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 DOSCIENTOS AÑOS DE SER CHILENOS          Por Marco Aurelio Rodríguez 
 Star Wars o Star Trek?Pepsi Cola o Coca Cola®?
 Hamburguesas Rich o McDonald's®?
 Empanada Frita o Empanada de Horno?
 VTR o Metrópolis?
 Condorito o Pepe Antártico?
 (www.dewback.cl/log/archives/2003/09/06/)
 
 En 1925 Gabriela Mistral se quejaba de que los chilenos fuéramos más  cóndor que huemul (1).  Claro, Chile llevaba cien años de vida republicana y nos creíamos una raza privilegiada  y poderosa. En 1834, para presumir “el orgullo justo del fuerte” —semejante a  “hermoso buitre”— pregonamos un escudo patrio donde, a más del cóndor y el  huemul, aparecía la rúbrica “Por la razón o la fuerza”. Sobrevolábamos “la  carroña tendida en una quebrada”. Cercana a ese sentimiento nacionalista  posterior a la Guerra del Pacífico y cuyas expectativas persisten exageradamente  hasta el cierre de las oficinas salitreras nortinas, nuestra poetisa se  inquietaba ante “algunos héroes nacionales [que] pertenecen a lo que  llamaríamos el orden del cóndor”. Son los años 20 y el epicentro idiosincrásico  de lo chileno se resuelve en la capital adonde llegan, en medio de guerras  intestinas acomodaticias de espíritu (2),  primero los mineros del norte —como años más tarde lo harán los demás mineros—  y luego los campesinos, a la búsqueda de ¿la carroña tendida sobre una quebrada? Nuestros animales simbólicos tienen su razón  de ser y representan, acaso, las constantes de nuestro carácter nacional. Los  mapuches basan muchos de sus mitos en la inteligencia o viveza del cóndor,  señor altivo de los cielos, mensajero de lo divino, reencarnación de las almas  nobles y valientes y poseedor de una gran sabiduría. El nombre dado por los  taxónomos al cóndor andino es Vultur  gryphus, lo que rescata sus insinuaciones mitológicas sin dejar de  considerarlo un carroñero: un buitre-Grifo, mitad águila/mitad león, con su indecente  fama de depredador pero necesario en su papel —bueno y malo— del “que limpia”  las sobras. La imagen del cóndor aparece asociada a distintas culturas de la  América preincaica y se mantiene todavía activa. Cóndor, pez y felino eran  parte de monolitos altiplánicos antiquísimos, atavíos de un relato que enfrenta  al cóndor y al pez, la virtud integrativa frente a lo aciago del tiempo, y  luego el felino es quien concilia. El cóndor pasa de su etapa ínfima de pez a  la altiva de felino: nuevamente llegamos al Grifo. Las aves representan siempre  para el hombre una metáfora de la ascensión y de la libertad. El cóndor, el animal  volador más grande del mundo, es un ave sagrada pero maligna, a la que el  mítico Elal de los tehuelches cazó con una flecha y como castigo por llevarse  niños le sacó todas las plumas de la cabeza. El huemul, en cambio, es un animal delicado y  hermoso, curioso, de mansedumbre casi infantil: cuando huyen, se detienen de tiempo  en tiempo para ver si los siguen. Ciervo nativo de la cordillera  chileno-argentina, de formas robustas y apariencia rechoncha, patas cortas y orejas  bastante desarrolladas, de pelaje escaso y áspero, de color pardo intenso, con  la parte inferior de la cola blanca, solamente los machos poseen cornamenta  (dos pares de astas que se bifurcan en la base), la que se cambia todos los  años, de hábitos herbívoros y carácter pasivo, el huemul, cuya población no  superaría los 1000 individuos en grupos aislados y fragmentados, está en  peligro de extinción  (3).  Así lo caracteriza Gabriela Mistral: “El huemul es una bestezuela sensible y  menuda; tiene parentesco con la gacela, lo cual es estar emparentado con lo  perfecto. Su fuerza está en su agilidad. Lo defiende la finura de sus sentidos:  el oído delicado, el ojo de agua atenta, el olfato agudo. Él, como los ciervos,  se salva a menudo sin combate, con la inteligencia, que se le vuelve un poder  inefable. Delgado y palpitante su hocico, la mirada verdosa de recoger el  bosque circundante; el cuello del dibujo más puro, los costados movidos de  aliento, la pezuña dura, como de plata. En él se olvida la bestia, porque llega  a parecer un motivo floral. Vive en la luz verde de los matorrales y tiene algo  de la luz en su rapidez de flecha”.