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Crítica Literaria

Patricia Espinosa
LUN, 3 al 31 de Diciembre de 2010

 

 

 


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Santiago Quiñones, tira
Boris Quercia. Mondadori, 2010, 151 p áginas.
LUN, 3 de Diciembre de 2010

Aparentemente, la novela negra se habría convertido en una receta fácil de realizar, para la que no se necesita más que un detective fracasado, solitario, con un prontuario extenso de amores malogrados y, por supuesto, un caso por resolver. Sin embargo, el género, en especial en Latinoamérica, ha logrado enfrentar el desgaste mediante el pronunciado diálogo que ha establecido con el contexto político y la crítica social. Es así como sucede en Santiago Quiñones, tira, primera novela de Boris Quercia, donde se establece un contrapunto entre la historia del protagonista y la decadencia del entorno social.

La novela se inicia con el tira Quiñones dando muerte a un joven delincuente que forma parte de la banda narco Los Guateros. El crimen será vengado por la banda de Los Marcelos, dedicada al mismo rubro. En paralelo, el detective protagonista, terrible de lacho, se involucrará con una pérfida y atractiva mujer, Ema, corredora de seguros que tiene vínculos oscuros con los dos ex socios de Quiñones, Riquelme y Albano. La historia se complica en lo policial y en lo amoroso. En este último ámbito, se logra calar con profundidad en la inseguridad afectiva del protagonista, en continua crisis con sus parejas y con su propia madre.

Quiñones es un detective de la PDI que arrastra un pasado corrupto; junto a su colega Riquelme y el abogado Albano, se apropiaron alguna vez del patrimonio de una anciana. La culpa de Quiñones es expresada con una simpleza abismante: “Me doy cuenta de que si a la abuela la hubiéramos querido de verdad, no habríamos hecho lo que hicimos. Y me siento mal, pero no tanto, total ya pasó y el pasado no se puede arreglar”. La falta de consistencia, la simplificación del remordimiento y el exceso de claridad en el registro confesional intervienen periódicamente en el relato; sin embargo, no le restan profundidad al personaje.

El relato es lineal, en primera persona, acelerado, de frases cortas, directas, diálogos fluidos y capítulos breves, todo lo cual se ve empañado por gruesos errores o torpezas redaccionales del tipo “El día en Viña estaba brillante, pero no es suficiente para quitarme la inquietud”, “Con Riquelme tenía más cariño, porque Riquelme es o era simpático” o “porque estoy sujetado por esa mano firme”.

Un elemento esencial en la novela negra es el protagonista; gran parte del éxito de la narración descansa en el modo en que sea configurado. Santiago Quiñones es un personaje que sin duda daba para más, específicamente en la profundización de sus pequeños dramas existenciales, que podría haberse realizado en un tono un poco menos literal. Ni heroicidad ni tremendismo contiene esta primera novela de Quercia, que nada tiene que envidiar a la propuesta de algunos conspicuos novelistas negros nacionales. Y si bien Santiago Quiñones, tira apuesta por la entretención, consigue ir más allá, dando cuenta con verosimilitud de la miseria cotidiana de un condenado al fracaso.

 

 

La casa de Electra
Carlos Tromben. Alfaguara, 2010, 184 páginas.
LUN, 24 de Diciembre de 2010

Lord inglés, con traje a rayas, rosa en el ojal, frente a una dominatrix con un cinturón con pene: éste es el provocador inicio de La casa de Electra, de Carlos Tromben, una novela de espionaje que transcurre durante la segunda guerra mundial y que tiene como protagonista a una joven peruana. Leonor García Berberova es una sofisticada chica que ve interrumpidos sus estudios en París debido a la guerra. Vive con su padre y su madrastra, quienes la envían a Londres suponiendo que estará fuera de peligro. Tras sobrevivir a un bombardeo, la desolada muchacha conoce a una ruda conductora de ambulancias, con la que tiene a un affaire. Este amorío le permitirá a Leonor entablar relaciones con circuitos de élite, donde será reclutada como agente de los servicios de inteligencia de Su Majestad.

La narración se centra en Leonor. Se describen su naturaleza seductora, sus rasgos enigmáticos y cada uno de los pasos que la llevan a tomar una decisión importante, sin tener mucha idea del peligro que está corriendo. La protagonista se desempeña, en principio, como lectora de noticias en la BBC, como parte de su adiestramiento, para luego cumplir misiones en Londres mismo y más tarde en Lisboa.

