“Chica nazi” (2010) es un cuento breve del escritor chileno Álvaro Bisama (Valparaíso, 1975) narrado en primera persona, con un tono confesional y biográfico. El relato se sitúa en las últimas décadas del siglo pasado, relacionadas con la dictadura del general Augusto Pinochet (1973-1990), en un Chile aún marcado por el autoritarismo, el conservadurismo social y la persistencia de imaginarios fascistas en ciertos sectores de la sociedad. La historia recorre la vida de la protagonista, desde su niñez hasta el presente del relato. La protagonista nació en una familia que adora a Hitler; sus padres son admiradores del dictador y no les importa el nefasto trasfondo ideológico del nazismo. Aunque la protagonista afirma no ser fanática al nazismo, el destino de ella y de toda su familia está estrechamente vinculado con el nazismo, no sólo por el contexto ideológico que los rodea, sino también por la estética fascista que atraviesa a las dos generaciones. Así Bisama convierte el nazismo a un elemento narrativo.
En este análisis se recurrirá a diversas teorías para iluminar las complejas manifestaciones del fascismo presentes en la novela. Por un lado, se tomarán elementos del pensamiento de Mi lucha de Adolf Hitler, especialmente su exaltación del sacrificio, la pureza de la sangre y su racismo extremo. Por otro lado, se empleará la noción de microfascismo, desarrollada por Slavoj Zizek, para examinar cómo el autoritarismo no desaparece, sino que se infiltra en los afectos, las relaciones íntimas y los gestos cotidianos. Al mismo tiempo, se integrará la teoría del fascismo como forma de seducción, formulada por Susan Sontag en Fascinante fascismo, (pdf) para explorar cómo el orden, la disciplina, el cuerpo uniformado y la estética de la dominación se convierten en objetos de deseo. Se analizará el culto al cuerpo y la seducción autoritaria. Al incorporar estas teorías, se citarán frases y elementos específicos de “Chica nazi” con el fin de concretar los ejemplos a partir de enfoques literarios y sociales. Además, se establecerán vínculos con teorías biológicas, con el objetivo de ofrecer una nueva perspectiva de análisis.
2. Contexto de la historia
Como dijimos, la historia transcurre en las últimas décadas del siglo XX y está íntimamente ligada a la dictadura de Pinochet. Al inicio del cuento, el padre y la madre de la protagonista votan sistemáticamente por la derecha y apoyan abiertamente el golpe militar de 1973. Es en ese contexto –el Chile autoritario de Pinochet– donde la familia fortalece no solo su adhesión al régimen, sino también una inquietante admiración por Hitler. En ese entorno, la niña crece y, casi sin darse cuenta, internaliza también esa figura: no como un líder político, sino como una presencia simbólica, cargada de consignas y rituales.
Álvaro Bisama
Cuando la protagonista entra en la pubertad, Pinochet ya ha dejado la presidencia, pero sigue ejerciendo desde las sombras un fuerte control sobre el país. Es en esa transición –entre dictadura y democracia– que la protagonista empieza a cuestionar a Hitler y a todo lo que representa. Sin embargo, las marcas son profundas: el eco de los eslóganes, la carga afectiva del poder y del orden siguen actuando en su interior. Con el colapso total del pinochetismo, la sociedad entra en una etapa de memoria, crítica y odio hacia el pasado dictatorial. Es entonces cuando reaparece Jorge, un ex torturador del régimen, ahora escondido, que entabla una relación con la protagonista. Años después, esa relación nos conduce a la escena final y al desenlace de toda la historia.
3. Análisis
Los capítulos de Mi lucha titulados “Teoría del mundo y partido”, “El Estado”, “Ciudadanos y súbditos del Estado”, “La personalidad y el concepto del Estado Nacional”, “Teoría del mundo y organización” y “El programa” promueven ideas como el espíritu de sacrificio y la exaltación de la sangre como motor de la nación, una cosmovisión radicalmente excluyente y un racismo extremo como principio estructurador del Estado. Estos elementos encuentran eco en “Chica nazi” a través del uso de eslóganes, frases y gestos que remiten directamente a esa ideología. En el cuento, el destino de toda la familia está estrechamente vinculado al nazismo por el entorno ideológico que los rodea y moldea sus vidas cotidianas.
Tras su graduación, la protagonista comienza a asistir a reuniones de simpatizantes nazis, motivada en parte por su vínculo con Tito. En esta sección del cuento se describe lo siguiente: “Me tomé una cerveza con él y sus amigos mientras escuchaba sus retorcidos planes de matar peruanos y establecer la dominación mundial” (60). Aunque la protagonista califica esos planes como “retorcidos”, lo cierto es que se encuentra inmersa en un entorno de racismo extremo que remite directamente a los postulados de Mi lucha de Hitler y a la cosmovisión excluyente y violenta del nazismo.
