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A. RIMBAUD: CARTA A LOS AMIGOS Y OTRAS CARTAS

traslapes de andrés ajens



I

 

 

Génova, domingo 17 de noviembre del [18]78.

Chers amis,

Al llegar esta mañana a Génova recibo sus cartas. Un pasaje a Egipto vale un ojo de la cara y no hay caso de conseguirlo más barato. Parto el lunes 19, a las nueve de la noche. El barco llega a fin de mes.

Sobre cómo llegué hasta aquí, les cuento que fue bien accidentado y de tanto en tanto me vi refrescado por clima de la estación. En línea recta de las Ardenas a Suiza, al intentar pasar a buscar, desde Remiremont, la correspondencia alemana en Wesserling(1) , tuve que atravesar los Vosgos; primero en diligencia y luego a pie, porque ninguna diligencia podía ya circular con cincuenta centímetros de nieve y una tormenta ad portas. Pero la verdadera hazaña prevista era el paso del monte Gotardo, que a estas alturas del año ya no se hace en carruaje.

En Altdorf, en la punta meridional del lago de los Cuatro Cantones, que se bordea en un barco a vapor, comienza la ruta del Gotardo. En Amsteg, a unos quince kilómetros de Altdorf, el camino empieza a encaramarse y a dar vueltas al modo alpino. Desaparecen los valles; lo único que hacemos es dominar los precipicios, por encima de los bordes decamétricos del camino. Antes de llegar a Andermatt, se pasa por un lugar especialmente repelente, llamado el Puente del Diablo -menos hermoso, sin embargo, que la Via Mala del Splügen, de la cual ustedes tienen una reproducción en casa. En Göschenen, un villorrio transformado en pueblo por la afluencia de obreros, se ve al fondo de la quebrada la apertura del famoso tunel, y los talleres y las cantinas de la empresa. Por lo demás, todo este lugar, de aspecto tan feroz, está muy trabajado y es muy trabajador. Si no se ven trilladoras a vapor en la quebrada, por todas partes se oye el ruido de la sierra y de la picota sobre la altura invisible. Huelga decir que la industria del lugar se deja sobre todo ver en pedazos de madera. Hay muchas excavaciones mineras. Los posaderos ofrecen formas minerales más o menos curiosas, que el diablo, según dicen, viene a comprar a la cima de las colinas y después las revende en la ciudad.

Luego, en Hospital me parece, comienza la verdadera subida: al principio, apenas una escalada, por atajos, luego unas planicies o simplemente el camino de carros. Entenderán que no siempre se puede seguir este último, que sólo asciende en zig-zag o por desniveles muy suaves, porque tomaría un tiempo infinito, teniendo en cuenta que hay cuatro mil 900 metros de ascenso por cada cara, y aun un poco menos, vista la altura en torno.

Tampoco se asciende a la bruta; se siguen subidas regulares o ya abiertas. La gente que no está familiarizada con el espectáculo de las montañas aprende además que una montaña puede tener diversos picachos, pero que un picacho no es la montaña. La cima del Gotardo tiene, pues, una extensión de varios kilómetros.

La ruta, de apenas seis metros de ancho, tiene todo el lado derecho tapado por un desprendimiento de nieve de alrededor de dos metros de alto que, a cada instante, arroja sobre el camino una franja de un metro por la cual hay que ir abriéndose paso en medio de una insoportable tormenta de granizo. Voici! Ni una sombra arriba, debajo ni alrededor, aunque estemos rodeados de objetos enormes; ni camino, ni precipio, ni quebradas ni cielo: nada salvo blanco para soñar, para tocar, para ver o no ver, porque es imposible levantar la vista con el enredo blanco que uno cree es el medio del sendero. Imposible levantar la nariz con un viento tan cargante, las pestañas y los bigotes llenos de estalactitas, la oreja desgarrada, la garganta hinchada; sin la sombra que cada cual es, y sin los postes del telégrafo que siguen la supuesta ruta, uno estaría tan confundido como un chincol en un horno.(2)

