 
        
        “ANIMALES DESAGRADABLES"
            (El Quehacer Poético Chileno Post-Dictadura)
         Verónica Zondek
         
        "...Lo  desagradable del poeta no está en que lleve el corazón peinado
 
          de otra manera  que los demás, sino en que es   siempre  un testigo,
 
          y ya se sabe lo desagradables que son los testigos ... Pero el 
          poeta
 
          es peor, es ese testigo que no dice nada contra Ud., ... simplemente
 
          se  ocupa de materias de sus-tancias confusas, inventa nomenclaturas ...
 
          Su mera  presencia es asalto y bofetada"
  Cortazar:  "Imagen de John Keats"
         
        Intentaré hablar en este escrito sobre el proceso y  desarrollo que ha tenido la escritura poética y su difusión en Chile tras el  desalojo de la dictadura y la instalación definitiva del sistema neo-liberal en  todos los ámbitos.  Tomaré en cuenta  tanto lo ocurrido con los poetas como con la creación;  la relación que existe hoy entre la  producción y la recepción de las obras;   las políticas editoriales,  las  revistas y periódicos,  la crítica  poética y literaria,  las políticas  culturales de gobierno, etc… con el fin de que una vez finalizada esta  conferencia, podamos intercambiar opiniones y ver si lo expuesto aquí es un  proceso común a todos nuestros países o si responde a uno particularmente  chileno. 
          
          Terminada la dictadura en Chile, la crítica y los comentarios sobre poesía se hicieron cada vez más  escuálidos en los periódicos y revistas político-culturales que lograron  sobrevivir, tal como lo detallo más adelante en esta conferencia. Se instaló en  el Chile de la Concertación,  una sensación de hechos cumplidos, de auto-complacencia y una percepción de que  existen ciertos seres e instituciones intocables. Y esto irradió a los ámbitos  del arte y la cultura.  Los gobiernos de la Concertación, con una  mirada  definitivamente ‘corto-placista’,  no tuvieron la voluntad ni se preocuparon de mantener los periódicos,  semanarios y revistas de voz independiente.  A eso se debe el que la crítica y los  comentarios se establezcan hoy entre dos o tres personas en medio de pasillos,  cafés y asados como en tertulias o bares y encuentros fortuitos.  Es así como se consolida en el área de las  letras, un importante deporte nacional llamado ‘pelambre’. Este término  popular, hace alusión a la falta de pelos en la lengua, situación que da paso a  un habla sin contención ni fundamento   alguno y que por lo demás se puede ejercer tras las espaldas de otros u  otras y sus respectivos trabajos.  Esta  modalidad, de gran desarrollo en nuestro país, se debe a que el decir directo  es percibido como un acto confrontacional y conflictivo.  Esta costumbre lingüística se ejerce  literalmente ‘en y al aire’, y nunca se encara a su objeto, pero se difunde con  la velocidad del rayo, perdiéndose muchas veces la fuente y también el grano de  realidad a partir del cual nació. El uso de este ‘deporte’, responde en gran  medida a la incapacidad que tuvimos para   mantener en el período post-dictadura la urdimbre orgánica que se tejió antes  con esfuerzo y finos e invisibles puntos y que tuvo el mérito de mantener la  dignidad de la poesía durante la dictadura. Era buena esa tela, nos enriquecía  y protegía, nos daba una autonomía de mirada y decires.  Esta red casi intangible, entre otras  compuesta por revistas político-culturales como Apsi, Cauce, Análisis y Fortín  Mapocho y por revistas literarias como Araucaria y LAR en el exilio, La Castaña, La Bicicleta, Tantalia, El  Organillo, Caballo de Proa, Espíritu del Valle, etc… desarrolladas dentro del  país y durante la dictadura, o el diario La Epoca y la revista Rocinante, nacidas y muertas  durante los gobiernos de la   Concertación, fue aniquilada.   Esto se debió en gran parte y como ya lo mencioné, a la falta de interés  demostrado por los sucesivos gobiernos ‘democráticos’ por mantener a estos  medios, por ejemplo  insertando avisaje  pagado exclusivamente en los medios manejados por los poderosos grupos  económicos.  Otro fenómeno de esta época  responde a la a voracidad animal que se despertó entre los poetas y escritores  por acceder a las instancias concursables abiertas por los sucesivos gobiernos  de la Concertación  que hizo que cada uno comenzase a mirarse como posible candidato a algo o  premiado y laureado de otro algo o simplemente como el único y mejor de  todos.  Hambre por tener objetos,  posiciones, coronas…. Un individualismo irracional se apoderó de los cuerpos y  los corazones.  Es como si de un repente  hubiese caído una densa neblina y ya nadie viese al escritor  con el cual solía divagar ociosa pero  productivamente sobre  literatura, sueños  y realidad.  Se instaló la competencia a rajatabla.  Es por eso que hoy se hace urgente y  necesaria la apertura de medios que escenifiquen estas habladurías de "vía  pública" sobre una página en circulación que le dé un sentido responsable  y relevante y que aleje la práctica viciosa del ya mencionado ‘pelambre’. Crear  estos medios, permitiría espacios enriquecedores donde el saber y el  cuestionamiento harían parte del desarrollo del pensamiento, la identidad y las  artes, a la vez que incentivaría la creación de un lenguaje enraizado en  nuestra propia realidad.  Ahora, que  nuevamente hay cambios políticos y la prensa, revistas y medios de comunicación  masivos están más concentrados aún en las manos de los que gobiernan y que  además son dueños del capital, es que la urgencia por crear estos espacios se  vuelve imperiosa.
          