Además, la protagonista había citado eslóganes que reproducen la lógica discursiva fascista: “Uno vence el destino cuando lo comprende”, “dar el golpe justo en el momento exacto, como en Polonia, o París” (59). Estas frases, claramente inspiradas en la narrativa de la expansión nazi, muestran que aunque la protagonista no adopta una postura abiertamente racista o genocida, sí participa de un culto simbólico a Hitler y su ideología. Así, más que una simple espectadora, se configura como parte activa de un entorno impregnado de violencia simbólica y discursos de odio.
Otra evidencia se presenta durante una fiesta. La protagonista pierde su virginidad con un hombre borracho que no recuerda el nombre de ella. En ese momento crucial –tanto por su carga simbólica como por su impacto emocional en la vida de cualquier adolescente– ella cita un eslogan típicamente nazi: “Sangré, pero la sangre siempre es buena. Eso lo decía Hitler en alguna parte, y es pura verdad” (58). Esta frase, que evoca la exaltación de la sangre como símbolo de pureza y poder nacional en la ideología hitleriana, es reapropiada por la protagonista en un contexto íntimo y degradante.
Para Hitler, la sangre representaba el motor vital de la nación; para esta joven, se convierte en un consuelo brutal, una suerte de mantra que le permite resistir la miseria emocional del momento. Podemos decir que ese eslogan –trasplantado de un discurso político totalitario al terreno de la experiencia personal– actúa como un motor subjetivo, una fuente de fuerza en medio de la vulnerabilidad. Esta apropiación revela la manera en que los discursos de poder pueden incrustarse en la psique individual y operar incluso en los márgenes más íntimos de la vida cotidiana.
Por lo tanto, aunque en la protagonista no opera un nazismo sistemático y estructurado como el del régimen alemán durante la Segunda Guerra Mundial, es evidente que el nazismo atraviesa su vida íntima y cotidiana. En este sentido, resulta pertinente recurrir a la noción de microfascismo planteada por Slavoj Zizek, que permite analizar cómo ciertas lógicas autoritarias, jerárquicas o excluyentes pueden manifestarse en lo personal y lo doméstico, más allá de una adhesión política explícita.
En el ensayo “Microfascismos”, Zizek retoma y desarrolla el concepto formulado por Deleuze y Guattari para señalar que el fascismo no se limita a un sistema de opresión o dictadura a nivel estatal, sino que también se manifiesta en la vida cotidiana, en un nivel micro. El microfascismo es, en este sentido, una estructura de deseo basada en la sumisión voluntaria: las personas no siempre son víctimas pasivas de la opresión, sino que muchas veces desean ser controladas, guiadas y uniformadas. Este deseo se expresa en formas de dependencia hacia la autoridad y en la reproducción inconsciente de lógicas de poder en el ámbito íntimo y afectivo. En este marco, el microfascismo no necesariamente desemboca en campos de concentración, pero sí genera actitudes excluyentes y autoritarias que preparan el terreno para formas peligrosas de fascismo.
En “Chica nazi” se puede observar un ejemplo sutil de esta lógica cuando la protagonista llama a su madre para decirle que no regresará a casa a medianoche. La madre rompe en llanto “por alguna razón que no comprendo” (60), dice la narradora. Este episodio revela cómo, incluso en una relación afectiva como la maternofilial, opera un deseo de control disfrazado de cuidado. La angustia materna encubre una expectativa de obediencia, de sujeción a la norma doméstica. Así, la escena ilustra cómo el microfascismo se infiltra en la vida cotidiana a través de vínculos personales, donde se naturaliza el deseo de controlar y ser controlado.
El enamoramiento de la protagonista por el viejo Jorge también puede leerse desde la lógica del microfascismo. Jorge, un hombre de 64 años, director de una escuela benéfica, representa para la joven un modelo de autoridad estable y confiable. Ella misma trabajaba en una escuela. En las escuelas, el director es la autoridad, aparece como una figura a la vez paternal y poderosa, alguien en quien puede depositar su dependencia emocional. Su atracción no parece responder únicamente a motivos sentimentales o físicos, sino también al aura de jerarquía y dominio que él encarna.
