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VANGUARDIA VETERANOS DEL 70

Cuento de Omar Pérez Santiago


-Mario, le dije, tú eres una persona buena, y tú sabes que a nuestros años, ser bueno es un don de Dios.

Mario es ateo y yo también, pero los dos sabemos de lo que hablamos.
Mario es bueno, ayuda a los demás sin esperar nada a cambio.
Algo raro en estos días. Algo muy raro.
Pero Mario siempre fue así. No conozco mucho su vida anterior más que sus chismes y anécdotas en los momentos de bohemia de escritores. Ambos somos poetas y vagamundos. A veces, cada vez menos, nos paseamos por algunos bares de Santiago, mantenemos conversaciones acuchilladas sobre poesía. Pero sobre todo, descueramos a otros poetas de Santiago y sus lamentables vidas. Nos gusta oír historias de poetas a los que les va peor.

El otro día, sin ir más lejos, nos juntamos en un restaurante invitados por Sergio, poeta que vive en Canadá. Comimos y bebimos y luego, sin ir más lejos,  nos fuimos al departamento de Mario. Sergio quería publicar un nuevo libro y le había pedido a Mario que le diseñara el manuscrito.
Mario es bueno y había aceptado su rol de editor.
En su departamento nos entretuvimos corrigiendo en la pantalla del computador la portada que había diseñado Mario. Corregimos el diseño, como si fuera un taller de estudiantes universitarios del Instituto Pedagógico de fines de los años 60, cuando nos decían “los semióticos” o “semiotician”.
Nos entretuvimos, mientras libábamos vino tinto.
Todo era gratuito y colaborativo. Extraño, raro a estas alturas del año 2010.
Ya todo cae. Estamos viejos, (imagínense, yo nací el 1944), pero aún profesamos la poesía, la poesía rockera, vanguardia de los viejos rockeros, aunque la poesía hoy no le interesa a nadie en la ciudad.

Otros tiernos poetas competitivos carretean afuera por las calles en este momento, establecen cánones en mesas sucias de vino chusco, discuten sobre premios nacionales  y, los sacos de huevas endogámicos y mala leche, piojos excluyentes, nos dejan afuera a nosotros, nosotros que por décadas nos hemos dedicado a escribir, corregir, enseñar y diseñar poesía.

-Convéncete, todo está degradado, dice Sergio. Llegamos tarde: cuando éramos jóvenes vino el golpe militar, la dictadura, nuestro exilio, y ahora cuando todo está patas para arriba, ya no tenemos espacio.

De los que estábamos allí, todos habíamos estado exiliados, y visitado las cárceles de Pinochet.
Todo eso era verdad y era dramático, pero los jóvenes poetas culíaos piensan lo contrario. Especulan que estamos derrotados, (porque estamos derrotados) y que ya ha llegado su tiempo. Lo dicen en twitter o en facebook, los mariquitas, nunca de frente. Como si esto fuera una posta de caballos y potrancas. Hacen una poesía declamatoria muy liviana y repetitiva. Con platas del fondart inventan fanzines literarios de cien ejemplares, en blanco y negro, con nombres, como “nenes bastardos” o “poto del profe” (ay, chucha, qué nombres irreverentes). Los suben a la red o se los soban por la zorra en “performances“. La gran y exclusiva bomba artística. Se creen ángeles caídos y son vacas transviadas sin una gota de veneno.

En algún momento se nos acabó el vino y yo, motu proprio, decidí ir a comprar un par de botellas de vino barato en la botillería de la esquina.

En el pequeño negocio estaba solo un señor peruano.
Miró mi billete de cinco lucas  a contraluz y luego lo metió debajo de una maquinita de luz neón, para comprobar que yo no lo estaba cagando con un billete falso.
Quizás era su botillería, y quizás era un inmigrante desconfiado, quizás lo habían engañado mucho.
Y qué.
Yo también he sido un puto inmigrante en ciudades mañosas y groseras.
Al comienzo me dio rabia y después intenté comprender que el pobre huevón estaba demasiado expuesto y cansado de los billetes falsos que circulan en Santiago y que había sufrido estafas de otros santiaguinos.