Aquí hay que abrirse paso entremedio de un metro de nieve durante poco más de un kilómetro. Desde hace rato ya ni se ven las rodillas. Es acalorante. Urgidos, porque en una media hora la tormenta puede sepultarnos sin mayor esfuerzo, con gritos nos damos ánimo (nunca se sube completamente solo sino en lotes). Al fin un punto de apoyo: el tazón de agua salada cuesta un franco cincuenta. En marcha. Pero el viento se encaraja y el camino se llena doblemente de nieve. Hay aquí un convoy de trineos y un caballo en el suelo, casi cubierto por la nieve. Pero la ruta se pierde. ¿Por qué lado de los postes es? (Sólo hay postes por un lado). Nos desviamos, nos hundimos hasta las costillas, hasta los hombros... Una sombra pálida detrás de una excavación: es el hospicio del Gotardo, establecimiento civil y hospitalario, construcción feúcha eso sí de pino y piedras; un mini campanario. Al tocar la campanilla, te recibe un joven turnio; subimos a una pieza baja y mugrienta donde te invitan gratis pan y queso, sopa y una copa de aguardiente. Se ven esos hermosos y grandes perros amarillos cuya historia es bien conocida. Luego llegan, medio muertos, los rezagados de la montaña. Al atardecer somos unos treinta, repartidos, después de la sopa, sobre unos colchones duros y bajo unas mantas de menos. Durante la madrugada escuchamos a los anfitriones exhalar en cánticos sagrados su placer de robar un día más a los gobiernos que subvencionan su pocilga.

Por la mañana, después del pan-queso-aguardiente(3), fortificados por esta hospitalidad gratuita que se puede prolongar tanto como la tempestad lo permita, partimos: esta mañana, con sol, la montaña está maravillosa: sin viento, todo en bajada, por los atajos, con saltos, con descensos kilométricos que te llevan a Airolo, al otro lado del túnel, donde la ruta retoma su carácter alpino, circular y estrecho, pero en bajada. Es la región del Tessin.

La ruta está nevada hasta más de treinta kilómetros del Gotardo. A sólo treinta kilómetros, en Giornico, el valle se enancha un poco. Algunos comienzos de viñas y algunos manchones de pasto, abonados cuidadosmente con hojas y otros detritos de pino que habrán servido antes de pajares. Por el camino desfilan cabras, bueyes y vacas cenicientos, chanchos negros. En Bellinzona hay una importante feria de estos animales. En Lugano, a veinte leguas del Gotardo, uno toma el tren y va del agradable lago de Lugano al agradable lago de Como. Después, trayecto conocido.

Je suis tout à vous, je vous remercie et dans une vingtaine de jours vous aurez une lettre.

.............. ................. Votre ami.

 

 

II

CARTA AL DIRECTOR DE "LE BOSPHORE ÉGIPTIEN"(4)



El Cairo, (20) de agosto de 1887.

Monsieur,

De vuelta de un viaje a Abisinia y a Harar, me permito enviarle las siguientes notas acerca de la actual situación de esa región. Me parece que aportan ciertas informaciones inéditas y, en lo que respecta a las opiniones vertidas, ellas provienen de una experiencia de siete años de estadía en dichos pagos.

Como se trata de un viaje circular entre Obock, la región de Choá, Harar y Zeila, permítame explicarle que llegué a Tadyurá a comienzos del año pasado con el propósito de formar allí una caravana en dirección a Choá.

Mi caravana se componía de varios miles de fusiles y de un encargo de diversos útiles y provisiones para el rey Melenik de Choá. Estuvimos retenidos un año entero en Tadyurá por los danakiles, quienes con todos los viajeros hacen lo mismo: les permiten el acceso a sus rutas únicamente después de haberlos exprimido al máximo. Otra caravana, cuyas mercaderías habían sido desembarcadas en Tadyurá junto con las mías, a duras penas logró ponerse en marcha al cabo de quince meses y los mil Remington traídos por el finado Soleillet en esa misma fecha todavía yacen, después de diecinueve meses, bajo el único grupo de palmeras del pueblo.

A seis cortas jornadas de Tadyurá -lo que equivale a cerca de sesenta kilómetros-, las caravanas bajan al lago salado por senderos imposibles que recuerdan la imaginada desolación de los paisajes lunares. Al parecer, actualmente se estaría formando allí una sociedad francesa para explotar la sal.

