Diego Muñoz Valenzuela
 
 


Ángeles y Verdugos

(cuentos)

 

ENCUENTRO

..... Se dio maña para saludarlo en la calle y convencerlo de que habían sido compañeros en la escuela primaria allá en el sur tan lejano en tiempo y en distancia. Recordaron a sus profesores, se rieron de las bromas espantosas que les hicieron a algunos, de las muchachas que amaban en silencio, de las revistas pornográficas que miraban juntos, palpitantes, amparados en las sombras. Sin que él ofreciera demasiada resistencia, lo invitó a beber a una cantina, y siguieron su trayectoria por el pasado remoto y feliz. Hablaron de amores, de esperanzas, de frustraciones, de alegrías mínimas que iluminaban una vida difícil. Llegó la embriaguez y juntos, abrazados, salieron del bar cuando la noche se cernía amenazante sobre la ciudad. Transitaban muy pocas personas a esa hora y se escuchaban de vez en cuando sirenas lejanas de autos que corrían con urgencia. Su invitado estaba muy borracho y fue sencillo arrastrarlo al callejón donde lo degolló limpiamente, de un solo golpe.

 

AMOR CIBERNAUTA

..... Se conocieron por la red. Él era tartamudo y tenía un rostro de neanderthal: cabeza enorme, frente abultada, ojos separados, redondos y rojos, dientes de conejo que sobresalían de una boca enorme y abierta, cuerpo endeble y barriga prominente. Ella estaba inválida del cuello hasta los pies y dictaba los mensajes al computador con una voz hermosa, pausada y clara que no parecía tener nada que ver con ella; tenía el cuerpo de una muñeca maltratada. Fue un amor a primer intercambio de mensajes: hablaron de la armonía del universo y de los sufrimientos terrestres, de la necesidad del imperio de la belleza y de los abyectos afanes de los mercaderes de la guerra, de la abrumadora generosidad del espíritu humano que contradice la miseria de unos pocos. Leían incrédulos las réplicas donde encontraban una mirada equivalente del mundo, no igual, similar aunque enriquecida por historias y percepciones diferentes. Durante meses evitaron hablar de sí mismos, menos aún de la posibildad de encontrarse en un sitio real y no virtual. Un día él le envió la foto digitalizada de un galán. Ella le retribuyó con la imagen de una bailarina. Él le escribió encendidos versos de amor que ella leyó embelesada. Ella le envió canciones con su propia voz, él lloró de emoción al escuchar esa música maravillosa. Él le narraba con gracia los pormenores de su agitada vida social, burlándose agudamente de los mediocres. Ella le enviaba descripciones pormenorizadas de sus giras por el mundo con compañías famosas. Ninguno de los dos jamás propuso encontrarse en el mundo real. Fue un amor verdadero, no virtual, como los que suelen acontecernos en ese lugar que llamamos realidad.

 

EL JUEGO DE LAS SIMULACIONES

..... Sale de su casa el sábado al mediodía en su auto. Los cambios pasan con dificultad y reniega cada vez que la palanca se atasca. La dirección está dura y maldice a cada vuelta. Hace calor y se enjuga el sudor con un pañuelo cada vez que las gotas comienzan a deslizarse por su rostro. Pero no abre la ventana para que no vayan a creer los demás que su coche no tiene aire acondicionado. En una esquina congestionada saca el celular de la guantera y hace como que disca un número. Gesticula, discute, simula que escucha, contesta airado, ríe. Piensa que el juguete es una imitación perfecta. Lo deben estar mirando con admiración, mientras cierra negocios a distancia con Hong-Kong. En el supermercado se pasea ostentando un carro que llena de delicatessen: whisky, vino del mejor, quesos finos, paté francés, frutas exóticas, bombones. Se encuentra con amigos, habla de sus éxitos y escucha los de ellos. Se acerca cauteloso a las promotoras, mirando hacia otra parte, hasta que está cerca y con toda dignidad prueba el producto, disimulando su avidez. Sigue saludando, recibe nuevas llamadas, sonríe, quiere mostrarse feliz, no vaya a ser que los demás piensen que sufre o que es un fracasado. No vaya a ser que los demás piensen ya que no tiene alma.

