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"Pirata viejo" de Santiago Páez

Pirata Viejo, apuntes para un vividor que puede vivir a la
vuelta de nuestra esquina

Por Miguel Antonio Chávez


En tiempos de filmes propios de la cultura popular como la trilogía de “Piratas del Caribe”, que han vuelto a poner en boga un género que manejara de manera tan memorable Robert Louis Stevenson allá en el s. XIX, llega un narrador, uno de los novelistas contemporáneos más prolíficos del Ecuador, quien retoma esta vez al pirata pero como una metáfora para mostrarnos un personaje salido de los incansables mares de la viveza criolla. Y de algún modo, de la tradición de la novela picaresca española.

No es ni Francis Drake, ni Barba Roja, ni Jack Sparrow. De hecho lleva muchos años que no va al mar porque ha vivido enclaustrado en la zona del centro histórico de Quito. No usa parche en el ojo ni tiene pata de palo, aunque por su edad el pobre ya es viagra-dependiente. Y tampoco, como los corsarios, no saquea tesoros en nombre de la reina, sino en nombre de sí mismo, Félix Garzón y Polanco, gigoló y aristócrata solo de nombre y por ende venido a menos; necesitado de los doblones de oro, tesoros y demás delicias de la dolce vita, que solo le pueden proveer “por default” las mujeres viudas, solitarias herederas de la fortuna de sus mariditos hacendados o empresarios… si estos últimos pasaron a mejor vida en el mas allá, en el más acá don Félix Garzón y Polanco buscará “honrar sus memorias” disfrutando del mejor modo posible de los bienes materiales, fruto del sudor de sus negocios.

A pesar de vivir en una pensión de mala muerte y de deber, como el Don Ramón de “El Chavo del 8”, algunos meses de renta a doña Rosita Cangá –una recia esmeraldeña, quien de cuando en cuando consiente que salde la deuda de “otra manera–”, Félix es un gentleman, un dandy, un fino “cuentero de Muisne” cruzado con maestro Casanova en grado masón 33, ergo –digámoslo sin empachos– un “pobre y triste” vividor con la clase e ingenio suficientes para entrar de la mano con una mujer de apellidos rimbombantes (mejor si tiene un apellido compuesto) a lugares de elite como el que tenemos acá a nuestro lado de este recinto ferial, el Club de la Unión(1)… Quien quita, como la realidad supera todas las ficciones, sería mas factible que le dediquemos este lanzamiento al Félix Garzón y Polanco que debe estar ahí dentro contándole a nobles, escribas y senadores que un loco escritor quiteño (amante de la ciencia ficción y la novela negra, que vivió como un Indiana Jones en las selvas de Esmeraldas y en la sierra central, en sus faenas de antropólogo), se atrevió a revelar a sus futuros lectores, aquí presentes, sus trucos de mago vividor.

Mención aparte merece el personaje femenino que es el detonante de esta nouvelle y gracias al cual la acción nos embarca en un viaje por el país. Luego de poner un clasificado en el popular vespertino quiteño Últimas Noticias, Garzón recibe la respuesta de una viuda de la ciudad de Ibarra, una misteriosa Lindsay M., quien está dispuesta a iniciar una aventura poniendo a su disposición un vehículo que le dejó el marido y que nunca lo aprendió a conducir. El carrito no es ninguna maravilla (una poco llamativa camioneta Chevrolet Super Carry), ni la mujercita tampoco (de abundantes carnes, repartidas en piernas, brazos, senos), peor su apellido de soltera, Minacho, que desentona con su nombre anglo. Lindsay es la némesis, “culturalmente” hablando, de Félix. Su riqueza simbólica (la única riqueza que le queda) contrasta con la personalidad y gustos kitsch de la simpática, quisquillosa y novelera Lindsay Minacho, amante de las rancheras y de los vestidos vaporosos color fucsia. Sin embargo, parafraseando a una telenovela colombiana en boga, hasta que la plata los separe, seguirá habiendo química entre ellos. Félix Garzón y Polanco no solo debe soportar con estoicismo el cuerpo de ella, los recuerdos de su marido y su fiebre de consumista provinciana, sino que debe estar alerta de cuándo entrar en acción (para ello, cuenta con unos viagras que le provee su viejo barbero, el “turco” don Avicenas), ya que la pobre no había tenido relaciones en ocho años debido a la vejez de su marido. Como en un road movie, nuestros viajeros se desplazan y se van descubriendo a sí mismos. Desde Ibarra (la ciudad de Lindsay) hasta Quito, para un tour de shopping y hospedaje en el exclusivo Hotel Colón, y luego de por la vía de Aloag-Santo Domingo, camino a las playas de la provincia de Esmeraldas. Con entretenidos diálogos y buen ritmo, este nouvelle se torna placentera para leer.

