Proyecto Patrimonio - 2014 | index | Roberto Contreras | Autores |

 

 




 


 


 

VIGENCIA DE UN CLÁSICO DE LA LITERATURA INFANTIL:
¿POR QUÉ SEGUIR LEYENDO PAPELUCHO EN LA ESCUELA HOY?

Por Roberto Contreras Soto
Profesor, escritor y editor literario

Seminario “Descifrando a Marcela Paz”
30 de Agosto de 2014.

 



.. .. .. .. .. .

Leer con los ojos del presente

Antes de entrar en el tema de fondo, como es el desarrollar argumentos que permitan fundamentar porqué es importante seguir leyendo los libros de Papelucho en la escuela hoy, quiero detenerme en dos palabras claves del título de esta ponencia: VIGENCIA y CLÁSICO. La primera, vigencia, apunta al sentido de que algo se presente con un carácter de novedad o frescura, pero también con un peso de importancia y de necesidad para que una situación ocurra y sea reconocida como tal, porque tiene un valor. De ese modo, la vigencia que tendrían los doce títulos, estaría dada porque el universo descrito por Marcela Paz, por medio de los ojos de este niño que en el transcurso de las historias tiene en entre 8 y 12 años, cobra relevancia, porque es posible y a la vez creíble como configuración del imaginario infantil, tanto de antes como de ahora. Primer argumento: Las historias de Papelucho pueden leerse desde ayer con los ojos del presente. Acaso porque en el rango de edad de los posibles lectores, también se encuentra un punto de convergencia, en esas vivencias, desarrolladas como un diario íntimo para dar cuenta de lo que aún puede seguir pasando a los niños de hoy. Aunque esto puede ser relativo (volveré sobre esta idea después): “¿Quiénes leen o pueden leer a Papelucho en estos días?” Me gustaría para responder, referirme a la dedicatoria que hace Antoine de Saint-Exupéry, cuando dedica el libro El Principito a su amigo, León Werth, que es como dice él, ahora una persona grande. Y pide perdón a los niños por hacerlo. Pero se justifica, y entonces corrige, diciendo que mejor debería decir que dedica su libro “al niño que esta persona grande fue en otro tiempo. Todas las personas grandes han sido niños antes. (Pero pocas lo recuerdan)”, afirma el autor. Me quedo con esta imagen, como una segunda idea: La vigencia de Papelucho es la de haber estado dirigido no solo a los niños de su tiempo, sino también a nosotros que somos unos adultos, que aún podemos recordar cuándo fuimos niños. (Supongo también por eso estamos aquí hoy día.)

Para responder a la otra palabra clave del título, lo de clásico, tomo la definición de una antigua editorial hispana: “¿Qué es un clásico? Una obra que sobrevive al paso del tiempo, que pregunta y contesta y es capaz de leernos a nosotros; lo más cercano y lo más desconocido. Leer un clásico es una experiencia única, puede cambiar nuestra vida”.

En esa misma línea, surge el tercer argumento: Papelucho forma parte de nuestra identidad y es un patrimonio cultural chileno. Escrito desde 1947 a 1974, a lo largo de décadas fue capaz de unir generaciones y volver la mirada a ese Chile de mediados y finales del siglo XX, con sus historias, búsquedas, aventuras, tragedias y esperanzas. Probablemente nadie en los Estados Unidos se cuestione hoy porqué se sigue leyendo la historia de “Tom Sawyer”, en Italia se haga lo mismo con el libro Corazón de Edmundo de Amicis, o sería un escándalo, por ejemplo, que en Argentina dejaran de publicar al entrañable personaje de Quino, Mafalda.

Existen íconos de la cultura chilena, y Papelucho tiene un lugar importante como iniciación a la lectura, querámoslo o no –dentro lo no estrictamente escolar– junto al Condorito, como lo fue Mampato, o lo son por ejemplos, las canciones de Mazapán o incluso ahora el lugar que ocupan los personajes y la música de 31 minutos. No podemos desentendernos de estos libros leídos por millones de compatriotas. Solo bastaría con remitirse a la cantidad de reediciones realizadas del libro homónimo, como para sostener esta idea.