(4)  Los principales enemigos del huemul son el león y el hombre. Los dos “aspectos del espíritu” que toma  nuestra materialidad de carácter, también son remarcados por otros autores que  se han dado a la tarea de entender nuestra identidad. Benjamín Subercaseaux,  autor de Chile o una loca geografía,  ve un conflicto no resuelto en esta conjura de opuestos. Este hombre de  extremos que es el chileno, “impermeable a la experiencia” (testarudo en la  tarea de entender, de apaciguar), inestable e irresponsable, vive de la  sorpresa; desconcierta su imprevisibilidad. Su timidez (de huemul) y su  agresividad (de pájaro) (5) lo hacen “un ser a disgusto”.(6)  Ha pasado más de una generación luego de las palabras de Gabriela Mistral y el  chileno no solo no ha apaciguado su espíritu (cual un diamante), sino que ha  corroído su gracia. No por otra razón durante la mitad de este período, un  personaje harapiento e indeterminado (casi un roto pero más bien un zarrapastroso;  un albañil tipo “maestro chasquilla”; con apellidos popular y derechista, ser  indeterminado, chacotero, como la realidad política de entonces), se entromete  en la imaginería pública como un limosnero de reivindicaciones. Verdejo tuvo su  esplendor en la revista Topaze; su  propugnador, Jorge Délano “Coke”. (7) Varios autores coinciden en la representación irresoluta de nuestra ralea. En  1965, Horacio Serrano en su estudio “El chileno, un desconocido”, plantea  consideraciones que nuestra cosecha patrimonial seguirá acentuando: se refiere  a nuestro ser como ahistórico, vector del desfase entre el chileno, su medio y  su historia. Este carácter rayano en lo sicótico, previene su valor más bien  aislado que social de la tipología chilena. No somos ni europeos ni indios ni  mestizos, en palabras de Serrano. Por esa época también, un importante autor,  Luis Oyarzún, hará un “Resumen de Chile”. Las prevenciones de este ensayo (que  nuestro escritor fallecido en 1972 no alcanzará a corroborar) se verán  encarnadas fundamentalmente (febrilmente) en la siguiente década —luego del  Golpe del 73. Su exposición, que muestra un gran respeto por los recursos y las  bellezas de nuestra tierra, habla de la dicotomía de los tipos humanos que, en  definitiva, han terminado por no adaptarse a su entorno, el huaso y el roto andariego,  y cuyas “expresiones significativas” aderezan la historia social, o sea, especifican  nuestra idiosincrasia. La percepción sensible e intelectual de Luis Oyarzún (8),  se muestra lastimada en un sentido antropológico profundo y extensivo ante la  falta de mitos instauradores patrios (la falta de materia y espíritu históricos),  que lo hace reclamar —lo que es muy grave— la carencia de alma nacional. Por lo  mismo, al proponer, su historiografía cultural(9) ,  al “hombre de imaginación y de pasión— que no encuentra su sitio propio en  ninguna parte establecida, en ningún estrato del país, y vaga a lo largo del  territorio o sale de él hacia tierras extrañas”(10)  frente al roto, “el chileno pata de  perro, patiperro”, no podemos dejar  de pensar en los fantasmas que transitan por allí. El chileno parece que se hallara siempre a  disgusto en su país, vive una frustración de su ser más profundo frente a  varios fracasos de no instauración de algo que no sabe, porque —además— no se  conoce. Por lo tanto, mientras, bosqueja proyectos, actitudes, caricaturas. De  país y de sí mismo como corolario, o a veces al revés.