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Prólogo para Rincones de Ismael Rivera

POESIA DE LOS RINCONES

Rafael Rubio

 

A veces me siento
una araña colgando
de un único hilo
en el viento aferrado
para no caer
otra vez
en la tristeza.

Definición y retrato de la araña.
La araña de rincón es un insecto de hábitos nocturnos, extremadamente tímido y proclive al aislamiento. Su inseguridad endémica –que la convierte en blanco predilecto de la voracidad de la araña tigre- es compensada por la letalidad de su veneno.  Habita en lugares oscuros, en muros divisorios, libros, closet y entretechos. Sus telas –aparentemente desordenadas- son el azote de las moscas, quienes han aprendido –con el tiempo- a respetarlas. Su nombre latino (loxcosceles laeta) nos sugiere su afición por la alegría, oficio que no suele practicar en público. Al ser observada, traiciona su propia etimología, mostrándose como un animal más bien sombrío y poco proclive a la felicidad. Su aversión por los espacios abiertos la ha confinado entre cuatro paredes, cuyas hendiduras, manchas y relieves conoce como la punta de sus ocho patas, cada una de las cuales se ha especializado en uno de los cuatro rincones de su celda. Las cuatro patas restantes aguardan, con paciencia secreta, la muerte de las otras patas, para ejercer el oficio que les ha sido negado por el destino que rige el riguroso universo de las arañas: el merodeo y la contemplación. Se rumorea que existe una batalla campal al interior de la araña: una guerra civil declarada entre sus propias patas. A un lado: las patas activas, a quienes el Gran Arácnido dotó de voluntad. Al otro,  las patas pasivas, relegadas a una función puramente decorativa. La araña de rincón –loxoseceles laeta, volinista del júbilo- es un campo de batalla, cuyo desenlace fatídico –propio de toda guerra que se precie de tal- es aplazado hábilmente por la reclusa, a través del antiguo ardid de Penélope, viuda de Ulises. No es otra la razón de su oficio riguroso: el tejido de sus redes –eficientemente desordenadas- retrasa eficazmente el paso del tiempo, demorándolo en enredos sucesivos que entorpecen y hacen imposible su transcurso. Que las moscas caigan en las redes es sólo un accidente necesario (la araña necesita alimentarse):  un  ardid para la distracción del Gran arácnido. Distracción de la que se aprovecha la reclusa, concentrada en un solo objetivo: aplazar el instante de la gran muerte,  la destrucción de todos los rincones, la noche de la escoba final.

Retrato de la red.
Desde los rincones de la casa,  le es reservada a la araña la observación distanciada de los desplazamientos nocturnos de sus habitantes. La contemplación de un vaso de vino sobre la mesa puede llevarla a reflexionar sobre su propia condición de ajenidad y vacío:

Pienso en los vasos vacíos
en lo ajeno que soy
en ese tu rincón.

En la casa del amor, la araña vive arrinconada. Algunas noches, abandona su escondrijo para refugiarse entre las sábanas de la cama de una de sus habitantes, por lo cual también se la conoce como la araña de las sábanas, la intrusa del sueño y el insomnio:

Y  despierto desnudo
cansado y cagado
de frío sobre tu cama

El exceso le resulta un sentimiento ajeno, pero deseable, pues la reclusa ha leído a William Blake (con más exactitud: en sus días de araña de las bibliotecas, posó sus patas sobre el lomo de un libro enigmático: El matrimonio entre el cielo y el infierno). No le cabe, pues, ninguna duda de que el camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría. Sospecha, además, que en ese palacio hay un trono de miel destinado –desde antes de la creación- a la mosca de las moscas: el gran moscón del aire. El Moscardón sin alas, cuyo cuerpo es un puro zumbido sin principio ni fin.

La tela de la reclusa no reviste de mayores complicaciones formales. Para cazar una mosca –reflexiona la araña- no se necesita un tapiz de seda bizantina. Su trenzado es sencillo. No obstante, le permite atrapar las preciadas moscas de cotidianeidad, también conocida con el nombre de mosca del asombro: insecto actualmente en peligro de extinción.    

Un retrato de
Schiele me devuelve
por un momento
el aire perdido
en la erección
ignorada
de esta mañana.

El arte –del que la reclusa tiene conocimiento, pues ha pernoctado muchas veces detrás de los retratos y cuadros que cuelgan en las paredes de la celda-  la hace olvidar su condición oscura. Algunos la han visto devorar –secretamente- su propia red. Según dicen, lo hace para reabastecerse de energía, pues es sabido que la seda que la constituye es –a la vez que la sustancia de su arte- su fuente de vigor. Una vez, revitalizada, la reclusa retoma la labor de su tejido, lo cual es una insoluble paradoja.
En la casa de la poesía, la araña vive sola. Pero algún día –piensa- caerá en su red la luz: la presa predilecta de las reclusas.

 

 

 

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POESIA DE LOS RINCONES.
Prólogo para "Rincones" de Ismael Rivera.
Por Rafael Rubio