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Crítica literaria

Por Patricia Espinosa
Las Últimas Noticias. 14 de junio al 12 de julio

 

 



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Me gusta más cuando la sueño
Reinaldo E. Marchant. Editorial Amanuense, 2012, 205 páginas.
LUN, 14 de junio de 2013

Mediante una narrativa en que proliferan las ensoñaciones, la magia, el tono lírico y el dolor por la diferencia, Reinaldo E. Marchant nos aproxima a la especial sensibilidad de un niño.  Me gusta más cuando la sueño es una novela extremadamente simple en su factura, que termina funcionando como fábula cargada de emotivas frases para el bronce con una clara intencionalidad efectista.

Peter es un niño con síndrome de Down, el hijo menor de una pequeña familia de clase media que habita un departamento frente al Parque Forestal. Sus hermanas mayores están en edad casadera y los padres son un ejemplo de bondad y comprensión; el niño es el centro de esta familia y todos se esfuerzan por complacerlo y participar de su mundo. Peter emite profundas frases sobre la vida, la felicidad y el dolor; sin embargo, lo que más define al pequeño es su enorme capacidad para penetrar en las capas más profundas de su entorno, estableciendo un intenso diálogo con la naturaleza.

La historia es sostenida principalmente por la voz de Peter, protagonista de la novela, y en menor grado por textos enunciados por Ismael, un pintor hippie que visita el parque y que termina de novio de una de las hermanas de Peter. Ismael manifiesta una profunda desconfianza hacia las personas y, como el niño, una gran inclinación hacia los animales y la vida silvestre. Así, el pintor pasará a convertirse en una suerte de confidente de Peter y cronista de sus aventuras. El problema es que el habla de ambos tiende a indiferenciarse, convirtiendo toda la narración en una suerte de extenso monólogo, sin posibilidad de contraste alguno.

Más allá de lo anterior, lo más grave con esta novela es que no deja de insistir machaconamente en un acontecimiento central: la aparición de un pajarito en la terraza del departamento de la familia. Hecho que entusiasma en demasía al niño y a su padre, un tipo estrambótico y enérgico al que siempre se denomina “el Gordo”. El pájaro aparece en las primeras páginas del libro y no se va más, volviendo intragable la exposición detallada de cada uno de sus actos, el simbolismo de sus comportamientos, de sus gorjeos, del plumaje y hasta de sus ausencias.

Me gusta más cuando la sueño no sólo es un mal título, sino una novela mediocre, donde lo único valorable es su denuncia de la exclusión social que vive todo aquel que posea una diferencia. Marchant, en su afán redentor, hiperboliza al personaje y deja en punto muerto la acción, logrando con ello clausurar la novela en un movimiento de eterno retorno hacia el estado mágico del protagonista.

 

 

Dulce enemiga mía
Marcela Serrano. Alfaguara, 2013, 225 páginas.
LUN, 21 de junio 2013

Un conjunto de veinte narraciones conforman Dulce enemiga mía, de Marcela Serrano. Para quien haya leído algunos libros de la autora, esta publicación no representa novedad alguna. Por el contrario, insiste en configurar lo que ya es su marca literaria: el protagonismo de mujeres sometidas al dolor, sea éste provocado por la relación de pareja, la familia o la sociedad; pero que a pesar de ello, a fuerza de tesón y entusiasmo, logran sobrevivir, transformándose en mujeres fuertes, corajudas, que lograrán vencer la diversidad de males que las aquejan.

Estamos ante relatos maqueteados, rígidos, básicos en su facturación y cándidos en lo que respecta a la exposición de la psicología femenina. En lo central, Serrano construye una suerte de personaje femenino único, prisionero de su condición de género, que vivirá un proceso de toma de conciencia que pondrá a prueba su capacidad emancipatoria. A través de todos sus relatos, lo único que varía es lo que, para la autora, parecen ser elementos menores o accesorios como los contextos, la clase social, edad y nacionalidad.

Así, van emergiendo estas voces que se hermanan en su punto de vista y en la exposición de sus conflictos. Lo anterior permite afirmar que Serrano, por sobre la historia o los personajes, privilegia probar una hipótesis: la mujer acosada por una cultura androcéntrica, creada por lo masculino, que determina un femenino, pasivo, sentimental, emotivo, ligado a la maternidad, al espacio doméstico, servil y dependiente de lo masculino.

Por ello, una cuota de mistificación cubre este volumen, donde no hay mujeres infieles, ni malas madres, ni adictas al sexo o al poder. Es más, hay un blanqueamiento, una mirada de virginidad adherida a lo femenino que vuelve ingenuas muchas de estas narraciones donde predomina la mujer burguesa. Cuando Serrano aborda lo popular, tal como ocurre en sus anteriores publicaciones, surge una mirada de clase despreciativa. De ese modo, leemos que la comida típica del pobre son las papas y la carne porque no tiene idea de qué es un espárrago o la rúcula, o que en Puente Alto se puede ser obesa mórbida sin problema, o que allí nadie usa frenillos porque todos tienen la dentadura dinamitada.