          No sé si Uds., los ciudadanos de otros pueblos  latinoamericanos, comparten  los  fenómenos de los que hablo. Mucho me temo que aunque Latinoamérica tiene  honrosas excepciones, en la mayoría de nuestros países la globalización ha  traído consigo la diseminación e instalación del germen neoliberal, aniquilando  oficialmente la existencia de las expresiones locales y minoritarias, entre  comillas, cargándolas de un sentido molesto e inestable;  o, en el mejor de los casos, en un producto  típico o folklórico y a veces, turístico. En Chile, también se disolvieron como por arte de magia los sentimientos  solidarios entre los poetas. La sensación de que conformábamos una comunidad  diversa pero que compartíamos un enemigo común además de intereses, planes,  espacios de publicación y encuentro, lecturas, etc. también desapareció,  y cada poeta quedó liberado a su personal y  empresarial esfuerzo que muy bien calzó con los proyectos financiados por el  gobierno y el individualismo que promueve la libre competencia en todos los  ámbitos.  Debo agregar, que los muy  jóvenes parecieran hoy estar creando espacios y encuentros donde existe la  posibilidad de revocar el fenómeno hasta aquí descrito.  Pero será necesario ver qué forma toma este  ímpetu una vez que hayan voces que se destaquen entre ellos.
          