(11)  Siempre desanudado, airado y en señal de tránsito. Y los que mejor promueven  esta consistencia duende son los  titiriteros de siempre, los grupos de poder que sobrevuelan “la carroña tendida  en una quebrada”, y que rinden pleitesía, sobre todo, a su generador central  más allá de donde se muestra la Cordillera de Los Andes, ese barranco donde los  huemules ya no importan. La historia —en verdad— es una anécdota  perpetua. A comienzos de la década de 1940 el Departamento de Estado  norteamericano, motivado por el conflicto de la Segunda Guerra Mundial, inicia  su “operación simpatía” hacia América Latina y, bajo esta consigna, se producen  las películas de Walt Disney Saludos  amigos y Los tres caballeros, en  las cuales se estereotipa a algunos pueblos latinoamericanos con animales  antropomorfos envasados en tierra de Laurel & Hardy. Pepe Carioca en Brasil  y Pancho Pistolas en México, por ejemplo. Pero en Chile, país no terminado, la  cosa no era tan fácil. Algo tan poco humano como el avioncito Pedro (que en  honor a Don Pedro Aguirre Cerda se rebautizó Pedrito), que se empinaba con un  esfuerzo intrépido por nuestra Cordillera, fue considerado un trasplante de  querencia, una falsedad. Por lo menos para René Ríos Boettiger, conocido como Pepo.  A más aclaración, fijémonos en el siguiente diálogo de Pepo y su alternativa de  caracterización: “P: Pensé en nuestro escudo, pensé en el huemul y el cóndor, pensé  que entre las dos figuras tú estabas más cerca de lo que somos nosotros. Porque  a pesar de que Don Arturo Alessandri decía que nuestro país estaba plagado de  huemules, en la política la especie esa como que se estaba extinguiendo.  Preferí el cóndor. Por eso te hice bajar a ti de la cordillera, te calcé  ojotas, te puse sombrero de huaso, te hice hablar y vivir en el mundo de los  humanos. Tú serías uno más de nosotros, Condorito”. Condorito es, por sobre todas las cosas, un  personaje popular, simple, autóctono, supuestamente apolítico y conformista,  una personalidad con la que casi todos los hispanos pueden identificarse (12).  Aunque puede encarnar papeles diversos en sus aventuras, sus ojotas o su poncho  delatarán siempre su estirpe de roto. Con trabajo siempre escaso y poco dinero  en el bolsillo, sin embargo le sobra imaginación y le llueven los amigos. Así  supera los problemas del diario vivir. Su lenguaje es el que usa la gente común.  Condorito, modelo tercermundista capaz de adaptarse a cualquier situación, encarna  la experiencia cultural colectiva de los latinoamericanos, su carácter ladino,  la astucia que les permite sobrevivir en condiciones adversas y un rostro  risueño con un optimismo a toda prueba. Este personaje de tiras cómicas más célebre  y más leído del mundo hispanohablante, rebuscador, aventurero, luchador que no  se da nunca por vencido dentro y fuera de esa ciudad pequeña o pueblo grande y  provinciano que es Pelotillehue, representa la “estética de la sobrevivencia”  que, más allá del ingenio, el esfuerzo, el sarcasmo, la crueldad o los  prejuicios, o precisamente a partir de ellos, devela una manera absurda de la  realidad (13) donde lo único que queda, desde el extrañamiento, es pedir una explicación, sin  racionalizar nunca —eso sí— la paradoja de las cosas. Es una especie marginal,  un “afuerino” en la ciudad y en el campo. La paradoja de ser chileno es encarnada por  otro personaje más astuto todavía. Aquel a quien no se le escapa nada, una  especie de huaso ladino avecindado en la capital, Pepe Antártico. Su autor,  Percy (Percy Eaglehurst Ramos), confidencia que necesitó crearlo “como un  hombre chileno a medio camino entre el tradicional roto chileno y el huaso más  criollo”. (14) Con su estampa de conquistador bajito, narigón, vestido con un traje a rayas, su  único objetivo en la vida, aparte de las farras, es conquistar mujeres.  Eternamente joven, mantiene bien su estampa fresca desde los años cincuenta, (15) resulta ser tierno, con un mundo interior particular, sensual, que atrapa a las  curvilíneas féminas, un alma lúdica (peligrosamente infantil) en la que no  comparecen sus inexactas obsesiones sexuales. Lo mismo que su compatriota  Condorito, es un ciudadano de clase media sin preocupaciones políticas (sin  responsabilidades de ninguna especie) que representa el papel que se requiera  para —aquí la diferencia con el lerdo pajarraco—  seducir a las mujeres y estar siempre presto a  arrancar de los maridos celosos. Piropea más de lo conveniente a cualquier mujer  que se cruce por su camino, es un acosador rápido y tremendamente efectivo:  necesita nada más que una viñeta o cuadro de diálogo para lograr sus  propósitos. Es un soñador, un “hombre en su actuación diaria”: un chileno que  necesita