Un periodista siempre tiene entrevistados fantasmas. Gente que a uno le gusta —uno también tiene sus preferencia— por cualquier razón y que  quiere entrevistar algún día, cualquier  día. A veces a uno se le mueren los  entrevistados antes de que llegue ese  día, a veces de tanto pasar el tiempo  uno les pierde el cariño y ya no los  entrevistaría por nada de este mundo.        
      
Alfonso Alcalde estaba en esta lista  personal de espera desde el día en  que leí un artículo que sobre él escribió Eugenio Lira (tengo que darle las  gracias por eso). Hablaba de un libro  de horrible tapa pero de formidable  contenido recién escrito por su amigo  Alcalde. No sé por qué tuve la seguridad de que no era una mera gauchada de amigo sino que se trataba de  algo realmente importante. Compré  “Alegría provisoria”(pdf) y me convertí en  admiradora incondicional de su autor.  Luego, Angel Rama, en una entrevista  que le hice el año pasado, se refirió a  Alcalde con desbordante admiración y  dijo que era realmente uno de los grandes escritores latinoamericanos.        
      
Pero en Chile sus libros caen en el  más completo vacío. Apenas se le critica y apenas se le lee (por lo menos  así lo dice él). Si uno le pregunta si tal o cual obra suya se ha vendido,  contesta que no, con tal seguridad como si no pudiera ser de otra manera.        
      
Solitario, metido en Coliumo, hosco  y callado. Con una personalidad rica  pero difícil de conocer. Así me imaginaba yo a Alfonso Alcalde. Una leyenda.  A las 10 de la mañana de un día viernes de julio llega el momento de dilucidar el misterio. Trasplantado a la ciudad —bien trajeado, encorbatado y con  su correspondiente legajo de papeles  bajo el brazo— está a años luz de lo  imaginado. Es solitario sí, pero ni hosco ni callado. Aunque fuera mal escritor, valdría igual la pena conocerlo para oírlo hablar. En un dos por tres me  cuenta su vida, un folletín que deja  cortito a cualquier cebollento dramón  radial, de modo tan ligero y en un lenguaje tan rico y en tan vivas inflexiones de voz que mejor que leerlo sería escucharlo. Al estilo de Puertas Adentro,(pdf)  un libro editado por Arca en el que  Alfonso Alcalde reactualiza la olvidada  tradición folletinesca de entregas semanales.       
      
      
      
      
      
            
Quien diría que a este señor macizo  de barba tupida y entrecana le han pasado tantas cosas descabelladas, tan  trágicas que ni Doroteo Marti seria capaz de sacarle todo el jugo. Alfonso  Alcalde cuenta su vida con un humor  negro que se me llegan a saltar las lágrimas de la risa. "¡Pero si es que mi  vida es un folletín!" asegura gesticulando. Salta y extiende los brazos; "¡Madre mía! . . . Hiiiiijo mio, con frases así  por el estilo".      
      
Empieza la película en Punta Arenas,  en el año 21. Hijo de un rico industrial  español que creía todo lo que leía y  de una hermosa dama ecuatoriana, con  aptitudes artísticas y que brillaba en  los salones. Murió al nacer su hermana  Julia. Eso fue, por lo menos, lo que  le contó su padre.        
      
A los 11 años llegó a buscarlo un  señor que dijo que era su tío, hermano  de su madre. Que ésta estaba viva y  que si quería conocerla. Alfonso aceptó  y viajó con el tío hasta un pueblito lejano: "Mi tío me mostró a una mujer  vieja, de pelo gris que estaba —no lo  olvidaré nunca— espantando unas moscas de unos pasteles. Esa es tu madre,  me dijo mi tio. Pero yo no quise conocerla".        
      
