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        Deslizarse en el filo de los días:
            Todos mi quchillos de Andrea Alzati
            
            
            Texto leído en la presentación de «Todos mis quchillos» de Andrea Alzati  (Komorebi Ediciones, 2019). 
            Librería Gato Caulle, Valdivia, 5 de julio 2019.
          
          Por Francisco Ferrer
          
            
        
          
            
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«¿qué cosa atraviesa la manzana
            cuando nadie la está mirando
            cuando nadie la toca?»
            -Andrea Alzati
        
        Cuando se aprende a  vivir la intensidad del día a día, a deleitarse en la soledad de la casa o de  un paisaje familiar, se descubre que el silencio es sonoro: uno no sólo dialoga  consigo, sino también con los objetos y las materias que observa e interpela.  Las cosas que miramos y sentimos se vuelven parte nuestra, nos familiarizamos  con ellas y ellas nos acogen como suyas. Es más: tienen su propia voz y nos  cuestionan tanto como nosotros a ellas.
         Andrea Alzati, en Todos mis quchillos (Komorebi Ediciones,  2019), registra escenas de un cotidiano vivido a plena conciencia, donde los  elementos –mínimos, esenciales, simbólicos– nos afectan inevitablemente. En el  espacio de lo doméstico, la conjugación de los objetos –cuchillo, manzana,  plato, mesa– permite vislumbrar la variedad de posibilidades del existir, según  sea su acumulación u ordenamiento. La memoria despierta en la contemplación de  lo ordinario: como en un frutero rebosante, algunos frutos pierden su color y  se pudren en el olvido, otros son saboreados con placer o devorados por el  apetito de la urgencia.
         El cielo y el mar  también aparecen en escena: son espejos omnipresentes de nuestro devenir en  esta Tierra. En cierto sentido, Alzati construye una obra circular, donde los  temas problematizados vuelven como el ciclo del agua, como el oleaje en la  playa, como el río en Heráclito, donde el flujo de lo vital es eterno, pero  nunca igual. 
Presente desde el primer verso y hasta el último poema, el  cuchillo puede representar la violencia, la posibilidad de amenaza constante en  un mundo hostil con los seres que lo habitan. La manzana puede ser el cuerpo  –propio o social–, el terreno de la experiencia y el territorio. El acto de  punzar o cortar emerge, entonces, como aquello que nos impacta, nos esclaviza o  nos libera, nos transforma: nos abre a las posibilidades en y con el mundo, con  el Otro.
         El cuchillo  atraviesa la manzana o una bala atraviesa a un pájaro: lo orgánico, lo animal,  la vida es atacada por metálicos instrumentos de discordia; pero, de pronto, se  percibe el sabor dulce, la promesa de un confort, de una satisfacción o de una  certeza. Probablemente, en la vivencia humana, han sido las mujeres quienes han  sufrido los mayores traumas de la violencia en todas sus formas, víctimas de  una subjetividad invisibilizada y maltratada. Alzati lo sabe –tiene un cuchillo  en su ojo–, reconoce su genealogía y comprende la importancia de advertir las  grietas en el concreto, para emanciparse así en el poder de la autonomía.
         En la segunda  sección –Cursivas– el tono se vuelve  más íntimo y complejo. La hablante, en primera persona, continúa en gran medida  el impulso del sujeto lírico anterior; sin embargo, el repertorio de objetos se  amplía y aparece el cuerpo situado en diversos escenarios emparentados, por un  lado, con elementos de la naturaleza y, por otro, con la ciudad y su particular  flora y fauna. Estos poemas proponen un ejercicio meditativo de  autorreconocimiento, de buscarse y hallarse en las acciones propias, pero  además en la energía de los otros –seres humanos o no–, irremediablemente entrelazados.
         El recorrido  trazado en Todos mis quchillos no  dejará a nadie indiferente: enseña al lector a asimilar lo primordial, a  deslizarse en el filo de los días. Quizás lo definitivo sería preguntarnos por  aquello que surge y cruza nuestra historia: si es que hay algo que al vivirlo  nos deje incólumes; o, sencillamente, si la vida, suceso a suceso, respiro a  respiro, nos esculpe en una materia indefinible y no se detiene jamás, hasta  que nos engulle por completo el infinito.
         
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        Francisco  Ferrer (1993) es profesor de lenguaje y estudiante de Magíster en  Literatura Hispanoamericana Contemporánea en la Universidad Austral. Nació en  Santiago, pero vive en Valdivia hace cinco años. Publicó su primera obra de  poesía –“Alianza en el desgarro” (2015)- con la editorial independiente  Minigolf Deportivo, de Santiago. Actualmente, en el ámbito literario, se dedica  a preparar la edición de su obra “Ritos reunidos” y a investigar la obra  poética de Maha Vial.