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Nuevo libro "Espejo de enemigos":

El retorno poético de Marcelo Rioseco

Por Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros de El Mercurio,
domingo 15 de agosto de 2010

"Ha sido un silencio editorial más que otra cosa", advierte Marcelo Rioseco (Concepción, 1967), quien aclara que nunca ha dejado de escribir.

Después de publicar en 1995 el libro con el que ganó el concurso de "El Mercurio" - Ludovicos o la aristocracia del universo (Universitaria)-, Rioseco incursionó en la narrativa con El cazador y otros relatos (Lom, 1998), un notable conjunto de historias fantásticas, prologado por Enrique Symns. Vinieron luego la antología Chile: poesía contemporánea con una mirada al arte actual (2000), editada en España por revista Litoral, con un texto de presentación de Roberto Bolaño, y This be the verse (Be-uve-dráis, 2003), una traducción de 26 poetas de habla inglesa realizada junto a Diana Dunkelberger y Armando Roa. Fue además editor de la revista Noreste en su segunda época (2000-2002) y asesor creativo de Cristián Warnken en La belleza de pensar.

En 2003, se fue a estudiar un doctorado en la Universidad de Cincinnati, Ohio. "Era un lugar extraño. No solamente me enfrenté a la soledad, sino también al vacío americano. El primer invierno me pasé mirando la nieve por la ventana, porque además no tenía mucha plata", recuerda. Así nació un libro de poemas, todavía inédito, de alguien que "vive en inglés, pero escribe en español". Luego vino Espejo de enemigos, el poemario que acaba de presentar en Santiago, días antes de regresar a la Universidad de Oklahoma, donde hoy enseña.

Rioseco explica que adoptó el título de un género que alcanzó su apogeo a comienzos del Renacimiento: el espejo de príncipes, escrito para la educación de los gobernantes. Sobre el origen de su libro, precisa: "Siento una pasión por el lenguaje del Siglo de Oro español, y tuve un profesor muy bueno, Carlos Gutiérrez, un quevedista que estaba estudiando, a partir de Pierre Bourdieu, cómo se crea el campo literario en esa época. Me fascinaron las querellas entre Quevedo, Góngora, Jáuregui, Cervantes, Lope, y todos los formatos de la pelea: la dedicatoria, la parodia, la ironía, el insulto. Entonces me di cuenta de que Chile es uno de los países latinoamericanos que heredaron con más fuerza la idea de que la guerra es la mejor manera de posicionarse como escritor".

-¿En qué lo notas?
-Cuando uno ve que los poetas se disputan el sillón del vate: cierta idea de trascendencia que no va más, pero que hasta hace diez años aún existía. No podían estar Rojas y Parra, había que elegir. Como si no pudieran existir al mismo tiempo Dostoievski y Tolstoi. Este libro es una reflexión sobre la poesía y los poetas cercanos al poder.

-¿Quién representa todavía esa tradición del vate?
-Creo que ya nadie. Quizás el último fue Nicanor, porque a pesar de toda la ironía, del humor y del juego que hay en la antipoesía, subyace un profundo sentido autorial: antipoemas, discursos parrianos... Todo es un juego con el nombre de Parra. La autoridad de su firma marca propiedad, originalidad y pertenencia. Esto se acaba con Juan Luis Martínez en La nueva novela cuando tacha su nombre: ahí se produce un quiebre fundamental del escritor que quiere desaparecer.

-¿Has experimentado algo parecido?
-Lo sentí en un momento. Imagínate, fueron quince años de silencio. Horacio recomendaba siete, creo, pero yo lo dupliqué. Pasar por una experiencia de silencio, al menos editorial, es fuerte. Implica desaparecer también para el resto, y de alguna manera es sentir que el nombre tachado también puede ser parte de tu escritura. Como dice Vila-Matas, los que se rehúsan a escribir son los escritores del no. Yo tengo unas relaciones complicadas con la escritura, pero al final hago textos gozosos y hasta alegres. Espejo de enemigos es un libro irónico, pero también de celebración y despilfarro. Todo es excusa para una fiesta.

