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A propósito de la traducción del Rey Lear:
Nicanor Parra, príncipe y mendigo


Por Raúl Zurita
Universidad Diego Portales
Artes y Letras de El Mercurio, Domingo 5 de Diciembre de 2004.

Nicanor Parra ha realizado una obra cuya consecuencia final es tan desestabilizadora, tan contraria al sistema de propiedad y al modelo que nos rige, que nadie ha podido o ha querido hasta ahora realmente pensar, y mucho menos asumir.

Todos queremos a Nicanor Parra. En torno a su obra se ha producido en Chile un consenso rotundo e inédito, sin detractores ni nubes oscuras, como no se había conocido antes. Recordemos que zonas completas de Neruda continúan siendo anatemizadas e incluso hoy, cuando los homenajes en torno a su centenario alcanzaron el hartazgo, un libro como Incitación al Nixonicidio y Homenaje a la Revolución Chilena, ni siquiera se nombra porque su sola mención introduciría una fisura en algo que se prefiere bonito y compacto, perfectamente ad hoc para la "imagen país" de una comunidad que, superado el pasado y de la mano de la concertación, avanza confiada y a pie firme hacia la conquista de su sitial de honor en el club del hombre blanco. Esa disidencia con Nicanor Parra que en su momento fue también feroz, se ha vuelto hoy inexistente. Es una buena noticia. Se trata de uno de los más grandes poetas vivos, cuya obra interpreta algo antes inexpresado de nuestra existencia y del mundo y que acercó profundamente la poesía a la vida. No es difícil entonces reconocerse en esta devoción.


Blanqueo de Parra

Es así y sin embargo hay algo perturbador, algo que no alcanza a cuadrar del todo, como si en cada una de las portadas con su cara, en cada número dedicado con sus reconocimientos y homenajes, se estuviese asistiendo a los rituales de un blanqueo previo y generalizado. Hablamos de una especie de nudo ciego, de corazón central que subyace en la antipoesía, refractario a toda institucionalización, al que de pronto pareciera querer dársele un rictus mortis, una especie de bendición adelantada, como si todo lo subversivo y desmembrador que conlleva la obra de Parra fuese imposible de ser asumido por sus comentaristas actuales y fans, lindos, correctos y progresistas, sin antes convertirla en un osito de peluche. En pocas palabras, es como si este consenso tuviese dos almas: el ensalzamiento y el entierro, el reconocimiento y la expulsión. En una de ellas se admira una obra maestra y a su autor y en la otra se la despoja para convertirla en su sombra o, dicho de otro modo, para hacer de la propuesta más revolucionaria y corrosiva de la poesía de los últimos tiempos, algo ni más ni menos aceptable que lo que puede significar la carcajada inoportuna de un colegial en medio de la misa. No habría ningún problema, salvo que ese colegio es horroroso, el colegial es un abusado y ya hace tiempo que advertimos que la misa es un ritual sangriento. La antipoesía es sobre todo ese salvo.

Es esa insobornabilidad instalada en la base misma de la obra de Parra la que se quiere evitar a toda costa y, si creemos en los automatismos del poder, es lógico que así sea porque sus implicancias exceden con creces lo literario. Nicanor Parra ha realizado una obra cuya consecuencia final es tan desestabílizadora, tan contraria al sistema de propiedad y al modelo que nos rige, que nadie ha podido o ha querido hasta ahora realmente pensar y mucho menos asumir. Sin embargo ella es absolutamente nítida y su expresión más rotunda es también su culminación: Lear Rey & Mendigo (Ediciones Universidad Diego Portales, Santiago, Chile, 2004) que sintetiza la totalidad de la propuesta antipoética y simultáneamente levanta una suerte de teoría general. El Lear une la proposición de Marcel Duchamp de designar como arte todo aquello que el artista decide que lo es, con la crítica radical a la usura en el Canto XLV de los Cantares de Ezra Pound (ese torrente en que conviven todas las hablas, todas las obras, todos los parlamentos, pero cuya pertenencia a todos, según allí se reitera, está envilecida por el lucro). El mundo que ha venido emergiendo: su deificación inalcanzable a través de los gigantescos poderes del dinero que lo rigen, su especularización, no hace sino revelarnos permanentemente que tanto la afirmación de Duchamp —que todos los hombres son artistas, que ver es crear— como la denuncia desde la poesía de la usura: CONTRA NATURAM (Pound), se han cumplido pero en su sentido inverso: los millones y millones de espectadores que frente a las diarias imágenes de la televisión —arrasamientos, violaciones, demencias, genocidios— nos muestran que a diferencia de un pájaro, de una piedra o de un árbol, a la inmensa mayoría de los seres humanos sólo les está permitido manipular el horror: verlo y crearlo al mismo tiempo, leerlo y escribirlo simultáneamente. Al leer a Lear lo que se nos reitera es que ese horror, el horror en general: la vejez, la senilidad, la locura, está inscrito en la existencia y que por eso la tragedia es el arte sacro por excelencia, el único irrefutable. Al escribir el Lear la refutamos. Al leer a Shakespeare, Parra lo afirma, al escribirlo lo desmonta: nos dice, nos acaba de decir, que absolutamente todos los hombres son Shakespeare. En dos palabras: que ése es el profundo comunismo del lenguaje. Que él nos hace a todos de todos, a todos: todo.