 

LA COSA DE ALLÁ ARRIBA

..... Yo sé que estás allí, dentro del ropero, puedo escuchar desde el primer piso tu respiración dificultosa, sentir como te revuelves inquieta, maldita criatura, siento los lamentos de la madera que se queja bajo tu peso. Si pudieras, saldrías de ahí -a veces lo haces- y bajarías la escalera haciendo crujir los escalones uno a uno con tus pies escamosos, verdes, llenos de algas igual que tu piel resbalosa, cubierta de légamo de quizás qué horrible lugar. Respiras más fuerte ahora, es casi un bramido, el ropero se estremece. Bajo el volumen del televisor, pero inmediatamente viene un silencio más difícil de soportar que los ruidos de la película o tus movimientos allá arriba, parece que si ese silencio durara más, tú saldrías de allí en todo tu esplendor, con toda tu malignidad, con tus ojos hambrientos y terribles, tus garras filosas, tus dientes de tiburón. Eso, podrías llegar al fin. A veces todo se reduce a esperarte, espero la noche para este duelo cotidiano. Yo sé que un día va a ocurrir. No sé cómo explicarlo: sólo lo sé. Bajarás con tus tentáculos, tus ventosas, tus brazos -lo que sean- dirigidos hacia mí y yo no podré moverme, me quedaré mirándote, paralizado, inmóvil, así como si fuera de piedra. Tal vez alcance a recordar algún párrafo de Lovencraft. Pero lo importante es que estarás acá, de este lado, y yo no podré moverme. Respiras, te mueves inquieta, maldita criatura. Te puedo ver casi, agazapada en la oscuridad, tus ojos brillando. A pesar del miedo, a veces me imagino qué ocurriría si tú bajases, qué ocurriría, qué ocurriría si entraran en ese momento mis padres, que están prontos a regresar, por eso creo que ya no bajarás, aunque a veces, a veces, casi es como si lo deseara.

 