          Escribir poesía, sabemos, es un acto solitario que  obliga al poeta a transformarse en una suerte de mirón de su propio habitat,  con el costo real que esa necesaria actitud conlleva:  léase el existir y funcionar fuera de los  círculos del poder.  Este acto  libertario, aire y agua para una escritura que ve y dice, que provoca y remece,  se convierte por naturaleza en un acto sospechoso e incontrolable para quienes  pretenden mantener todo dentro de un tono adecuado, consensual, complaciente y  entretenido.  Así, por muy cómodo que  parezca en un comienzo, el poeta que se somete de piel y alma al sistema  cultural que ha predominado durante los últimos 20 años, está virtualmente  obligado a hacer todo tipo de concesiones para lograr acceder por intermedio de  complejos formularios, a las diferentes becas o soportes económicos.  Esto, como si la escritura de un poemario se  adecuara a una investigación científica o/y racional, donde se supone queda  claro de antemano a qué se quiere llegar, cuál es el impacto social de la obra,  cuánto tiempo se tardará en plasmarla sobre el papel, etc...  Estos años han visto la instalación de  editoriales varias e internacionales, la creación de premios y becas estatales,  municipales y privadas, la sanción de leyes en favor de "la creación"  y la inclusión del empresariado como agentes proveedores de la cultura.  Los fondos estatales están abiertos a  cualquiera y efectivamente han sido aprovechados por muchos.  Hablo del Fondo del Libro y el Fondo Nacional  de Desarrollo Cultural y las Artes – FONDART (para el caso de la literatura),  fondos que han incentivado el desarrollo de muchos proyectos de variada  calidad, entre los cuales incluyo algunos propios.  Sin embargo para tener acceso a estos  "adelantos", se nos exige el aprendizaje de un lenguaje que traduzca  el proceso poético-creativo en un proceso sociológico y económico, claro,  calculable y además, predecible.  Esto ha  resultado para algunos de nosotros en un aprendizaje  fallido o fallido a medias, y para otros, en  uno imposible de asimilar. Sin embargo, son muchos los que lo han logrado, e  incluso han hecho de las distintas modalidades de postulación un modus vivendi.  Quiero decir, que cuando se  pide por una  parte una justificación social, un impacto masivo y un cálculo monetario y por  otra, una claridad respecto a cuál es el producto que de aquello resultará,  estamos hablando de una preconcepción de un acto que por naturaleza es búsqueda  profunda y a veces ciega, donde no siempre arribamos a algo que conocemos con  antelación.  El sistema no muestra gran  interés en subsidiar estos proyectos ciegos porque podrían resultar en fracaso  o ser contraproducentes. Queda claro entonces, que el sistema no entiende a  cabalidad en qué consiste el acto de crear y que además y por lo mismo,  traiciona o adormece justamente lo sensible y crítico de una poética que mantiene  una ética y una estética surgida de un impulso doloroso, feliz e  inevitable.  La democratización está  marcada también por una proliferación de escrituras y escritores que entran a  este juego de mercado produciendo así   una gran confusión entre lo que es entretención y lo que es arte y sus  distintos públicos y escenarios.  También  se ha desarrollado una escritura inocua que no hace parte de la entretención,  pero que ahoga bajo el torrente de las palabras a un habla neutra y  esteticista, que no dice nada ni alerta sobre los peligros que nos circundan,  que no permite la introducción de una mirada crítica o la presencia del  silencio, de los sentidos o de cualquiera de aquellas ‘nimiedades’ que nos  permiten seguir siendo creadores. Y no se piense que digo ésto desde un lugar  soberano, sino más bien desde un agujero profundo donde no alcanzo a entender  por qué todo se ha achatado hasta el punto en que emitir una opinión disidente  frente al mar consensual puede convertirse en un acto temerario.  Lo mismo sucede cuando se escribe distinto a  lo definido como contemporáneo o post-moderno. Es decir, cuando no se acata ‘al  pie de la letra’ la moda imperante.  Se han  desarrollado también camarillas de enjuiciadores que aplican su criterio sobre  principiantes, aficionados y escritores de trayectoria reconocida sin hacer  distinción alguna entre ellos, desvirtuando así intencionalmente el trabajo  serio y continuado de quienes vienen desarrollando durante años su  poética.  El tráfico de influencias se ha  convertido en un arte y los poetas no quedamos fuera de ésto si tenemos la  intención de acceder a estos fondos, aunque generalmente uno se agote en el  intento, por inepta, ignorante e ineficiente en el rubro de la sumisión o  adaptación a lo políticamente correcto.   Todo lo anterior, resulta entonces un contrasentido profundo a lo que  yo, al menos, entiendo por poesía o acto creativo.  Hablo por supuesto de generalidades y no, de  las dignas excepciones.
        Escribir es un acto de libertad y resistencia.  Para algunos se convierte en un acto  subversivo, porque ver o disentir son en sí mismos actos peligrosos.  Publicar es ya otra cosa. En Chile, las  grandes editoriales, es decir las transnacionales, no suelen interesarse por  aquellos textos que no signifiquen ventas contundentes.  La mayoría, aunque no todas, las pequeñas  editoriales o editoriales independientes, publican en forma bastante irregular  y no mantienen líneas definidas.  El  problema principal de éstas últimas, salvo destacadas excepciones, es la  distribución, debido a la dificultad que conlleva el entregar libros en  concesión a librerías que no siempre pagan o pagan en  plazos extremadamente diferidos. Entonces, ¿qué  pasa con ese número de libros que se publica?: o vegetan en editoriales o son  comprados de a poco por los mismos autores que luego los regalan a quienes  tienen interés en ellos.  Este es un modo  libre y silencioso de circular, lento pero quizás más efectivo.  Y, por qué no, para algunos este puede ser el  modo más interesante de sobrevivencia y quizás sea la razón por la cual cierta  poesía mantiene su independencia. Esta extrañeza del sistema  comercial-publicitario, es a la vez un pozo fértil para la creación.
          