La sal existe, claro, en extensiones inmensas y talvez bastante profundas, aunque no se han hecho aún las prospecciones del caso. Los análisis probablemente la declararían químicamente pura, pese a que se encuentra depositada sin filtraciones al borde del lago. Pero es harto dudoso que la venta cubra los gastos de apertura de una vía para la instalación de un transporte entre la playa del lago y la del golfo de Goubbet-Kerab, -siendo los gastos de personal y mano de obra excesivamente altos, dado que todos los trabajadores tendrían que ser traídos de otra parte, pues los beduinos dankalis no trabajan-, más los gastos de mantención de una patrulla armada para protejer las operaciones.

En lo que respecta a las ventas hay que observar que la importante salina de Cheikh-Othman, instalada cerca de Adén por una sociedad italiana en condiciones muy ventajosas, parece que todavía no encuentra una salida comercial para las montañas de sal que tiene acumulada.

El Ministerio de la Marina otorgó esta concesión a los solicitantes, antiguos comerciantes de la región de Choá, a condición de conseguir el visto bueno de los jefes de la costa y del interior interesados. El Gobierno [francés] además se reservó un derecho de impuesto por tonelada y fijó una cuota de explotación liberada para los nativos. Los jefes interesados son: el sultán de Tadyurá, quien supuestamente es propietario de algunos macizos rocosos en los alrededores del lago (tiene buena disposición para vender sus derechos); el jefe de la tribu de los debné, quien ocupa nuestra ruta, del lago a Herer(5) ; el sultán Loita, que recibe del Gobierno francés un pago mensual de 150 táleros por molestar lo menos posible a los viajeros; el sultán Hanfaré de Ausa, quien puede conseguirse sal en otras partes, pero pretende tener derechos sobre todos los territorios danakiles; y, por último, Melenik, a quien la tribu debné y otras entregan varios miles de camellos cargados de sal cada año, probablemente poco menos de mil toneladas. Melenik le reclamó al Gobierno cuando se enteró de los movimientos de la sociedad y de la entrega de la concesión. Pero la parte reservada de la concesión alcanza de más para el tráfico de la tribu de los debné y para cubrir las necesidades culinarias de la región de Choá, dado que la sal en granos no se usa como moneda en Abisinia.

Nuestra ruta es conocida como la ruta Gobat, por el nombre de su decimoquinta parada, donde normalmente pastan los rebaños de los debné, nuestros aliados. Esta ruta tiene aproximadamente 25 paradas, hasta Herer, a través de los parajes más sórdidos de este rincón de Africa. Es muy peligrosa dado que los debné, tribu pobrísima que hace los transportes, están todo el tiempo en guerra: a la derecha con las tribus mudeitas y asa-imara y, a la izquierda, con los isas somalíes.

En Herer, unos pastizales situados a alrededor de 800 metros de altura, a aproximadamente sesenta kilómetros de los faldeos de la meseta de los Itus Gallas, los danakiles y los isas apacentan sus rebaños, normalmente en estado de neutralidad.

De Herer se llega al río Hawach en ocho o nueve días. Melenik decidió establecer un puesto armado en las planicies de Herer para proteger las caravanas; este puesto, al parecer, está conectado con los puestos abisinios de los montes Itus.

El representante del rey de Harar, el dedyazmache Mekunen, despachó de Harar a Choá, vía Herer, los tres (millones) de cartuchos Remington y otras municiones que los representantes ingleses habían dejado abandonadas en manos del emir Abdulaí cuando se produjo la evacuación egipcia.

Toda esta ruta fue estudiada por primera vez desde un punto de vista astronómico por el señor Jules Borelli, en mayo de 1886, y ese trabajo fue geodésicamente completado por la topografía que estableció en su reciente viaje a Harar, en un sentido paralelo a los montes Itus.

Llegando al río Hawach uno se asombra al pensar en los proyectos de canalización de ciertos viajeros. ¡El pobre Soleillet había mandado construir en Nantes una embarcación especial a ese objeto! El Hawach es una especie de canal estrecho, tortuoso y a acada rato obstruido por rocas y árboles. Yo lo atravesé en varios sitios, a varios centenares de kilómetros entre sí, y resulta más claro que el agua que es imposible navegarlo ni siquiera en tiempos de crecidas. Además está rodeado de bosques y desiertos, alejado de los centros comerciales y no se topa con ruta alguna. Melenik mandó a hacer dos puentes sobre el río Hawach; uno, en la ruta de Antoto a Gurañé y el otro en la de Ankober a Harar, vía los montes Itus. Son unas simples pasarelas de troncos para que pasen los rebaños durante las lluvias y las crecidas y, con todo, son trabajos importantes en Choá.