LOS VENDEDORES

..... Llegaron a ser tantos que ocupaban todas las aceras de la ciudad. No había calle, por pequeña y misérrima que fuese, donde faltaran los vendedores ambulantes. Vendían baratijas de toda especie: clavo de olor, poleras chinas, pilas alcalinas, libros de amor, candados antiguos, máquinas de afeitar desechables, piña colada, ungüentos mágicos y estampas religiosas. Al principio, los obesos comerciantes establecidos quisieron combatirlos, pero la futilidad de sus esfuerzos y los elevados impuestos que les aplicaban terminaron por disuadirlos: bajaron las cortina metálicas de sus negocios y optaron por instalarse junto a los mercaderes callejeros.
..... La policía era incapaz de controlar el fenómeno, pese a las estrictas órdenes de la comandancia. Mientras los agentes desalojaban una parte de la ciudad, en la otra se instalaban decenas de miles de vendedores. Las cárceles estaban repletas y no cabía nadie más; para arrestar a alguien, era preciso liberar a un detenido. Entonces el general dio orden de golpear brutalmente a los infractores para que sirviera de escarmiento. Como respuesta, los vendedores se organizaron en grupos de choque encargados de su defensa. Mientras
tanto su número había crecido muchísimo debido a la cesantía: los comerciantes establecidos habían quebrado y no pagaban impuestos, el Estado recaudaba menos dinero, pero tenía que mantener la policía y las cárceles funcionando. De ese modo llegó a haber más vendedores que compradores, grave infracción a las leyes del mercado, en consecuencia las ventas bajaban constantemente.
..... Los enfrentamientos con la policía iban en continuo aumento, tanto en cantidad como en intensidad. Hubo víctimas y mártires por ambas partes. El gobierno declaró que los vendedores eran en realidad agentes de una potencia foránea enemiga y dispuso el Estado de Sito. Los policías entraban dentro de sus tanquetas en las casas de los comercianes ambulantes, los golpeaban, revisaban los cajones en busca de dinero extranjero, prueba de la traición, pero sólo hallaban harapos y desperdicios. Algunos agentes, arrastrados por la vergüenza, renunciaron a sus cargos, siendo tratados como desertores y traidores a la patria. Un Tribunal Militar les condenó a muerte. La ejecución fue transmitida en directo por televisión a todo el país y comentada por los analistas expertos de todos los canales.
..... Entonces se sublevaron algunas unidades y distribuyeron armas entre la población hambrienta. Los oficiales jóvenes y los dirigentes de los vendedores encabezaron el movimiento. El gobierno se desmoronó vertiginosamente y sus cabecillas escaparon del país a disfrutar de sus cuentas secretas en los bancos de Suiza. Hubo elecciones limpias y ganaron -como era de esperar- los dirigentes de los vendedores. Se constituyó un nuevo ejecutivo, se reemplazaron los antiguos congresales corruptos por auténticos representantes del pueblo y los ancianos jueces obsecuentes fueron conminados a jubilar. La euforia era increíble, se avizoraba un futuro esplendoroso. Los discursos eran bellisimos. Habría pan y justicia para todos. El Estado fomentaría la industrialización, mejoraría la educación, construiría nuevos centros de salud, apoyaría la práctica masiva del deporte y la difusión de la cultura. Una era nueva despuntaba y la humanidad podía sentirse satisfecha.
..... Las cosas no eran tan simples,sin embargo. Ciertas variables macroeconómicas se descontrolaron a destiempo, configurando un fenómeno propio del crecimiento acelerado, conjugándose con la recesión internacional y otros factores tan fortuitos como negativos. Los gobernantes se habían dado maña para instalar -a nombre de familiares de mucha confianza- lucrativas tiendas donde expendían artículos de consumo financiados con préstamos de instituciones financieras creadas ad-hoc por ellos mismos. Las deudas acumuladas se tornaron impagable y comenzó una reacción en cadena de quiebra de fábricas a las cuales nadie compraba ningún producto. De esta manera, empezó a producirse un colapso económico y la cesantía inició un ascenso vertiginoso. Los más pobres sufrieron todo el rigor de la crisis; desesperados, hastiados de buscar trabajo y golpear puertas sin resultado alguno, de organizar ollas comunes donde compartían sus carencias e intentaban disfrazar su hambre, comenzaron a instalarse en las calles céntricas para vender unas pocas chucherías. Pronto el fenómeno cundió y se tornó incontrolable. El Presidente conmino al país a preservar el orden, única base del progreso estable. Algunos desganados transeúntes aplaudieron con una mezcla de temor -mal que mal entre ellos se mezclaban decenas de gorilas de terno azul- y de esperanzado optimismo -les habían ofrecido trabajo estable y un par de pesos con los que su familia comería esa noche.Pero aún ellos, a quienes los vendedores miraban con rencor a la distania, albergaban la duda y mientras el estadista pronunciaba su discurso, pensaban en que tal vez fuese más conveniente estar en el centro huyendo de los carabineros y vendiendo pilas de linterna o libros prohibidos o linternas japonesas.

 