creer que le van muy bien las cosas. Se refugia en un hedonismo  exculpatorio, pese a ser siempre sorprendido: por el marido celoso o por el  vacío propio de la conquista sin amor. Y nuevamente el vacío. Nuestra manera de  ser es una historieta incompleta. “Mejor es el ojo emocionado que observa detrás  de unas cañas, que el ojo sanguinoso que domina sólo desde arriba”, decía  Gabriela Mistral en su ensayo. Eso hemos llegado a ser, tímidos mirones de las  cosas que pasan. ¿Los animales tienen alma? (16) “Cuando huyen, se detienen de tiempo en tiempo para ver si los siguen”. Fantasmas  de nuestra identidad inexacta, podríamos ser como La Pequeña Lulú o como El  Gato con Botas. Tal vez sería preferible. Pero ya ven, elegimos la Coca Cola o  la Pepsi Cola y la acompañamos mejor de una Hamburguesa que de una empanada. Seguimos siendo afuerinos. Sobrevolamos “las  sobras” porque nosotros mismos, aún, somos incompletos e indefinidos. …Unas palabras finales. Podría acusárseme, por las inferencias o  impresiones derivadas de este ensayo, de derrochador de mitos, de hacer una  caricatura del chileno. Yo podría contestar —desde Luis Oyarzún— dudando de su  existencia. Y contesto desde mí: dudo de su existencia (de los mitos del ser  chileno, claro). Podría reprochárseme la inconsistencia, lo pretenciosa de mi  visión. No es mía; me baso en una apreciación de Gabriela Mistral. Pero yo  asimismo la suscribo. Podrían, en fin, criticarme mi negatividad cercana a lo  apátrida. Al respecto dos anécdotas ¡Plop! Cuando Ricardo Lagos, Ministro de Educación entonces,  en 1990 llamó a Europa a Roberto Matta para anunciarle que le habían otorgado  el Premio Nacional de Arte e invitarlo a visitarnos, el artista chileno que  rompió con su país tras el golpe militar del general Augusto Pinochet, en 1973,  que tenía la nacionalidad francesa, la cubana y la española, que había recibido  los máximos galardones mundiales, como el Premio Príncipe de Asturias, en 1992,  y el Tomás Francisco Prieto, en 2000, replicó desde Italia, donde fijaría su  residencia final: “No, Chile está tan lejos y yo estoy viejo. ¿Por qué no le  venden Chile a los japoneses y se compran un lugar cerca de aquí?” ¡Mal chileno, no! Por otro lado, cuando la autora de Poema de Chile viene a Chile el año  1954 (9 años después del Nobel) invitada por el gobierno de la época de Carlos  Ibáñez del Campo —el mismo que en los años 30 le había quitado la pensión de  gracia—, le preguntan por qué no regresa a su patria, si aquí en Chile la atendían  tan bien. Gabriela Mistral, “tierna y feroz” como la calificara Paul Valery,  contesta: “El primer mes me tratarían como La  Divina Gabriela, el segundo mes como La  Gabriela, hasta que terminarían tratándome de Ésa…” (17).  La poeta, quien nombró en su testamento albacea y heredera universal a la  estadounidense Doris Dana, su secretaria y amiga (decisión que muchos chilenos  no perdonan), murió tres años después en Nueva York. Entre sus papeles  inéditos, se encontraba, a propósito del dolor por su patria, la siguiente  expurgación: “quiero morirme en paz en este destierro que parece enteramente  voluntario, pero que no lo es”.
 * * *  NOTAS 
          
          
             (1)              “Menos Cóndor y más  Huemul”, El Mercurio, 11 de julio de 1925. En: Recados contando a Chile. Alfonso M. Escudero (comp.), Santiago de  Chile, Ed. del Pacífico, 1957.
 (2)               Me refiero a la  atmósfera de guerras civiles durante el gobierno de Arturo Alessandri Palma en  Santiago, condición inflamada por la intromisión de los afuerinos que poco a  poco reclamarán los fundamentos de la nueva patria, importando —y confundiendo—  términos ácratas, populistas, solidarios y democráticos. Tiempos de luchas y de  ingenuidades.
 
             (3)              Un grupo de  investigadores de la Facultad  de Medicina de la   Universidad de Chile anunció por estos días que intenta la reproducción  asistida del huemul. El grupo tomó células de estos animales en vías de  extinción, las que ha cultivado y congelado para implantarlas en una madre  sustituta, posiblemente de la especie ciervo rojo. 