          Constato, entonces, que en Chile la poesía sigue viva y  en buen estado físico.  Los libros son  leídos no sólo por aquel que los compra en la librería o lo obtiene  directamente del autor o lo arrienda en las incipientes y nuevas bibliotecas  estatales, sino por el que además lo consigue entre sus amigos y cercanos.  Las lecturas poéticas y las performáticas muchas  veces están llenas de público.  La figura  de el o la poeta sigue siendo de importancia incluso para los políticos, aunque  estos últimos sólo los y las usen como adorno de buen gusto tanto en los  discursos como en los comités y en las reuniones.   Por lo demás, en Chile se sigue diciendo que  somos país de poetas, aunque éstas y éstos no se adapten a las reglas del libre  mercado. Por suerte sabemos que los y las poetas no necesitan de grandes cosas  materiales para escribir. Basta con que posean lecturas a su haber, un lenguaje  propio, una mirada aguda, una obsesión, y una inclaudicable curiosidad y deseo  de decir algo.  Y, por supuesto, un  computador o un lápiz y papel.  Y  palabras, muchas y precisas.  Para ésto,  no se necesita la ayuda formal de nadie aunque sea necesario financiar la vida,  cosa que en Chile al menos, la mayoría de los poetas realizan por intermedio de  actividades normalmente ajenas a la poesía.   Lo que sí me parece indispensable, es que el sistema pueda, a pesar del  riesgo económico implícito, instalar políticas editoriales claras y constantes  que reconozcan la importancia de imprimir y difundir la complejidad del  sentido, el espacio de las posibilidades latentes, la capacidad de la palabra  para modificar el entorno, para resquebrajar las certezas y para ampliar la  mirada;  es necesario también, reconocer  la potencia visionaria de la palabra y abrir espacios para el diálogo poético y  su circulación (revistas, foros, encuentros, lugares de conversación, lectura,  etc…); reconocer la importancia de la poesía como un instrumento de búsqueda,  conciencia y cuestionamiento enriquecedor que logra modificar políticas  concretas en el sistema educativo induciendo al estudiante a ver en el lenguaje  una herramienta que le permite pensar más amplia, profunda y libremente, y en  la poesía a un mundo de conocimientos y percepciones; de viajes y sueños.  En fin, todas cosas concretas, en el supuesto  caso de que a la poesía se le otorgase lugar y dignidad en el desarrollo de un país  que busca reconocerse, crecer y crear.   Porque  a simple vista, como ya lo  hemos dicho,  parece ser que la sociedad  chilena actual, asigna a la poesía el lugar de un objeto de lujo, de adorno  para ciertos eventos, como si fuese ésta un traje bello y elegante que de vez  en cuando se debe lucir.  Y sin embargo,  pienso que lo poético, es, ni más ni menos, el ojo vivo de un pueblo, un  termómetro al cual se le debiera prestar la debida atención para así detectar  la fiebre que acosa al enfermo.  Hay en  cierta forma una complacencia nacional que impide que miremos de frente y con  humildad nuestra real y material precariedad, nuestras necesidades, nuestras  pequeñas maravillas y grandes cataclismos (que como Uds. saben, quedó no hace  mucho, en desnuda evidencia).  Se cree,  hoy más que nunca, que todo se puede solucionar a través de números claros y  exactos.  En otras palabras, el sistema  imperante en Chile no se lleva bien con la poesía libertaria y mantiene con  ella una lucha solapada, apartando de sí la capacidad de asombro por peligrosa,  soñadora y dañina.  ¿Cuál de las dos  fuerzas es entonces más fuerte?   Pareciera ser que el sistema gana la batalla, silenciando el grito,  convirtiéndolo cuando es necesario en show, en vitrina, en moda.  Pero pienso que a la larga, la poesía  despierta el ojo interior y exterior y resquebraja el conformismo  adormecedor.  Su marca penetra por  intersticios apenas perceptibles, pero se abre camino.  Permanece.   Tarde o temprano, emerge con toda su fuerza.  Se cuela por las fisuras del sistema, se  apodera de los enfermos y los obliga a detenerse, como si fuese un monstruo  marino aplastado por el peso de las oscuras aguas.  Su visión se hace real y la palabra nos  devuelve el sentido y la belleza.  La  capacidad de soñar y saber.
        En resumen, en tiempos de dictadura le exigíamos a la  poesía y al poeta dar cuenta de una realidad.   El cómo no siempre importaba, por lo que mucho de lo escrito entonces  bajo ese espíritu, no pasó de ser un buen y necesario testimonio. La poesía  existió como una especie de "caballo de Troya", que se pensaba lo  abarcaba todo.  En el período  post-dictadura , cuando las fauces del caballo abrieron su enorme vientre, su  existencia fue percibida nuevamente como algo inquietante y peligroso, aunque  esto no se vocee ni publique.  Pasado el  primer momento de la euforia, y sin un enemigo común palpable y un creciente  predominio de la ley del más fuerte, del individualismo y el éxito, la poesía  pasó a hablar en voz baja. Los ‘arreglines’ y los compromisos pasaron a ser pan  de cada día, así como también el deseo de instalarse como figura estelar.  Los y las poetas, se confunden con los  caballos de carrera y compiten por llegar a metas imaginarias.  Así, se alejan cada vez más del espinoso y  solitario camino de la búsqueda y de su rol de espectador activo.  Así también, desaparece ese espacio desde  donde era posible mirar en medio del mare magnum del estrellato ficticio y de  turno.  El autismo se impone, el diálogo  tiende a cero y los discursos se fragmentan.   No hay, salvo excepciones,   complicidad maravillosa, sólo conspiraciones suicidas. Esto, agregado al  pueril concepto de desarrollo ilimitado, rey y señor de los conceptos actuales  en nuestra sociedad,  han logrado vestir  a cierta poesía con un vestido de futilidad transparente que se mueve al ritmo  del baile en los salones, siguiendo el vientecillo del general  contentamiento.  Es el dominio de la  confusión.
        Me pregunto entonces, ¿cómo es que la poesía se casó con  el concepto de desarrollo salvaje? Creo, como algunos otros, que la poesía  guarda una relación férrea entre lo ético y lo estético porque sólo así podremos  hablar de ella como algo significativo, bello y   vivo.   Esto, sin lugar a dudas,  deja en claro por qué la poesía ha quedado excluida del prisma actual de la  historia humana que hoy por hoy determina el valor de las cosas, al menos  parcialmente, por su grado de novedad, tal y como quieren hacernos creer los  poderosos medios de comunicación y las políticas culturales.  Esto es un contrasentido. Si el arte avanzase  hacia algún lado, este se volvería tan prescindible como aquellas infinitas  teorías económicas, políticas, científicas y guerreras que se han sucedido una  tras otra en el tiempo. Lo poético dialoga de igual a igual no sólo con otras  culturas sino también con otras épocas.   No hay mejor o más hermoso o más estremecedor o interesante o visionario  que aquello que fue escrito hace 100, 500, 1000 o 5000 años.   Lo que hoy se escribe revela en sí mismo  todo el caudal de lo que vino antes, sea esto resultado de un acto de  continuación o de ruptura.  La poesía y  los poetas, pienso, deben mantenerse fuera de la idea del ‘progreso’, entendido  como la bandera izada del ya manido concepto de ‘modernidad’ que aún nos mantiene  atrapados, y de esa idea que consolida y valida un sentimiento de urgencia  permanente por lo actual.  El buen verso  adquiere su valía por derecho propio, y es eso justamente lo que lo hace  urticante al no dejarse opacar, ni moldear, ni tragar a menos que se lo mastique  una y otra vez hasta que nos conmueva y remeza de raíz.  La buena poesía, la de siempre y la actual,  está en perpetua transformación gracias a su lector, el cual necesariamente  trae consigo una carga y un ojo propio y encuentra en ella su viaje  exploratorio y de conocimientos.  Y es en  esta dupla, lector-poeta, donde radica el monstruo que despierta en cualquier  minuto e irrumpe con su fuerza.  Este es  el nudo explosivo que interrumpe el contentamiento del mundo dado una y otra  vez y que hace temblar a los amantes de la claridad y el consenso.  La inquietud, la pregunta huacha, la  sensibilidad y el pensamiento que puede despertar un buen poema en un buen  lector, es necesariamente amenazante para un status quo instalado.
          
