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Un folletín llamado Alfonso Alcalde
uno de los mejores escritores chilenos

Por Amanda Puz
Publicado en PAULA N°71, diciembre de 1970

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Un periodista siempre tiene entrevistados fantasmas. Gente que a uno le gusta —uno también tiene sus preferencia— por cualquier razón y que quiere entrevistar algún día, cualquier día. A veces a uno se le mueren los entrevistados antes de que llegue ese día, a veces de tanto pasar el tiempo uno les pierde el cariño y ya no los entrevistaría por nada de este mundo.

Alfonso Alcalde estaba en esta lista personal de espera desde el día en que leí un artículo que sobre él escribió Eugenio Lira (tengo que darle las gracias por eso). Hablaba de un libro de horrible tapa pero de formidable contenido recién escrito por su amigo Alcalde. No sé por qué tuve la seguridad de que no era una mera gauchada de amigo sino que se trataba de algo realmente importante. Compré “Alegría provisoria”(pdf) y me convertí en admiradora incondicional de su autor. Luego, Angel Rama, en una entrevista que le hice el año pasado, se refirió a Alcalde con desbordante admiración y dijo que era realmente uno de los grandes escritores latinoamericanos.

Pero en Chile sus libros caen en el más completo vacío. Apenas se le critica y apenas se le lee (por lo menos así lo dice él). Si uno le pregunta si tal o cual obra suya se ha vendido, contesta que no, con tal seguridad como si no pudiera ser de otra manera.

Solitario, metido en Coliumo, hosco y callado. Con una personalidad rica pero difícil de conocer. Así me imaginaba yo a Alfonso Alcalde. Una leyenda. A las 10 de la mañana de un día viernes de julio llega el momento de dilucidar el misterio. Trasplantado a la ciudad —bien trajeado, encorbatado y con su correspondiente legajo de papeles bajo el brazo— está a años luz de lo imaginado. Es solitario sí, pero ni hosco ni callado. Aunque fuera mal escritor, valdría igual la pena conocerlo para oírlo hablar. En un dos por tres me cuenta su vida, un folletín que deja cortito a cualquier cebollento dramón radial, de modo tan ligero y en un lenguaje tan rico y en tan vivas inflexiones de voz que mejor que leerlo sería escucharlo. Al estilo de Puertas Adentro,(pdf) un libro editado por Arca en el que Alfonso Alcalde reactualiza la olvidada tradición folletinesca de entregas semanales.

Quien diría que a este señor macizo de barba tupida y entrecana le han pasado tantas cosas descabelladas, tan trágicas que ni Doroteo Marti seria capaz de sacarle todo el jugo. Alfonso Alcalde cuenta su vida con un humor negro que se me llegan a saltar las lágrimas de la risa. "¡Pero si es que mi vida es un folletín!" asegura gesticulando. Salta y extiende los brazos; "¡Madre mía! . . . Hiiiiijo mio, con frases así por el estilo".

Empieza la película en Punta Arenas, en el año 21. Hijo de un rico industrial español que creía todo lo que leía y de una hermosa dama ecuatoriana, con aptitudes artísticas y que brillaba en los salones. Murió al nacer su hermana Julia. Eso fue, por lo menos, lo que le contó su padre.

A los 11 años llegó a buscarlo un señor que dijo que era su tío, hermano de su madre. Que ésta estaba viva y que si quería conocerla. Alfonso aceptó y viajó con el tío hasta un pueblito lejano: "Mi tío me mostró a una mujer vieja, de pelo gris que estaba —no lo olvidaré nunca— espantando unas moscas de unos pasteles. Esa es tu madre, me dijo mi tio. Pero yo no quise conocerla".

A los 20 recibió un telegrama de su tío pidiéndole que viniera a Santiago porque tenía que hablar con él. Le mandó un avión y al poco tiempo estaba en el Hotel Carrera, conociendo de labios de su tío otra verdad: "Yo no soy tu tío, le dijo, soy tu hermano". Lágrimas, abrazos, la verdad. Era hijo de su madre, que había enloquecido, y de otro señor.

Después de mandar a su hijo a estudiar en un linajudo colegio inglés de la capital, al tozudo español se le ocurrió la idea de irse a vivir a Santiago del Estero en Argentina y cambiar los 2 grados bajo cero por los 45 sobre cero. Empezó para Alfonso una serie de aventuras colectivas a las que decidió renunciar de la noche a la mañana para vivir su propia aventura. A la semana estaba convertido en un infeliz, en un indefenso, sin suelas en los zapatos y obligado a vender su único traje.