A la llegada a Choá, sacando las cuentas, el transporte de mis mercaderías -cien cargas de camello- me costó ocho mil táleros (es decir, ochenta táleros por camello en una ruta de solamente 500 kilómetros). Esta proporción no tiene comparación con ninguna otra de las rutas de caravanas africanas, pese a que me desplazaba gastando lo menos posible y teniendo ya una larga experiencia en estas regiones. Desde todo punto de vista, tal ruta es desastrosa. Felizmente, está siendo reemplazada por la ruta de Zeila a Harar y de Harar a Choá por los montes Itus.

Melenik se encontraba todavía en campaña en Harar cuando llegué a Farré, puesto de llegada y partida de caravanas y límite de la raza dankalí. Rápidamente llegó a Ankober la noticia de la victoria del rey, de su entrada a Harar y el anuncio de su regreso, que le tomó unos veinte días. Entró a Antoto precedido por músicos que tocaban a todo dar las trompetas egipcias halladas en Harar, seguido por sus tropas y su botín, en el cual sobresalían dos cañones Krupp transportados cada uno por ochenta hombres.

Desde hacía rato Melenik tenía ganas de tomarse Harar, donde pensaba que hallaría un arsenal formidable; había prevenido incluso a los agentes franceses e ingleses de la costa. En los últimos años, las tropas abisinias asolaban regularmente los montes Itus; finalmente, terminaron por instalarse. Por otro lado, el emir Abdulaí, después de la partida de Raduán-Pacha con las tropas egipcias, organizó un pequeño ejército y soñaba con ser el Madhi (mesías) de las tribus musulmanas del centro de Harar. Le escribió a Melenik reivindicando la frontera del río Hawach y presionándolo para que se convirtiese al Islam. Habiéndose acercado un destacamento de avanzada abisinio a unos cuantos kilómetros de Harar, el emir envió a algunos turcos a su servicio, premunidos de cañones, para dispersarlos: los abisinios fueron derrotados, pero Melenik mismo se puso en marcha, desde Antoto, con unos treinta mil guerreros. El encuentro tuvo lugar en Shalanko, a sesenta kilómetros al oeste de Harar, allí donde Nadi Pacha había derrotado cuatro años antes a las tribus gallas de los meta y de los oborra.

El enfrentamiento duró apenas un cuarto de hora, dado que el emir contaba únicamente con algunos cientos de Remington y el resto de su tropa combatía con arma blanca. Sus tres mil guerreros fueron despachados en un dos por tres por los del rey de Choá. Alrededor de 200 sudaneses, egipcios y turcos, que se habían quedado con Abdulaí después de la evacuación egipcia, perecieron junto a los guerreros gallas y somalíes. Fue eso lo que, a la vuelta, hizo que los soldados de Choá, que jamás habían matado hombres blancos, dijeran que traían los testículos de todos los franchutes de Harar.

El emir logró arrancar a Harar, desde donde partió esa misma noche a refugiarse donde el jefe de la tribu de los guerrires, al este de Harar, en dirección de Berbera. Melenik entró algunos días después sin resistencia a Harar y, habiendo dejado sus tropas fuera de la ciudad, no hubo pillaje de ningún tipo. El monarca se limitó a castigar con un impuesto de 75 mil táleros a la ciudad, a confiscar -de acuerdo al derecho de guerra abisinio- los bienes muebles e inmuebles de los vencidos muertos en batalla y a ir él mismo a sacar de las casas de los europeos y del resto todos los objetos que se le vino en gana. Hizo que se le entregasen todas las armas y municiones que había en la ciudad -propiedad del gobierno egipcio- y regresó a Choá, dejando a tres mil de sus fusileros acampando en una altura cercana a la ciudad y entregando la administración de la misma al tío del emir Abdulaí, Alí Abú Beker (a quien los ingleses, en el momento de la evacuación, se lo habían llevado a Adén, soltándolo luego, y a quien su sobrino mantenía como esclavo en su casa).