Santiago Páez, es conocido por su numerosa obra narrativa que juega entre la fanta-ciencia (el limite sutil entre ciencia ficcion y genero fantástico) y el género detectivesco alias “novela negra” o policial, géneros explorados en otros países mas no tanto en el nuestro. El primer libro de cuentos de un autor ecuatoriano que leí a mis dieciséis años, con verdadera gran curiosidad, fue Divertinventos de Abdón Ubidia, libro muy ingenioso que me mostró que había en Ecuador otro registro de obras, distinto al de la currícula caduca del colegio. Digo esto porque el segundo libro fue Profundo en la Galaxia, que me gustó aún más por combinar situaciones aparentemente tan disímiles como los viajes en el tiempo (tan propio de la ciencia ficción) y las comparsas y carnavales indígenas de la sierra (además de la inclusión de ciertos pasajes en quichua), y salir extrañamente bien librado. De paso, ganó el premio Joaquín Gallegos Lara… Luego publicó, entre otras, las novelas La Reina Mora (1997), Los Archivos de Hilarión (1998), Shamanes y Reyes (1999) y Condena Madre (2000) y en Alfaguara ha publicado su novelita infantil El complot de las mamás.

Mención especial merece su novela, la tetralogía Crónicas del Breve (2006) Reino que, a decir de la crítica, ha sido considerado como el proyecto narrativo más ambicioso de los últimos tiempos. Cuatro crónicas interdependientes que cuentan del deterioro de un reino imaginario, un Ecuador metatópico y metacrónico, donde se entrecruzan múltiples niveles de narración y plano temporal. Al respecto recomiendo la lectura de un acertado estudio que Juan Secaira (http://juansecaira.blogdiario.com/) hizo de esta obra.

Con este recorrido de sus obras, acaso Pirata Viejo podría sorprender por su irrupción en una escritura más sencilla, despojada de sus ambages y recursos como en sus obras anteriores, en especial de su antecesora Crónicas del Breve Reino. Pero no por ello menos meritoria como obra, ya que desde la contraportada se admite con gran frescura y sin temor “una de esas novelas llenas de humor que se leen con placer, junto a una humeante taza de café y que se terminan en una tarde amable”, lo que establece una honestidad con el lector, le da pistas de aquello con lo que se va a encontrar, sin caer en las sobrepromesas o falsas poses, de las que Santiago Páez carece afortunadamente para nosotros. Vale decir que esta obra bucea sin miedos (el miedo al ridículo que tienen muchos narradores y poetas refugiados en la seguridad de sus capillas literarias) en la cultura popular y resulta muy entretenido. Hay dos aspectos interesantes de su obra anterior que están presentes en esta nouvelle, el elemento musical (que de algún modo la mencioné más arriba) con las rancheras y otros géneros de la música popular que tanto le encantan a Lindsay Minacho y la inclusión del quichua (refiriéndose a los indígenas otavaleños que rescatan a Félix cuando este se queda atrapado en un talud en la carretera mientras intentaba empujar la Super Carry, ante la angustia de Lindsay). Esta obra tampoco está exenta del elemento literario, pues don Félix Garzón y Polanco posee entre sus escasas riquezas un libro con el ampuloso título de “Titanes de la Poesía Mundial”, que a mí me sonó como a esos CDs piratas de “Cañonazos Bailables Vol. 6” que uno puede encontrar por la calle. Otro dato no menos interesante de Pirata Viejo, que hoy publica Norma, es que quedó finalista en el último concurso de novela Aurelio Espinosa Pólit.

Conversando con Santiago, la escritura de Pirata Viejo fue para él una suerte de catarsis debido la gran carga mental que conllevó la tetralogía de Crónicas… A ratos me recordó al desenfado César Aira, novelista contemporáneo argentino, autor de al menos una treintena de novelas cortas y que en España ya es considerador autor de culto. En un país cuya literatura adolece del humor, más que como estilística, como actitud de literatura y vida, creo en la validez de esta propuesta y puedo hallar ciertos referentes compatibles con esa abierta complicidad que tienen con la cultura popular. Así tenemos “Atacames Tonic” de Esteban Michelena y “Las aventuras del Cholo Cepeda, detective privado” de Fernando Itúrburu. Obras que junto con Pirata Viejo, considero podrían ser adaptadas sin tantas complicaciones al formato televisivo o fílmico. ¿Por qué no? A diferencia de otros libros que se editan solo para los “amigos y colegas cultos”, este tipo de obras buscan todo lo contrario, irrumpir –como dije antes– sin miedos en la mesa donde se come el pan, en el paradero del bus, en la sala de espera, en una banca del Terminal Terrestre.

Despido estas divagaciones mentales con una canción que no incluyó Páez en su catálogo musical de Pirata Viejo, y es una canción famosa en los ochentas de Chayanne, que cae justo para la ocasión. De Félix Garzón y Polanco, para Lindsay Minacho: “Tu pirata soy yo/ y mi mar es tu corazón/ mi bandera, tu libertad / mi tesoro, poderte amar / tu pirata soy yo/ tu querido ladrón de amor/ en mi proa tu nombre va/ tu pirata soy yoooo”


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(1) El lanzamiento de la mencionada obra se realizó el 23.07.07 en el Palacio de Cristal, antiguo Mercado Sur, construcción que está a espaldas del Club de la Unión, en la ciudad de Guayaquil.

 

 

 

 

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