Pero lo que eso implica es intolerable porque significaría la abolición de cualquier sistema coercitivo de propiedad y ya no en el plano teórico sino en el de las sociedades concretas. Lo que nos muestra entonces el Lear Rey & Mendigo de Nicanor Parra es en su sentido más profundo una utopía, pero es una utopía que al menos sus alegres comentaristas deberían comenzar a leer aunque sea por la energía plural y visionaria que esa utopía continúa significando. Su formulación fue gradual, primero fue una propuesta limitada a lo "artístico", a lo literario —la antipoesía en su sentido ya clásico— que innovó profundamente el modo de entender y escribir poesía, poniendo en jaque todo lo que hasta entonces se entendía por literariamente "superior". Luego, con los artefactos, se trató de la aniquilación de los emblemas consagrados de la cultura, entre otros del libro como objeto de culto al que literalmente se le hace estallar (la edición de 1972 consistía efectivamente en una caja con cientos de tarjetas postales destinadas a colarse por debajo de las puertas de las casas, como si fueran las esquirlas de una granada), eliminando así cualquier idea de jerarquías en el lenguaje donde conviven el chiste, la blasfemia, la política, el lirismo, la pornografía, todo. La frase referida a la muerte: "el viento mueve las cruces del camposanto como si fueran trigales" propia de la alta poesía, no es más que esta otra referida a la mano: "se me puso la diuca como fierro pero sólo tengo la mano" de los artefactos.


Ready-made

Los artefactos apelan de ese modo a la democracia irrecusable del habla, a su propiedad comunitaria y compartida. La eliminación de las jerarquías del habla junto con liberar toda la potencia creativa del lenguaje, todo su poder desacralizador y a la vez encantatorio, nos hace ver un terreno común donde los seres humanos, al igual que sus palabras, carecen de jerarquías y por ende son profundamente iguales. Las desautorizaciones que suelen hacérseles a los artefactos, que son simples chistes por ejemplo, han tenido siempre en común la idea de una jerarquía del lenguaje, el que se proyectaría a su vez como un reflejo de la división "natural" de los nombres en clases. Pero precisamente ése es el papel simbólico y democratizador que cumplen los artefactos: liberar a las palabras obreras, aquellas que cotidianamente fundan la vida de los seres humanos, de la sumisión que les imponen las palabras sagradas. Marcel Duchamp al exponer un urinario como obra de arte y bautizarlo "Fuente" nos entrega un anticipo de ese gesto liberatorio y redentor de la vida.


