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Cuentos de Josué Aguirre Alvarado

La despoetización ironizante de “Galletitas de limón”

Ricardo Musse Carrasco


El cuento “Mijail Carranza, periodista”; labrado con una proverbial sobriedad lineal (sin esos alardes formales donde superponiéndose los planos se retrogradan para, con una cíclica temporalidad, converger –finalmente- dentro de un unitario desenlace), nos notifica el progresivo adocenamiento de la naciente vocación literaria de un practicante de periodismo. Pero mientras éste va migrando en su itinerario profesional (policiales, espectáculos, locales y hacia su frustrada aspiración de escribir la página editorial del diario) simultáneamente se nos muestra la perversa doblez de las personas y la sádica malevolencia de vituperar a los que se atreven, dentro de su derrotero existencial, a atesorar una mirada disidente de lo habitual y a contar una historia con mucha arte. Desde este punto de vista Josué Aguirre Alvarado no tiene nada de conservador –como le achacan, de modo insistente, sus adversarios generacionales-; pues cuestiona, corrosivamente, la indigente sensibilidad hacia el arte que prodiga la sociedad piurana.

Otro rasgo, en la escritura del escritor, es esa interesante tentativa por moldear, con estrategias y formatos propios de la redacción periodística, sus relatos. Esta constructiva textual se hace patente en muchos pasajes de sus producciones discursivas.

En el “Chalet” se funden la paulatina revelación de la trama (manejo temático eficiente) y una falencia en el ritmo argumental: Los sucesos reales, despojados de inverosimilitud en sus primeras secuencias; se trastornan súbitamente por la misteriosa aparición de juguetes en el contexto discursivo; sin embargo, descubrimos –finalmente- que el narrador nos estuvo tomando el pelo (consideramos que la concepción de divertimento que el escritor postula se sostiene en este aspecto); pues el inefable Don Eusebio –dueño del chalet en Zaragoza donde vive Adán, un cuarentón y solvente burgués fracasado conyugalmente- es el responsable de dichas apariciones. Empero, el relato está desprovisto de una necesaria tensión creciente en la trama, de ese clímax conflictivo y envolvente que nos arrastre –frenéticamente- hacia los vórtices enunciativos.

No obstante, encontramos en el cuento “Chalet” un eficiente manejo de la ironía que desnuda los fingimientos, impostaciones y conductas fraudulentas de los seres humanos; así como una bien lograda arácnida metáfora (el único destello poético del libro) y un diestro tratamiento del habla española.

El libro contiene tres microrelatos: “Sobre personas buenas”, “¡Ajj!” y “Cábalas”. En los tres el narrador omnisciente se disuelve dentro del silencio enunciativo: Son los personajes los que discurren enunciándose, verbalizándose; es decir, engendrándose ellos mismos su respiración textual.

En el primero, un señor -ya de edad- confinado en su insular aposento escritural es revelado, en su desgraciada biografía, por una de sus sirvientas, delatándole ésta, a su vez, su irredenta vida metaliteraria. En el segundo (con una loable destreza para capturar la contundente oralidad), una pituca racista despotrica contra Morrison –su fugaz novio conocido por el chat- que de pronto y a primera vista se enamora de una chola apestosa: La Leidi. La despiadada ironía de Josué Aguirre Alvarado tiene la extraña virtud de provocarnos una estruendosa risa reflexiva mezclada con una compasiva indignación hacia la voz protagonista. El tercero, contado desde una compulsiva locuacidad, apela al lenguaje jergüístico para relatarnos la vida de un supersticioso y desempleado ludópata, obsesionado por la azarosa plenitud del divertimento existencial.

De los mejores relatos del libro, “Los mandos rojos”: Contextualizado durante el corrupto, autocrático y paramilitar gobierno fujimorista; tres rencorosos, desarrapados y enajenados subversivos (sumisos operarios de la jerarquía senderista, que han sacrificado su Yo por una perversa abstracción ideológica) provistos de una autoestima harapienta, creen ser depositarios de una inminente y heroica acción de redención social; sin embargo, el desenlace de sus vidas es tan banal, absurda, pusilánime y mediocre que no son más que la grandilocuente encarnación del fracaso revolucionario; cuando éste no está basado, profundamente, sobre una íntegra moralidad de sus propulsores.

Josué Aguirre Alvarado, en este cuento, nos demuestra que es válida la libresca inspiración para escribir y, además, desmitifica, revelándonos el atormentado universo psíquico (además, estos revolucionarios se refocilan vertiendo sus latidos sobre lugares cochinos, denigrantes, incongruentes y descascarados) de aquellos que quisieron hacer la revolución para saldar sus traumas personales y familiares; extraviando la teleológica perspectiva social de la auténtica transformación estructural del país.

Josué Aguirre Alvarado es un escritor que repleta el contenido discursivo con eventos anecdóticos (a veces, sabiamente insustanciales), asumiendo su impulso escritural una realidad despoetizada, descarnada, casi fotográfica; implementando, además, técnicamente –entre otras estrategias procedimentales- circunvoluciones y denotativos desenlaces para ridiculizar –finalmente-, con su corrosiva ironía, los devaneos y podredumbres de los infelices seres humanos.

Sullana, 26 de agosto de 2007.

 

 

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