Este vínculo se intensifica a través de los juegos eróticos que practican juntos, los cuales revelan con mayor claridad una estructura de deseo marcada por la sumisión y el poder. La protagonista narra: “A veces yo era una judía con dinero en las manos ansiosas de un oficial alemán” (63). Esta fantasía, en la que se invocan explícitamente símbolos del nazismo –como el oficial, el dinero, el uniforme y la víctima–, deja entrever una fascinación con los roles autoritarios. Aunque se trata de un juego íntimo y aparentemente inocuo, en él se reproduce una lógica de dominación y obediencia que responde, precisamente, a lo que Zizek y Deleuze llaman microfascismo: el deseo inconsciente de ser controlado, de someterse a una estructura fuerte y jerárquica. Estas fantasías no son una adhesión política explícita al nazismo, pero sí revelan cómo las formas fascistas pueden permear la subjetividad y el erotismo, integrándose en la vida cotidiana como expresiones latentes de un deseo de orden, autoridad y sometimiento.
Podemos afirmar que, en el cuento de la “chica nazi”, aunque la protagonista no exhibe abiertamente un comportamiento fascista en su forma macro –es decir, como parte de una ideología política organizada–, y aunque ella misma insiste en que “no es una nazi”, en realidad encarna formas de microfascismo. Este se manifiesta como una herencia familiar inconsciente, pero también como una inclinación interior profundamente arraigada. La protagonista, en tanto expresión del microfascismo, no solo representa el caldo de cultivo del fascismo macro, sino también su refugio silencioso: un espacio donde odio, exclusión, totalitarismo y genocidio pueden esconderse sin sufrir una crítica sería.
El fascismo y el nazismo pueden entenderse también como expresiones extremas de un cierto “biopoder”: un control sistemático de la vida colectiva que en su forma más brutal se manifestó en el genocidio y los campos de concentración. Hoy sabemos que, más allá de la ignorancia y mal entendimiento en el siglo pasado sobre secuencias genéticas y sus mecanismos, opera en nosotros una inclinación profundamente antigua hacia la formación de grupos. Parte de esta inclinación interna corresponde al microfascismo propuesto por Zizek.
No obstante, en lugar de calificarla simplemente de “microfascismo”, resulta más preciso describirla como una tendencia a agruparse que surge de la selección natural. Esa inclinación –un impulso a controlar y ser controlado, a guiar y ser guiado, a buscar amor y dar amor– favorece la supervivencia y la reproducción, porque el poder de un colectivo supera con creces al del individuo aislado. En muchos casos, un colectivo tiene mayor oportunidad de conservar y difundir sus diferentes genes que causan el mencionado impulso, por el mayor poder del colectivo y la facilidad de encontrar pareja.
Esta predisposición genética a la vida en comunidad no es patrimonio exclusivo de corrientes autoritarias; se cuela igualmente en el capitalismo, el comunismo, el liberalismo e incluso en el anarquismo. Más que un “microfascismo”, estamos ante un rasgo humano fundamental: nuestra ancestral capacidad para organizar grupos, cooperar, liderar y seguir, que puede usarse tanto para la dominación como para la solidaridad. En El gen egoísta(pdf), Richard Dawkins menciona el concepto de “genes culturales”, y podemos entender que todas estas ideologías –incluido el fascismo– son manifestaciones de esos genes culturales, que en cierto grado son seleccionados, sobrevividos, muy poderosos y favorecen la supervivencia de sus portadores.
El fascismo no es una naturaleza innata, sino el resultado de una naturaleza manipulada: es la expresión exagerada y distorsionada de nuestro instinto de agrupamiento –de dominar y ser dominado, de luchar contra quienes no pertenecen a nuestro grupo– tanto en su dimensión biológica como cultural. En otras palabras, el fascismo surge cuando esos impulsos ancestrales, inscritos en nuestros genes fisiológicos y culturales, se sobreexpresan y se utilizan para justificar la exclusión y la violencia contra el “otro”. Podemos derrotarlo a nivel macro, es decir, como sistema social o político, pero es mucho más difícil eliminarlo a nivel micro, porque primero tendríamos que vencer a las partes de nosotros mismos donde ese impulso reside.
Como señaló George Orwell, la población no sólo necesita felicidad y libertad; también busca sentirse sacrificada y superior (365). Estas necesidades que están estrechamente vinculadas con fascismo y nazismo no son meramente ideológicas o culturales, sino que podrían estar codificadas en nuestro genoma. Estas necesidades internas también favorecen el agrupamiento y la sobrevivencia en la naturaleza, ya que sacrificar lo individual, en muchos casos, salva a los demás del grupo.