Trabajó entonces en los oficios más insólitos. Fue ayudante de panadería, vagabundo en Argentina (les llamaban "crotos'') de esos que andan con un palito y una bolsa en la punta colgando del hombro, maderero en las minas bolivianas, traficante de animales en Matto Grosso, cuervo de una empresa fúnebre. Su obligación en este último oficio era pasar a la empresa funeraria el dato donde había un moribundo. Luego llegaban los empresarios con su oferta de ataúdes y de precios.

Alfonso era hábil para husmear la muerte. Perseguía a las mujeres que lloraban o andaban tristes por las calles, vigilaba por qué rezaban las viejitas en las iglesias, pololeaba a las enfermeras en los hospitales, coimeaba a los médicos a punto de hacer partir a algún cristiano al otro mundo. A finales de mes era la pelea con los otros cuervos por quién había conseguido más muertitos. Este es tuyo, éste es mío, éste tuyo, mío, tuyo. Se merecía un ascenso.

Lo contrataron para trasladar cadáveres de una provincia a otra. Como en Buenos Aires salía muy caro, se los llevaban a Córdoba. Alfonso debía viajar en un taxi abrazado al finado metiéndole conversación y disimulando porque debían pasar por tres controles policiales. "Como el viaje era muy aburrido, le metía conversa al muerto y cuando la policía nos paraba hasta cambiaba la voz para que e! muerto hablara. Mi señora no sabía nada y yo me llenaba y me llenaba de ojeras. Me fui poniendo escéptico después de estas experiencias, la vida no era tan fácil como me la imaginaba, pero a mi no me cuentan cuentos. He tenido el privilegio en menos de medio siglo (tiene 49 años) de hablar con muchos vivos y también con algunos muertos".

El simplemente vivía sin pensar que esta vida suya le serviría algún día de material literario. Así siguió acumulando experiencias. Cuando era cuidador de plaza, se reunían allí los intelectuales, como en una peña, y Alfonso regalaba las rosas —cuidarlas era su obligación— a las niñas del barrio. Por esto le hicieron un sumario que se rotuló: "La Municipalidad de Salta contra Alfonso Alcalde por uso indebido de las rosas". En el intertanto se enfermó de paludismo.

También fue delincuente y tocó hondo en un pozo negro. Cayó preso y aunque los policías dudaban de que toda su vida hubiera delinquido (tal vez algo en su cara o sus manos blancas lo delataban) los delincuentes lo trataban como a uno de los suyos. Solamente logró salir del hoyo en que estaba metido (ebrio consuetudinario) merced a una señora a quien le vendía diarios. La dama, que había perdido un hijo por vagabundo, no le creía que era diarero de toda la vida y lo convenció para que día a día le diera un tanto de lo que ganaba. Durante seis meses le juntó plata y al cabo le compró un pantalón, le dio un abrazo, un sandwich y sus ahorros y lo mandó de vuelta a Buenos Aires.

No encontró a su padre. Solo y enfermo se vino pelando papas en un barco carguero hasta Valparaíso. Albergaba resentimientos increíbles, una dosis profunda de dolor y en los huesos tenía metida una soledad implacable. Era un ser a la deriva.

Completamente tuberculoso fue a parar a un hospital. Estuvo un año meditando. "¿Qué era mi vida? ¿Qué podía hacer? No tenía sino dos caminos: o ser un resentido o un victorioso. Quería decir lo que había visto y vivido y pensé que la literatura era el camino. Pero era tan difícil: no quería emborracharme en un fárrago de palabras porque no podía desvirtuar esta experiencia que tanto me había costado".

Ya sano, repartió libros de una editorial adjuntándolos con un mueble. Su familia creyó que era gerente de la firma hasta el día en que una tía lo vio con un mueble al hombro. Empezó a escribir pero no podía en Santiago, era atroz. Se fue a la Estación Central, frente al itinerario de trenes se tapó los ojos con la mano, hizo trampa y entreabrió los dedos, y eligió Concepción.

En esta ciudad fue un día a ver a Neruda, que estaba de paso, con sus manuscritos. Neruda lo felicitó y le ofreció un prólogo, un trabajo y conseguir que Nascimento lo editara. Cumplió con todo, pero antes Alfonso debió hacerse un tratamiento antialcohólico, porque estaba con delirium tremens. Este primer libro se llamó "Balada para la ciudad muerta" (pdf) (1947) y de los 500 ejemplares que se tiraron sólo queda uno, amarillento y antiguo, que me trajo Alfonso para que lo viera. A la semana de estar a la venta, su autor retiró todos los ejemplares del comercio y convidó a unos amigos a celebrar en la pensión en que vivía su debut literario. Compró una chuica de vino y otra de parafina y cuando ya todos estaban borrachos hizo una pira y quemó su obra. Neruda se demoró años en perdonarlo. Por fin, entendió por qué lo había hecho pero —dice Alfonso— "demasiado tarde, la gente siempre entiende demasiado tarde".