Desenmascaramientos

Las consecuencias de los antipoemas se encuentran en los artefactos y éstos a su vez constituyen un caso restringido de lo que, como decíamos, es la creación de Nicanor Parra más única y original, precisamente aquella que tiene menos antecedentes, y cuya escritura significa ni más ni menos una subversión de todo aquello que el actual desarrollo global del capitalismo entiende por historia, por cultura y finalmente por libertad. Se afirmaba al comienzo que Lear Rey & Mendigo debe ser también entendido como un modelo teórico (en el sentido que la ciencia le da a esta palabra) y como un gesto. Lo que la escritura de esa obra propone es la compartición comunitaria para la pluralidad de lo humano de todas las fuerzas que yacen mermadas, coartadas, esclavizadas bajo el concepto de propiedad. El habla absorbe las llamadas "grandes" obras y éstas a su vez no son sino modulaciones particulares, meros acentos permanentemente absorbidos, reelaborados, regurgitados, de los lenguajes de las tribus de los que nacen y en los que se hunden. Dante, Platón, Joyce, son destellos en ese mar del habla sin más ni menos derechos que el diálogo de dos lavanderas a la orilla del río o de dos estudiantes en un bar. Es lo que la escritura parriana ha entendido. Su revolución no es más ni menos que eso. Pero esta mirada implica una inversión total, y la critica, al leerlo desde una perspectiva exclusivamente empática, artística, "culta", no representa sino la conciencia enmascaradora de una época (Parra, en el "Foreword" del Lear, afirma que la única posibilidad hoy de la poesía es exactamente la contraria: ser la mala conciencia de esta época) donde, como lo plantea en una célebre sentencia Astor Rosa, por ahora todo el poder está en el poder. Ya la portada y la contraportada del libro demarcan esa oposición con una claridad inequívoca. En la tapa, sobre una foto del autor que levanta una mano en un gesto que puede ser tanto un saludo como el comienzo de un ocultamiento, están impresas únicamente tres frases: el nombre del autor, Nicanor Parra, el título de la obra, Lear Rey & Mendigo y abajo, encima del pequeño logo, las señas editoriales de la Universidad Diego Portales. Absolutamente nada más. Pero ello no es soportable y la contraportada se encargará de inmediato de volver las cosas a su lugar. En ella se nos dice que finalmente se trata de una traducción del King Lear de William Shakespeare. Qué más, era eso, y aunque se diga que Parra "ocupará un lugar de honor en una Enciclopedia biográfica de traductores inmortales" (Piglia) o, más previsiblemente, que estamos frente a "una versión que Shakespeare habría avalado completamente", de lo que se trata es de dejar claramente establecida la noción de propiedad y el sistema de subordinaciones que trae consigo.

En rigor no hay mala fe, no verlo así en el tiempo en que la propiedad se ha vuelto metafísica es prácticamente imposible y, sin embargo, es exactamente lo que la antipoesía ha hecho. En la portada Nicanor Parra cumple con su parte, en la contraportada el sistema cumple con la suya. El resumen es ese. Como decíamos, el gesto de Parra es utópico porque implica una inversión total. Sin embargo, él mismo ya lo había adelantado, primero en 1975 en el número único de la ya legendaria revista "Manuscritos" al incluir entre sus poemas el Soneto LXXV de Shakespeare, titulándolo al modo de Duchamp: "Poema encontrado", y luego, en uno de sus poemas más poderosos, definitivos e iluminadores (publicado entre otros medios en el diario "Las últimas noticias" el 20 de marzo del 2003), al afirmar que "estamos esperando/ que alguien vuelva a reescribir Hamlet". La visión de Parra es asombrosa: todos los hombres son Shakespeare ¡porque el lenguaje ES Shakespeare! Y en una sola partícula de ese lenguaje humano, de ese lenguaje que los hombres hablan, están contenidas todas las obras maestras del mundo. Ese descubrimiento es tan crucial como el de James Joyce cuando nos muestra que La Odisea no se extravió porque en ella estaba el relato de un día en la vida de cualquier ser humano. La literatura se escribe para mostrarnos a nosotros un orden sin subordinaciones, sin clases, donde los bienes son absorbidos y entregados comunitariamente por todos. No se trata de buenas intenciones sino de lo contrario: de una alteración extrema que esta allí, a mano, y cuyo modelo son las mismas palabras.


Emancipación

Las palabras nos libran del caos y del infierno de lo no dicho, del dolor inexpresable, y al mismo tiempo nos condenan a vivir en el purgatorio de lo humano. Si en ellas no nos es posible expresar el Paraíso, es porque nos apuntan permanentemente a él, a eso no cumplido, pero que puede vislumbrarse sólo a partir de una inversión extrema.

Prisioneros de un mundo paralelo y nauseabundo, creemos ser dueños de lo que está siendo escrito, de lo que está siendo hablado, y de ahí la obsesión (y ésa sí piratesca) por los derechos de autor, por la propiedad intelectual, por la noción de autoría. Nicanor Parra representa la crítica más extrema y demoledora a ese orden yuxtapuesto a la vida. Su obra adelanta una emancipación que aún no ha sido cancelada.

 
 

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Nicanor Parra, príncipe y mendigo.
(A propósito de la traducción del Rey Lear)
Por Raúl Zurita.
Universidad Diego Portales
Fuente: Artes y Letras de El Mecurio, domingo 5 de diciembre de 2004.