             (4)              Y todavía agregará:  “El huemul quiere decir la sensibilidad de una raza: sentidos finos,  inteligencia vigilante, gracia. Y todo eso es defensa, espolones invisibles,  pero eficaces, del Espíritu”. Su artículo terminará endilgando la gracia por  sobre la fuerza. “Lo que importa es que el orden de la gacela haya existido y  siga existiendo en la gente chilena”. 
             (5)              Este montaje de  paréntesis apuntala no solamente mi pensamiento, también sirve para recoger las  conclusiones aproximativas de Subercaseaux. 
             (6)              “Un Chile no  conmemorativo” (1960) y —sobre todo, nótese el siguiente título apreciativo:— “El  hombre inconcluso” (1962). 
            (7)               Un momento  antológico de esta caricatura, en la década del 40, fue cuando el Presidente  Pedro Aguirre Cerda conversa con Verdejo, muy cerca de un cementerio, en la  tumba del Frente Popular, poco antes de la muerte del presidente. 
             (8)              Un excelente poeta y  prodigioso esteta. 
             (9)              Como es calificado  su estudio. 
            (10)              “Lastarria sugería  que el chileno, para mejorar de genio, necesitaba desprenderse de su tierra”,  escribe Oyarzún para resaltar su tesis. 
            (11)              Basta reparar en  títulos (aparte de los tratados en este estudio), literarios y ensayísticos  diversos en nuestro país, desde Los  trasplantados (1904; donde el chileno busca su fundamento nacional… en  Francia) hasta el reciente Mi país  inventado (escrito en EE.UU. el 2003   por nuestra Isabel Allende):  un siglo de búsquedas descaminadas. 
             (12)             Según un estudio  realizado en Norteamérica, alrededor del 75% de los hispanos de EE.UU.  entrevistados se identifican personalmente con la imagen de Condorito. 
             (13)             Los condoros son, precisamente, los  sinsentidos a que llevan (o con que se presentan) algunas situaciones, las que  son asumidas por alguien que sufre o es gestor de las mismas. 
            (14)              “…una vez tuve la  tarea de crear un personaje chileno que tuviera las características bastante  marcadas de un chileno; se me pidió que no fuera un tipo vulgar, lo que se  llamaba en una época 'el roto chileno', ni que tampoco representara al huaso,  al hombre de campo (…). Entonces, había que hacer a un hombre intermedio, un hombre  que fuera de clase media —eso fue lo que yo pensé— y con algunas  características que son universales, en todo caso, de la admiración hacia el  sexo femenino. Exagerando, por supuesto, como es una caricatura, y ahí nació el  personaje”. 
            (15)              En un comienzo su  autor pensó en llamarlo Pepe o José Fresco —por lo picaflor—, pero “justo en  esos días el Presidente Gabriel González Videla regresaba de su viaje a la Antártica (1948) y fue  muy buen recibido en nuestra capital. De su gira por esas heladas latitudes, y  aprovechando las circunstancias, fue bautizado este amigable personaje como  Pepe Antártico”. 
            (16)              “¿Qué ha pasado con  el alma? Resulta que es lo más animal que existe, tanto que los romanos antes  de inventar el sustantivo animal, con el significado que tiene para nosotros y  tenía también para ellos, inventaron el adjetivo animalis, que traducimos como  animal (adj.; p. ej. "reino animal", "comportamiento  animal"), y distintamente a lo que significa este adjetivo para nosotros,  significaba aéreo (de ánimus-anemoV / ánemos), de aire, viviente, animado, para  pasar luego a significar en exclusiva irracional, bruto, bestia...”,  explicación que encontramos en www.elalmanaque.com,  que luego remata: “Los animales tienen un alma colectiva, que es su patrimonio  instintivo, herencia genética tan inexorable como la anatómica, pero que  degenera con mucha mayor rapidez si no tiene las condiciones adecuadas de  desenvolvimiento. Y además del alma colectiva, tienen cada uno su alma  individual, que no es otra, sino una concreción de aquella en cada individuo y  en cada momento puntual. Los animales tienen un alma solidísima, tan definida  como los miembros del cuerpo de cada individuo y de la colectividad que forman.  Cuando a estos animales se les arranca de su colectividad y de su ambiente, es  como si se les extirpase el alma. Y como al hombre, arrancado de sus instintos,  se les ha de crear una nueva alma”. 
            (17)              La cita que  aparentemente se toma como textual, no lo es, puesto que no pude encontrar el  documento exacto que refiera el hecho. Mi memoria, en todo caso, no es febril  ni carroñera. |