EL VINCULO

..... El papelito decía: "Brasil con Alameda, esquina poniente, 25, 19, Victoria lleva libro verde bajo el brazo, diario abierto en la cartelera de cines; Túnel pregunta si le ha conocido en el cumpleaños de Enrique; Victoria contesta no me acuerdo haberlo visto ahí; Túnel dice que es hermano de Ramón, el músico". Aprendí de memoria el contenido y lo quemé para mayor seguridad. Ahora lo recuerdo mientras camino por el centro haciendo tiempo, viendo cómo se acerca la hora, miro el reloj: aún faltan diez minutos, salí demasiado temprano de la casa, había estado inquieto todo el día dándome vueltas, más de un año sin noticias sin ver a nadie, concurriendo a misa todos los últimos domingos del mes a la iglesia convenida hasta que por fin, yo escuchaba aburrido la liturgia, como siempre, de improviso llegó alguien a sentarse a mi lado, vi de reojo a una mujer madura, aunque atractiva. Cuando comenzó a cantar el coro se inclinó un poco hacia mí y susurró: -Hola, Ernesto, no mires, voy a dejarte un recado en el periódico- yo quedé como helado, ocurrió cuando menos lo esperaba, creo que en mi interior pensaba que esto era como un rito sin fin, que nunca iba a pasar nada, cerré los ojos, "Tanto tiempo, tanto tiempo, ahora el corazón salta y me siento como un niño", me quedé así, como soñando y cuando miré al costado no había nadie, pero estaba el periódico plegado esperando que lo tomase; a la primera oportunidad salí del recinto, era una sensación tan extraña, afuera todo transcurría normalmente, caminaba entre cientos de personas que no me miraban, pero yo me sentía como un bicho raro con ese diario apretado contra el brazo, aferrado a él como a la vida. Doy una vuelta a la manzana, estoy a dos cuadras de mi destino, cinco minutos todavía, me detengo a mirar los titulares de los periódicos por cuarta o quinta vez, simulo interés, cuatro minutos y medio, a ver, estoy a dos cuadras, a lo más tres minutos si camino lento, me sobra entonces como un minuto y medio, estudio la vitrina de una tienda de repuestos automotrices, más allá una venta de ropa interior femenina. -¿Necesita algo para su esposa? -pregunta la dependiente que está como de guardia en la puerta -No, no, miraba solamente- me siento idiota por la respuesta y me alejo intranquilo, ah: tres minutos, marcho con lentitud hacia el punto, alrededor el ruido de los microbuses atronando, nunca me ha gustado ese bullicio, comienza a oscurecer y eso ahuyenta mi nerviosismo, enciendo un cigarrillo, cuesta mucho a causa del viento, quemo cuatro, cinco fósforos, aspiro el humo, tengo que doblar el diario en la página indicada, pero cuando atraviese la calle, cruzo, un minuto apenas, apuro el tranco, el diario está listo lo tomo en la mano izquierda junto al libro de modo que ambos se vean claramente, sostengo el cigarrillo con la mano derecha, cuento los pasos y los pasos son el corazón que late por dentro, treinta segundos, hay algunas personas en esa esquina, ¿será alguno de ellos? Hacia el poniente hay un resplandor rojizo cada vez más débil, atravieso Brasil a las siete en punto y comienzo la espera. Cerca de mi hay una pareja de ancianos que descarto de inmediato; una mujer joven, bien vestida que mira la hora con inquietud, tendría que haber visto bien el libro y el diario desde donde está, no, no puede ser ella: por Alameda se aproxima un hombre de barba, anteojos, con un portadocumentos, pasa por mi lado sin mirarme, observo desilusionado como se aleja; ahora se detiene un auto y desciende un individuo del interior, el coche parte, hay tres tipos adentro, no alcanzo a ver sus rostros, el que se acerca hacia acá es alto, fornido, terno café claro, me cruzo con sus ojos, imagino la pistola que oculta bajo la axila, ¡qué bien hice en quemar el papel!, bajo la vista para mirar el reloj, las siete y cinco, escucho sus pasos, cierro los ojos un segundo, alguien me toma del brazo con fuerza y pregunta la hora, enfrente hay una jovencita de rostro risueño, veo ahora como el tipo de terno besa a la mujer que esperaba en la esquina, -Son las siete -ni siquiera miro el reloj- ¿Te pasa algo? Te ves nervioso -me dice, reparo en sus ojos verdes, tendrá dieciocho, tal vez veinte años, es bonita, -No tengo nada -contesto apresuradamente para librarme de ella- ¿No nos hemos visto antes? -Insiste ella con sus ojos -Claro, en el cumpleaños de Enrique-, -No recuerdo haberte visto-, -Yo sí, soy la hermana del pianista, de Ramón, ¿te acuerdas?-, quedo en silencio, sorprendido, se toma de mi brazo sonriendo y caminamos por Brasil abajo, -Hola Victoria -me dice con aire divertido, -Hola, Túnel- contesto un poco avergonzado y nos ponemos a reír como locos, tanto que la gente del barrio se fija en nosotros y un anciano mira con admiración a Túnel, -Lo felicito- musita guiñándome el ojo con picardía, -Gracias- contesto y aprieto el brazo de Túnel mientras nos alejamos.

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en Ángeles y Verdugos
Cuentos
Mosquito Comunicaciones
septiembre 2002

 

 
 

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