A los 20 recibió un telegrama de su  tío pidiéndole que viniera a Santiago  porque tenía que hablar con él. Le mandó un avión y al poco tiempo estaba en el Hotel Carrera, conociendo de labios de  su tío otra verdad: "Yo no soy tu tío,  le dijo, soy tu hermano". Lágrimas,  abrazos, la verdad. Era hijo de su madre, que había enloquecido, y de otro  señor.
      
Después de mandar a su hijo a estudiar en un linajudo colegio inglés de la  capital, al tozudo español se le ocurrió  la idea de irse a vivir a Santiago del  Estero en Argentina y cambiar los 2  grados bajo cero por los 45 sobre cero.  Empezó para Alfonso una serie de  aventuras colectivas a las que decidió  renunciar de la noche a la mañana para vivir su propia aventura. A la semana estaba convertido en un infeliz,  en un indefenso, sin suelas en los zapatos y obligado a vender su único  traje.
      
Trabajó entonces en los oficios más  insólitos. Fue ayudante de panadería,  vagabundo en Argentina (les llamaban  "crotos'') de esos que andan con un  palito y una bolsa en la punta colgando del hombro, maderero en las minas  bolivianas, traficante de animales en  Matto Grosso, cuervo de una empresa  fúnebre. Su obligación en este último  oficio era pasar a la empresa funeraria  el dato donde había un moribundo. Luego llegaban los empresarios con su  oferta de ataúdes y de precios.   
      
Alfonso era hábil para husmear la  muerte. Perseguía a las mujeres que  lloraban o andaban tristes por las calles,  vigilaba por qué rezaban las viejitas  en las iglesias, pololeaba a las enfermeras en los hospitales, coimeaba a los  médicos a punto de hacer partir a algún cristiano al otro mundo. A finales  de mes era la pelea con los otros cuervos por quién había conseguido más  muertitos. Este es tuyo, éste es mío,  éste tuyo, mío, tuyo. Se merecía un ascenso.
      
Lo contrataron para trasladar cadáveres de una provincia a otra. Como en  Buenos Aires salía muy caro, se los  llevaban a Córdoba. Alfonso debía viajar en un taxi abrazado al finado metiéndole conversación y disimulando  porque debían pasar por tres controles  policiales. "Como el viaje era muy aburrido, le metía conversa al muerto y  cuando la policía nos paraba hasta  cambiaba la voz para que e! muerto  hablara. Mi señora no sabía nada y yo  me llenaba y me llenaba de ojeras. Me  fui poniendo escéptico después de estas experiencias, la vida no era tan  fácil como me la imaginaba, pero a  mi no me cuentan cuentos. He tenido  el privilegio en menos de medio siglo  (tiene 49 años) de hablar con muchos  vivos y también con algunos muertos".
      
      
El simplemente vivía sin pensar que  esta vida suya le serviría algún día de  material literario. Así siguió acumulando experiencias. Cuando era cuidador  de plaza, se reunían allí los intelectuales, como en una peña, y Alfonso regalaba las rosas —cuidarlas era su  obligación— a las niñas del barrio. Por esto le hicieron un sumario que se rotuló: "La Municipalidad de Salta contra  Alfonso Alcalde por uso indebido de  las rosas".       En el intertanto se enfermó  de paludismo.      
      
 También fue delincuente y tocó hondo en un pozo negro. Cayó preso y  aunque los policías dudaban de que toda su vida hubiera delinquido (tal vez  algo en su cara o sus manos blancas  lo delataban) los delincuentes lo trataban como a uno de los suyos. Solamente logró salir del hoyo en que estaba metido (ebrio consuetudinario) merced a una señora a quien le vendía  diarios. La dama, que había perdido un  hijo por vagabundo, no le creía que  era diarero de toda la vida y lo convenció para que día a día le diera un tanto de lo que ganaba. Durante seis meses le juntó plata y al cabo le compró  un pantalón, le dio un abrazo, un  sandwich y sus ahorros y lo mandó  de vuelta a Buenos Aires.      
      