¿A qué se llama un buen lector hoy?

Es un lugar común decir que los niños no leen. A lo que habría que agregar que muchos adultos tampoco lo hacen. Y como profesores, también correspondería hacer un mea culpa y preguntarnos, cuál fue el último libro que leímos por voluntad propia, y no porque tuviéramos que hacer un “control de lectura mensual”. De seguro cada uno tendrá su propia versión y circunstancias para decir cuál es la familiaridad que tiene como lector con los libros hoy. Hay que hacerse esa pregunta… Volveré al final sobre este tema. El escritor y editor literario mexicano, Francisco Hinojosa, cuando fue consultado sobre el fenómeno de la literatura infantil, respecto a que pudiera subestimar la inteligencia de los niños, responde: “Creo que no es así, los niños son lectores exigentes e inteligentes. La fórmula del respeto a su inteligencia me ha ayudado a acercarme a ellos y, de alguna manera, a eso se debe el éxito que tengo entre estos lectores”. Los niños de hoy, debemos verlos igual a los de antes (eso si podemos distanciarlos y tomarlos por fuera de la gran sobreexposición de los estímulos tecnológicos o multimediales) todavía enfrentados a un libro consiguen –no diremos todos, pero un grupo considerable– ser interpelados por este y sentirse insertos en su historia. Y es que la experiencia ha sido siempre la misma, alguien toma un libro y lo lee. En la misma entrevista, Hinojosa termina agregando: “Ahora los escritores hemos descubierto que nos enfrentamos con un lector cada vez más exigente: el niño”.

Esta condición, aunque no es la habitual, sepan que existe y se sigue dando en todas la escuelas del país y en muchos cursos donde hay niños que están en esa exquisita primera edad de la lectura, entre los ocho, nueve años, cuando ya se han consolidado como lecto-escritores, y que luego se convierten a sus quince, en los que continúan leyendo libros asombrosamente voluminosos, sobre magos, vampiros y caballeros, debatiéndose entre el amor, el misterio y las aventuras. Los grandes temas de la literatura universal, que siguen tan vigentes y que han ganado adeptos y lo seguirán haciendo. Esta afirmación sirve para recrear la anécdota que se cuenta sobre cuando una joven madre que abordó a Albert Einstein para preguntarle, qué era lo que debía hacer para que su hijo llegará a ser un hombre de ciencias como él, a lo que éste mesuradamente respondió: “Solo léale cuentos, muchos cuentos”.

Cuarto fundamento de mi tesis: Papelucho sigue conquistando lectores. Pero para que eso ocurra, ¡seamos realistas!, deben existir aparte de favorables circunstancias –un ambiente lector– también acciones concretas de apoyo. En ese punto se mezcla la vigencia y condición identitaria de los libros dentro de la experiencia de lectura de miles de chilenos: tener conocimiento de la obra y poder motivarla, recomendarla, hacer que otros la conozcan y lean. Un punto alto, en oposición a cualquier otro libro que se presente sin ningún tipo de cercanía ni conocimiento previo.

Aunque todo reside en el lente con que se mire, ya que la llamada “falta de lectura”, técnicamente es la expresión de “un déficit de hábito lector”. Que referiría puntualmente a falta de costumbre a hacerlo, más que a un rechazo a la lectura. Un niño que no sabe leer, pienso en uno de dos o tres años, siente de manera espontánea, algún tipo de interés en un objeto material que lleva ilustraciones y letras. Un reciente estudio de la Fundación Futuro, entrega como dato –en una encuesta aplicada a niños de 4° y 6° básico– que uno de cada tres lectores a los que les gusta leer, dice no encontrar temas de su interés. De ahí la importancia de saber buscar, enfrentarse a amplio espectro de textos, para llegar a encontrar. Por eso es que incluso en una casa sin libros, pueden formarse lectores. Hablo desde mi propia experiencia. Y acaso sea la de muchos de ustedes, que tuvieron la fortuna de que sus padres o algún adulto cercano, familiar, amigo o un profesor, ponderó el leer como algo útil y satisfactorio. Está demostrado que la primera dificultad con que se encuentra un niño o niña, por ejemplo, ante la operatoria numérica o para aprender algún idioma, está condicionada negativamente si han escuchado a un papá decir: “Si yo también era malo para las matemáticas”, o “es difícil el inglés, por eso nunca lo aprendí”.