Aunque el funcionamiento del genoma es complejo, es posible que tendencias como la de dominar y ser dominado, la de buscar y ofrecer amor, o la de sacrificarse y sentirse orgulloso y conmovido, estén reguladas por regiones genéticas cercanas. Tal vez compartan promotores o potenciadores, es decir, secuencias que activan o intensifican la expresión de genes específicos, o tal vez comparten los mismos factores reguladores.
Estas coincidencias en la arquitectura genética podrían explicar por qué emociones tan distintas –la ternura y la obediencia, la compasión y la violencia grupal– a veces emergen juntas, como partes de una misma disposición evolutiva que favorece la cohesión del grupo, incluso a costa del individuo.
En cuanto a las fantasías eróticas que ejercen la narradora y Jorge, es necesario acudir a teoría de Susan Sontag. En su ensayo “Fascinante fascismo”, Sontag analiza cómo el fascismo no solo es una ideología política, sino también una potente lógica estética y visual que seduce a través de imágenes y símbolos. Sontag destaca dos aspectos centrales para entender esta seducción: primero, la seducción autoritaria, que se basa en la fascinación por el orden rígido, la disciplina y la jerarquía, presentados como formas de belleza y poder; y segundo, el culto al cuerpo, entendido como la exaltación visual del cuerpo fuerte, disciplinado y sometido, que se convierte en un emblema de pureza y dominio.
En “Chica nazi” aparece una clara estética fascista que refleja estas ideas de Sontag, evidenciada en el uso de uniformes y la presencia de fetiches materiales como cuero, fotografías y símbolos que funcionan como signos visibles de autoridad y pertenencia. Además, la narrativa del cuento está impregnada por una atmósfera de seducción autoritaria, donde el control, la sumisión y la repetición de lemas y rituales intimos contribuyen a construir una lógica estética fascista que atrapa a la protagonista y a su familia, incluso cuando ella busca distanciarse. Así, el cuento no solo muestra la adhesión ideológica, sino cómo el fascismo se infiltra en lo cotidiano mediante la fascinación visual y el culto al cuerpo como símbolos de poder.
Tras la muerte de la madre de la protagonista, el padre no logró soportar la pérdida. Durante el funeral, la despidió vistiendo el uniforme de oficial de las Schutzstaffel –la temida SS del régimen nazi–, un gesto que, en el contexto, resulta patético, desconcertante, doloroso, pero también extrañamente familiar (61).
Este acto no es un simple exceso: el uniforme, lejos de ser una provocación gratuita, condensa una dimensión íntima y compleja de la vida familiar. En sus juegos privados, padre y madre se sumergían en un universo de roles marcados por la autoridad, el deseo y la transgresión. Había látigos, diálogos en alemán, y una imaginería que vinculaba el erotismo con el poder. En ese funeral, más que rendir homenaje a la difunta, el padre reactivaba el lenguaje secreto que ambos compartían: una forma de duelo a través del fetiche y del ritual erótico.
Este gesto tan íntimo y perturbador puede leerse a la luz del célebre ensayo de Sontag, donde la autora analiza cómo ciertos elementos del imaginario nazi –uniformes, jerarquías, disciplina corporal– han sido reciclados por la cultura popular como formas de seducción visual y emocional. En este sentido, el uniforme de la SS en el funeral no es un mero símbolo histórico, sino el emblema de un vínculo pasional llevado al extremo. Una seducción extraordinaria, articulada en la vida cotidiana, en los silencios del hogar, y en el modo en que el amor se convirtió en una coreografía del poder.
Así, el duelo no se inscribe solo en el dolor de la pérdida, sino también en la puesta en escena de un deseo que sobrevivió a la muerte. El fascismo, aquí, no es solo una ideología: es una estética íntima, una forma de erotismo ritualizado, una memoria compartida que el padre, en su desconcierto, intenta revivir por última vez.
Estos juegos de dominación no se detienen en los padres: se extienden también a la vida de la hija. Se describen aparatos artificiales, cassettes de marchas militares, baladas de viudas de guerra, cuerpos heridos acariciados (63-64). Son escenificaciones íntimas donde el viejo soldado, el judío humillado, el héroe caído, se convierten en figuras eróticas.
Todo está cargado de jerarquía y símbolo: el poder del uniforme, la voz de mando, el ritual del dolor y la entrega. Como dice Susan Sontag, se trata de una estética del autoritarismo que seduce: no como ideología, sino como forma íntima del deseo. El fascismo aquí sobrevive, no en discursos, sino en el cuerpo, el juego y el amor.