No encontró a su padre. Solo y enfermo se vino pelando papas en un  barco carguero hasta Valparaíso. Albergaba resentimientos increíbles, una  dosis profunda de dolor y en los huesos tenía metida una soledad implacable. Era un ser a la deriva.         
      
Completamente tuberculoso fue a parar a un hospital. Estuvo un año meditando. "¿Qué era mi vida? ¿Qué podía  hacer? No tenía sino dos caminos: o  ser un resentido o un victorioso. Quería  decir lo que había visto y vivido y  pensé que la literatura era el camino.  Pero era tan difícil: no quería emborracharme en un fárrago de palabras porque no podía desvirtuar esta experiencia que tanto me había costado".        
      
Ya sano, repartió libros de una editorial adjuntándolos con un mueble. Su  familia creyó que era gerente de la firma hasta el día en que una tía lo vio  con un mueble al hombro. Empezó a   escribir pero no podía en Santiago, era  atroz. Se fue a la Estación Central,  frente al itinerario de trenes se tapó  los ojos con la mano, hizo trampa y  entreabrió los dedos, y eligió Concepción.        
      
      
      
      
      
            
En esta ciudad fue un día a ver a  Neruda, que estaba de paso, con sus  manuscritos. Neruda lo felicitó y le ofreció un prólogo, un trabajo y conseguir  que Nascimento lo editara. Cumplió  con todo, pero antes Alfonso debió hacerse un tratamiento antialcohólico,  porque estaba con delirium tremens.  Este primer libro se llamó "Balada para la ciudad muerta" (pdf) (1947) y de los  500 ejemplares que se tiraron sólo queda uno, amarillento y antiguo, que me  trajo Alfonso para que lo viera. A la  semana de estar a la venta, su autor  retiró todos los ejemplares del comercio  y convidó a unos amigos a celebrar  en la pensión en que vivía su debut  literario. Compró una chuica de vino y otra de parafina y cuando ya todos estaban borrachos hizo una pira y quemó su obra. Neruda se demoró años  en perdonarlo. Por fin, entendió por  qué lo había hecho pero —dice Alfonso— "demasiado tarde, la gente siempre entiende demasiado tarde".
      
En el intertanto Alfonso vivía en pensiones y era el terror de las dueñas.  Aparecía con sus bultos con los borradores del Panorama y escapaba a hurtadillas antes de fin de mes. "Yo podría  escribir un tratado sobre cómo huir de  las pensiones sin que nos descubra la  vieja satánica de la dueña". La poca  gente que lo veía escribir, empleados  grises, estudiantes escuálidos, confirmaban que había perdido el juicio, "y  no era una calumnia".            
      
Entre penurias económicas, matrimonios y separaciones (dice que un abogado suyo inventó para él una papeleta  con todos sus datos y un solo casillero en blanco: el nombre de la cónyuge),  trabajos periodísticos y libros publicados que pasaron sin pena ni gloria,  Alfonso Alcalde escribe tenaz y obstinado desde hace ¡tantos años! esa inmensa obra que él cree realmente que nunca nadie la publicará ni nunca nadie la  leerá: "El Panorama ante nosotros". (pdf)        
      
      
      
      
      
            
Fue Concepción la que lo tentó con  su río. Le dio la pauta para escribir una  obra soberbia, un poema épico que  abarcara cientos de años con cientos  de miles de versos con todos los personajes conocidos en sus trajines, "Decidí que en eso invertiría toda mi vida,  todo mi tiempo. Defendería mi tiempо  a brazo partido y no daría tregua. Sería un poema épico con un personaje  central —Hilario— la reencarnación de  Lautaro. Escribí, escribí, escribí. Sin ningún apoyo. Cada día más loco, cada día más pobre. Fracasado, guardaba mis borradores y no se los mostraba a nadie, me borré de los círculos  literarios, arrastré mis paquetes con mis  originales por años de años. Cuando  mis mujeres se enojaban conmigo me  atacaban en lo único que me dolía.  Y es así como muchas huyeron con el Panorama y hubo una que usó uno de  los tomos para tapar un hoyo del gallinero. A las gallinas tampoco les gustó. En cambio, a los ratones sí. Cada  guarén se comía un verso mío y esos  adjetivos que me habían costado sangre y lágrimas. Es por eso que decidí  aprendérmelos de memoria".      
      