Desde esa perspectiva no debemos olvidar que los padres de los niños en edad escolar, actualmente, son adultos de entre 30 y 50 años, generaciones que nacimos en un país muy distinto al de nuestros padres o abuelos, y que nos encontramos, al decir de Nicanor Parra, en una montaña rusa de la que quisiéramos bajarnos, porque ha canjeado nuestro tiempo, por la moneda de cambio de “un bienestar”, de momentos, solo económico, imposible de traducir en un tiempo de calidad para nosotros, y por extensión, mucho menos para nuestros hijos. De ahí que recaiga en la escuela mucha de la responsabilidad, primero de instruir, de formar y profundizar en el hábito lector y los niveles de lectura de los niños y jóvenes que acuden día a día a las aulas. Para la académica española, Isabel Solé, debemos saber que: “La comprensión de lectura no es cuestión de una asignatura ni mucho menos de un profesor, sino cuestión de una comunidad educativa”.

Papeluchismos: el mundo lingüístico de Papelucho 

Hay que poner las cosas en su lugar. No faltará quien diga: pero su modo de hablar, los referentes a los que refiere, la visión de la sociedad de su época, ¿no resultarán muy anticuados a los lectores de hoy? No, porque justamente dentro de ese despliegue lingüístico se halla la riqueza del personaje y su presencia en la tradición literaria chilena. Papelucho habla en chileno. Quizás con vocablos o expresiones, que más pertenecen al uso de nuestros abuelos, pero plantea justamente un tipo de desafío por poder reconocer y actualizar palabras como: boche; pelotera; macanudo; cotizar; zangolotear; avariento; enchufarse; despiporre; y expresiones como “ipso flatus”; “dar camorra”; “tripas estereofónicas”; “locomoción cerebral”; “hambre de antepasado”; “con cara de estropajo”; “amor de muchas gracias”; entre un centenar de otros ejemplos.

Para Katherine Strasser, psicóloga dedicada a investigar la formación lectora en pre-escolares, destaca que el principal componente para mejorar la calidad ya no solo de la lectura, sino que también de los aprendizajes, se encuentra en el dominio del vocabulario. En tanto, debemos concluir, como una quinta idea: no existen textos difíciles, existen palabras que hacen que una lectura sea dificultosa. De ahí la importancia de fomentar en todo momento la curiosidad por saber y descubrir qué es lo que significa una palabra, para alcanzar una mayor y mejor comprensión, más allá del texto, para nombrar el mundo. El lenguaje nos construye.

Por ejemplo, si para Papelucho, algo es choriflai, su símil está en comprender que se refiere a algo extraordinario, espectacular, o en síntesis: bkn. La clave está en recoger el contexto en que se insertan estos llamados “papeluchismos” y saber qué hacer con ellos.

En eso consiste la mediación de la lectura, en que un adulto –más si ya conoce la obra– pueda convertirse con el ejemplo, en modelador y motivador efectivo de los nuevos lectores.

La construcción del sentido

Sería imposible hacer aquí y ahora un análisis acabado sobre todos los libros de la serie. Pero me animo a hacerlo con uno de mis favoritos: Mi hermana Ji, por Papelucho. Todos tenemos alguno más predilecto que otro. Lo primero, decir que este libro habla fundamentalmente de una singular historia sobre la hermandad. Aunque cueste pensarlo, ante las vivencias tan cercanas de Papelucho, y de su entorno familiar, nuevamente resulta evidente constatar cómo en el Chile que describe el libro, con una supuesta familia constituida, podemos encontrar entre cuatro paredes mucho de una vida en soledad. Es decir, como se ha advertido ya, se encuentran las marcas de una familia disfuncional. Acaso esa sea una línea a revisar para entender el tipo de relación de interdependencia de Papelucho y su hermana, Jimena. Una relación tensada ahora por las travesuras de la niña, y que en ocasiones exceden incluso el mismo rango de líos en los que se mete su hermano, siendo esta una ocasión para comprender cuánto tiene de verdad, eso de que Papelucho se niega a cuidarla, y otra, que efectivamente sea mejor para su madre, contar con el apoyo de él, para atenderla, darle cariño y, de paso, educarla.

