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A 20 años de la muerte de Alfonso Alcalde

Cristian Geisse Navarro

 

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Este año se cumplieron 20 años de la muerte de Alfonso Alcalde. Y si bien no hubo homenajes concertados como me hubiese gustado, sí se realizaron una serie de actividades aisladas que dieron cuenta de que el hombre está lejos de ser olvidado. La primera tuvo lugar en Concepción, a fines del mes de junio, en el contexto de la Primera Feria del Libro de Artistas del Acero, en la que se reunieron una serie de editoriales independientes de la zona del Bío Bío, y en la cual se organizó una mesa redonda a la que tuve el honor de ser invitado. También se encontraban ahí Darwin Rodríguez Saavedra, un amigo íntimo de Alfonso; su hijo –ahijado de Alcalde- Darwin Rodríguez Suazo, talentosísimo narrador, y  Rodrigo Cisternas, joven documentalista que presentó su trabajo sobre la vida y obra del escritor. 

Por su parte la prestigiosa revista Trilce incluyó en su último número un “dossier Alfonso Alcalde” con textos sobre su trabajo, así como varios de sus textos inéditos. Ahí se publicó originalmente el artículo que sigue a continuación de estas palabras preliminares. También aparecen notables contribuciones de Naín Nómez, Karlés Llord, Ramón Riquelme, Óscar Sansana, Darwin Rodriguez  Saavedra y Darwin Rodríguez Suazo.

En La Serena, el director teatral Cristián Quevedo, montó la obra “A la chilena” basada en textos del autor, muy en el espíritu del Circo Teatro de Andrés Pérez. Una puesta en escena que sigue la línea de las propuestas que el escritor hiciera en su prólogo a La consagración de la pobreza y que por lo tanto, busca el rescate una teatralidad marcada por el realismo grotesco y el surrealismo popular.

Finalmente, en Tomé, el extraordinario muralista Marcelo Gacitúa, junto a la brigada Negotrópica, intervino la zona con un mural homenaje. Gacitúa es uno de los artistas e ilustradores más interesantes y talentosos de los que yo tenga conocimiento, y su preocupación por la obra de Alcalde no es reciente, por lo que siento que su trabajo  honra merecidamente la memoria del maestro y se convierte sin duda en uno de los gestos más significativos dentro de la gama de pequeños  homenajes aislados.

Son pocos, pero son.

Me consta que la obra de este autor chileno suscita la atención de muchísima gente, por lo que me atrevo a publicar en este lugar algunos de sus textos inéditos que aún buscan editor, esperando que toda una vida de trabajo en pos de la literatura y de la gente de Chile, así como  los 20 años de su trágico deceso, no pasen sin pena ni gloria entre nosotros.

Hay una cosa poderosa en Alfonso Alcalde que nos habla todavía

Hay una cosa poderosa en Alfonso Alcalde que nos habla todavía.   Lo mejor es que nos va a seguir hablando por mucho rato. De eso se trata lo que quiero decirles ahora. He escrito mucho sobre él, y más allá de su extraña amistad que voy  a sostener aquí y hasta en el último de los infiernos, sé lo siguiente: está vivo. Y hablando. Y coleando. Él lo planeó así. Se puede morir y revivir. Lo dijo en tantos cuentos y tantos  poemas que no hay que tener duda que esto que yo quiero hacer ahora estaba dentro de sus delirantes planes. Planes para resucitar. Porque el hombre deliraba, de eso no debe caber la menor duda. Pero no mentía. Porque tenía fórmulas para entrar y salir de la muerte. Parece mentira pero es cierto, como la mayoría de las cosas que decía y que parecían inventos suyos. Alguna vez dijo que tenía 30 obras que nadie quería publicar. Como siempre  exageraba, pero no mentía. Yo las he visto. Y hay que destacar que desde muy temprano -ya por 1960 y tantos- y hasta sus últimas entrevistas declaró tener muchos libros terminados sin editor que se interesase. En 1971 señaló que eso era normal en un continente como el nuestro en el cual alguien como él había sido

“un cesante consuetudinario de la literatura durante mucho tiempo, y como la mayoría de los escritores latinoamericanos, un escritor de galeras, o sea sumergido en un barco que      no llegaba a ninguna parte. (…) Ahora bien, yo creo en la ley de la contradicción, creo que el subdesarrollo cultural crea la desmesura. Y ése fue el caso mío, es decir el de un hombre completamente desmesurado, que lleva cincuenta y ocho libros escritos, catorce de ellos publicados y que, por una circunstancia peculiar, bastante graciosa, y hasta irónica como culminación de todo un proceso, ahora puede publicar en un mes cinco títulos. (…) La verdad es que empecé a acumular libros en forma muy natural     puesto que producía sin posibilidad de publicar.”