En el intertanto Alfonso vivía en pensiones y era el terror de las dueñas. Aparecía con sus bultos con los borradores del Panorama y escapaba a hurtadillas antes de fin de mes. "Yo podría escribir un tratado sobre cómo huir de las pensiones sin que nos descubra la vieja satánica de la dueña". La poca gente que lo veía escribir, empleados grises, estudiantes escuálidos, confirmaban que había perdido el juicio, "y no era una calumnia".

Entre penurias económicas, matrimonios y separaciones (dice que un abogado suyo inventó para él una papeleta con todos sus datos y un solo casillero en blanco: el nombre de la cónyuge), trabajos periodísticos y libros publicados que pasaron sin pena ni gloria, Alfonso Alcalde escribe tenaz y obstinado desde hace ¡tantos años! esa inmensa obra que él cree realmente que nunca nadie la publicará ni nunca nadie la leerá: "El Panorama ante nosotros". (pdf)

Fue Concepción la que lo tentó con su río. Le dio la pauta para escribir una obra soberbia, un poema épico que abarcara cientos de años con cientos de miles de versos con todos los personajes conocidos en sus trajines, "Decidí que en eso invertiría toda mi vida, todo mi tiempo. Defendería mi tiempо a brazo partido y no daría tregua. Sería un poema épico con un personaje central —Hilario— la reencarnación de Lautaro. Escribí, escribí, escribí. Sin ningún apoyo. Cada día más loco, cada día más pobre. Fracasado, guardaba mis borradores y no se los mostraba a nadie, me borré de los círculos literarios, arrastré mis paquetes con mis originales por años de años. Cuando mis mujeres se enojaban conmigo me atacaban en lo único que me dolía. Y es así como muchas huyeron con el Panorama y hubo una que usó uno de los tomos para tapar un hoyo del gallinero. A las gallinas tampoco les gustó. En cambio, a los ratones sí. Cada guarén se comía un verso mío y esos adjetivos que me habían costado sangre y lágrimas. Es por eso que decidí aprendérmelos de memoria".

Pablo de Rokha, su gran amigo, "todavía lo somos", con sus terribles conversaciones le daba nuevos impulsos para que siguiera aumentando de tamaño el monstruo literario. "Este libro es un deforme, reniego de él a veces pero luego nos ponemos en la buena. Yo quiero que sea humano, mágico, roñoso, imposible, incongruente, digno y bello".

El idioma del Panorama es el que usaría un río —dice— para hablar, para decir su verdad y su gran mentira. Personalmente cree que es un carajo, aunque ha servido para algo. Un crudo invierno en que no tenía dinero para leña ni carbón el Panorama sirvió un poco y por primera vez en la vida. "Daba un calorcito diferente... casi humano, algo se chamuscaba en esos momentos además del alma".

Con el canto 16 del primer tomo ganó un premio de la Sociedad de Escritores. Recibió —como siempre quemado para todo— un diploma en blanco (no alcanzó a imprimirse a tiempo) y un cheque que no era cheque. Primero tuvo una gran alegría pero luego lo obligó a revisarse porque era un premio a la mediocridad. El libro "Variaciones sobre el tema del amor y de la muerte" (pdf) pasó sin pena ni gloria, lo que le dio muy buena espina porque significaba —explica— que estaba en la onda. "Me sirvió también para darme cuenta que estaba muy solo". Por alguna causa secreta y extraña la edición se agotó aunque él jura que no la compró su papá.

Un día lo invitaron de Nascimento a almorzar y le anunciaron que le publicarían un primer tomo del Panorama. Se entabló entre autor y editores un diálogo esquizofrénico en que el primero trataba de convencer a los últimos que perderían plata si se metían en ese bollo. Finalmente se publicó aunque AIfonso dice que es nada más que un prologuillo. "No tenía otro camino, por eso acepté. Nunca nadie más me ofrecería la oportunidad. Pero nunca más publicaré en Chile".

Iba con un prólogo de Angel Rama que hubo que sacar a última hora раra que cupiera más del Panorama. El crítico uruguayo es un canuto de la obra de Alcalde, que tiene colocada en un atril para leerla.