Ocurrió, poco después, que la gestión de Alí Abú Beker no fue del agrado de Mekunen, el general delegado de Melenik, el cual bajó a la ciudad con sus tropas, las alojó en las casas y las mezquitas, tomó preso a Alí y se lo mandó encadenado a Melenik.

Los abisinios transformaron la ciudad en una cloaca horrible; destruyeron las moradas, hicieron pebre las plantaciones, tiranizaron a la población de la manera que los negros saben hacerlo entre ellos y Melenik continuó enviando desde Choá tropas de refuerzo y gran cantidad de esclavos; el número de abisinios actualmente acantonados en Harar debe ser alrededor de doce mil, de los cuales cuatro mil son fusileros armados con Remongton hasta los dientes.

La recolección de impuestos en el territorio galla de los alrededores se efectúa a través de razzias en que los pueblos son incendiados, los animales robados, la gente apresada y llevada como esclavos. Mientras el gobierno egipcio sacaba de Harar -sin mayor esfuerzo- ochenta mil libras, la caja abisinia está permanentemente vacía. Los ingresos de los gallas -de la aduana, del correo, del mercado- y las demás entradas son constantemente objeto de pillaje por parte de cualquier picante. La gente de la ciudad emigra, los gallas ya no cultivan sus tierras. Los abisinios se han devorado en unos pocos meses las provisiones de granos dejados por los egipcios, que podían alcanzar para varios años. El hambre y la peste son inminentes.

El movimiento de este mercado, cuya posición es bastante importante como salida comercial de los gallas más cercanos de la costa, ha llegado a ser nulo. Los abisinios prohibieron el uso de las antiguas piastras egipcias que hasta entonces servían como monedas divisoras de los táleros Marie-Thérèse, en beneficio exclusivo de una cierta moneda de cobre que no tiene valor alguno. Sin embargo, en Antoto vi algunas piastras de plata que Melenik hizo fundir con su imagen y que se propone poner en circulación en Harar para resolver de una vez por todas el lío de las monedas.

Melenik querría conservar Harar en tanto posesión suya, pero se da cuenta que es incapaz de administrar la comarca de manera de obtener un ingreso significativo y sabe que los ingleses no han visto con buenos ojos la ocupación abisinia. En efecto, se dice que el gobernador de Adén, quien siempre se las ha jugado por el desarrollo de la influencia británica en la costa somalí, estaría haciendo todo lo posible para convencer a su gobierno de ocupar Harar si los abisinios la evacuaran, lo que podría ocurrir tras una hambruna o tras complicaciones en la guerra del Tigré.

Por su parte, los abisinios que están instalados en Harar cada mañana creen ver aparecer las tropas inglesas a la vuelta de las montañas. Mekunen le escribió a los agentes políticos ingleses en Zeila y en Berbera que no se les ocurriera mandar sus soldados a Harar; estos agentes hacían escoltar cada caravana con algunos soldados nativos.

El gobierno inglés, como respuesta, gravó con un impuesto del cinco por ciento la importación de táleros a Zeila, Bulbar y Berbera. Esta medida contribuirá a hacer desaparecer el efectivo, ya muy escaso, en Choá y Harar, y es harto difícil que favorezca la importación de rupias que nunca han podido introducirse en estas regiones y que los ingleses también han gravado, no se sabe por qué, con un impuesto de un cinco por ciento de importación por esta costa.

Melenik se enojó muchísimo con la prohibición de importación de armas en las costas de Obock y Zeila. Tal como Joannes soñaba con tener un puerto marítimo en Masoah, Melenik, pese a estar relegado lejos al interior, se pavonea declarando que pronto poseerá una salida al golfo de Adén. Le escribió al sultán de Tadyurá, desgraciadamente después de la instalación del protectorado francés, proponiendo comprarle su territorio. Al entrar a Harar se declaró soberano de todas las tribus hasta la costa y le dio órdenes a su general Mekunen de no perder la oportunidad de apropiarse de Zeila; sólo cambió sus intenciones gracias a que los europeos le hablaron de artillería y de naves de guerra. Recientemente le escribió al gobierno francés solicitándole la cesión de Ambado.