Pablo de Rokha, su gran amigo, "todavía lo somos", con sus terribles conversaciones le daba nuevos impulsos  para que siguiera aumentando de tamaño el monstruo literario. "Este libro es  un deforme, reniego de él a veces pero luego nos ponemos en la buena. Yo  quiero que sea humano, mágico, roñoso, imposible, incongruente, digno y  bello".        
      
El idioma del Panorama es el que  usaría un río —dice— para hablar, para decir su verdad y su gran mentira.  Personalmente cree que es un carajo,  aunque ha servido para algo. Un crudo  invierno en que no tenía dinero para  leña ni carbón el Panorama sirvió un      poco y por primera vez en la vida. "Daba un calorcito diferente... casi humano, algo se chamuscaba en esos  momentos además del alma".        
      
Con el canto 16 del primer tomo ganó un premio de la Sociedad de Escritores. Recibió —como siempre quemado para todo— un diploma en blanco  (no alcanzó a imprimirse a tiempo) y  un cheque que no era cheque. Primero  tuvo una gran alegría pero luego lo  obligó a revisarse porque era un premio a la mediocridad. El libro "Variaciones sobre el tema del amor y de la  muerte" (pdf) pasó sin pena ni gloria, lo que  le dio muy buena espina porque significaba —explica— que estaba en la  onda. "Me sirvió también para darme  cuenta que estaba muy solo". Por alguna causa secreta y extraña la edición se agotó aunque él jura que no  la compró su papá.        
      
      
      
      
      
            
Un día lo invitaron de Nascimento a  almorzar y le anunciaron que le publicarían un primer tomo del Panorama.  Se entabló entre autor y editores un diálogo esquizofrénico en que el primero  trataba de convencer a los últimos que  perderían plata si se metían en ese  bollo. Finalmente se publicó aunque AIfonso dice que es nada más que un  prologuillo. "No tenía otro camino, por  eso acepté. Nunca nadie más me ofrecería la oportunidad. Pero nunca más  publicaré en Chile".        
      
Iba con un prólogo de Angel Rama  que hubo que sacar a última hora раra que cupiera más del Panorama. El  crítico uruguayo es un canuto de la  obra de Alcalde, que tiene colocada en  un atril para leerla.      
      
Ha publicado otros libros pero no ha  ganado ni un cinco con ellos. Cada  vez que se sabe que le editan uno se  le dejan caer el panadero, el carnicero, las ex esposas y todos los acreedores.  Así pasó con Alegría Provisoria, de  Nascimento —que dedica a su mujer,  Ceidy, "pidiéndole disculpas por haberla dejado de amar fugazmente mientras  escribía estos cuentos", con "El auriga  Tristán Cardenilla" (pdf). donde relata la vida de los circos pobres, y con "Ejercicios para el tema de la rosa", (pdf) de  Zig Zag, dedicado a Ceidy ("estas rosas que nacerán algún día de la tierra  de tus interminables ojos").        
      
