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"Con Ezra Pound”

Miguel Serrano
El cordón dorado, 1978

 

Hace años, en Venecia, frente a esa estatua de piedra, que no hablaba –hubo un tiempo en que las rocas hablaron- empecé a dejar correr palabras y palabras, y, entre otras cosas, dije: “En setecientos años más el laurel florecerá de nuevo. Sea feliz, en setecientos años más usted volverá a perder…”.

Sabía que Ezra Pound era seguidor del dios de los perdedores en este mundo, en el período oscuro del Hierro, llamado por los indúes Kaliyuga. Él era también un acólito del maltratado y desprestigiado Lucifer, puede que, sin saberlo, del Lucibel de los cátaros, Apolo, Abraxas, Krishna, Siva y también Quenós, de los selnam; el portador, o Anunciador de la luz, de la Estrella de la Mañana, la que avisa la llegada del nuevo sol y se retira luego, a la espera de un mundo más noble, más puro, donde se fueron los héroes y los gigantes.

Comencé a narrarle a Pound mi peregrinación a Montsegur y le hablé de la Sierra Maladetta, por donde Bertrand de Born, trovador que él amara y tradujera, se dejó morir por congelación, según nos cuenta Otto Rahn, en su libro “La Corte de Lucifer”. Fue en ese momento cuando la roca hizo un gesto, y una luz de alegría la envolvió. Es que Ezra Pound había escalado Montsegur. También él era un herético y un guerrero.

Tuve una idea, algo así como si un secreto me fuera revelado: Ezra Pound se hallaba incorporado en una tradición luciferina que venía de los orígenes. A través de sus manos, sin que él fuera totalmente consciente del suceso, pasaba el Cordón Dorado de esta tradición viril y guerrera. El interés de Pound, en su juventud, por el Poema del Cid, por el Cantar de Roldán, por Parsifal, por las canciones y la civilización de los trovadores del Languedoc, le hizo representante en nuestro tiempo de los que combatieron por un mundo no asentado en la usura, así como los templarios lucharon una vez por organizar las bases de un sistema económico más espiritual y justo. De no haber sido destruido prematuramente este intento, pudo llevar a la Tierra en la Era de Piscis a un desarrollo muy distinto, en otra dirección, redescubriendo una técnica espiritualizada, capaz de transfigurar la Tierra, sin destruirla en el cataclismo que se ve venir, como efecto de una tecnología burda, mecanicista, enredada en los engranajes satánicos de la usura y de la sociedad de consumo, del racionalismo y del materialismo colectivista del universo de masas.

Ezra Pound apoyó en la Segunda Guerra Mundial al fascismo italiano y al nazismo alemán, creyendo ver en ellos un sistema económico social no asentado en la usura, también con una tecnología y ciencia diferentes, un organismo que encuentra sus raíces metafísicas en una Tierra purificada y vital. Ahora bien, se sabe, porque hay documentos que lo prueban, que la organización de las SS del Hitlerismo (SS es abreviatura de la palabra alemana Schutzstaffel, originalmente Grupo de Protección) estaba inspirado en la Orden Templaria. En sus capas dirigentes secretas poseía un tipo de iniciación esotérica, además de varios centros de instrucción en castillos distribuidos en distintas zonas, a la manera de Gendarmerías templarias. Las SS pretendían construir ciudades en los confines de Europa, en el Cáucaso, en la Rochelle, en el Mediodía de Francia, puede que en Montsegur, al finalizar la Guerra, liberándolas de impuestos y donde el dinero no tuviese valor y el comercio constituyera un vínculo espiritual como en la antigüedad. Hoy se pretende desconocer el sistema social y económico nuevo, mejor dicho viejísimo, que intentaron establecer el fascismo y el nazismo y se llama tendenciosamente fascista a cualquier régimen autoritario o dictadura, que no sea de tendencia marxista, que se entronice en el poder en algún punto de la Tierra.

Por ese tipo de razones, Ezra Pound se puso al lado de Italia y Alemania en la gran guerra y contra su propio país de nacimiento, en el que vio el símbolo de lo opuesto, de una economía, una técnica, un sistema de vida basados en la usura, como él mismo dijera. Ezra Pound perdió, y fue encerrado en una jaula de hierro, en Pisa, como bestia feroz, y se le mantuvo a la intemperie, al frío y al sol. Luego se le llevó a un sanatorio de locos en los Estados Unidos de América, donde permaneció trece años, los mejores de la vida de un hombre. ¡Al más grande poeta de su tiempo, que diera a conocer a Joyce, que ayudara a escribir a Elliot, tradujera a Confucio e interpretara el I Ching! Lo mismo se hizo en Noruega, y por idéntica razón, con Knut Hamsun. También su Guía, perdedor en una batalla de extraterrestres, fue torturado, calumniado y, por último, encadenado en los hielos del Polo Norte, donde un día hiciera florecer la Última Tule. Los perdedores son siempre transformados aquí en los demonios históricos legendarios; lo es Ravana, derrotado por Rama; lo es Luzbel.

Si Ezra Pound se equivocó, ¡bien! Ya lo dice Platón: “Todas las grandes cosas se edifican en el peligro”. Y Heidegger: “Quien pensó en gran escala, debió errar en gran escala”.

 

 

 

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El cordón dorado, 1978