Al principio la novela se mueve con holgura, cumpliendo con los requisitos de una tradicional novela de espionaje instalada en un ambiente sofisticado y letrado, al punto que una de las amigas de la protagonista es íntima de Virginia Woolf; sin embargo, al relato de pronto le ocurre lo peor que puede ocurrirle a una narración inserta en ese género: se vuelve predecible. En especial, porque Leonor siempre zafa de cualquier peligro. Además, su psicología es expuesta de manera superficial, lo que redunda en un personaje fofo. Como espía tiene una vida baladí; su aporte a cada misión es casi nulo, decorativo, lo que se añade a que su valor discursivo también es cercano a cero.

Es cierto que la novela está bien redactada, pero se desinfla con rapidez, pierde fuerza y se vuelve tediosa. El final intenta darle algo de lógica a la suma de acontecimientos, pero lo inverosímil gana la partida. La casa de Electra es una novela cuya escritura no revela un perfil claro del autor y menos una propuesta estética. El efectismo erótico, con sadomasoquistas y lesbianas, es un adorno prescindible, nada más que un gancho comercial. Para más remate, estamos ante una novela sobre lo nazi que no logra revolver siquiera un poco el gallinero, porque la información sobre el nazismo y sus enemigos es tremendamente básica.

 

 

El bulto
Luis López Aliaga. Calabaza del Diablo, 2010, 92 páginas.
LUN, 31 de Diciembre de 2010

Nueve historias manchadas de soledad y una tristeza que se escurre sin miramientos: El bulto, de Luis López Aliaga, es un conjunto de relatos no sólo bien armados, sino también escritos por una mano que no se atasca, que no vacila y que logra exponer con simpleza el profundo fracaso de sus personajes.

Los quiebres afectivos y los desencuentros son temas recurrentes en estos relatos. En “Llorar a Columbo”, dos amigos que en los 80 se habían unido para escribir una novela firmada por un autor ficticio se reencuentran tras años de distanciamiento; uno de ellos pretende que ahora hagan lo mismo, pero produciendo guiones para la televisión. Lo central aquí es el cuestionamiento a la posible “venta” de principios que implica el ingreso de un escritor de culto al circuito comercial. Sin embargo, la historia les ha pasado la cuenta; impedidos de recuperar o acceder al equilibrio, el presente solo traerá decepción y odiosidad.

Así también sucede con “Pintita”, donde una muchacha decide conocer a su padre. En contra de todo pronóstico, no lo hace buscando arreglar las cosas, sino para dañarlo con su indiferencia; una historia donde lo moralizante queda fuera, porque se diluyen culpabilidades y enjuiciamientos facilistas. Algo similar sucede en “Todo lo borra la lluvia”, donde la dramaticidad aparece difuminada: ella lo abandona y él se duele, pero sobrevive; bajo esa aparente simpleza destaca la construcción psicológica del personaje, ya que se mueve entre dos flancos, ambiguamente, sin emitir apreciaciones tajantes sobre la pérdida ni proyectar victimización alguna.

Un giro inesperado ocurre al final del volumen; una torsión que no sobra, porque la derrota y la fragilidad de los protagonistas se mantiene: tres relatos que funcionan como segmentos de un cuento mayor, cuyo punto de encuentro es la soledad adolescente, la crisis de la familia tipo, los ritos instalados en un espacio que se aleja de lo urbano: “Langostas”, “Temas de hombres” y “Escáner”. Son narraciones que espejean protagonistas, escenarios e incluso nombres, donde el realismo se contamina, de buena forma, con un simbolismo salvaje.

“Sécame” y “El bulto” son dos cuentos relevantes dentro del libro. El primero hurga en la cabeza de un joven que se inicia en la delincuencia; los errores y desaciertos dan un toque de humor negro a la historia, donde, además, hay un interesante trabajo con los conceptos de feísmo y eroticidad. “El bulto”, por su parte, es un relato que opera a partir de los silencios. Nuevamente se trata de dos amigos que comparten una historia a la que accedemos a través de pistas que configuran un acertijo: un libro de Hemingway, un taller literario (con ecos de las tertulias de Mariana Callejas), un dedo meñique amputado, un subterráneo donde se encuentra un bulto con forma humana, cubierto con una frazada, y Santiago en dictadura.

El bulto es un volumen que atrapa a una galería de personajes sutiles, vacilantes, llenos de recovecos y de angustias estampadas en cada uno de sus gestos y su memoria. Sin duda, uno de los mejores libros de relatos del año.


 

 

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Crítica Literaria.
"Santiago Quiñones, tira", de Boris Quercia; "La casa de Electra", de Carlos Tromben; "El bulto", de Luis López Aliaga.
Por Patricia Espinosa.
LUN, 3 al 31 de Diciembre de 2010.