          Durante estos últimos años, han habido textos  ineludibles y, créanme, estos han pasado desapercibidos para la mayoría de los  posibles lectores y también para los medios de difusión periodística.  Esto no es completamente cierto para revistas  universitarias o de la   Biblioteca Nacional.   Pero estas son revistas de circulación limitada, generalmente  restringidas a su propio ámbito.  Se han  reeditado textos importantes, se han publicado antologías personales de casi  todas y todos nuestros buenos poetas. Y, ¿quién ha dicho algo?  La crítica periodística se ha abocado en su  mayoría a ponerle nota a algunos poemarios o hacer clasificaciones  irrisorias.  No han conformado urdimbres  que den cuenta de una textualidad nacional o latinoamericana, no se  las han jugado por aventura alguna.  Entronizando a algunos y hundiendo a otros,  han construido una pirámide precaria que no se sostiene sobre ninguna  coordenada analítica.  Han dividido en  categorías todo lo categorizable (poesía lárica, femenina, joven, mapuche,  marginal, gay, etc…) siguiendo los facilismos de una gran parte de la crítica  norteamericana, a la vez que evitan leer los unos con los otros para descubrir  los hilos del entramado que nos dicen e iluminan crítica y sensiblemente. Los  libros nuevos brillan el día de su lanzamiento y luego caen sin paracaídas al  abismo.  La selva poética es cada vez más  abundante y no hay luz para penetrarla salvo para aquellos ávidos de aventura y  llenos de insaciables deseos.  Búsqueda  frenética, excepto en algunas contadas librerías, los libros de poesía brillan  por su ausencia. 
          