Gracias al Golpe Militar de 1973 su situación de precariedad volvió a su estado original y –al volver a Chile en 1982- volvió nuevamente a las galeras. Ahí quedó entonces un montón de material escrito. El año 1982 declaraba a la revista La bicicleta:

...aquí están terminados El árbol de la palabra –antología de los treinta poemas que más   me han impresionado-; Cupido a mansalva, poemas; Ojo por ojo, epigramas; el segundo tomo (serán 3) de la Historia de Salustio y Trúbico; Poemas para recitar cuando llegan las visitas, sonetos; El peregrino del golfo y Las aventuras de la pulga Micaela, cuentos para niños. (De la Fuente  44)

Todos esos libros existen en realidad y se pueden encontrar en varios archivos que es absolutamente necesario conservar, estudiar y rescatar.  Parte de los textos que entrego para este dossier entonces ya estaban terminados en 1982. Y posiblemente mucho antes. Prueba de ello es una descripción bastante exacta que Alcalde hiciera el 8 de agosto de 1965 de “El árbol de la palabra” -que originalmente estaba pensado para que se incorporase a su obra imposible y total “El Panorama ante nosotros”-:

…cuando se habla de influencias, hay que repetir lo que también se ha dicho hasta el cansancio: el arte es una continuidad y no una ruptura. No se puede hablar de influencias aisladas sino de un honesto resumen de influencias, en conjunto.
En “El Panorama” se plantea este problema en el Canto 20 “La fórmula salvadora”, para transcribir después una serie de traducciones y adaptaciones de numerosos poetas entre los que figuran R.A. Schroer (¿Ya está avanzando el año?), T.S. Elliot (La canción de amor de J. Alfred Prufrock), Matthias Claudius (De cuando el hijo de nuestro príncipe murió en el mismo momento de nacer), Nikos Kazantsakis (Poemas), Hoelderlin (Oda a Landauer), Karl Kraus (Hora nocturna), Cristian Morgenstern (Perdido andaba en las montañas), J. Slauerhoff (Dama sola), Emily Dickinson (Es fácil inventar una vida), Goethe (Ansia dichosa), Bertold Brecht (En memoria de María A.), Ezra Pound (Clara), George Trakl (Noche invernal), Wallace Stevens (Trece maneras de mirar un pájaro negro).
En un poema tan extenso hay disponibilidad para ensayar muchos estilos, numerosas formas. Lo importante es no enmarañarse en esta selva y tratar de recuperar la voz personal.

¡1965! Y todos esos poemas se encuentran en la versión que en 1991 inscribió en el registro de propiedad intelectual y que envió a alguna editorial y también a Ignacio Valente. Es absolutamente necesario entender que cuando hablamos de “El árbol de la palabra” no estamos hablando de una antología, sino más bien de un ejercicio completamente distinto, donde el poeta se apodera de la voz de otro poeta que admira, y hace lo que hoy llamaríamos un “cover”, una nueva versión en la cual él muestra su admiración, pero no abandona su propio sistema de imágenes ni su tono personal. Eso es fácil de demostrar cuando se confrontan las versiones de Alcalde con los originales de los poemas transcritos: hay una importante reelaboración del texto de tal manera que no debe cabernos duda de que estamos frente a  otro texto distinto, a veces por el tono, a veces por el tema, a veces por notables modificaciones en su estructura.  Esta hermosa conciencia de la naturaleza del discurso poético, de las posibilidades de desdoblamiento de un autor, de las formas de hacer patente un sistema de preferencias me parece sumamente inteligente y digna de rescatarse. Y qué sistema de preferencias: desde poesía aymara, pasando por canciones populares y poetas del siglo XVIII y XIX, hasta las últimas vanguardias de su época.

Pero además quisiera dejar otra parte tan distinta de su obra, muestra de la desopilante variedad de sus registros: los chascarros de El Salustio y El Trúbico. Ya he declarado en otro lugar que para mí, a pesar de las pifias y errores que se pueden encontrar en los inconfundibles relatos propios de estos dos personajes, se encuentra en ellos parte de lo mejor y más auténtico de nuestra literatura; por sus vuelos poéticos, por su delirios narrativos, por su rescate de las culturas populares, por sus desbordes imaginativos y la hilaridad que alcanzan.

Como les decía, Alfonso Alcalde tiene aún muchas cosas que decirnos; verdades puras, duras y maduras. Creámosle entonces. Recordemos que nos advirtió que “la poesía no muere, solo duerme”: otra verdad que se hace fuego en él.  Y aquí entonces hay unos retazos del rugiente y entrañable Entorchado que surge del agua después de haberse diseminado en la fragmentación, para darnos un anuncio de resucitamiento y de una pesca abundante y fructífera. Se los dejo sabiendo que es poco. Pero avisando también que ya vendrán más. Porque como les dije, Alcalde está vivo. Y coleando.



 

 

 

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