-¿Lo han cagado mucho con billetes falsos?
-Sólo ayer me cagaron con un billete de cinco lucas.

Y ¿qué culpa tenía yo? ¿Qué culpa tenía yo que un huevón lo cagara con un billete falso de cinco lucas?

-¿Lo han asaltado también?
- Sí, dijo el peruano, hace unos días me asaltaron.
-Y, ¿por qué no me controla a ver si yo ando armado? le dije sin tutearlo.

La mejor manera es no tutear a los huevones.
Me miró desconfiado, el peruano.

-Regístreme, le dije, vea el pistolón que tengo debajo del abrigo.
-Jeeee, se rió huevón el peruano.
-¿Te asustaste?, le dije, ¿ah? te asustaste, peruano.
-Jeeeeeeeeeee, dijo el huevón.

De improvisó entró al boliche un mozalbete de estos que abundan en esta putera ciudad: gorro de lana, los ojos afuera y una escopeta hechiza:
-Ya, conchetumare, peruano pasa todo el billete, huevón culíao o te voy a reventarte.

En realidad dijo: te voi a reven-tate.

El comerciante tuvo la mala idea de intentar abrir un cajón.
El asaltante drogo le reventó la cara con una explosión. El  rostro de peruano se destrozó y voló atrás disuelto en sangre y pedazos de carne. El peruano se fue de espaldas sobre sus botellas, que a la vez aumentaron el ruido y el escándalo.

El angustiado asesino no alcanzó a girarse para atacarme a mí. Yo ya había sacado mi pistolón y le di a la altura de la sien, en sentido diagonal hacia arriba. Su sangre salió por la nuca y dibujó una linda mancha en la muralla.

Lo miré tirado en el suelo, estaba bien muerto. Y me fui con mis dos botellas y un paquete de papas fritas.

Ciudad conchesumaire, murmuré al salir y guardé mi pistolón.

Cuando volví al departamento, me agrié aún más.
Los huevones se quejaron de la calidad del vino que compré.

-Compraste litriado, huevón, me dijo el Sergio.

¿Con qué derecho? El huevón no se había puesto con ninguno, poetastro culíao y amargado y quejón.
Viejos infelices, dije para mí.

-Cálmate, me dijo el Mario.

Mario es bueno y yo opté por callarme.

Sí, siempre se comportan así, poetas cabrones. Reclaman por el trago que les regalan, los chuchesumadres, poetas viejos y derrotados, pasados a orina. Vanguardia Veteranos del 70. Tienen razón los nuevos poetas del culo, somos unos viejos derrotados.

Habían terminado de corregir el poemario que nadie leerá, que nadie leerá, que nadie leerá.
Lo repito tres veces para aclarar el patetismo de estos “diseños de arte”.
Poetas patéticos, nos creemos la chucha y nos peleamos entre nosotros, por textos que nadie leerá, créanme, nadie leerá.

Sergio contó que había leído un cuento de Roberto Bolaño, donde contaba una historia de su prima, de una prima que se había suicidado en Barcelona y que Sergio había querido mucho. No le gustó que Bolaño escribiera sobre su prima.
-¿Cómo podís quejarte de que un huevón coloque a tu prima muerta en un pito cuento?

En fin, hablando leseras los viejos se tomaron el vino que yo le compré al peruano y luego empezaron a discutir sobre razas.
El Sergio me dijo que yo era judío. Sefardita o safardí.

-No se dice sefartida, se dice sefardí, dijo el Mario.

¡Qué chucha le preocupa al culíao que yo sea o no judío sefartida o sefardí!

-No, dijo el Sergio, se dice indistintamente safardita o safardí.
-No, dijo Mario.

Pelea huevona.

-No soy judío, conchetumaire, le dije,
El Sergio insistió que mi segundo apellido era sefardita.

-Sefardí, insiste el Mario, se dice safardí.