Ha publicado otros libros pero no ha ganado ni un cinco con ellos. Cada vez que se sabe que le editan uno se le dejan caer el panadero, el carnicero, las ex esposas y todos los acreedores. Así pasó con Alegría Provisoria, de Nascimento —que dedica a su mujer, Ceidy, "pidiéndole disculpas por haberla dejado de amar fugazmente mientras escribía estos cuentos", con "El auriga Tristán Cardenilla" (pdf). donde relata la vida de los circos pobres, y con "Ejercicios para el tema de la rosa", (pdf) de Zig Zag, dedicado a Ceidy ("estas rosas que nacerán algún día de la tierra de tus interminables ojos").

Ceidy es su mujer número cinco y actual, y para él es un ser fabuloso "el verdadero Panorama, por suerte de carne y hueso y amor". Entre los dos juntan 8 matrimonios. ella cooperó con 3 y aportó a la nueva unión dos hijos: Mario y Nena. "Mis verdaderos hijos, así es la vida, uno pierde unos hijos Y gana otros". Para casarse con ella, por supuesto que la engañó. Parece que le dijo que se estaba "despachando" y ella, de bondad infinita, le creyó. Claro, si le cuenta la verdad no se habría casado con él porque Alfonso Alcalde es cosa seria. Para empezar, trabaja lo justo para vivir, más bien para sobrevivir. Cuando su hijo Mario le pide un nuevo y urgente par de zapatos, se promueve una reunión familiar que inevitablemente termina con una pregunta al niño: "¿Te puedes aguantar una semanita más?", y con la respuesta de éste: "Está bien, sigue escribiendo viejo malo de la cabeza".

Aunque le ofrezcan trabajo no lo acepta si es que significa quitarle tiempo a su obra. "En esto de defender mi tiempo el valor es el de mi mujer. Ha renunciado a todo por una obra que no sabemos qué pasará. Pero estamos haciendo algo importante. ¿De donde Saqué esta maravilla? Yo también me lo pregunto. Los dos teníamos mucha experiencia y estábamos capacitados para encontrar el mundo. Yo era un ser torturado, terrible, que no sabia qué hacer. Ella venia también saliendo de un gran lío. Los dos veníamos de los escombros y empezamos a caminar juntos y resultó".

Toda su familia vive pendiente de su obra, de su archivo. Alfonso persigue a Ceidy recitándole a viva voz su panorama y ella cocina, lava y pasa en limpio sus escritos. Sus hijos agarran a combos a quien osa decir que el papá es un mal escritor.

El invierno lo pasa en Concepción, donde es editor del magazine del diario El Sur y Coordinador General Interino del Consejo de Difusión de la Universidad de Concepción. En la primavera y el verano viven en Los Morros de Coliumo, una caleta alejada de la civilización, sin agua, luz ni teléfono, en una casita que le arriendan a un pescador. Se siente identificado con el paisaje porque era el lugar que lo estaba esperando a él. Lo supo apenas lo vio, es su paraíso, pero un paraíso con algo de infierno, donde se dan a la par el odio, el candor, las pasiones desatadas, el amor.

Fue allí donde estuvo tres meses mirando inmóvil y fijo el mar, víctima de la depresión que le produjo la traición de Pérez. Pérez es un personaje siniestro que figura en su cuento "Matar a Pérez" de Alegría Provisoria, (pdf) que le ofreció un viaje a Cuba y lo obligó a vender todo lo que había juntado en años para luego dejarlo plantado. Le refulgen los ojos cuando habla de Pérez y cuenta que efectivamente estuvo a punto de matarlo a proposición de su mejor amigo —Salazar—, que vende estampillas en Coronel y nunca ha leído un libro suyo porque se queda dormido. Pero no lo hizo. La depresión terminó cuando Alfonso empezó con sus collages, que se venden más que sus libros.

"El hambre fue mi militancia aunque ya no se note tanto", asegura. Todavía sigue pobre, sin embargo, y no le importa. De nada le ha valido leer todos los libros que se han escrito sobre "Cómo ganar fortunas en poco tiempo" como tampoco le han servido esos otros "Cómo ganar buenos amigos". Sigue solo.

Mientras, escribe mucho y hace canciones. Tiene 20 libros terminados. Algunos títulos: "El vino es la medida'' (cuentos). "Epifanía cruda" (pdf) (cuentos), "Desmentido recíproco" (poemas). "Sentimientos Opus 1370" (novela autobiográfica "donde cuento con más detalles esta película".

Y sigue escribiendo, naturalmente, ese cuento de nunca acabar que es su Panorama. "Un cuento de nunca acabar como posiblemente ha sido mi modesta vida, como el payaso que fui, como el trágico payaso que soy y seguiré siendo".




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Publicado en PAULA N°71, diciembre de 1970