          La poesía resiste y hace un camino silencioso, repta  como las serpientes, sisea como las serpientes y escucha quien quiere o puede  escuchar.  Ese, a fin de cuentas, parece  ser el camino verdadero y único de la poesía, y de ahí su fuerza y poder de  encantamiento, por lo que a pesar de todo lo que podamos decir de la crítica,  de las editoriales o las publicaciones y del sistema de becas y financiamientos  estatales hasta ahora, la poesía late su vida   animal a pesar de todo.  Su camino  sigiloso es imposible de aplastar y va adquiriendo adeptos borrachos a lo largo  de sus huellas marcadas en el desierto, los hace cruzar ciudades y mirar,  conocer, observar, sentirse otros, poderosos, vivos. Testigos fieles de sí  mismos y del entorno. Libres.
          
          Ahora que la infante democracia nuestra ha votado por  una supuesta derecha renovada, resta esperar y ver.  Me huelo que el camino descrito anteriormente  se agudizará. Como durante todas las crisis o profundización de las  contradicciones, es posible, sólo posible, que encontremos como sociedad, el  camino de vuelta hacia lo realmente significante e indeleble en la palabra  poética y su temblor tenga una oportunidad de restablecerse e incrustar su peso  en los ojos de los ciudadanos.
        Lamentable pero cierto.
        
          
             1997- 2010