Hacerse responsable de otra persona, que es su hermana, como una muestra inmensa de amor, la que sin duda pone a prueba nuestra propia noción afectiva en el día de hoy, donde constatamos altas dosis de individualismo, incomunicación y daño de nuestras relaciones cotidianas, va dibujando un mundo cada vez más despersonalizado, frío y predecible.

Lejos de un mal ejemplo como hermano, lo que hace Papelucho es llevar a cabo muchas de sus ideas, involucrando a su hermana, por supuesto desde la torpeza e ingenuidad de un niño, pero también desde la absoluta conciencia –pese a su corta edad– de que juntos serán más felices. Mucha de las escenas que se atesoran y que encuentran sintonía con el lector actual, pasan por ese cedazo que son las emociones  y la noción de que en las cosas más sencillas se encuentra el verdadero sentido de la vida.

Destaca en esta novela, el episodio en que Papelucho escribe una obra de teatro para dar una sorpresa a la mamá, donde actuarían la Ji y su amigo, Jolly. Pues todo no puede resultar peor: se inunda el baño, equivocan sus parlamentos, terminan todos resfriados y enfermos. Entonces reflexiona: “Yo pienso que esto debe ser lo que llaman desengaños de la vida. Uno quiere dar una sorpresa feliz para otro, y ese otro lo reta a uno.”

“Un diario de un niño chileno”, es el subtítulo de estos libros. Cuestión nada de gratuita si pensamos de qué modo un libro puede dar cuenta de la memoria de las personas: primero la de quienes las escriben, y así como también de quienes las leen. En su momento el poeta Walt Whitman dijo, “quien toma un libro, toca el corazón de un hombre”. Entonces recordemos cuando consultaron a Marcela Paz sobre el modelo inspirador de su personaje, esta respondió: Papelucho soy yo, en clave flaubertiana, dejando en claro, como el universo de muchos escritores nace del propio niño interior.

Hábito y mediación de la lectura

La antropóloga francesa, Michèle Petit, convencida de que los libros pueden modificar la realidad, afirma: “Leer no nos separa del mundo, nos introduce en él, de manera diferente. Uno de los factores por los cuales la lectura es reparadora es que facilita el sentimiento de continuidad, propia de un relato. La lectura da unidad al caos que es la vida”.

En un país donde nos quejamos de que los niños y jóvenes no leen, valdría la pena preguntarnos, cuánto nos falta para comenzar a establecer puentes y crear lazos con aquellos fundamentos de nuestra cultura, y que han servido antes y pueden seguir todavía acompañando a quienes se inician en la lectura. No se trata de pensar que todo tiempo pasado fue mejor, o que antes algo era de un modo y debería hacerse de tal manera…

Mi la última tesis es esta: Se trata de salir en busca de lo mejor de nuestra identidad, la que se encuentra justamente en la riqueza del lenguaje, la capacidad imaginativa, la creencia en una vida que es posible desde la simpleza, el ingenio, el sentido del humor, la ironía y, sobre todo, el asombro. Componentes que tiene de sobra la obra completa de Esther Huneeus, y ella nos dejó como legado. Estamos todos llamados a esta experiencia, que puede estar recomenzando con esta misma jornada: Descifrando a Marcela Paz.

 



 



 

Proyecto Patrimonio— Año 2014 
A Página Principal
| A Archivo Roberto Contreras | A Archivo de Autores |

www.letras.s5.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
VIGENCIA DE UN CLÁSICO DE LA LITERATURA INFANTIL:
¿POR QUÉ SEGUIR LEYENDO PAPELUCHO EN LA ESCUELA HOY?
Por Roberto Contreras Soto.
Profesor, escritor y editor literario
Seminario “Descifrando a Marcela Paz” 30 de Agosto de 2014.