Es sabido que la costa, desde el final del golfo de Tadyurá hasta más allá de Berbera, fue repartida entre Francia e Inglaterra de la manera siguiente: Francia conserva el litoral desde Gubbet Keratb hasta Dyibuti, un cabo situado a una docena de millas al noroeste de Zeila, y una franja de territorio de no sé cuántos kilómetros hacia el interior, cuyo límite con el territorio inglés está constituido por una línea imaginaria de Dyibuti a Ensa, tercer puesto en la ruta de Zeila a Harar. Tenemos, pues, una conexión con la ruta de Zeila a Harar. Ambado, cuya posesión es actualmente una de las ambiciones de Melenik, es una caleta cercana a Dyibuti, donde el gobernador de Obock hace tiempo mandó a poner una bandera tricolor que el representante inglés en Zeila obstinadamente se encargaba de retirar, hasta que las negociaciones llegaron a su fin. Ambado está sin agua, pero Djibuti tiene buenas fuentes, y de las tres paradas que unen nuestra ruta hasta Ensa, dos tienen agua.

En resumen, será posible formar caravanas en Dyibuti apenas hayan algunos establecimientos provistos de las mercaderías nativas y alguna tropa armada. El sitio hasta ahora está completamente desierto. Huelga decir que debe ser dejado como puerto franco si se quiere que le haga la competencia a Zeila.

Zeila, Berbera y Bulhar permanecen en manos de los ingleses, así como la bahía de Samawanak, en la costa gadibursí, entre Zeila y Bulhar, lugar donde el último agente consular francés, M. Henry, había hecho izar la tricolor; la tribu gadibursí misma había pedido nuestra protección, de la cual goza hasta hoy. Todos estos cuentos de anexiones y protecciones han mantenido harto excitado el ánimo de la gente los dos últimos años.

El sucesor del agente francés fue el señor Labosse, cónsul de Francia en Suez, enviado como interino a Zeila para apaciguar los ánimos. Actualmente hay alrededor de cinco mil somalíes protegidos por los franceses en Zeila.

Las ventajas de la ruta a Abisinia vía Harar son grandes. Mientras que por la ruta dankalí únicamente se puede llegar a Choá tras un viaje de cincuenta a sesenta días a través de un desierto horroroso y en medio de mil peligros, Harar -contrafuerte bien avanzado del macizo etíope meridional- está separado de la costa sólo por una distancia que se cubre fácilmente en unos quince días de caravana.

La ruta es muy buena; la tribu isa, acostumbrada a hacer transportes, es bastante conciliadora y gracias a ella no hay peligro con las tribus vecinas.

De Harar a Antoto [Adis-Abeba], actual sede de Melenik, hay unos veinte días de camino a través de la meseta de los montes Itus gallas, a una altura promedio de dos mil quinientos metros. Los víveres, los medios de transporte y la seguridad están allí asegurados. En total, toma un mes el viaje entre nuestra costa y el centro de Choá, pero la distancia a Harar se hace apenas en doce días; más allá de las invasiones, ese lugar está destinado a constituirse en la salida comercial exclusiva de la región de Choá y de todos los pueblos gallas. Melenik mismo se dio cuenta de tal modo de las ventajas de la ubicación de Harar que, a su vuelta, teniendo la idea de construir ferrocarriles (idea que los europeos a menudo han tratado de meterle en la cabeza), se puso a buscar a alguien a quien darle la comisión o la concesión de la vía férrea de Harar hasta el mar. Al acordarse de la presencia de los ingleses en la costa, ¡se alegró muchísimo! Inútil decir que, en caso de que eso llegara a ocurrir (y ocurrirá en un futuro más o menos cercano), el gobierno de Choá no pondrá un peso para gastos de operación.

Melenik carece totalmente de fondos, pues todo el tiempo permanece en la más completa ignorancia (o descuido) de la explotación de los recursos de las regiones que ha sometido. En lo único que piensa es en fusiles que le permitan a sus tropas ir a hacer requisiciones a las tribus gallas. Los pocos comerciantes europeos que han subido a Choá le han vendido, en total, diez mil fusiles de cartuchos y quince mil de balas en los últimos cinco o seis años. Ello le ha bastado a los amharás para someter a los gallas de las cercanías, y el dedyache Mekunen, en Harar, se propone bajar a someter a los gallas hasta su límite sur, cerca de la costa de Zanzíbar. Para ello tiene la orden del propio Melenik, a quien le han hecho creer que podría abrir una ruta en esa dirección para importar armas. Y, por lo menos, podrían expandirse bien lejos, porque las tribus gallas no están armadas.