-El libro recrea la tradición latina del tú: el dirigirse al otro, el epigrama, sobre todo la epístola. ¿Viene del tipo de relación que mantienes con tus amigos?
-Una de las cosas más tristes de mi vida es la desaparición de la correspondencia entre escritores. Creo que se perdió, por la velocidad de internet, esa posibilidad de pensar con lentitud. Uno responde el e-mail a una velocidad muy ejecutiva y las cartas requieren de un tiempo, de una meditación, y son también una creación literaria. Llevo un diario precisamente por la imposibilidad de escribir cartas. Como nadie las responde, me las contesto a mí mismo.

-¿Con qué libros y autores reconoces una deuda en "Espejo de enemigos"?
-Quizás el mejor ejemplo de traer la historia a la poesía es Kavafis. Pero en la tradición chilena es Mecenas, de Antonio Cussen, el que abre la posibilidad de incorporar el mundo latino y cierta imaginación poética que antes se consideraba académica y lejana. Me pareció una puerta por la que yo quería pasar. Ahora encuentro un libro que dialoga con el mío, y que casi parece su antecedente, siendo posterior: Leseras, el libro de traducciones que Leonardo Sanhueza hizo de Catulo. Qué alegría leer estas traducciones en español chileno, tan desenfadadas, que siguen validando la propuesta de tomar los ropajes antiguos para decir cosas nuevas o para decir las mismas cosas de una manera distinta.

-¿"Espejo de enemigos" es un libro premoderno?
-No, es posmoderno, porque es explícito lo que está tomado de otros escritores. Más que las palabras, el tono axiomático de Marcial me interesaba mucho. Cierto aire soez de Catulo, especialmente cuando recrimina a las mujeres.

-Hay varias voces en el libro. ¿La del poeta Marco Marcelo es la que mejor te representa?
-Yo sé que el lector tiende a creer que Marco Marcelo debiera responder por la voz de Marcelo Rioseco, pero en este juego de máscaras y espejos no es posible afirmar que sea la misma voz siempre, ni que esa voz responda a la poética personal del autor del libro. Esta es una poesía basada en el discurso, un intento de hacer poesía dramática, con personajes y un lugar, como una gran novela. La corte es un campo de batalla, de juego y de fuego, donde retrato varios tipos de poetas.

-¿Hay una clave de personajes reales?
- Espejo de enemigos no es un libro alegórico donde podemos reemplazar el nombre de un personaje por el de una persona real, pero evidentemente uno podría reconocer muchas actitudes, no digo personas, que me ha tocado ver.

-¿Es el retrato de tu generación?
-Nunca me sentí parte de una generación. Sí fui muy afín al vitalismo y al desparpajo de Maquieira, que popularizó entre nosotros la aspiración de Poe: la creación de una belleza nueva. Muy cercano también a Noreste, un proyecto en el que, honestamente, había mucha gratuidad y escaso pensamiento táctico. Pero a pesar de todas estas afinidades no me siento parte de una generación. Y lo digo con cierta tristeza, porque me hubiera gustado tener una sensación mucho más fuerte de generación. La realidad es que nunca nos vimos así, aunque a todos los respeto y son grandes amigos míos hasta hoy.

-En quince años, ¿cuánto ha cambiado tu concepto de la poesía desde "Ludovicos" a "Espejo de enemigos"?
-Juarroz dice que la poesía es un continuo arribar. ¿Pero arribar a qué? He llegado a la conclusión de que se trata de un estado auroral: la luz del comienzo del día. Pueden decir que soy un romántico, pero creo que todo poema es un milagro. Según Juan Luis Ortiz, el mundo es un pensamiento realizado de la luz. La poesía lo anuncia. En Ludovicos yo buscaba -no digo que la haya encontrado- la luz de lo angélico, mientras que en Espejo de enemigos hay un esplendor más vital, de goce. Para decirlo con el filósofo Óscar del Barco, la poesía es exceso y donación: tiene que ver con el don como talento, pero también con el don como regalo. El poeta se da y "les da" a otros.

De "Espejo de enemigos"

¿Por qué será, Póstumo, que cuando
´yo ladro]
es a ti a quien llaman perro?
Demasiada lectura y todavía
no te gustan los jóvenes poetas.

 

 

 

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