En lo medular, los textos asemejan fábulas ingenuas, con una funcionalidad didáctica centrada en un feminismo que parece haber comenzado recién hoy y dirigido a una lectora infradotada. La autora quiere demostrar que existe un en sí femenino, lo cual resulta llamativo; sin embargo, jamás consigue elaborar una propuesta literaria interesante, porque todo es aplastado por un afán probatorio que redunda incansablemente en la idea de continuar atada al determinismo de género o conseguir la liberación.

 

 

Cuentos de cara y sello
Marco A. Rauch. Mythica Ediciones, 2012, 37 páginas.
LUN, 28 de junio de 2013

Un libro que, en cierta medida, nos devuelve a la forma tradicional del cuento, aunque desgraciadamente a través de una factura precaria: así es este volumen de Marco A. Rauch, la primera publicación narrativa del autor.  Cuentos de cara y sello es un conjunto resumible en pocas palabras porque está construido a partir de recursos mínimos, donde todo gira siempre en torno a un personaje que da lugar a una pequeña historia, por lo general realista, que tendrá un momento de intensidad que aclarará todo, para luego concluir sin pena ni gloria.

Rauchr presenta serias limitaciones técnicas, al extremo de comenzar uno de sus cuentos con el “Había una vez” tan característico de los antiguos cuentos infantiles como de los fomes humoristas nacionales. Ciertamente hay un tono ingenuo e infantil en estos relatos que, en su mayoría, apenas logran sortear lo que parece ser un boceto, un borrador.

Abundan en las narraciones las parejas casadas o a punto de concretar el enlace, poniéndose en juego la consolidación del amor o su ruptura. Es el caso de “La doma”, centrado en un protagonista que se esfuerza en amansar a una chúcara yegua, hasta que logra su cometido y se la lleva como obsequio a su novia. De igual forma funciona el relato “El sonido del amor”, protagonizado por un anciano que se ha quedado sordo; cuando su mujer descubre el hecho, en un acto de solidaridad extrema opta por guardar silencio para siempre.

En este insulso conjunto de textos hay un quiebre que llama poderosamente la atención. Una fractura conformada por “Misericordia” y “A quince la docena”, dos relatos cargados de una tonalidad libidinosa o más bien morbosa que no tiene absolutamente nada que ver con el resto del libro. Si bien el estilo es también simple, directo y dado al descriptivismo, en ellos surge un narrador duro e inclaudicable en su deseo destructivo. Se trata de historias protagonizadas por sujetos turbios, psicópatas, centrados en ejercer el mal de manera categórica.

Así, “Misericordia” expone el asesinato de un mendigo, narrado por el criminal que oculta sus motivaciones pero no su repulsión por el viejo, cuyos olores asaltan, según el protagonista, “hasta la última fibra de mi decencia”. “A quince la docena”, por su parte, narra con mucho realismo el asqueroso momento en que un hombre viola y asesina a una pequeña vendedora callejera que ejerce el comercio sexual. Ambos textos tienen la violencia como eje, permitiendo que los protagonistas aparezcan elevados a la condición de superhéroes, figuras ejemplares que se dedican a cumplir un programa de exterminio. Más aun, el relato centrado en el asesino de la niña puede leerse como una apología del abuso sexual de niños entendido como un acto de limpieza social.

Rauch ha elaborado un libro que, hasta cierto punto, y con generosidad, puede ser catalogado como mediocre, pero finalmente lo destruye con dos cuentos innecesariamente efectistas, cuya presencia no tiene justificación alguna.

 

 

Realidades paralelas: la expulsión del templo
Alejandro Vilches. Editorial Mágica, 2013, 333 páginas.
LUN, 5 de julio de 2013

En los últimos años, en Chile ha crecido el número de cultores del género fantástico; aun así son muy pocas las editoriales, casi todas ellas autogestionadas, que se dedican a esta narrativa, que ha encontrado en lo digital su principal soporte de difusión. Realidades paralelas: la expulsión del templo es la primera publicación de Alejandro Vilches, una novela fantástica que trabaja los tópicos de mundos simultáneos, la figura del joven elegido y los planes del mal para apoderarse de distintos mundos, todo lo cual aparece enmarcado por una simbología de carácter cristiano. A pesar de su extrema simpleza y de la literalidad del mensaje que pretende transmitir, la novela consigue dar un respiro a un género secuestrado por el barroquismo y una espectacularización muchas veces innecesaria.

El volumen tiene como protagonista a un estudiante universitario de veintitrés años, llamado Arturo. Es víctima de la violencia familiar y además ha sido expulsado sin mediar razón de una comunidad religiosa. Es en este momento de crisis cuando es informado de su verdadera condición: es el elegido para cumplir una serie de profecías, lo que implicará luchar contra demonios, no sólo en su realidad habitual, sino también en un mundo paralelo llamado Lidermia.