4. Conclusión
El cuento “Chica nazi”, de Álvaro Bisama, se articula en torno a un eje narrativo donde el nazismo y el fascismo no solo operan como referentes históricos, sino también como estructuras afectivas y simbólicas. A partir del análisis realizado, que incorpora teorías sobre el sacrificio y la pureza racial en Mi lucha, los planteamientos sobre microfascismos en Slavoj Zizek, y la noción del “fascinante fascismo” en Susan Sontag, se puede afirmar que las formas del fascismo presentes en el relato no se manifiestan como un programa político explícito o militante. Más bien, el fascismo que atraviesa a la protagonista es íntimo, cotidiano y afectivo: se inscribe en los cuerpos, los deseos, los juegos y las relaciones familiares. Se trata de un fascismo difuso, encarnado en gestos, objetos y discursos heredados, que persiste incluso después de la caída de las dictaduras que lo ampararon. En ese sentido, el relato no reproduce el fascismo, sino que lo muestra en su forma más sutil y persistente: como microfascismo incrustado en la vida privada.
El microfascismo se manifiesta en la relación familiar de la protagonista con su madre, donde el amor se convierte en tendencia de control. El microfascismo también se traslada a su vida adulta, especialmente en su relación con Jorge, un ex agente del régimen y actual director de colegio, con quien la protagonista –que trabaja como profesora– establece un vínculo atravesado por una marcada asimetría jerárquica. Los juegos sexuales que practican, en los que se inscriben claramente roles de dominación y sumisión, muestran la tendencia interna que describe Zizek.
Detrás del microfascismo subyace una tendencia biológica al agrupamiento, vinculada también a la disposición al sacrificio por el grupo. Esta pulsión no se manifiesta únicamente en el microfascismo, sino que atraviesa múltiples “ismos”. Por ello, más que hablar exclusivamente de microfascismo, sería más adecuado referirse a una “tendencia al agrupamiento” que opera como sustrato común de diversas estructuras colectivas.
En el entorno de la protagonista emergen expresiones explícitas de racismo extremo que remiten directamente a los postulados de Mi lucha de Adolf Hitler, como las conversaciones en las que se fantasea con “matar a todos los peruanos” o “dominar el mundo entero”. Estas no son simples provocaciones, sino manifestaciones internalizadas de una ideología violenta y excluyente.
Asimismo, el relato resalta la exaltación simbólica de la sangre como principio de identidad, pureza y sacrificio, uno de los pilares del nazismo. Desde su infancia, la protagonista reproduce eslóganes hitlerianos vinculados a la sangre, apropiándoselos como una forma de consuelo o refugio emocional frente a las inseguridades de la pubertad. Esta apropiación íntima de discursos totalitarios sugiere cómo el fascismo puede infiltrarse en los espacios más personales bajo formas afectivas, casi rituales.
Piura, junio 2025
[1] Este ensayo fue presentado como trabajo final del módulo “Avistamientos político-literarios al nazismo y al fascismo en Argentina, Chile, Uruguay, Perú y Guatemala” del Seminario de Literatura Latinoamericana de la Maestría de Lengua y Literatura de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos impartido por el escritor Paolo de Lima.
-Bisama, Álvaro. “Chica nazi”. Death Metal. Lima: Estruendomudo, 2010. 57-65.
-Dawkins, Richard. The selfish gene. Londres: Oxford University Press, 1976.
-Hitler, Adolf. “Teoría del mundo y partido”, “El Estado”, “Ciudadanos y súbditos del Estado”, “La personalidad y el concepto del Estado Nacional”, “Teoría del mundo y organización”, “El programa”. Mi lucha. Barcelona: Antalbe, [1925] 1984. 171-220, 343-348.
-Orwell, George. “Reseña a Mi lucha”. Revista de Economía Institucional 19.36 (2017): 363-365. [Publicado originalmente en New English Weekly, 21 de marzo de 1940.]
-Sontag, Susan. “Fascinante fascismo”. Bajo el signo de Saturno. Buenos Aires: Debolsillo, 2007. 81-116.
-Zizek, Slavoj. “Micro-fascismos”. La revolución blanda. Buenos Aires: Parusia, 2004. 19-23.
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Guo Zihan. Henan (China), 1996. Estudió traducción en la Universidad de Pingdingshan y actualmente estudia el posgrado de Lengua y Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Actualmente trabaja en una investigación sobre la representación y reinterpretación de los personajes marginales en dos traducciones chinas de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Reside en la ciudad de Piura. Tiene interés tanto en la literatura –novela y poesía– como en la biología, en particular la biología molecular y celular.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com “Chica nazi”, cuento de Álvaro Bisama: el cuerpo, la sangre y los espectros del fascismo en la vida cotidiana.
Por Guo Zihan.