En una novela póstuma, Radio Libre Albemut, el escritor de ciencia ficción Phillip K. Dick urde un argumento tan paranoico como autobiográfico: un productor de discos recibe señales de radio telepáticas enviadas por una inteligencia extraterrestre y retransmitidas por un satélite en órbita. Las emisiones son mensajes de esperanza que le hacen soportar con estoicismo el adveminiento de una dictadura fascista en los Estados Unidos. Dick utiliza el texto para contar en clave algo de la propia epifanía desquiciada que lo hacía creer que en 1974 había contactado a Dios y que por su obra y gracia había escapado de un estado policial idéntico al que retrataba. Al protagonista, Radio Libre Albemut le ayudaba a sobrevivir, mantener la diginidad y eventualmente a resistir en un país que se ha transformado en un campo de concentración.

Volodia Teitelboim
A leer Noches de radio (Escucha Chile), la recopilación de los textos que Volodia Teitelboim leyó al aire en Radio Moscú desde 1973 hasta 1989, se tiene la sensación de que Dick no andaba tan errado. Mirado desde un presente que se empeña en eldulzar la amnesia, la idea de una cadena rusa transmiendo por la banda ancha, a altas horas de la madrugada y con un programa especial para ayudar a resistir en el ocaso de la batalla de Chile resulta igualmente alienígena como la del escritor yanqui.
Rescatados ahora y compilados en un primer volumen, estos viejos mensajes radiales leídos al aire desde Europa día a día sobreviven ahora por una necesidad moral que va más allá de los fanatismos políticos que concita su autor. De este modo su calidad literaria es desplazada por un valor documental en tanto recuento al día de los hitos del horror en el período 1973-1976. Volodia trabaja sobre la base de una hibridez obligada por la urgencia mezclando de igual modo el panfleto con la crónica, la sátira y la denuncia, la autobiografía con la historia. Aparecen así el perfilamiento paultino de los caracteres de cada uno de los miembros de la Junta Militar, la denuncia sostenida las ejecuciones, encarcelamientos, torturas y desapariciones por parte de la DINA, el recuento casi diario de las bajas, el desmantelamiento de las universidades, la conspiración multinacional de la CIA, la quema de libros y películas, la extinción de la industria editorial y discográfica, el exilio como alternativa de sobrevivencia y la solidaridad internacional con la víctimas. El hilo que une todo es el deber ser de la memoria sobre la masacre colectiva. "Nos hubiera gustado hablar más bien sobre la bondad del hombre" sostiene el prólogo, "sobre el amor, sobre el despliegue de sus posibilidades de grandeza. Y decirlo con palabra plena. Pero en Chile estaba sucediendo lo contrario de la bondad, del amor, de la humanidad, de la nobleza".
Respecto a Volodia, este libro está en extremo opuesto de En el país prohibido, la crónicas que surgieron de su experiencia clandestina en Chile en los momentos finales de la dictadura. Ahí, Volodia se enfrentaba a un país desmantelado y casi irreconocible. Su escritura en primera persona le ayudaba a soportar el cambio operado por la vía de las armas. Noches de radio, al revés, es un trabajo que bordea lo comunitario pues su comentario radial deviene en un pegoteo constante de informaciones dispersas, de testimonios ajenos, de relecturas obligadas de noticias de agencias internacionales. La figura de Pinochet es el ejemplo más claro. Casi un fantasma, durante la primera mitad del libro termina como el arquetipo del dictador. Su figura crece y bordea lo fantástico, hasta insinuar el detalle de que está aprendiendo ruso para enfrentarse al enemigo en sus propios términos.
De ahí que sea en Pinochet donde la voz de Volodia tome mayor consistencia. Desarmando al General como tipo literario, incluye acá su toque más personal, el del humor permeado por la cita culta. Este recurso le sirve para negar la validez del proyecto de país de la dictadura más allá de su violencia inherente. "Acumulación de títulos honoríficos" es uno de los ejemplos más divertidos (si es que ese adjetivo se puede aplicar a un libro como éste) donde sugiere otros nombres para el dictador, además del autoimpuesto Capitán General: "Benemérito de la Patria, Bienhechor de la Humanidad, Príncipe de los Chuecos, Rey de los Cuadrados, Padre de los Pobres, Tío de los Huérfanos, Protector de Viudas, Padrino de O'Higgins, Maestro de los Carrera, Mariscal de Chuchunco, Brujo de Talagante, Sultán de Providencia, Patrono de Chile o Virgen de Talento, Consuegro del Cristo de Elqui, Cuñado de María Magdalena, Cabellero del Santo Sepulcro, San Crimen, Fundador de Santiago, Superhombre de Estado, Sobrino de Alejandro Magno, César Augusto de las Papas Ugarte, Capellán de Matanzas, Barón del Chancho en Piedra, Duque de Manoplas, Marqués de Pisagua..."
Noches de radio ejemplifica las zonas que transformaron Chile en dos inventos antagónicos durante la dictadura y que todavía combaten por la posesión única de la memoria: el afuera y el adentro, los vencedores y los vencidos, las víctimas y los victimarios, la denuncia y el silencio, el recuerdo y el olvido. En uno de esos extremos Volodia Teitelboim contruyó un Chile desde el extranjero para resistir el desmantelamiento del lugar que conocía y hacer el trabajo del duelo por los cadáveres que nunca volvieron. Esa sensación de sobrevivencia, de escritura a contrapelo de la muerte, le da al libro un costado emotivo que complementa su valor documental. El Volodia que lo escribe, que lo lee, no es el tipo que ha dedicado los últimos años a reciclarse como un escritor a tiempo completo. Muy por el contrario, se trata del viejo enemigo público Nº 1 del régimen hablando en un tono condicionado por el shock. Para los que estuvieron ahí, viviendo bajo el estado de sitio leer ahora estos textos sirve para revivir los efectos de ese golpe, como si las señales perdidas en el aire volvieran definitivamente a casa. Para mí, (y para los que nos criamos en dictadura) significa transformar un mito más de nuestra infanfcia e incorporarlo como un pedazo más al rompecabezas de nuestra desfenestrada memoria política. Sí, desde el presente, Noches de radio merece ser revisado como un libro de historia alternativo o como el diario de vida oculto de un niño abusado sexualmente. En ambos casos la esperanza es la única ficción que vale.
Suban el volumen.