Un aspecto interesante de este libro lo constituye la crítica al orden político y la discriminación de género. Este último aspecto deriva en un leve distanciamiento del discurso cristiano ortodoxo, en tanto se enarbola un discurso contra la homofobia y la intolerancia. El cuestionamiento al orden político viene de parte de un grupo de veinteañeros que logran advertir que viven en una sociedad corrupta y que deben ejecutar acciones radicales para lograr cambios, antes de caer en la decadencia absoluta.

Ideológica y estructuralmente precaria, la anécdota se sirve de personajes que operan a partir de funciones claras y limitadas: el héroe, el ayudante, el antagonista. Sin embargo, la figura central, Arturo, consigue traspasar tal funcionalidad al concentrar características que ambivalizan su condición heroica: el personaje no se obnubila por su superioridad; por el contrario, pareciera anhelar en muchos momentos regresar a ser un sujeto común. Otro aspecto importante, en tanto desmitificación, es que ambos mundos tienen en común múltiples rasgos negativos, lo cual anula la existencia de una matriz ejemplar.

Si bien la portada de este libro desvía su foco, ilustrando a un niño con alas y un castillo gótico que no aparecen en lugar alguno de la novela, sí da indicios de su lector modelo: sin duda, se trataría de un adolescente o un niño, debido a la presencia constante y demasiado evidente de mensajes de carácter valórico y la manera poco pretenciosa de construir la historia. Aun así, dejando a un lado algunos excesos de puritanismo del autor, quien llega a considerar que una mujer endemoniada se caracteriza por beber alcohol y fumar en demasía, la novela logra potenciar sus recursos imaginativos y mantener en buen pie las expectativas que va creando.

 

 

 

Lo que una ama
Salvador Young Araya. Chancacazo, 2013, 268 páginas.
LUN, 12 de julio de 2013

Es difícil superar a Salvador Young Araya y su novela Lo que una ama. Es tan rancia la mirada del narrador, es tan obvia y simple la construcción de personajes, son tan estereotipadas las escenas de sexo y es tan de guía turística la imagen de Santiago y Buenos Aires, que este libro se convierte en una ruina total, sin excusa posible. Técnicamente famélica en todo aquello que sustenta una obra literaria, la novela tiene un aspecto destacable: su impresionante producción de banalidades, las cuales nos atacan sin tregua de principio a fin.

Con una pobreza lingüística sobrecogedora, donde destacan graves problemas de redacción, el libro se lanza al abordaje de una pareja de bellas y audaces chicas lesbianas ABC1. Sumergido sin reparos en el cliché, el relato nos presenta a Solana, chilena, estudiante de diseño, rubia y superficial, y a Madeleine, francesa, estudiante de literatura y reflexiva. Madeleine se enamora perdidamente de Solana, comenzando una aventura amorosa con altos y bajos, marcada por la clara dicotomía que ambas protagonistas establecen: con todo desparpajo, y como un cuento infantil, el autor construye a sus heroínas a partir del polo del bien y del mal, lo que deriva en figuras planas y predecibles.

En el último tercio, la novela experimenta una desintegración absoluta; si ya era caótica y aleatoria la extensión de los capítulos, aunque todos igualados por un mismo estilo, hacia el final comienzan a proliferar los segmentos de media página, lo que coincide con el fracaso del volumen y la histeria de sus personajes. El melodrama en la peor de sus variantes cruza la totalidad de esta narración, donde hay una víctima que sufre y lloriquea sin límites ante las múltiples infidelidades del ser amado.

El libro construye un discurso conservador sin ambigüedades –para ser feliz debes tener pareja única– y parece sostener de manera constante un todopoderoso narrador, borrando con ello todo rastro del aparente discurso liberal que pretende erigir. Así, no sorprende que la minoría sexual que el texto configura sea reafirmada como extraña y desviada a partir de la práctica de la promiscuidad. Si la pareja funcionara de acuerdo a los dictados de la fidelidad sexual, tendría asegurada la felicidad. Es por ello que, mientras una de las chicas insiste en una suerte de matrimonio o contrato nupcial, la otra asume un estilo de vida donjuanesco y, por ende, decadente. La concepción sexual que el autor maneja distingue entre sexo bueno, con pareja estable, y sexo vicioso o patológico.

Lo que una ama es una obra a la que le falta pulir su escritura y a la que le sobran personajes, descriptivismo, reiteraciones, clichés y emotividad de cuarta. Salvador Young Araya ha perpetrado aquí uno de los grandes desaciertos editoriales del año.



 

 


 

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"Me gusta más cuando la sueño", Reinaldo E. Marchant; "Dulce enemiga mía", Marcela Serrano; "Cuentos de cara y sello", Marco A. Rauch; "Realidades paralelas: la expulsión del templo", de Alejandro Vilches; "Lo que una ama", Salvador Young Araya.
Por Patricia Espinosa.
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