Lo que sobre todo empuja a Melenik a efectuar una invasión al sur es la vecindad molesta y la soberanía humillante de Joannes. Melenik dejó ya Ankober por Entoto. Se dice que quiere bajar al Dyimma Aba-Dyifar, el más floreciente de los pueblos gallas, para establecer allí su sede, aunque hablaba también de ir a fijarla a Harar. Melenik sueña con una permanente ampliación de sus dominios hacia el sur, más allá del río Hawach, y probablemente él mismo piensa emigrar del país de los amhara al país de los gallas nuevos, con sus fusiles, sus guerreros, sus riquezas, para fundar lejos del emperador un imperio meridional como el antiguo reino de Alí Alaba.

La gente se pregunta cuál es y cuál será la actitud de Melenik con respecto a la guerra italo-abisinia. Es evidente que su actitud estará determinada por la voluntad de Joannes, quien es su vecino inmediato, y no por las gestiones diplomáticas de gobiernos que están, para él, a una distancia infranqueable; gestiones que por lo demás él nunca llega a entender y de las cuales siempre desconfía. Melenik no está en condiciones de desobedecer a Joannes y éste, muy bien informado de las intrigas diplomáticas en las que se mete Melenik, podrá arreglárselas bien en cualquier caso. Ya le ordenó que escogiese sus mejores soldados y Melenik debió enviárselos a la sede del emperador en Asmara. Incluso, en el hipotético caso de un desastre, sería sobre Melenik que Joannes efectuaría su retirada. Choá, la única región amhara en manos de Melenik, no vale ni la décima quinta parte de lo que vale el Tigré. Sus otros dominios son todos pueblos gallas precariamente sometidos y le costaría muchísimo evitar una rebelión general en caso que se decidiera en una dirección u otra. No hay que olvidar tampoco que el sentimiento patriótico existe en la región de Choá y también en Melenik, por más ambicioso que sea; es improbable que vea una posibilidad de alcanzar honor u obtener ventajas escuchando los consejos de los extranjeros.

El actuará, por lo tanto, de modo de no comprometer su actual situación, ya bastante complicada y, como entre estos pueblos no se entiende ni se acepta nada que no sea visible y palpable, personalmente él sólo dará los pasos que su vecino le haga dar -su único vecino, es decir, Joannes, sabrá evitarle caer en tentaciones. Ello no quiere decir que no escuche con gusto a los diplomáticos; se embolsará lo que pueda sacarles y, cuando Joannes se entere, lo compartirá con él. Pero, insisto, el sentimiento patriótico general y la opinión del pueblo de Melenik no están completamente ausentes del asunto. No se quiere extranjeros, ni su influencia, ni su ingerencia, ni su presencia bajo ningún pretexto, ni en Choá ni en Tigré ni entre los gallas.

Habiendo rápidamente arreglado mis cuentas con Melenik, le solicité un letra de pago cobrable en Harar, pues estaba deseoso de hacer la nueva ruta abierta por el rey a través de los montes Itus, ruta hasta entonces inexplorada por donde había intentado vanamente internarme en los tiempos de la ocupación egipcia de Harar. En esa ocasión, Jules Borelli le pidió autorización al rey para hacer un viaje en esa dirección, y tuve entonces la oportunidad de viajar en compañía de nuestro amable y valiente compatriota, cuyos trabajos geodésicos sobre esta región, completamente inéditos, hice llegar enseguida a Adén.

Esta ruta comprende siete etapas más allá del río Hawach y doce del Hawach a Harar sobre la meseta Itu, región de magníficos pastizales, de espléndidos bosques y de un clima buenísimo, a una altura promedio de dos mil 500 metros. Los cultivos no están muy desarrollados y la población es poca -o quizás se ha apartado de la ruta por miedo a los pillajes de las tropas del rey. Con todo, hay plantaciones de café -los itus proporcionan la mayor parte de los varios miles de toneladas de café que se venden anualmente en Harar. Estos territorios, muy salubres y fértiles, son los únicos de Africa oriental apropiados para la colonización europea.

