2): la mujer escritora (y, rompiendo lo diques diegéticos, la hablante) ha tenido, al menos desde el siglo XIX, una relación privilegiada con el héroe de tipo byroniano, el ángel caído que, como siempre, se transforma en demonio opresor. Claudio Gaete da en lo justo cuando, en el Epílogo al libro, habla de la “dictadurización” de la relación de pareja que deja entrever la poesía de Heddy Navarro. Ahora bien, creo que tal dictadurización concurre en dos sentidos simétricos: con el Macho entró la voz de mando, la proclama y el olor agrio de los sobacos después del mitin, claro, ¿cómo no?; pero la hablante, por su parte, aprende muy rápido los ritmos y los períodos, las articulaciones preferidas del Milico-Que-Todo-Macho-Lleva-Dentro. Por otro lado, habiéndose destinado inevitablemente a la casa (esto es: habiendo dado por perdida la condición natural de “compañera” y habiéndola cambiado por la normativa de “esposa”) a la hablante no le queda sino hacer de la cocina su plaza, de la cama su púlpito. Su boca se tranforma en un slogan. Sus bandos son dulces, pero bandos también. Lleva una corona de perejil, pero una corona al fin de cuentas. Y así, remedándola, rinde su sentido homenaje al habla masculina (ver Poemas Insurrectos).

8-. Paradoja de paradojas, por supuesto. Pero el échec ideológico no termina aquí. Es llamativo en la poesía de Heddy un movimiento retrógrado respecto de gran parte de la producción femenina de los 80, y esto es: que Heddy está aparentemente cómoda en una escritura que no hace circular aire entre las piezas que se enuncian, dando lugar a poemas monolíticos que inducen lecturas unívocas. Estos rasgos no sólo la distinguen de escrituras mucho más fragmentadas (es decir, sustancialmente fragmentadas) como son las de Soleda Fariña y Elvira Hernández, por citar unas pocas, sino que de paso defraudan la concepción de “lengua víbora” que Olea sugiere como característica de las Escrituras de Mujeres (3).

9-. Y aquí vamos viendo como la noción de Tradición de Poesía Escrita por Mujeres empieza a hallar sus límites.

10-. Y quizás todo el entuerto se debe a la identificación axiomatizada al principio de esta novela de 20 años: Macho=Mundo vs. Hembra=Tierra. La identificación, también, de la Tierra con la Madre es, al final de cuentas, una identificación de la Tierra con el Útero y que, a diferencia de lo que sucede en la tradición de textos patriarcales donde tal vinculación funciona como paso previo a la Iluminación —descenso ctónico—, en el caso de la tradición de las mujeres este paso sinecdóquico no es sino una encarnación de la tumba, de la prisión. Es así que la fidelidad a la Tierra o lo ctónico-somático coordina desplazamientos ideológicos arteros que terminan por vincular (es decir, segregar o confinar) a la mujer en la inveterada imagen del Cuerpo, clausurando cualquier posibilidad de fuga desde la inmanencia de lo matérico hacia una posible trascendencia en lo político (ver, por ejemplo, Sur). Este fenómeno ha sido evidenciado en repetidas oportunidades por los especialistas en temas de género y estudios culturales (4): la tendencia, en las escrituras femeninas, a un cierto esencialismo, seguido muy de cerca por una metafísica de vieja estampa, fascistoide sin más. Lo peculiar en Heddy es que tal proceso se da por vía alterna, es decir, partiendo de la materialidad más terrena desemboca a ratos en un discurso de pura abstracción (ver, por ejemplo, Si soy hembra cuaternaria).

11-. ¿Qué hacer, entonces? Pues queda el Hijo. Los Hijos. Los óvulos fecundados. Pero la apuesta transgeneracional es ardua. Si, para Deleuze, la imagen por antonomasia del creador masculino es el Solterón (1), la análoga imagen de la creadora femenina debiera ser la Solterona —la “sin hijos”, pues sólo de este modo puede romperse el ciclo histórico que enfrenta, de generación en generación, a la Niña y a la Loca. Pero entonces, ¿cómo ha de entenderse la figura de una poeta con hijos? Y con esto se delata la imposibilidad (o, al menos, la dificultad pasmosa, no superada, creo, hasta hoy por las escrituras femeninas) del proyecto que Gubar y Gilbert plantearan en 1978: “hijo de muchos padres, el escritor actual se siente perdidamente tardío; hija de demasiado pocas madres, la escritora actual siente que está ayudando a crear una tradición viable al fin”.  Pero la proliferación de tal tradición, al menos según la novela de Heddy, queda irremediablemente en manos de los Hijos (y quisiera hacer notar en passant que en Chile, al menos, las escrituras de poetas tan dispares como Paula Ilabaca y Verónica Jiménez, que han desplazado los complejos maternales desde el Hijo hacia las propias Madres, tampoco han logrado salir del círculo de dudas en torno a la Autoridad/Autoría de la Mujer,  y en consecuencia poco han alumbrado este proyecto).  La solución, en Heddy al menos, es, por supuesto, la renuncia, haciendo con el hijo lo mismo que, en un principio, había hecho con todo lo que la casa contenía: abriéndolo al mundo, dejándolo escapar, haciendo público al hijo.

12-. Publicándolo.

13-. Publicándolos. Porque son muchos. Los hijos. Pero éste, como este libro muestra, es un capítulo que Heddy aún no termina de escribir. Para bien de sus lectores.

 


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Notas bibliográficas

1-. Deleuze, G., Bartleby ou la formule, en Critique et Clinique, Editions de Minuit, Paris, 1993
2-. Gilbert, S. y Gubar, S., The madwoman in the attic, Yale University Press, New Haven, 2000
3-. Masiello, F., Estéticas y lecturas, Revista de crítica cultural, Art and Criticism Monograph Series, Art & Text Publications, n° 24, Imprenta Cran, Santiago, 2002, p. 82
4-. Richards, N.,  Discurso feminista y crítica cultural: nuevos desafíos,  Revista Atenea, número 473, Universidad de Concepción, 1996, pp. 221-228
5-. Salazar, G. y Pinto, J., Historia contemporánea de Chile, tomo IV: hombría y feminidad, LOM Ediciones, Santiago, 2002



 

 

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