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Un fósforo soplado

Por Vicente Montañés
Publicado en Las Últimas Noticias, 13 de septiembre de 2014



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"Imaginario, imaginario": hace una semana, inerme frente al televisor, sin dar con el control remoto y —sobre todo— solo en la soledad de esta hora de muertes aún postergadas (la del poeta centenario antes que ninguna), me tapé los oídos y, como el avestruz, metí la cabeza bajo los cojines del sofá. En mi cráneo retumbaba ese verso "imaginario", ya institucionalizado, que declamaban los alcaldes chilenos de Arica a Punta Arenas. Lo hacían como cantando un cumpleaños feliz con cara de circunstancia. O de obediencia debida a una política estatal. Y con un genuino sonsonete de reporteros en el lugar de los hechos.

Ah, los hechos. Si la dudosa autoimagen de nuestro amado país depende, semana a semana, del gol o casi gol que puedan convertir en canchas europeas el bonachón Alexis o el tatuado Vidal, nadie se asombre de este raro y mediático clamor-país porque Nicanor Parra cumplió cien años enteros. Ya su famoso poema "El hombre imaginario" tiene un bien ganado lugar en las vitrinas del Estado chileno: ahí está, con letras de bronce, junto al "Poema 15" de Neruda (pero a mí, de Neftalí, me gusta más el que cité sin comillas más arriba) y, también, junto a esa enigmática canción de Chito Faró donde se asegura que —en este país— al amigo lo queremos mucho cuando es forastero.

Como sea, con cien años o más, Nicanor Parra —según todos los cálculos disponibles— igual se va a tener que morir. Cada día —y no me digan que no— falta un día menos: las matemáticas no mienten, como diría quizás el propio interesado.

¿Quién no ha pensado en su propia muerte como un merecido descanso? ¿O como una forma de eludir deudas afectivas o monetarias impagables? Hace dos semanas, en una ciudad lejana, presencié el ágil monólogo de un contador de cuentos barcelonés que relataba la vieja historia de Sísifo. Éste fue un mal tipo condenado, en el infierno, a empujar cuesta arriba una roca que siempre se le cae cuando está por alcanzar la cima.

Sísifo anduvo preñando a una sobrinita menor de edad y, parece, se robó también unas vacas falsificando firmas al rojo vivo, pero ésos eran delitos menores: su grandísima ofensa al orden de la naturaleza (una imperdonable burla que imitaba a los dioses) fue secuestrar a la Muerte cuando ésta vino a buscarlo. Así las cosas, nadie moría ya sobre la tierra, pero seguían naciendo guaguas por obra y gracia del interesante proceso de la fecundación humana. Las consecuencias —¿como diría Parra?— son de imaginar.

Como diría Parra: esta frase mía es bastante idiota. Se la he copiado a mis amigos que veneran al cumpleañero. El genio vernacular e intensamente lírico de Parra no está en discusión. Eso sí, hay quien dice que su corazón es una alcancía y que fría es su alma como cadena de columpio. Yo creo que esas señoras exageran: Nicanor nos quiere mucho.

Sísifo encadenó a la Muerte. En un memorable poema, un viejo que quizás sea el propio Nicanor, enfrenta a la Muerte con hombría y "se la enchufa". O sea: se la culea bien culiá, para qué estamos con cosas. Desesperada, ingeniosa maniobra vital. Pero, ay, la muerte no es una mujer, sino un apagamiento: un fósforo soplado por el tiempo, que ya se aburre de nosotros.

 

 

 

 



 

 

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Un fósforo soplado
Por Vicente Montañés
Publicado en Las Últimas Noticias, 13 de septiembre de 2014