En lo relativo a negocios en Choá, por ahora no hay nada que importar, después de la prohibición del comercio de armas en la costa. Pero quien suba con unos cien mil táleros podría ocuparlos todo un año en compras de marfil y otras mercaderías, puesto que, a falta de exportadores, el dinero en efectivo ha llegado a ser escasísimo. Es una ganga. La nueva ruta es excelente y la situación política de Choá no se verá perturbada durante la guerra. A Melenik antes que nada le interesa mantener el orden en casa.

Agréez, Monsieur, mes civilités empressées.

............................. Rimbaud.


III

CARTA DICTADA A SU HERMANA ISABELLE(6)

 


Marsella, 9 de noviembre de 1891.

Un lote: un solo colmillo. (7)
Un lote: dos colmillos.
Un lote: tres colmillos.
Un lote: cuatro colmillos.
Un lote: dos colmillos.

Monsieur le Directeur

Me dirijo a Ud. para asegurarme de no haber dejado nada en sus manos. Deseo cambiar hoy este servicio, cuyo nombre ni siquiera conozco. En todo caso, que sea el servicio de Afinar. Tales servicios están en todas partes y yo, depuesto, en desgracia, nada puedo encontrar, el primer perro en la calle se lo dirá.

Envíeme pues el precio de los servicios de Afinar a Suez. Estoy completamente paralizado: por lo mismo deseo estar embarcado temprano. Dígame a qué hora he de ser llevado a bordo...





NOTAS

(1) Rimbaud, que entre 1875 y 1877 había estado en diversas ocasiones en Alemania -aprendiendo alemán en Stutgart, por ejemplo, en 1875-, habría estado en Alemania nuevamente a comienzos de 1878, probablemente en Hamburgo (para la "historia" de Rimbaud y sus alrededores nos remitimos a Bourguignon, J. y Houin, Ch., "Vie d'Arthur Rimbaud; Starkie, E., "Arthur Rimbaud"; Borer, A:, "Rimbaud en Abisinia" y a la cronología establecida para las Oeuvres Complètes d'Arthur Rimbaud, de la biblioteca de La Pléiade, establecida, presentada y anotada por Antoine Adam).

(2) Voici! plus une ombre dessus, dessous ni autour, quoique nous soyons entourés d'objets énormes; plus de route, de précipices, de gorge ni de ciel: rien que du blanc à songer, à toucher, à voir ou ne pas voir, car impossible de lever les yeux de l'embêtement blanc qu'on croit être le milieu du sentier. Impossible de lever le nez à une bise aussi carabinante, les cils et la moustache en stala[i]tes, l'oreille déchirée, le cou gonflé. Sans l'ombre qu'on est soi même, et sans les poteaux du télégraphe, qui suivent la route suposée, on serait aussi embarrassé qu'un pierrot dans un four.

(3) Pain-fromage-goutte.

(4) Publicado el 25 y el 27 de agosto de 1887, en "Le Bosphore Égiptien", un importante periódico de El Cairo, escrito en francés y dirigido por un pariente del explorador Jules Borelli -a quien Rimbaud había conocido en Abisinia (actual Etiopía). La publicación de este artículo abrióle el apetito "periodístico"; Rimbaud enviaría luego textos algo más breves a distintos periódicos franceses, pero al parecer todos fueron a parar al basurero de los editores de turno (salvo uno, no menor, publicado en París por la Sociedad Francesa de Geografía).

(5) A no confundir con Harar.

(6) Afiebrado, voladísimo en el hospital de La Concepción (Marsella), Rimbaud dictó oralmente la presente carta a su hermana Isabelle; finaría al día siguiente. Carta dirigida al director de los Transportes Marítimos, compañia naviera estatal francesa que aseguraba el transporte a las colonia de Indochina, pasando por el canal de Suez.

(7) Rimbaud dictó, según Isabelle: Un lot: un seul dent. El "dent" (diente) alude a uno de elefante, es decir, a un colmillo de marfil. La palabra "lot" (lote), que en este contexto pareciera remitir a "partida" o "cada uno de los artículos o cantidades parciales que contiene una cuenta" (R.A.E.), reenvía también en francés a "herencia" y a "suerte" y/o "destino", como es el caso en A une raison, pasaje de las Illuminations: Change nos lots, crible les fléaux, à commencer par le temps...


 

 

 

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A. Rimbaud: Carta a los amigos y otras cartas.
traslapes de andrés ajens.