Entonces yo le dije:

-Saca ajuera tu pija para que le muestres a los huevones que vos estás circuncidado y que eres más judío culíao, más judío que yo, muestra que te cortaron el cuero cuando chico, huevón, saca ajuera.

Sergio se rió, haciéndose el pelotudo. Je je je.

-Saca tu pija, le insistí. Muestra que te cortaron el prepucio y que eres el único judío auténtico en esta pieza.

Sergio se reía nerviosamente y no se atrevía.

Así terminó más o menos esta noche.

Poetas amargados, poetas tristes y circuncindados incapaces de asumir que son judíos.
¿Por qué?
Nadie sabe, somos pencas no más, somos poetas pencas, no más

Mario dijo que el ministro de educación, Joaquín Lavín, abriría un programa para que se leyera poesía en las escuelas.

-Lavín invitará a zorras pelolais que leerán Crepúsculo, nunca invitará a poetas chuñuscos como nosotros. Estamos cagados igual.

-En realidad, dije, está todo degradado.

-No hay que ser tan pesimistas, dijo Mario.

Es que Mario siempre es bueno, bueno y optimista. De repente se le ocurre que un funcionario de  Piñera nos invitará a nosotros, con los gastos pagados, a leer poesía en las escuelas.

-Para envenenar a los estudiantes y mearnos en la sala.
- Je, je, je.
-Jua jua jua.
-Los únicos que irán son los viejujos huevones de la Sociedad de Escritores.

Nos da ataque de risa.

-Jua jua jua.

No paramos de reírnos.

-Eres bien ingenuo, Mario, le dijo Sergio.
-Sí,  huevón, eres ingenuo, reafirmé yo.
-¿Qué sabe el chucha de su madre de Lavín de poesía?
-Nada pos.
-Estamos cagados
-Sí, todo cae y se denigra.

Seguimos tomándonos el vino litriado de dos lucas y nos pusimos a escuchar rock and roll y apareció una guitarra y empezamos a cantar pedazos de  Perfect day, Because the night, Janis Joplin, Mamas and the Papas, California dreamer, Creedence, Metallica, hotel California, Bob Dylan y Blowing in the wind.
Y yo me acordé de mis putos años en un inefable suburbio de París y canté ácido, ronco, desafinado, imitando mal a Charles Aznavour,  “bohemia de París alegre loca y gris de un tiempo ya pasado, en donde en un desván con traje de can can ella posaba para mí y yo con devoción pintaba con pasión su cuerpo fatigado.”
  
En fin.
Normalmente, a esta altura de la noche seguimos con canciones igual de viejas pero revolucionarias:  Bandiera Rossa,  Viva la quinta brigada,  Ay Carmela, El pueblo unido jamás será vencido,  y Venceremos, el Himno de la Unidad Popular.

Y luego un breve silencio.

Y en ese silencio, Mario se acordó de Kalinka Malinka.

Mario había vivido en Moscú y nos contó que la canción rusa era un himno a unos frutos de montaña con forma de corazón, con el que se produce la Ginebra.

El sentimental del Mario, se acordó que tenía un hijo ruso. Se acordó de su hijo ruso y se puso a llorar, el marica. Su hijo que no ha visto hace años.
Su barba blanquecina se puso aún más blanca, casi transparente y nos mostró una foto de un joven con un sombrero ruso, una ushanka, bajo una profusa nevazón.

El bueno del Mario cantaba
Kaliiinka, kaliiiinka, kaliiinka moiá.
Y lloraba.

Y nosotros borrachos nos pusimos a cantar y a bailar con él,

Kaliiinka, kaliiinka, kaliiinka moiá!

Poetas malogrados, culíaos, llorones.
Eso éramos.
Sí.
Tienen razón los sacos de pelotas de los poetas primitivos, tienen razón:
somos unos viejos poetas chuñuscos, arruinados, insolventes, que lloran en el centro de Santiago, mientras cantamos y  bailamos:

Kaliiinka, kaliiinka, kaliiinka moiá!… Kaliiinka, kaliiinka, kaliiinka moiá!

 

Omar Pérez Santiago (Santiago de Chile, 1953)

 

 

 

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