FRANCISCO VEJAR


 
 

 


DOS GRANDES
Poetas de la elegía

Humberto Díaz Casanueva y Eduardo Anguita coincidieron en el año de sus muertes, acaecidas hace ya una década. Pero en sus escritos también se encuentran en la búsqueda de un lenguaje del inconsciente.

Por Francisco Vejar
en Revista de Libros, 14 de septiembre de 2002

 

El afán por responder a la existencia, a sus preguntas, fue una de las constantes en la obra de ambos poetas. Su formación filosófica e intelectual los llevó a escribir una poesía con raigambre metafísica. Casi la totalidad de sus libros trasuntan ese mundo; el poema debe explorar el inconsciente. Humberto Díaz Casanueva (1906-1992) dijo en una oportunidad: "Me obstino en ser un buscador, entregado a un portentoso riesgo, y aunque sólo encuentre una luz intermitente o un semillero de sombras, me consuelan la magnitud y la dignidad de mi esfuerzo".

El primer poemario de Eduardo Anguita (1914-1992) se titula Tránsito al fin. Fue publicado en 1934. En él ya vemos uno de los motivos principales de su poética; lo simbólico. Pero su crecimiento literario se suscita en 1935, cuando crea con Volodia Teitelboim la Antología de la poesía chilena nueva, donde conoció con detenimiento los escritos de Humberto Díaz Casanueva, a quien escogió para incluirlo en el libro. Díaz Casanueva ya había publicado El aventurero de Saba (1926) y Vigilia por dentro (1931).

Por esos años, Vicente Huidobro regresaba de Europa y traía consigo el aire renovador y vanguardista de las primeras décadas del siglo veinte que convulsionaban la escena cultural. Esto fue asimilado por los poetas chilenos de las generaciones más recientes que querían hallar lo nuevo y cambiar el mundo, aunque fuera en el plano onírico. Fue el caso de Humberto Díaz Casanueva, poeta que tuvo siempre su pensamiento fijo en la condición humana. No olvidemos que en Viena, en 1936, siguió dos seminarios con Heidegger, sobre Hölderlin y Nietzsche.

En 1944, desempeñándose como secretario de la embajada de Chile en Ottawa, canadá, se enteró de la muerte de su madre y ante la imposibilidad de asistir al funeral, escribe en una noche "Réquiem", una de las más desgarradoras elegías que se hayan escrito en Chile hasta entonces. Fue publicada por primera vez en "Cuadernos Americanos" (México, 1945). Es un escrito de larga respiración que desde un comienzo conmueve: "Como un centinela helado pregunto:/ ¿quién se esconde en el tiempo y me mira?/ Algo pasa temblando, algo estremece/ el sueño de la noche, el sueño errante/ afina mis sentidos, el oído mortal/ escucha el quejido del perro de los campos (...) De pronto escucho un grito en la noche sagrada, / de mi casa lejana, como removidos sus cimientos/ viene una luz segada, una cierva herida se arrastra cojeando,/ sus pechos brillan como lunas, / su leche llena el mundo lentamente".

Gabriela Mistral, al leerlo, le escribe: "Creyó usted no hacer más que cantar a su madre muerta, pero ocurre que ha escrito todo un consumado poema trágico".

Rosamel del Valle , su amigo, quien trece años después escribió su ensayo acerca de Díaz Casanueva "La violencia creadora", sostuvo en ese momento: "Requiem es el poema de la realidad convulsiva, el más lleno de todas las cosas, puesto que reúne en totalidad sueño y visión, temor y alabanza, mirada y pensamiento". La crítica Carmen Foxley, en cambio, ve en esta obra "la premonición de una vida que en alguna parte se extingue y abre el 'De profundis' a la madre. En el curso del poema ésta va adquiriendo presencias sustantivas que intentan compensar el dolor y la herida ocasionada al 'árbol de la vida', y vencer la muerte". Rebelarse contra la agonía y llegar a las tinieblas para encontrar la luz, era el propósito de Humberto Díaz Casanueva.

Por su parte, Eduardo Anguita, después de haber publicado varios libros de poemas y ensayos como su Rimbaud pecador (1963), escribe Venus en el pudridero (1967), libro que da cuenta de la intimidad entre un hombre y una mujer. El poeta quiere perpetuar ese instante, pero al interior de toda pasión subyace la muerte. Jorge Teillier, en la revista "Plan" del 31 de marzo de 1968, dice: "Este poema es una sola palabra compuesta por diversos signos de simbolismo bien notorio: el gusano, el sol, el rosal, el niño, el ruiseñor, porque Anguita es un poeta eminentemente conceptual, a la manera de los metafísicos ingleses del siglo XVIII: imágenes y conceptos en sus textos se contienen unos a otros como el agua a la copa". A Anguita, según propia confesión, le interesaban los conceptos en poesía; pero a través de la intuición, es decir, que penetraran lo real más allá de la ciencia y la filosofía. Venus en el pudridero utiliza, además, técnicas del collage, insertando al interior de sus páginas citas de Séneca, Heráclito, Jorge Manrique y Goethe. Basta mencionar los primeros versos del libro para situarnos en la muerte: "¿Escucháis madurar los duraznos a la hora del estío,/ a la venida del sol, mientras un príncipe danza/ en vísperas de su coronación?/ Yo pienso en el gusano. (...)/ Si veis montar el agua de la noria,/ con un niño fijamente asomado al brocal/ frente a frente al abuelo,/ y se siente el beso de los amantes como una hoja seca/ que el pie del tiempo aplasta crepitando:/ ¿los amantes están muertos? No pregunteís con torpeza./ Pensad en el gusano".

En 1981 fue distinguido con el Premio María Luisa Bombal, calificándolo Enrique Lafourcade como un "teólogo de la poesía". Y un entusiasmado José Miguel Ibáñez Langlois señaló entonces: "Venus en el pudridero es uno de los grandes poemas de la literatura chilena, incluso más, de la poesía contemporánea a secas...". Más tarde, Anguita recibió el Premio Nacional de Literatura, en 1988.

Veintiún años antes, Humberto Díaz Casanueva había sido distinguido con el mismo galardón, después de haber publicado La hija vertiginosa (1954) y Los penitenciales (1960). Así, en el plano público, el arco entre ambos poetas se cerró en el reconocimiento. Y ahora sus voces, como lo comprobamos en la intensidad de sus versos, continúan inspirando una extrañeza que se prolonga en el tiempo.

 

 

 

 
 


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