      
      
      
      
            
Ceidy es su mujer número cinco y  actual, y para él es un ser fabuloso  "el verdadero Panorama, por suerte de  carne y hueso y amor". Entre los dos  juntan 8 matrimonios. ella cooperó con  3 y aportó a la nueva unión dos hijos:  Mario y Nena. "Mis verdaderos hijos,  así es la vida, uno pierde unos hijos  Y gana otros". Para casarse con ella,  por supuesto que la engañó. Parece  que le dijo que se estaba "despachando" y ella, de bondad infinita, le creyó.   Claro, si le cuenta la verdad no se habría casado con él porque Alfonso Alcalde es cosa seria. Para empezar, trabaja lo justo para vivir, más bien para  sobrevivir. Cuando su hijo Mario le pide un nuevo y urgente par de zapatos,  se promueve una reunión familiar que  inevitablemente termina con una pregunta al niño: "¿Te puedes aguantar  una semanita más?",  y con la respuesta de éste: "Está bien, sigue escribiendo viejo malo de la cabeza".       
      
Aunque le ofrezcan trabajo no lo  acepta si es que significa quitarle tiempo a su obra. "En esto de defender mi  tiempo el valor es el de mi mujer. Ha   renunciado a todo por una obra que  no sabemos qué pasará. Pero estamos  haciendo algo importante. ¿De donde  Saqué esta maravilla? Yo también me  lo pregunto. Los dos teníamos mucha  experiencia y estábamos capacitados  para encontrar el mundo. Yo era un  ser torturado, terrible, que no sabia  qué hacer. Ella venia también saliendo  de un gran lío. Los dos veníamos de  los escombros y empezamos a caminar  juntos y resultó". 
      
 Toda su familia vive pendiente de su  obra, de su archivo. Alfonso persigue  a Ceidy recitándole a viva voz su panorama y ella cocina, lava y pasa en  limpio sus escritos. Sus hijos agarran  a combos a quien osa decir que el papá es un mal escritor.
      
El invierno lo pasa en Concepción,  donde es editor del magazine del diario  El Sur y Coordinador General Interino  del Consejo de Difusión de la Universidad de Concepción. En la primavera y  el verano viven en Los Morros de Coliumo, una caleta alejada de la civilización, sin agua, luz ni teléfono, en una  casita que le arriendan a un pescador.  Se siente identificado con el paisaje  porque era el lugar que lo estaba esperando a él. Lo supo apenas lo vio,  es su paraíso, pero un paraíso con algo de infierno, donde se dan a la par  el odio, el candor, las pasiones desatadas, el amor.
      
      
      
      
      
            
Fue allí donde estuvo tres meses mirando inmóvil y fijo el mar, víctima de  la depresión que le produjo la traición  de Pérez. Pérez es un personaje siniestro que figura en su cuento "Matar a  Pérez" de Alegría Provisoria,  (pdf) que le  ofreció un viaje a Cuba y lo obligó a  vender todo lo que había juntado en  años para luego dejarlo plantado. Le  refulgen los ojos cuando habla de Pérez y cuenta que efectivamente estuvo  a punto de matarlo a proposición de  su mejor amigo —Salazar—, que vende estampillas en Coronel y nunca ha  leído un libro suyo porque se queda  dormido. Pero no lo hizo. La depresión  terminó cuando Alfonso empezó con  sus collages, que se venden más que  sus libros.
      
"El hambre fue mi militancia aunque  ya no se note tanto", asegura. Todavía  sigue pobre, sin embargo, y no le importa. De nada le ha valido leer todos  los libros que se han escrito sobre  "Cómo ganar fortunas en poco tiempo"  como tampoco le han servido esos  otros "Cómo ganar buenos amigos".  Sigue solo.        
      
      
      
      
      
            
Mientras, escribe mucho y hace canciones. Tiene 20 libros terminados. Algunos títulos: "El vino es la medida''  (cuentos). "Epifanía cruda" (pdf) (cuentos),  "Desmentido recíproco" (poemas). "Sentimientos Opus 1370" (novela autobiográfica "donde cuento con más detalles  esta película".        
      
Y sigue escribiendo, naturalmente,  ese cuento de nunca acabar que es su  Panorama. "Un cuento de nunca acabar  como posiblemente ha sido mi modesta vida, como el payaso que fui, como  el trágico payaso que soy y seguiré  siendo".